Es evidente que ese afán por el laicismo y la neutralidad pura y dura no puede ser más que un ideal ingenuo
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Una persona creyente no puede abstenerse de manifestar juicios políticos acorde a la visión que tiene del mundo y de la humanidad, como tampoco puede hacerlo una persona agnóstica o atea.
Hay personas que tienen la clara evidencia de que política y religión deben estar radicalmente separadas ya que son dos realidades antagónicas que entran en conflicto cuando se superponen en un mismo marco. Es evidente que cada uno puede tener sus razones y quienes sostienen este planteamiento presentan argumentaciones bien razonadas.
Sin embargo, más allá del ámbito teórico la realidad nos muestra que esta neta separación no es tal. A comienzos del mes de noviembre Benedicto XVI visitó las ciudades de Santiago y Barcelona. Su presencia, sin embargo, trascendió el ámbito religioso para llenar las secciones de política de todos los medios de comunicación por la sencilla razón de que el ser humano no es un ser de ideas neutras sino que éstas están animadas, proyectadas por sus creencias —religiosas, ideológicas, etc.— que determinan su modo de comprender el mundo, también la vida en sociedad.
De este modo política y religión no están tan separadas y lo del César no está tan claro que sea tan sólo del César. Es evidente que ese afán por el laicismo y la neutralidad pura y dura no puede ser más que un ideal ingenuo. Una persona creyente no puede abstenerse de manifestar juicios políticos acorde a la visión que tiene del mundo y de la humanidad, como tampoco puede hacerlo una persona agnóstica o atea.
Tampoco sería justo ni para el primero ni para los segundos que sus pensamientos fueran unos en sociedad y otros en su vida privada. Por otro lado tampoco sería razonable admitir todas las posibles cosmogonías existentes excepto la cristiana, porque eso produciría una diferenciación social por razón de creencias, permitiendo a quienes no fueran cristianos una especie de bula o salvoconducto para introducir sus ideas en el marco político. Tampoco sería racional, no obstante, una teocracia.
Las ideologías son interpretaciones sobre el mundo y la humanidad como lo es la religión. Cuando se habla de un estado laico, neutro, es una aspiración utópica, por irreal e imposible ya que, como decía, las ideas están animadas por la cosmovisión que se profesa. Ningún gobernante ni político carece de una visión de la realidad ni posee ideas neutras que no conlleven cierto adoctrinamiento. Por tanto, la persona religiosa, y consecuentemente su creencia, también tiene derecho a tener un rol dentro del ámbito político y de la sociedad.