Si el trabajo no es mercancía −nunca aceptaré la tecnocrática expresión ‘mercado de trabajo’−, mucho menos puede serlo el vientre de una mujer; hay realidades humanas que, desde la República romana, quedan extra ‘commercium’
Como cuestión previa a estas líneas, cada vez entiendo menos a los políticos españoles y a su capacidad destructiva de lo propio y lo ajeno. En realidad, no somos diferentes, porque muchos países del mundo atraviesan hoy crisis serias de liderazgo: basta pensar en las primarias de Estados Unidos, o en las vueltas y revueltas europeas de conservadores como Cameron, o socialdemócratas como Hollande o Renzi.
No he seguido de cerca el debate de la asamblea de Madrid a partir de una proposición no de ley presentada por Ciudadanos sobre la urgencia al gobierno del Estado −justamente ahora, en plena interinidad− para regular la gestación en favor de otro. En cierto modo, se aparta de sus raíces históricas, cuando nació en Cataluña para defender la unidad de España desde posiciones más bien estatalistas, un tanto jacobinas.
Por lo demás me sigue pareciendo anómalo que los representantes elegidos por votación popular no tengan −siempre− libertad de voto: quizá estoy en un error al interpretar en ese sentido el artículo 67, 2 de la Constitución sobre los miembros de las Cortes Generales: “no estarán ligados por mandato imperativo”.
Ahora, en otros países de Europa, la campaña contra la maternidad subrogada está siendo protagonizada por figuras coherentes con viejos principios socialistas, opuestos a la comercialización del ser humano, en todas las facetas de su vida, y no sólo en las de carácter laboral. Si el trabajo no es mercancía −nunca aceptaré la tecnocrática expresión mercado de trabajo−, mucho menos puede serlo el vientre de una mujer. Hay realidades humanas que, desde la República romana, quedan extra commercium.
De momento, la Comisión de asuntos sociales de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa ha rechazado en París −con un solo voto de diferencia, todo hay que decirlo− el texto de un informe presentado por una senadora belga, con el fin de llevar al pleno una recomendación explícita a los gobiernos de los 47 miembros del Consejo para que regulen la práctica de la subrogación materna. Aunque por la mínima, venció el frente de quienes llevan tiempo denunciando la trágica realidad presente en demasiados países, y no sólo del tercer mundo: los contratos de subrogación esclavizan a las mujeres que los suscriben, y reducen al nasciturus a objeto de una compraventa de vida.
La oposición popular al proyecto no ha sido sólo religiosa. En París, cerca del Arco del Triunfo, donde se reunían los representantes del Consejo de Europa, había ONG y asociaciones de inspiración cristiana, pero también estaba el movimiento prevalentemente laico que promueve ante el parlamento francés, durante las últimas semanas, el proyecto de abolición universal de la maternidad subrogada, al que me he referido en otras ocasiones, subrayando el predominio de personas de la izquierda política. Cuenta ya con más de cien mil adhesiones a través de las redes sociales, contrarias al maternity traffic, porque mujeres e hijos no son objetos.
No obstante, se difundió en Francia hace unos días un manifiesto de 130 médicos que afirman no estar cumpliendo la ley, y remedan el procedimiento de 1973 que precedió a la ley Weil sobre despenalización del aborto. Han recibido ya serias críticas de personas de relieve, bien conocidas por su apertura de espíritu, como el biólogo Jacques Testart en Le Monde, pionero de la procreación asistida, que se duele de la auténtica enfermedad profesional médica que refleja esa proclama, o Jean-François Mattei, antiguo ministro de sanidad, en La Croix. Recuerda Mattei que las leyes bioéticas se aprobaron en 1994 con gran mayoría, y no han sido rectificadas en las sucesivas revisiones de 2004 y 2011: fundan la ayuda a la procreación en indicaciones médicas precisas. Se trata de leyes ponderadas, capaces de superar con creces la crítica −a la vez superficial y agresiva− de los extremistas.
También en Italia, el pleno del comité nacional de bioética se pronunció el día 18 contra la mercantilización del cuerpo humano. El texto es breve -poco más de quince líneas- y se publicará a finales de marzo. En el comunicado de prensa, se informa de que el comité considera que “la subrogación de la maternidad de alquiler es un contrato lesivo de la dignidad de la mujer y de su hijo, sometidos como un objeto a un acto de cesión”. Esa mercantilización de la capacidad reproductiva, bajo cualquier forma de pago, explícita o subrepticia, “está en neto contraste con los principios bioéticos fundamentales”. De las 31 personas presentes en el pleno, sólo tres votaron contra la moción.
Tampoco le parece aceptable a Virginia Ray, abogada de 37 años, del Movimiento 5 Estrellas: “Puedo entender el fuerte deseo de una mujer de traer un hijo al mundo, pero no se puede convertir este deseo en un derecho”. Considera intolerable “una práctica que incide sobre el cuerpo de muchachas, en la gran mayoría de los casos, pobrísimas, frágiles, desesperadas”.
Lo afirmaba en París hace un mes Kajsa Ekis Ekman, periodista sueca, feminista de formación marxista, y se hizo eco The Guardian: la maternidad subrogada sería un fenómeno capitalista, que aliena al ser humano desde su misma concepción. ¿Maternidad subrogada altruista?, se preguntaba retóricamente, y respondía de modo rotundo: "No existe".
Aldous Huxley lo anticipó mejor, con radicalidad no exenta de eufemismos, en su mundo feliz.