Existe un problema producido al leer deliberadamente en una clave errada por conveniencia, o cuando se desconoce el sentido de las palabras
No es infrecuente que la mala comprensión de una palabra conduzca al error. Por ejemplo, eso ocurre con el vocablo valores, al que se dan diversos significados dependiendo del pensamiento de quien lo utilice. Eso está sucediendo con la voz excomunión, traída y llevada por los diversos medios de comunicación con motivo de los divorciados vueltos a casar. Sin ir más lejos, el Papa Francisco recordó en su última audiencia pública que esas personas no están excomulgadas. Enseguida se ha deducido −no sé si intencionadamente o no− que pueden comulgar. Pero resulta que no pueden hacerlo. ¿Por qué? Ahora lo vemos.
No poder comulgar es sencillamente no poder acercarse a tomar el Cuerpo de Cristo. Pero la excomunión es otro asunto más grave. Basta leer algunos párrafos del Código de Derecho Canónico. Resumo: al excomulgado se le priva de la comunión jurídica que une al fiel con la Iglesia en cuanto comunidad visible, es decir conlleva la pérdida de los derechos y obligaciones que tiene en cuanto fiel, sea sacerdote, religioso o laico. Por citar algunos supuestos de excomunión: por apostasía, herejía o cisma, por procurar el aborto si se logra el efecto, profanación de las especies sacramentales, por violación del sigilo debido en el sacramento de la Penitencia… Sintetizando: mientras no cese la pena de excomunión, el culpable no puede participar en ninguna ceremonia de la Iglesia.
El asunto de que los divorciados vueltos a casar no puedan recibir la comunión eucarística no sucede por razón penal alguna. Sencillamente se encuentran en una situación de pecado, que se resolvería con la confesión, pero no pueden acudir a ella porque faltaría dolor de ese pecado y propósito de no volver a cometerlo, a menos que decidan no cohabitar. La imposibilidad de confesarse, de la que solamente son culpables los divorciados que se han vuelto a casar civilmente, acarrea una valla insalvable para comulgar. Por explicarlo de algún modo, aunque no sea exacto, un excomulgado sería como el que ha sido privado de su nacionalidad; uno que es apartado de la Eucaristía sería alguien a quien se le prohíbe acercarse a una persona. Ahora bien, cada caso es diverso. Y a ello aludía Francisco en la citada audiencia. Después de explicar que esa situación contradice el sacramento cristiano del matrimonio, añade algo que no es nuevo y que consideramos a continuación.
Porque la Iglesia es madre y esas parejas no han sido excomulgadas, procura atenderlas solícitamente, sin hacer juicios apresurados de nadie, viendo caso por caso. Por ejemplo, sí podrían acudir a la confesión y comunión eucarística aquellos que por su edad no vayan a ejercer la intimidad de la convivencia marital; o los que siendo más jóvenes y habiendo formado un grupo estable −incluidos los hijos−, decidan vivir como hermano y hermana; o los que han abandonado la pareja del matrimonio contraído después del divorcio… Sabiendo, por otra parte que, como dice Francisco con palabras de Benedicto XVI, no existen recetas simples. En todo caso, la Iglesia debe acogerlos precisamente porque no están excomulgados, forman parte de ella, y se les debe atender con solicitud, aunque no puedan acudir a la comunión.
La Iglesia siempre ha puesto empeño, y quizá más en los últimos tiempos, en no tratarlos como apestados. Cualquier sacerdote podría exponer ejemplos de atención a personas afectadas en el modo descrito. Y cualquiera de ellos podría mostrar cómo cada caso es diverso del resto. Quizá no lo hagamos ninguno por prudencia, porque alguien jugaría a las adivinanzas de quién es quién. Pero todos los interesados saben que son tratados igual que los demás tanto en las conversaciones de acompañamiento espiritual como en los muchos modos de atención y formación que posee la Iglesia en sus distintas instancias. Enseguida cito algunos.
Mas estos casos crecen progresivamente, sin importarles su situación −por qué negarlo− a muchos de ellos, lo que también es penoso porque denota el fácil alejamiento de la Iglesia ante determinados conflictos. Pero, como recuerda Francisco, la Iglesia no ha sido ajena a esta problemática, de modo que puede leerse en el Catecismo aprobado por Juan Pablo II en 1992: Respecto a los viven en esta situación y que con frecuencia conservan la fe y desean educar cristianamente a sus hijos, los sacerdotes y toda la comunidad deben dar prueba de una atenta solicitud, a fin de que aquellos no se consideren como separados de la Iglesia, de cuya vida pueden y deben participar en cuanto bautizados. Y pone ejemplos de esa participación: escuchar la Palabra de Dios, frecuentar la Misa, participar en obras de caridad, educación cristiana de los hijos, cultivar el espíritu de penitencia para implorar la gracia de Dios…
Pero existe un problema en los medios de comunicación: es lo que podría denominarse el síndrome de Francisco, producido al leerlo deliberadamente en una clave errada por conveniencia, o cuando se desconoce el sentido de las palabras; síndrome que puede venir facilitado por la frescura, lozanía y libertad con las que el Papa se expresa, más atento a mostrar la misericordia de la Madre que a las posibles interpretaciones equivocadas.