Alguien escribió que no estaba claro que C.S. Lewis fuese un buen conocedor de los demonios, pero que, sin duda, conocía muy bien a los humanos
C.S. Lewis publicó en 1942 un ameno libro, que recomiendo vivamente al lector. Se titula Cartas del diablo a su sobrino, en inglés “The Screwtape Letters”. Son eso, cartas que un diablo veterano escribe a su sobrino, un diablo novato, que se está estrenando en el arte de tentar a los humanos. Alguien escribió que no estaba claro que Lewis fuese un buen conocedor de los demonios, pero que, sin duda, conocía muy bien a los humanos.
En la primera carta, Screwtape aconseja a Wormwood, su mentorizado, que no se le ocurra dar argumentos filosóficos al humano que le he tocado, porque, dice, debe estar acostumbrado, desde niño, a tener en su cabeza una docena de filosofías incompatibles, y si se empeña en despertar su razón, el resultado puede ser desastroso (para el diablo, claro). Su consejo es que inculque a su humano un interés exclusivo por lo que tiene cerca, por lo que le entra por los sentidos. Y le cuenta una historia.
Un día, el tentado por Screwtape estaba leyendo en el British Museum, y pasó por su mente una idea que podía suponer un cambio en la conducta del interesado. El diablo viejo, en vez de intentar presentarle argumentos de razón, le recordó que era la hora de comer, que no tenía objeto meterse en temas arduos con el estómago vacío, y que por la tarde, con calma, podría volver sobre el tema. Tuvo éxito; el humano se levantó, y para cuando llegó a la parada del autobús ya se había olvidado de aquella idea.
Pienso que el consejo del diablo a su sobrino es muy sensato (desde el punto de vista del padre de la mentira, claro): mientras la gente esté centrada en las emociones y sentimientos, y se resista a pensar cosas importantes, de esas que se escapan de nuestra vista, pero no de nuestra razón, lo más probable es que sigamos con aquella confusión de filosofías que, según dice Screwtape, tenemos todos en la cabeza.