El Papa dedicó su catequesis a reflexionar sobre uno de los fundamentos desde los que se construye la familia
Queridos hermanos y hermanas:
Reflexionamos hoy acerca de la fidelidad a la promesa de amor entre el hombre y la mujer sobre la cual está fundada la familia, y que lleva en sí el compromiso de acoger y educar a los hijos, cuidar de los padres ancianos y de los miembros más débiles de la familia, ayudándose mutuamente a desarrollar las propias cualidades y a aceptar las limitaciones.
En la actualidad, algunos factores como la búsqueda a toda costa de la propia satisfacción, o la exaltación innegociable de la libertad, han debilitado la fidelidad a esta promesa, deshonrando la fidelidad con el incumplimiento de las promesas o siendo muy indulgentes con la inobservancia de la palabra dada.
Es necesario restituir el honor social a la fidelidad del amor, sabedores de que la fidelidad del hombre a la promesa depende siempre de la gracia y de la misericordia de Dios, y de que el vínculo que se crea por el amor o la amistad es bello y nunca destruye la libertad. Al contrario libertad y fidelidad se sostienen mutuamente tanto en las relaciones interpersonales como en las sociales.
La familia juega un papel muy importante en todo esto, pues, mediante el amor y la generación, se convierte en transmisora de esa sorprendente obra maestra de humanidad que es la fidelidad, vivida como una bendición perenne de Dios, y que expresa también de forma misteriosa la relación de Cristo con la Iglesia.
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Los invito a rezar por los Padres del Sínodo, que el Señor bendiga su trabajo, desarrollado con fidelidad creativa y con la firme esperanza de que el Señor es el primero en ser fiel a sus promesas. Que Dios los bendiga.
Queridos hermanos y hermanas, en la pasada meditación reflexionamos sobre las importantes promesas que los padres hacen a los niños desde que son pensados en el amor y concebidos en el seno. Podemos añadir que, bien visto, toda la realidad familiar se funda en la promesa −pensad esto bien: la identidad familiar se funda en la promesa−: se puede decir que la familia vive de la promesa de amor y de fidelidad que el hombre y la mujer se hacen el uno a la otra.
Y comporta el compromiso de acoger y educar a los hijos; pero se realiza también al cuidar a los padres ancianos, al proteger y atender a los miembros más débiles de la familia, al ayudarse mutuamente para desarrollar sus cualidades y aceptar sus limitaciones. Y la promesa conyugal se extiende a compartir los gozos y sufrimientos de todos los padres, madres e hijos, con generosa apertura a la convivencia humana y al bien común. Una familia que se encierra en sí misma es como una contradicción, una mortificación de la promesa que la hizo nacer y la hace vivir. No lo olvidéis nunca: la identidad de la familia es siempre una promesa que se extiende, y se extiende a toda la familia e incluso a toda la humanidad.
En nuestros días, el honor de la fidelidad a la promesa de la vida familiar parece muy debilitado. Por una parte, porque un malentendido derecho a buscar la satisfacción propia, a toda costa y en cualquier relación, se exalta como un principio no negociable de libertad. Por otra parte, porque se fían exclusivamente a la obligación de la ley los vínculos de la vida de relación y del compromiso por el bien común. Pero, en realidad, nadie quiere ser amado solo por sus bienes o por obligación. El amor, igual que la amistad, deben su fuerza y su belleza precisamente a este hecho: que generan un vínculo sin quitar la libertad. El amor es libre, la promesa de la familia es libre, y esa es la belleza. Sin libertad no hay amistad, sin libertad no hay amor, sin libertad no hay matrimonio.
Así pues, libertad y fidelidad no se oponen una a la otra, es más, se apoyan mutuamente, tanto en las relaciones interpersonales como en las sociales. Pensemos, por ejemplo, en los daños que producen, en esta civilización de la comunicación global, la inflación de promesas no cumplidas, en tantos campos, y la indulgencia por la infidelidad a la palabra dada y a los compromisos adquiridos.
Sí, queridos hermanos y hermanas, la fidelidad es una promesa de compromiso que se cumple creciendo en la libre obediencia a la palabra dada. La fidelidad es una confianza que “quiere” ser realmente compartida, y una esperanza que “quiere” ser cultivada juntos. Y hablando de fidelidad, me viene a la cabeza lo que nuestros ancianos, nuestros abuelos contaban: “En aquellos tiempos, cuando se hacía un acuerdo, un estrechón de manos era suficiente, porque estaba la fidelidad a las promesas”. Y eso, que es un hecho social, también tiene origen en la familia, en el estrechón de manos del hombre y la mujer para ir adelante juntos, toda la vida.
¡La fidelidad a las promesas es una auténtica obra de arte de la humanidad! Si miramos su audaz belleza, nos da miedo, pero si despreciamos su valiente tenacidad, estamos perdidos. Ninguna relación de amor −ninguna amistad, ninguna forma de querer, ninguna felicidad del bien común− llega a la altura de nuestro deseo y de nuestra esperanza, si no llega a vivir ese milagro del alma. Y digo “milagro”, porque la fuerza y la persuasión de la fidelidad, a pesar de todo, no acaban de encantarnos y de asombrarnos. El honor a la palabra dada, la fidelidad a la promesa, no se pueden comprar ni vender. No se pueden obligar por la fuerza, ni tampoco proteger sin sacrificio.
Ninguna otra escuela puede enseñar la verdad del amor, si la familia no lo hace. Ninguna ley puede imponer la belleza y la herencia de este tesoro de la dignidad humana, si el vínculo personal entre amor y generación no la escribe en nuestra carne.
Hermanos y hermanas, es necesario devolver el honor social a la fidelidad del amor: ¡devolver el honor social a la fidelidad del amor! Es necesario sacar de la clandestinidad el diario milagro de millones de hombres y mujeres que regeneran su fundamento familiar, del que toda sociedad vive, sin ser capaz de garantizarlo de ningún otro modo. No es casualidad que este principio de la fidelidad a la promesa del amor y de la generación esté escrito en la creación de Dios como una bendición perenne, a la que se confía el mundo.
Si san Pablo puede afirmar que en el vínculo familiar está misteriosamente revelada una verdad decisiva también para el vínculo del Señor y de la Iglesia, quiere decir que la Iglesia misma encuentra aquí una bendición que debe proteger y de la que aprender siempre, mucho antes de enseñarla y aplicarla. Nuestra fidelidad a la promesa está, en todo caso, siempre confiada a la gracia y a la misericordia de Dios. El amor por la familia humana, en la buena y en la mala suerte, es un punto de honor para la Iglesia. Que Dios nos conceda estar a la altura de esta promesa. Y pidamos también por los Padres del Sínodo: que el Señor bendiga su trabajo, hecho con fidelidad creativa, con la confianza de que Él, el Señor −¡Él el primero!−, es fiel a sus promesas. Gracias.
En alemán
Octubre es el mes del Santo Rosario. Os pido que recéis en vuestras familias el Rosario, en concreto por el Sínodo de la Familia, para que la Virgen María nos ayude a cumplir la voluntad de Dios.
En árabe
Seguid acompañando al Sínodo con vuestra oración, y sed testigos de la presencia constante de Dios en el mundo a través de vuestra vida familiar.
En polaco
Mañana celebramos la memoria de San Juan Pablo II, el Papa de la familia. Sed seguidores suyos en la atención a vuestras familias y a todas las familias, especialmente las que pasan dificultad espiritual o material. Por intercesión de San Juan Pablo II pidamos que el Sínodo de Obispos, que ya está terminando, renueve en toda la Iglesia el sentido del innegable valor del matrimonio indisoluble y de la familia sana, basada en al amor recíproco del hombre y de la mujer, y en la gracia divina.
En italiano
Un pensamiento especial dirijo a los jóvenes, enfermos y recién casados. Mañana es la memoria litúrgica de San Juan Pablo II. Queridos jóvenes, que su testimonio de vida sea ejemplo para vuestro camino; queridos enfermos, llevad con alegría la cruz del sufrimiento como él nos enseñó con su ejemplo; y vosotros, queridos recién casados, pedid su intercesión para que en vuestra nueva familia no falte nunca el amor.
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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