El Prelado repasa algunas de las fiestas litúrgicas del mes de agosto y, con ocasión del Año mariano por la familia que se vive en el Opus Dei, realiza algunas consideraciones sobre el papel de los padres en la educación afectiva de los hijos
Además de la celebración de otras advocaciones marianas, que nos colman de gozo, se refiere Mons. Javier Echevarría a la solemnidad, en este mes de agosto, de la Asunción de la Virgen, afirmando que además de celebrar la gloria que mereció nuestra Madre por su total correspondencia a la gracia de Dios, es también una imagen de la bienaventuranza que nos espera, si respondemos con fidelidad a la vocación cristiana y, también, el día 23, fecha que nos trae el aniversario del momento en que san Josemaría escuchó en su alma aquella exhortación: “Adeámus cum fidúcia ad thronum glóriæ, ut misericórdiam consequámur: vayamos con confianza al trono de la gloria, a María Santísima, para alcanzar misericordia”.
Estas fechas, continua el Prelado, invitan también a considerar que Dios nos ha preparado una morada eterna en el Cielo, donde habitaremos con el alma y el cuerpo glorificados, tras seguir lealmente el camino que Dios haya marcado a cada persona, conscientes de que son muchos −innumerables− los modos de recorrer la senda que conduce a la gloria, afirmando que el Señor llama a la mayor parte de los hombres y mujeres a santificarse en el estado matrimonial; otros, también muchos, reciben el don del celibato, con el que sirven a la Iglesia y a las almas (…) En cualquier caso −sea en el matrimonio, sea en el celibato− se trata siempre de una vocación divina, un llamamiento que el Señor dirige a cada criatura.
Se refiere más adelante al papel de los padres en la educación afectiva de los hijos, a los que se precisa ayudarles a adquirir la preparación idónea para su libre elección del camino que les lleve a Dios, tarea muy propia también de los padres, afirmando que la Iglesia ha insistido siempre en que los padres y madres no pueden delegar esta obligación en otras personas, y hace referencia a algunas enseñanzas de los Romanos Pontífices y, en concreto, a la exhortación apostólica Familiaris consortio, de san Juan Pablo II, quien reafirma que «la educación para el amor como don de sí mismo constituye también la premisa indispensable para los padres (...). Ante una cultura que "banaliza" en gran parte la sexualidad humana, porque la interpreta y la vive de manera reductiva y empobrecida, relacionándola únicamente con el cuerpo y el placer egoísta», por lo que en este contexto, es del todo irrenunciable la educación para la castidad, como virtud que desarrolla la auténtica madurez de cada hombre, de cada mujer, y les vuelve capaces de respetar y promover la pertenencia del cuerpo a Dios. Por eso, quienes presiden la familia han de poner una atención y un cuidado especial, discerniendo los signos de la llamada de Dios a la educación para la virginidad, como forma suprema del don de uno mismo que constituye el sentido intrínseco de la sexualidad humana.
Después de otras consideraciones, se refiere el Prelado al noviazgo, como paso previo al estado matrimonial, sobre el que san Josemaríarecomendaba que el tiempo del noviazgo no se prolongase demasiado: lo lógico para llegar a un suficiente conocimiento mutuo y comprobar la existencia de un amor, que deberá después crecer siempre más. Mientras tanto, es preciso atenerse con templanza y señorío a las exigencias de la ley de Dios. Por desgracia, continua Mons. Echevarría, también en este campo se han difundido ideas y comportamientos erróneos, que contrastan frontalmente con la ley natural y la ley divina positiva. El Papa Francisco, en una audiencia, exponía meses atrás algunos puntos de la enseñanza tradicional de la Iglesia. Entre otros, recuerda que “la alianza de amor entre el hombre y la mujer, alianza por la vida, no se improvisa, no se hace de un día para otro. No existe el matrimonio express: es necesario trabajar en el amor, es necesario caminar. La alianza del amor entre el hombre y la mujer se aprende y se afina”. Y añade con realismo: “quien pretende querer todo y enseguida, luego cede también en todo −y enseguida− ante la primera dificultad (o ante la primera ocasión)”.
Después de algunas reflexiones referentes a las consecuencias de la atención de los padres al desarrollo físico y espiritual de los hijos, vuelve al principio de su Carta pastoral, para afirmar que san Josemaría fue, por querer de Dios, un heraldo decidido de la llamada a la santidad en todos los estados. Repetía a menudo que bendecía el amor de los esposos con sus dos manos de sacerdote, y cita, en este sentido, algunas consideraciones del Fundador del Opus Dei en Conversaciones, n. 92.
Concluye el Prelado su Carta pastoral: hace pocos días, he tenido ocasión de acercarme a Lourdes y, con la imaginación, a todos los santuarios dedicados a nuestra Madre, acompañándoos a los lugares a donde vayáis. No dejéis de uniros a mi oración por el Papa, sus intenciones y el próximo Sínodo sobre la familia. Fechas atrás me repetían personas ajenas a la Obra: "En el Opus Dei se ama mucho a la Virgen"; no les falta razón, y hemos de esforzarnos −cada una, cada uno− en ir a más.