Las quejas por "lo mal que está todo" impiden fijarnos en el mucho bien que se hace
No hablo de la sociedad política, sino de la sociedad civil. Dejando a un lado, por incalculable, el bien que millones de personas concretas hacen a otras, hay miles de organizaciones de ayuda, beneficencia y apoyo. Unas más grandes que otras, la mayoría desconocidas, casi todas dependiendo de la solidaridad privada, de la ayuda de cientos de miles de personas que permanecen en el anonimato.
Cáritas es de las más conocidas, pero existen muchas otras que llegan donde pueden, a ayudar a 40 ó 50 personas.
La suma de todo eso no se ha hecho nunca pública. Estará en los registros pero nadie se ha preocupado de contarlo y de hacer este recuento de dignidad y solidaridad.
Leyendo la autobiografía de George Sand, la mujer que escandalizó a su época, publicada en 1855, veo esto: «Quizá algún día tendremos una civilización tan rica y cristiana que no diga más a los incapaces: “¡Lo siento mucho, arréglate como puedas! ¿No comprenderá jamás la humanidad que aquellos que solo saben amar son útiles para todo?”»
Lo que en 1855 parecía un horizonte lejano en 2015, al menos en una parte del mundo, es una realidad. Hay muchos miles de personas que ayudan y cuidan a quienes son menos capaces.
Es verdad que nunca es suficiente, que hay gente aún que se queda marginada sin culpa propia o con culpa, pero que es merecedora de ayuda. Pero se ha hecho mucho.
La novela del XIX, en especial las de Dickens y Dostoievski, está llena de ejemplos de lo que era vivir sin vivir mucha gente, la pobre gente humillada y ofendida. Ya no es así en nuestro tiempo, ni siquiera en la crisis.
Ignoro por qué hablar del bien no queda bien, quizá porque el drama atrae más que, no ya la comedia, sino la normalidad de vida. Siempre habrá motivos de queja, pero de vez en cuando no viene mal mencionar el bien que se hace, tanto más que quienes lo hacen prefieren el silencio al espectáculo.