Solo la persona es capaz de intensidad y de crecimiento: siempre podemos más, queremos saber más y amar más
Mi amigo hablaba con su hija −¡qué buena cosa es que los padres y madres charlen tranquilamente con sus hijos e hijas!− y, al tratar de algunos temas importantes, cayó en la cuenta de que el ser humano no puede vivir sin infinito. Me lo decía no tanto como un tema religioso cuanto existencial, que acababa de descubrir.
Y en efecto, solo la persona es capaz de intensidad y de crecimiento: siempre podemos más, queremos saber más y amar más. Cuanto más conocemos, más queremos conocer; y cuanto más amamos, más queremos amar. Si no fuera así, quedaríamos al albur de un horizonte recortado en cartón piedra en donde vemos lo que hay después. Ficción. El horizonte de verdad −el vital− nunca se alcanza, nunca se llega a la línea del horizonte. El horizonte conforme caminamos nos sobrepasa. Este es el principio del progreso. Dostoievski lo describe magistralmente, en Los demonios, como la ley de la vida humana que hace que uno pueda inclinarse siempre ante lo infinitamente grande. Y si, por un casual, una persona, un pueblo, quedara privado de lo infinitamente grande, dejaría de vivir, moriría en la desolación de lo inhumano.
Este es el gran proyecto de toda educación, sabiendo que cada uno nunca está acabado, no está finalizado, porque no tenemos límites. Kierkegaard, en La enfermedad mortal, se pregunta: «¿Acaso no es una nueva realidad infinita la que alcanza el yo al saber que existe delante de Dios y convertirse en un yo humano cuya medida es Dios?... La persona que hasta ahora solamente ha tenido a los padres como medida, pronto tendrá alguien superior como medida −la sociedad, el estado, etc.». Y termina con esta admiración: «¡Qué rango infinito no adquiere el yo cuando Dios se convierte en su medida!».
Filosofía y religión admiten un desarrollo ilimitado, más allá de la imaginación. Es la vida. Lo inefable. Su horizonte es el infinito. La filosofía es el amor de la sabiduría; la religión es la sabiduría del amor. Filosofía y religión son el arte de vivir con amor. Nuestra mayor tragedia consiste en no comprender esta esencialidad; y andar alborotados, con sucedáneos vitales: un juego virtual, un movimiento convulso y sin sentido. Para vivir de pie necesitamos estas dos cosas: comprender amando, amar comprendiendo.
Los filósofos y místicos cristianos siempre han sentido la atracción de un Dios que es amor, que ama infinitamente mejor que nosotros. Sí, necesitamos la infinitud del amor. Y para poder experimentar esa infinita sabiduría, se requiere una eternidad.