Una clave de la felicidad familiar: “no dejar que el día termine sin pedirse perdón”
Terminó el Sínodo de obispos y, como es bien sabido, el papa indicó que se publicasen las conclusiones finales, “para que todos sean partícipes de la tarea a la que nos hemos dedicado durante dos años”. En ese tiempo, Francisco ha dedicado a la familia un porcentaje amplísimo de sus catequesis en la clásica audiencia general de los miércoles.
En aspectos centrales insistió el pasado 4 de noviembre, aunque −según precisó respecto de la relatio final de la asamblea episcopal “ahora no es el momento de examinar esas conclusiones, sobre las que yo también tengo que reflexionar”. A la vez, manifestó que la vida familiar no se detiene: “Vosotros, queridas familias, estáis siempre en camino. Y continuamente escribís ya en las páginas de la vida real la belleza del Evangelio de la familia. En un mundo que a veces se vuelve árido de vida y de amor, todos los días habláis del gran don del matrimonio y la familia”.
Ese todo decididamente positivo recorre el texto de las conclusiones sinodales. Su enfoque central deriva del deseo de subrayar el valor esencial de los hogares para la Iglesia y la sociedad. Se han pulido aristas en temas más delicados, y se ha logrado la aprobación de los 94 párrafos del documento, votados uno a uno. Se requería mayoría de dos tercios (177 sobre 265), alcanzada en todos, aunque en algún caso con resultados muy justos. Por fortuna, los datos se han publicado también, párrafo a párrafo.
Es muy probable que Francisco mantenga la tradición de elaborar una exhortación apostólica a partir de los trabajos del Sínodo, como ha sucedido siempre, con la excepción de las dos primeras asambleas. De hecho, los padres sinodales concluyen su trabajo rogando al papa que considere la posibilidad de emitir un nuevo documento que profundice aún más sobre la familia.
De momento, se han ido publicando en diversos medios los textos de tantas audiencias generales, así como la documentación de la jornada mundial de las familias celebrada el pasado verano en Estados Unidos. Mi duda es si no resultaría más eficaz la adecuada difusión y aplicación práctica de esa catequesis pontificia. Por ejemplo, el pasado miércoles reiteraba la necesidad del perdón, de la mano de la oración del padrenuestro.
Una vez más repitió esa clave de la felicidad familiar: “no dejar que el día termine sin pedirse perdón”. Se trata de curar las heridas lo antes posible −el paso del tiempo no arregla nada por sí, más bien agrava los problemas, de entretejer de nuevo los hilos rotos. El secreto es pedir disculpas y perdonar inmediatamente: "las heridas se curan, el matrimonio se fortalece, y la familia se convierte en una casa cada vez más sólida, que resiste a las sacudidas de nuestras pequeñas y grandes maldades”. Como aconsejaba san Josemaría a finales de 1973, “perdonad siempre, desde el primer momento. Así seréis felices”.
''De no ser así −advirtió Francisco al final de la catequesis− pronunciaremos sermones que pueden ser muy hermosos e incluso arrojaremos algún que otro diablo, pero al final el Señor no nos reconocerá como discípulos suyos porque no hemos sido capaces de perdonar y de hacernos perdonar. De verdad, las familias pueden hacer mucho por la sociedad contemporánea y por la Iglesia... Recemos para que las familias sean cada vez más capaces de vivir y construir caminos concretos de reconciliación donde ninguno se sienta abandonado bajo el peso de sus ofensas''.
En todo caso, como tituló en su día Aceprensa, al ofrecer un buen resumen de la relatio final, la familia tiene problemas, pero “no es el problema; es la solución”. Tampoco es mero objeto de la misión de los pastores, porque los hogares cristianos son protagonistas y actores de la misión de la Iglesia, que se cumplirá aun en contraste con políticas familiares insuficientes o, incluso, negativas. El problema serio, en opinión del cardenal Müller, es el “cristianismo superficial”: cristianos bautizados, pero no creyentes ni practicantes, que “no viven la sustancia del cristianismo, que produce un cambio de pensamiento y de conducta”. Todo un objetivo, dentro de esa batalla por la familia −plena de entrega y perdón−, que se adivina permanente.