El papa Francisco está revolucionando los corazones salvadoreños con su cariño, preocupación y petición al mundo entero para que oren por la paz en El Salvador
Supongo que se ha conmovido por las tristes noticias que se dicen del país, tal como el vil e injusto asesinato de una madre responsable, cuyo único pecado fue clamarle a su hijo que se saliera de las pandillas...
Por esto, me permito seguir compartiendo las ideas del Obispo de Roma, comenzando por lo que dice sobre el perdón, cuyo texto copio a continuación y espero lleven consuelo a los parientes de la madre asesinada cruelmente:
“No existe familia perfecta. No tenemos padres perfectos, no somos perfectos, no nos casamos con una persona perfecta ni tenemos hijos perfectos. Tenemos quejas de unos a otros. Nos decepcionamos los unos a los otros. Por lo tanto, no existe un matrimonio saludable ni familia saludable sin el ejercicio del perdón. El perdón es vital para nuestra salud emocional y supervivencia espiritual. Sin perdón la familia se convierte en un escenario de conflictos y un bastión de agravios. Sin el perdón la familia se enferma. El perdón es la esterilización del alma, la limpieza de la mente y la liberación del corazón. Quien no perdona no tiene paz del alma ni comunión con Dios. El dolor es un veneno que intoxica y mata... El perdón trae alegría donde un dolor produjo tristeza; y curación, donde el dolor ha causado enfermedad”.
¿Por qué debería perdonar y recibir el perdón de quien injustamente me haya agredido, engañado y defraudado? Razón fundamental es que perdonar es un arte inteligente, es “tomar una decisión consciente de dejar de odiar, porque el odio no ayuda nunca. Como un cáncer, el odio se extiende a través del alma hasta destruirla por completo”, ha escrito Johann Christoph Arnold, autor de “El arte perdido de perdonar”.
Jaime Nubiola, filósofo español, agrega: “El perdón no es sentimentalismo edulcorado; es una condición indispensable para poder vivir una vida plenamente humana... No es difícil ver a nuestro alrededor muchas personas que hacen del rencor el doloroso centro de su vida y a veces incluso el principal motor de su existencia. Cuántos hermanos que no se hablan, vecinos que no se tratan, matrimonios que se separan entre violentas recriminaciones. A esas situaciones extremas se llega casi siempre porque se piensa ingenuamente que no hace falta hablar, que no hace falta pedir perdón, que el tiempo solucionará la afrenta. Sin embargo, todos tenemos comprobado que el paso del tiempo en muchas ocasiones no hace más que enconar las heridas y ensanchar el resentimiento”.
Dar y aceptar el perdón no es dejar pasar el tiempo, sino aplicar la inteligencia para limpiar bien la herida, para distinguir entre la agresión y el agresor, entre la ofensa y la persona que la ha causado, para descubrir el camino del perdón. Mientras se identifique al agresor con la ofensa, no es posible que cicatrice la herida ni es posible el perdón. El odio es un mecanismo en el que el agresor no es un blanco por lo que hace, sino por lo que es. Cuando se odia al otro por lo que es, no hay solución: hay que hacerlo desaparecer, explica Nubiola. Es el resentimiento destrozando el alma...