Los recientes Sínodos sobre la Familia nos interpelan para conocer mejor el proyecto divino acerca de esa institución que el mismo Dios diseñó
Pablo VI encuadró la familia en el marco de la Creación y de la Redención, situándola en el comienzo y en el centro de ambos misterios. Estas son sus palabras: «En el umbral del Nuevo Testamento, como ya al comienzo del Antiguo, hay una pareja. Pero, mientras la de Adán y Eva había sido fuente del mal que ha inundado al mundo, la de José y María constituye el vértice, por medio del cual la santidad se esparce por toda la tierra. El Salvador ha iniciado la obra de la salvación con esta unión virginal y santa, en la que se manifiesta su omnipotente voluntad de purificar y santificar la familia, santuario de amor y cuna de la vida».
Juan Pablo II dedicó a la familia gran parte de sus energías intelectuales antes y después de subir al Pontificado. Sobre ella escribió su obra magna La teología del Cuerpo y el día 13 de Mayo de 1981, el mismo en el que sufriría el atentado en la Plaza de San Pedro, fundaba tanto el Pontificio Consejo para la Familia y el Pontificio Instituto para los estudios sobre matrimonio y familia.
En su Carta a las familias vuelve a considerar que la familia tiene su origen en el mismo amor con que el Creador abraza al mundo creado, como está expresado “al principio”, en el libro del Génesis 1, 1. (…) El Hijo unigénito, entró en la historia de los hombres a través de una familia: «El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre,... amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado” (Vat II, GS, n. 22). Y si Cristo “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre” (…), lo hace empezando por la familia en la que eligió nacer y crecer. El Redentor pasó gran parte de su vida oculta en Nazaret: “sujeto” (Lc 2, 51) como “Hijo del hombre” a María, su Madre, y a José, el carpintero. (…) El misterio divino de la Encarnación del Verbo está, pues, en estrecha relación con la familia humana. No sólo con una, la de Nazaret, sino, de alguna manera, con cada familia».
Y entre sus nuevas aportaciones, Juan Pablo II relaciona a la familia con la misma intimidad divina. Ya en 1979 decía: «Se ha dicho, en forma bella y profunda, que nuestro Dios en su misterio más íntimo no es una soledad sino una familia, puesto que lleva en Sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor. Este Amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo». Y en el 1994, apoyándose en Ef 3, 14-15 expone que «a la luz del Nuevo Testamento es posible descubrir que el modelo originario de la familia hay que buscarlo en Dios mismo, en el misterio trinitario de su vida. El “Nosotros” divino constituye el modelo eterno del “nosotros humano”; ante todo, de aquel “nosotros” que está formado por el varón y la mujer, creados a imagen y semejanza divina».
De ahí que «la paternidad y maternidad humanas, aun siendo biológicamente parecidas a las de otros seres de la naturaleza, tienen en sí mismas, de manera esencial y exclusiva, una “semejanza” con Dios, sobre la que se funda la familia, entendida como comunidad de vida humana, como comunidad de personas unidas en el amor (communio personarum)», comunión de personas realizada, a nivel humano, de un modo excelso en la Familia de Nazaret, lo que le lleva a afirmar: «Lo que Pablo llamará el “gran misterio” encuentra en la Sagrada Familia su expresión más alta».
La familia, por tanto, aparece, entonces, como un hilo de Ariadna que atraviesa los principales misterios de la Revelación, clave importante de la conexión entre los mismos y de su interpretación.
Sin embargo, junto a estas importantes constataciones, podríamos decir que la familia, hasta hace poco, ha constituido una de esas evidencias de la humanidad que, por indiscutidas, el pensamiento humano no ha deparado en ellas. Se trata −no cabe duda− de una “evidencia olvidada”, actualmente en el punto de mira de las debilidades humanas y de las ideologías, a juzgar por la enorme conflictividad que cierne sobre ella. La teología de la familia es relativamente reciente y se encuentra al inicio de su andadura. Juan Pablo II, a pesar de sus esfuerzos, en 2003 (Ecclesia in Europa, n. 91) la señala como una tarea necesaria y aún pendiente.
Blanca Castilla de Cortázar Doctora en Filosofía y Teología, de la Real Academia de Doctores de España