El amor misericordioso de Dios que perdona nos permite tener una visión optimista, a pesar de que contemplemos el mundo lleno de males
En su afán por hacer partícipes a otros de su amor y de sus bienes, Dios confiere al ser humano, desde principio, la posibilidad de amar como Él ama. Capacidad que, gracias a la Redención, ha sido recuperada. Juan Pablo II constata que «la nostalgia del corazón humano de aquella belleza original (…) supone la nostalgia de la comunión en que se revelaba el don desinteresado», belleza y comunión que «no son un bien perdido para siempre, sino un bien que recuperar y, en este sentido, todo hombre es dado al otro, toda mujer al varón y todo varón a la mujer».
Además Dios confiere al ser humano la posibilidad de amar con amor de misericordia, no sólo siendo don para otros sino perdonando. Ese es el gran escándalo del mensaje del Mesías, que nos anime a amar aún a nuestros enemigos. Para eso Él va por delante: Cristo escogió voluntariamente a Judas, sabiendo que le iba a traicionar. Él voluntariamente quiso el abandono, quiso la traición, quiso ser entregado por uno de sus apóstoles «para que tú −dice San Ambrosio−, si un compañero te abandona, si un compañero te traiciona, te tomes con calma este error de juicio y la dilapidación de tu bondad».
El amor misericordioso de Dios que perdona nos permite tener una visión optimista, a pesar de que contemplemos el mundo lleno de males. Siguiendo el ejemplo del Redentor en ninguna época han faltado personas que luchen con todas sus fuerzas. Por eso −afirma Juan Pablo II−, «el balance general de la civilización humana es, en cualquier caso, siempre positivo. Lo configuran pocos −pero grandes− genios y santos. Todos ellos son testigos de cómo romper el cerco de la mediocridad, y, en especial, de cómo superar el mal con el bien, de cómo descubrir lo bueno y lo bello a pesar de todas las degradaciones a las que cede la cultura humana. El umbral en el que hombre tropieza no es insuperable. Solamente se precisa la conciencia de que ese umbral existe y el arrojo de atravesarlo continuamente».
Tanto más cuanto que Dios en su infinita misericordia, nos ha dado la capacidad no sólo de amar como Él ama, y de perdonar como Él nos perdona, sino en el colmo de su magnanimidad, nos ha dado una posibilidad inaudita: al contemplar los sufrimientos que por nosotros ha sufrido Jesucristo, que es Dios, desgarrado, muriendo en la Cruz, nos ha dado la posibilidad de tener misericordia del propio Dios.
Blanca Castilla de Cortázar Doctora en Filosofía y Teología, de la Real Academia de Doctores de España