Una visión cristiana de la muerte es el mejor antídoto contra el temor lógico que puede inspirar ese paso desconocido que, sin embargo, "llegará inexorable" (san Josemaría)
Alteramos en este resumen el orden del contenido de la Carta del Prelado de este mes, al incluir en primer lugar su posdata, que trasladamos recabando su petición: “Dentro de unos días iré a la Clínica Universidad de Navarra, para someterme a una operación quirúrgica. Estaré muy unido a todas y a todos vosotros, y espero que me sostengáis con la fortaleza de vuestra oración”.
Manifiesta Mons. Javier Echevarría, al inicio de la Carta pastoral de este mes, su alegría por la reciente ordenación diaconal de 27 fieles de la Prelatura, que servirán con toda su alma a la Iglesia, tan necesitada de ministros sagrados que luchen por ser santos, doctos, alegres y deportistas en la vida espiritual, como deseaba san Josemaría, y urge a rogar a Dios con insistencia que nunca falte este don en el mundo entero, con seminaristas y sacerdotes santos en las diócesis.
El comienzo de este mes, afirma, trae a nuestra mente la verdad tan consoladora de la Comunión de los santos. Hoy recordamos especialmente a los fieles que ya gozan de la Santísima Trinidad en el Cielo, y mañana estarán muy presentes en nuestras oraciones los fieles difuntos, que aún se purifican en el Purgatorio, con quienes hemos de trabar una honda amistad, y recuerda la devoción con que san Josemaría transcurría esta jornada, deseando que −gracias también a los sufragios que ofrece la Iglesia− las benditas ánimas recibiesen la remisión total de las penas temporales debidas por los pecados, y así poder llegar a la presencia beatificante de Dios.
Tanto le urgía −asegura− esta manifestación de misericordia, de caridad, que dispuso que en el Opus Dei se aplicara frecuentemente la celebración de la Santa Misa, la Sagrada Comunión y el rezo del Rosario por el descanso eterno de sus hijas y de sus hijos, de nuestros padres y hermanos, de los Cooperadores difuntos, y por todos los que han dejado este mundo. Seamos generosos en la aplicación de esos sufragios y añadamos de nuestra parte lo que nos parezca oportuno; sobre todo el ofrecimiento de un trabajo acabado con perfección, con espíritu alegre de oración y de penitencia.
Son frecuentes a lo largo de su Carta las reflexiones que el Prelado propone, tradicionales en la doctrina y en la conducta cristianas, que encierran un realismo sobrenatural y humano, con claras señales de que la sabiduría cristiana, desde la fe, confiere tranquilidad y confianza al alma, y de las que san Josemaría nos enseñó a sacar consecuencias prácticas de la meditación sobre este momento y, en general, sobre los novísimos. Por ejemplo, cuando el Señor llamaba a su presencia a alguna hija o a algún hijo suyo en edad juvenil, protestaba filialmente y experimentaba un profundo dolor; aunque, enseguida, aceptaba la Voluntad divina, que sabe lo que realmente nos conviene. “Fiat, adimpleátur...”, rezaba. “¡Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios sobre todas las cosas! Amén. Amén”. Y alcanzaba la paz.
Y concluye Mons. Echevarría su Carta con varias peticiones: Hijas e hijos míos, esforcémonos por transmitir esta alegría y esta seguridad de la fe. Recemos cada día por las personas que rendirán el alma al Señor, para que se abran a la abundantísima gracia que Dios, por intercesión de su Santísima Madre, conceden esos momentos. Y sigamos orando por la santidad de todos los hogares de la tierra, para que las conclusiones del reciente Sínodo impulsen a seguir con completa fidelidad los designios de salvación que el Señor ha inscrito en el núcleo mismo del matrimonio y de la familia.