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El mejor negocio, o al menos el más seguro, es una funeraria. Nunca faltan clientes. La única sombra en el negocio es que un día el cliente será el propio dueño. Y sigue siendo negocio aunque no hayan nacido las personas gracias a la eficacia de las clínicas abortistas que, además, son más caras y producen mayores beneficios incluso.
¿Por qué ese interés gubernamental de fomentar el aborto? No es porque sus componentes deseen abortar o sus hijas. Bueno habrá de todo, pero no parece esa la razón. ¿Querrán ganar votos de cara a las elecciones? Hombre a nadie sea cual sea su pensamiento o ideología debe desear que su hija pase por ese trance al menos sin cruzarle la cara al canalla que lo hizo aunque sólo sea porque lo hizo con su hija.
¿Se trata de que no haya mujeres jóvenes o no con unos traumas enormes? Si esa fuera la razón, van al revés ya que los siquiatras y los sacerdotes tenemos que escuchar unas historias bien tristes e imborrables. Si descubren que los segundos no cobramos y que la gracia de la confesión sacramental sana más y mejor esas enfermedades no daríamos abasto.
¿Por qué ese interés del aborto? Que nadie se prive del placer pero sí de las consecuencias. Estamos diciendo que las consecuencias son frustrantes. Al fin y al cabo todos sabemos que el placer de comer dulces a una edad, produce unos michelines que son muy difíciles de bajar después. ¿Acaso el placer de unos momentos compensa el remordimiento atroz del asesinato? Porque las madres que abortan en esas clínicas tienen antes o después la conciencia clara de que es un asesinato lo que han realizado y que ni los slogans ni los consejos terapéuticos recibidos por el médico matarife del momento les quita esa angustia. Les arrebatan el fruto de su vientre y el dinero que quizá no tenían.
En definitiva, sólo la falsa felicidad de un placer pasajero, es bien acogida por una parte de la sociedad inmersa en un egoísmo salvaje. Creo que se trata de una estrategia para conservar el poder. Sólo la fuerza de la juventud sana, con valores y virtudes, enviaría al garete a unos politicastros así y, ellos sabedores de su debilidad ante esa juventud, han tratado de pudrirla. Tierno Galván, hombre tan malo como listo, fomentaba la droga. Después vino el divorcio exprés, la píldora abortiva del día después, el DIU, el preservativo, etc. Así fomentan toda esa debilidad que llevamos en una naturaleza. La eutanasia es un bote de humo que llega como corolario del callo egoísta que se forma en la conciencia. Creo que sus intereses van más por ahí: mantenerse en el poder sin falta de resistencia.
Pasemos a otra cuestión. ¿Tiene acaso el poder estatal capacidad de legislar en contra de la vida? Veamos. La repercusión de Guantánamo ha sido muy grande. Torturar a terroristas o presuntos terroristas es injusto. ¡Faltaría más! Si treinta sádicos sugiere Peter Kreeft acordasen torturar a una persona, ¿podría el número hacer que la acción fuese correcta? ¿Y si fuera la sociedad entera quien lo aprobara? No. La tortura es mala. Y lo es no porque la sociedad lo diga, sino porque lo es en sí misma. El linchamiento tampoco es aceptable ¿o sí? Evidentemente, no. Todos tienen derecho a un juicio justo. Se ha de demostrar la culpabilidad, no la inocencia; ésta se presupone. In dubio pro reo. Todos tenemos derecho a recibir el beneficio de la duda. La opinión mayoritaria no convierte en lícitos los actos malos. La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos los derechos de la persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida [1].
El hecho de que algo sea aceptado por una mayoría social no es garantía moral segura. Es sólo un indicador del nivel de reconocimiento de la verdad que hay en esa sociedad. La historia de los progresos humanos y no sólo en los progresos éticos, sino también en los científicos muestra que la comprensión de la verdad suele ser, en los comienzos, minoritaria. Piénsese, por ejemplo, en los primeros movimientos en contra de la esclavitud o la discriminación racial, que nacieron con una reducida aceptación social. Daniel Defoe en Las aventuras de Robinsón Crusoe quiere que esté un hombre sólo en una isla pero la entrada del indígena Viernes en su narración no rompe la historia porque a un indígena en el S. XVIII no se le consideraba persona. ¡Qué fuerte! Pues ahora vamos para atrás. Un bebé de menos de equis semanas no es un ser humano. ¡Por favor! Hace dos días celebramos la Anunciación y María visita a los pocos días a Isabel que la reconoce como Madre de su Señor. En fin, o defendemos al hombre sea cual sea nuestra ideología o estamos asistiendo a la caída del imperio europeo con todo el seísmo que acompañará.
No todas las leyes son así. Hay leyes y normas que al no afectar a la persona de una manera moral, ética, pueden estar sometidas a cambios una vez que la sociedad está bien informada. Por ejemplo la velocidad en un tramo de carretera, etc. Ahí se funciona con unas reglas de juego en beneficio del bien común al hilo de las estadísticas y punto. Recuerdo cómo me quejaba de lo mal señalizada que estaba una curva a medio camino entre Segovia y San Rafael; una triste tarde tuve que asistir a dos chicos moribundos que se habían salido en ese tramo. Desde entonces hay una señal luminosa que recomienda ir a cincuenta. ¡Qué pena! Pero es así, la ley va detrás de la vida para defenderla y lo descubren cuando hay muertos.
No se puede forzar a la verdad a estar en relación directa con el número de personas a las que persuade. La ética natural, y con ella la dignidad de la persona, debe respetarse como algo que está por encima de la decisión de cualquier colectivo humano. No es el Estado quien otorga a los hombres sus derechos fundamentales: esos derechos no son otorgados, sino reconocidos y protegidos por el Estado, puesto que son derechos inherentes a la dignidad humana. El Estado no concede el derecho a la vida ni a la propia dignidad: ha de limitarse a reconocer y defender esos derechos.
La Iglesia protestará cada vez que corra peligro la vida humana, ya sea por el aborto, la explotación de niños, malos tratos a mujeres, injusticias económicas, abandono de enfermos o inmigrantes, o por cualquier forma de abuso o explotación. La Iglesia no desea imponer y menos coactivamente sus enseñanzas. Pero si la mayoría parlamentaria decide algo injusto, por el hecho de haberse decidido legalmente no se convertirá en justo. Cuando una ley positiva priva a una categoría de seres humanos de la protección que el ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de todos ante la ley. Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los derechos de todo ciudadano, y particularmente de quien es más débil, se quebrantan los fundamentos mismos del Estado de derecho El respeto y la protección que se han de garantizar, desde su misma concepción, a quien debe nacer, exige que la ley prevea sanciones penales apropiadas para toda deliberada violación de sus derechos [2], el ciudadano debe enfrentarse, desobedecer, luchar.
Uno de los principales cometidos de la Iglesia es sensibilizar a los hombres para que alcancen al menos un cierto grado de evidencia común respecto a las verdades fundamentales. Entre otras cosas, porque sabe bien que resultará difícil que un Estado mantenga por mucho tiempo unas leyes que vayan contra la opinión de la mayoría social. El derecho inalienable a la vida de todo individuo humano inocente constituye un elemento constitutivo de la sociedad civil y de su legislación: Los derechos inalienables de la persona deben ser reconocidos y respetados por parte de la sociedad civil y de la autoridad política. Estos derechos del hombre no están subordinados ni a los individuos ni a los padres, y tampoco son una concesión de la sociedad o del Estado: pertenecen a la naturaleza humana y son inherentes a la persona en virtud del acto creador que la ha originado. Entre esos derechos fundamentales es preciso recordar a este propósito el derecho de todo ser humano a la vida y a integridad física desde la concepción hasta la muerte [3].
La Iglesia no mantiene opiniones ni posturas propias en cuestiones estrictamente políticas la Iglesia desconfía de esas confusiones, en esta época más que en ninguna otra, sino que procura sensibilizar ante los valores morales y denunciar a quien atente contra ellos, sea quien sea, porque ni el Estado ni nadie es soberano absoluto de las conciencias ni de la sociedad. La Iglesia expresa sencillamente en voz alta un criterio ético o moral. No se presenta como un tribunal o un censor universal, ni trata de ir dando lecciones a nadie. Simplemente considera que ha recibido de Dios una luz sobre el hombre, de la cual se derivan, a su entender, los derechos y deberes humanos. Y expresa su criterio, como cualquier otra persona o institución. La posición de la Iglesia en materia política consiste en emitir, en una situación determinada, un juicio moral; en denunciar el mal, sacar a la luz el bien y animar a los hombres a buscar soluciones de forma positiva.
La Iglesia se considera responsable no solo de su bien particular, sino del bien de todos, y debe pedir que se respete el derecho de todos. Para la eficacia de ese testimonio cristiano, es importante hacer un gran esfuerzo para explicar adecuadamente los motivos de las posiciones de la Iglesia, subrayando sobre todo que no se trata de imponer a los no creyentes una perspectiva de fe, sino de interpretar y defender los valores radicados en la naturaleza misma del ser humano. La caridad se convertirá entonces necesariamente en servicio a la cultura, a la política, a la economía, a la familia, para que en todas partes se respeten los principios fundamentales, de los que depende el destino del ser humano y el futuro de la civilización.
La historia de Kierkegaard del payaso y la aldea en llamas es muy luminosa. El relato cuenta cómo en un circo de Dinamarca se declaró un incendio. El director del circo se dirigió a uno de los payasos, que ya estaba preparado para actuar, y le pidió que fuera corriendo a la aldea vecina para pedir auxilio y para avisar de que había peligro de que las llamas se extendiesen hasta la aldea, arrasando a su paso los campos secos y toda la cosecha. El payaso corrió a la aldea y pidió a sus habitantes que fuesen con la mayor urgencia al circo para apagar el fuego. Pero los aldeanos creyeron que se trataba de un truco ideado para que asistiesen en masa a la función.
Aplaudieron y hasta lloraron de risa. Pero no se movieron de allí. Al payaso le daban aún más ganas de llorar. En vano trataba de explicarles que no se trataba de un truco ni de una broma, sino que había que tomarlo muy en serio y que el circo estaba ardiendo realmente. Su énfasis no hizo sino aumentar las carcajadas. Creían los aldeanos que estaba desempeñando su papel de maravilla, y reían despreocupados..., hasta que por fin las llamas llegaron a la aldea. La ayuda llegó demasiado tarde, y tanto el circo como la aldea fueron consumidos por las llamas.
Esta narración puede servir para ilustrar la situación por la que a veces pasan los cristianos, o la propia Iglesia como tal, cuando comprueba su fracaso en el intento de que los hombres escuchen su mensaje. El tema es muy serio y no es una payasada, aunque se esfuerce en presentarse con toda seriedad, observa que muchos escuchan despreocupados, sin temor al grave peligro del que se les advierte. Pienso en el bien que está haciendo Hazte oír con su página web para creernos el gravísimo peligro que planea sobre nuestra sociedad.
Pedro Beteta López, Doctor en Teología y Bioquímica
Notas al pie:
[1] Cfr. CDF, instr. Donum vitae, 25.
[2] Catecismo de la Iglesia católica 2273. Cfr. CDF, instr. Donum vitae, 101-102.
[3] Catecismo de la Iglesia católica 2273. Cfr. CDF, instr. Donum vitae, 101-102.
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