El noviazgo es un itinerario de vida que debe madurar como la fruta, hasta el momento que se convierte en matrimonio
El Santo Padre, en una de las audiencias de los miércoles, dedicadas a la familia, acaba de hablar de los novios y del noviazgo. Y lo ha hecho de una manera muy clara, simple, directa, diciendo las cosas por su nombre. E hizo referencia a la extraordinaria novela de Alessandro ManzoniI promessi sposi: Vosotros italianos, tenéis una obra maestra literaria sobre el noviazgo, ‘Los novios’. Es necesario que los jóvenes la conozcan, que la lean; es una obra maestra donde se cuenta la historia de unos novios que han padecido mucho dolor, ha recorrido un camino lleno de tantas dificultades hasta llegar al final, al matrimonio. Leedla y veréis la belleza, el sufrimiento, pero también la fidelidad de los novios.
He aquí un extracto, pero si clicáis sobre este enlace podréis leer toda la intervención.
El noviazgo −en italiano fidanzamento− tiene relación con la confianza, la familiaridad, la fiabilidad. Familiaridad con la vocación que Dios da, porque el matrimonio es ante todo el descubrimiento de una llamada de Dios. Ciertamente es algo hermoso que hoy los jóvenes puedan elegir casarse partiendo de un amor mutuo. Pero precisamente la libertad del vínculo requiere una consciente armonía de la decisión, no sólo un simple acuerdo de la atracción o del sentimiento, de un momento, de un tiempo breve... requiere un camino.
El noviazgo es el tiempo en el cual los dos están llamados a realizar un buen trabajo sobre el amor, un trabajo partícipe y compartido, que va a la profundidad. Ambos se descubren despacio, mutuamente, es decir, el hombre conoce a la mujer conociendo a esta mujer, su novia; y la mujer conoce al hombre conociendo a este hombre, su novio. No subestimemos la importancia de este aprendizaje: es un bonito compromiso y el amor no es sólo una felicidad despreocupada, una emoción encantada...
El amor de Dios creó las condiciones concretas de una alianza irrevocable, sólida, destinada a durar. La alianza de amor entre el hombre y la mujer, alianza por la vida, no se improvisa, no se hace de un día para el otro. No existe el matrimonio express: es necesario trabajar en el amor, es necesario caminar. Se trata de una alianza artesanal. Hacer de dos vida una vida sola, es incluso casi un milagro, un milagro de la libertad y del corazón, confiado a la fe.
Nuestras «coordenadas sentimentales» están un poco confusas. Si prevalece la costumbre de consumir el amor como una especie de complemento del bienestar psicofísico, no hay esperanza para la confianza y la fidelidad del don de sí. No es esto el amor. El noviazgo fortalece la voluntad de custodiar juntos algo que jamás deberá ser comprado o vendido, traicionado o abandonado, por más atractiva que sea la oferta. Es un largo camino este itinerario de noviazgo.
La Iglesia custodia la distinción entre ser novios y ser esposos. No es lo mismo. Precisamente, en vista de la delicadeza y la profundidad de esta realidad, no despreciemos con ligereza esta sabia enseñanza. Los símbolos fuertes del cuerpo poseen las llaves del alma: no podemos tratar los vínculos de la carne con ligereza, sin abrir alguna herida duradera en el espíritu como recuerda Pablo a los corintios. La cultura y la sociedad actual no son generosas con los jóvenes que tienen serias intenciones de formar una familia y traer hijos al mundo. Es más, a menudo presentan mil obstáculos, mentales y prácticos.
Muchas parejas están juntas mucho tiempo, tal vez también en la intimidad, a veces conviviendo, pero no se conocen de verdad. Parece extraño, pero la experiencia demuestra que es así. El noviazgo es un itinerario de vida que debe madurar como la fruta, hasta el momento que se convierte en matrimonio. Por ello se debe revaluar el noviazgo como tiempo de conocimiento mutuo y de compartir un proyecto.
El camino de preparación al matrimonio se debe plantear valiéndose del testimonio sencillo pero intenso de cónyuges cristianos; de la «oración doméstica»; de los sacramentos; de la fraternidad con los pobres, que nos invitan a la sobriedad y a compartir. Los novios que se comprometen en esto crecen los dos y todo esto conduce a preparar una bonita celebración del Matrimonio de modo diverso, no mundano sino con estilo cristiano.
Que cada pareja de novios le diga al otro: «Te convertiré en mi esposa, te convertiré en mi esposo». Esperar ese momento. Es un momento, es un itinerario que va lentamente hacia adelante, es un itinerario de maduración. Las etapas del camino no se deben quemar.
La maduración se hace así, paso a paso. El tiempo del noviazgo puede convertirse de verdad en un tiempo de iniciación… ¡a la sorpresa! A la sorpresa de los dones espirituales con los cuales el Señor, a través de la Iglesia, enriquece el horizonte de la nueva familia. Debemos rezar a la Sagrada Familia de Nazaret: Jesús, José y María, para que la familia recorra este camino de preparación, para que los novios puedan comprender la belleza de este camino hacia el Matrimonio.
Y a los novios que están en la plaza: ¡Feliz camino de noviazgo!