Encuentro del Papa emérito Benedicto XVI con el director de un tabloide alemán
Un sábado en Roma. Visitamos a Benedicto XVI. Nuestro Papa. Hace diez años, el cardenal Joseph Ratzinger fue el primer sucesor alemán a la Sede de Pedro después de 500 años. Y sólo han pasado un poco más de dos años desde que era el líder de 1,2 millones de católicos de todo el mundo, el Papa Benedicto Emérito.
Todavía vive en el Vaticano. Por supuesto, ya no en el palacio apostólico, sino muy por encima de la plaza de San Pedro, pero modestamente, en un antiguo monasterio, detrás de la Basílica de San Pedro. "Oculto a los ojos del mundo", como él mismo dijo en su renuncia. Todavía se llega a él a través de la Puerta de Santa Ana, recibidos por la Guardia Suiza, acompañados por un oficial de la policía del Vaticano.
Una sala de recepción pequeña, una escalera de madera lleva a la primera planta. El salón es luminoso, sofá de cuero blanco confortable, una simple silla. Una librería ocupa del suelo al techo, TV de pantalla plana y reproductor de DVD. En las paredes, santos iconos. Una mesa de café, el piano, una foto en blanco y negro de su hermano Georg.
Y entonces él aparece allí, en la puerta, nuestro Papa. Ojos relucientes, sonriendo, apoyándose en un andador. Sotana blanca, sandalias marrones simples. "Es bueno tenerte aquí". Está de buen humor, muy despierto, no hay rastro del agotamiento que le produjo el peso del pontificado y que le llevó a su renuncia al final. Benedicto se sienta en el sofá. Se muestra cercano, irradia la calidez y la seguridad de una persona que está en paz consigo mismo y con sus decisiones.
"Somos Papa" −fue el titular de BILD cuando se produjo la elección del Papa alemán−. "Somos Papa", un título que dio la vuelta al mundo. El artista de Berlín Albrecht Klink lo inmortalizó con una escultura hecha de madera de abedul. Un regalo para Benedicto. Él coge la madera entre sus manos, acariciándola ligeramente. Una portada en movimiento fue, dice, lo que le permitió sentir la conexión con sus compatriotas.
Sus días son ahora mucho más tranquilos, dijo Benedicto, porque ya no debe recibir a tantos visitantes. Cada tarde habla con su hermano Georg y se cuentan su jornada. En aquel momento, después de su elección como Papa, su principal preocupación era que ya no podrían verse tan a menudo. "Pero descubrimos que hay teléfono", Benedicto sonríe bromeando. Georg visitó a Benedicto en agosto, durante cuatro semanas. Tiene 91 años y está casi ciego.
Casi con pasión, con espíritu muy vivaz, Benedicto habla de sus últimos viajes como Papa a Jordania, Israel y el Líbano. De los numerosos encuentros con los jóvenes de estas regiones afectadas por la crisis. Sus pensamientos y preocupaciones con las guerras actuales, la migración de los pueblos. Europa, con sus enormes problemas.
Para estas personas reza Benedicto cuando cada tarde pasea por los jardines vaticanos durante 20 minutos, incluso después de nuestra conversación, junto con el arzobispo Gänswein. Rezan el rosario. La ruta siempre es la misma, partiendo de la Gruta de Lourdes. Un pequeño carrito de golf le lleva a la gruta, donde hay un segundo andador que le ayuda a caminar. Él celebra la comunión con Dios en esos momentos, dice Benedicto. Y se despide con un apretón de manos, mientras envuelve con las suyas, cálidas, las de la otra persona. Al igual que él siempre hizo como Papa.
Kai Diekmann. Director de la Revista alemana BILD.