100 años de Ortodoxia, obra clave de G.K. Chesterton
Alfa y Omega
Hoy se cumplen cien años de la publicación de Ortodoxia, uno de los libros más influyentes de Chesterton. Aunque en el momento de escribirlo todavía faltaban 14 años para la recepción de Chesterton en la Iglesia, su cabeza era ya católica
«Este libro es la respuesta de un desafío que se me ha hecho». Ortodoxia comienza con estas palabras enigmáticas del joven Chesterton, un periodista de 33 años cuyos escritos no habían pasado desapercibidos. Chesterton no dudaba en manifestar sus ideas, aunque fueran lo que hoy calificaríamos como políticamente incorrectas. En 1905 publicó Herejes: así se atrevió a llamar a los intelectuales de su época, a quienes acusaba de caer en un escepticismo que conducía inevitablemente al pesimismo.
Chesterton recuerda en Herejes que el planteamiento moderno del progreso intelectual se encuentra condicionado por la idea de «romper límites, eliminar fronteras, deshacerse de dogmas». Pero es aquí cuando Chesterton rescata el tesoro intelectual del siglo XIII: «La mente humana es una máquina para llegar a conclusiones; si no puede llegar a conclusiones está herrumbrada». La actividad mental debe desembocar, más bien, en conclusiones ciertas, que germinarán en convicciones personales.
Con estos antecedentes, no era difícil que Chesterton fuera desafiado. El reto fue escribir su itinerario intelectual. Esto es lo que nos cuenta Ortodoxia: el viaje que hizo en soledad, a través de un mar revuelto, con la única brújula del sentido común, y que le llevó al puerto seguro de la fe cristiana. Un texto coherente y lógico, salpicado de sugerentes metáforas.
Lo primero que aseguró Chesterton en su travesía fue la salud de la mente. Y es que apenas nadie se había dado cuenta de que la razón podía enfermar. ¿Cuáles eran los síntomas de esta enfermedad? Chesterton se percató de que, a diferencia de lo que se afirmaba, el loco tenía habitualmente un razonamiento perfecto. Quizá el lunático se creía Napoleón, pero difícilmente entraba en razón, puesto que los argumentos que se le daban eran rebatidos desde su punto de vista enloquecido. De ahí que, para Chesterton, un loco no sea aquel que ha perdido la razón, sino el «que lo ha perdido todo menos la razón».
El interés de Chesterton en esta patología es capital: «Me parece descubrir [en el maníaco] muchos rasgos que también descubro en los escritores contemporáneos». El diagnóstico que establece es descrito como «una racionalidad expansiva y agotadora con un sentido común contraído y mísero». La vacuna que Chesterton descubrió para asegurar la salud de la razón fue la apertura al Misterio. Al partir de lo que no se podía entender, se era capaz de razonar de modo ajustado a la realidad.
El problema del mal
Probablemente el ejemplo más claro sea el problema del mal. Los planteamientos modernos comparten un diagnóstico que lleva a ver la causa del mal como un agente externo a la persona: una experiencia, una diferencia de clase social, o una educación deficiente. Sin embargo, Chesterton constata un dato de hecho: el pecado. El hombre tiene una herida interior que le debilita para elegir el bien. Esto es precisamente la doctrina del pecado original, «el único punto de la teología cristiana realmente susceptible de prueba».
La Iglesia «ha sostenido desde el primer instante que el mal no estaba en el ambiente, sino en el hombre mismo». Éste, que había sido creado para disfrutar del don de Dios, lo rechaza. De esta forma, la criatura se inflige una profunda herida interior, que le dificulta no sólo discernir el bien del mal, lo que le hace bueno o le hace malo, sino sobre todo provoca el extravío de la voluntad para elegir el bien. En consecuencia, se hace capaz de elegir lo que le hace mal. Lo cual constituye un misterio.
El armazón intelectual que Chesterton ha adquirido por su cuenta le permite ver la realidad con un sentido: la de que el mundo tiene un Creador, que nos ha querido voluntariamente; y que el hombre, en un acto de libertad que el mismo Creador respeta, puede rechazar y no corresponder a ese amor. Pero el Creador sigue teniendo misericordia de su criatura, y continúa saliendo a buscarla. Sólo desde una actitud de apertura a estos misterios podemos hacer frente al pesimismo que siembra el relativismo en nuestra época, ya que la «desesperación consiste en figurarse que el universo carece de sentido». De ahí que el fruto de la fe sea la alegría.