Carta del Santo Padre Benedicto XVI a la Diócesis y a la ciudad de Roma sobre la tarea urgente de la educación: en las raíces de la educación hay una crisis de confianza en la vida
Todos valoramos mucho el bienestar de las personas que amamos, en particular de nuestros niños, adolescentes y jóvenes. Sabemos que de ellos depende el futuro de nuestra ciudad. Por lo tanto no podemos no preocuparnos por la formación de las nuevas generaciones, por su capacidad de orientarse en la vida y de poder discernir el bien y el mal, por su salud no sólo física sino también moral. Son las palabras del Santo Padre Benedicto XVI en una Carta, con fecha 21 de enero 2008, dirigida a los queridos hermanos y hermanas de Roma sobre el tema de la educación.
El Papa recuerda que educar nunca ha sido fácil, y hoy parece ser cada vez más difícil... Por eso, se habla de una gran emergencia educativa, debido a que a menudo nuestros esfuerzos por formar personas sólidas, capaces de colaborar con los demás y de dar un sentido a la propia vida terminan en fracasos.
De esta grave situación se le hecha la culpa tanto a las nuevas generaciones como a los adultos de hoy. Entre los padres y los profesores, y en general entre los educadores, existe la tentación de renunciar a la educación y sobre todo el riesgo de no comprender ni siquiera cuál es su papel o cuál es la misión que le corresponde. En realidad, existe una mentalidad y una forma de cultura que llevan a dudar del valor de la persona humana, del significado mismo de la verdad y del bien, y en último término, de la bondad de la vida.
Frente al desaliento que podría invadir a los educadores el Papa los exhorta: ¡no temáis! Todas estas dificultades no son insuperables. Son más bien, por así decirlo, la otra cara de la medalla de ese don grande y precioso que es nuestra libertad, con las responsabilidades que lo acompañan. Los valores más grandes del pasado no pueden ser simplemente heredados; debemos hacerlos propios y renovarlos a través de una decisión personal, que a menudo es costosa.
En la carta el Santo Padre subraya que hoy aumenta la exigencia de una educación que sea realmente tal y señala algunas exigencias de una auténtica educación: Ésta tiene sobre todo necesidad de aquella cercanía y de aquella confianza que nacen del amor... todo verdadero educador sabe que para educar debe donar algo de sí mismo y que sólo así podrá ayudar a sus alumnos a superar los egoísmos y hacerse capaces de vivir un auténtico amor... Sería, por tanto, pobre una educación que se limitase a dar nociones e informaciones, pero que dejase a un lado la gran cuestión acerca de la verdad, sobre todo aquella verdad que puede guiar nuestra vida. También el sufrimiento es parte de la verdad de nuestra vida. Por lo tanto buscando proteger exageradamente a los más jóvenes de cualquier dificultad o experiencia de dolor corremos el riesgo de hacerlos crecer, a pesar de nuestras buenas intenciones, como personas frágiles y poco generosas.
El punto más delicado de la tarea educativa, según el Papa, es encontrar un justo equilibrio entre la libertad y la disciplina. Y explica que sin reglas de conducta y de vida, afirmadas día a día también en las pequeñas cosas, no se forma el carácter y no se prepara a las personas para afrontar las pruebas que no faltarán en el futuro. La relación educativa es ante todo el encuentro entre dos libertades y la educación lograda es una formación al uso correcto de la libertad. El Papa exhorta a aceptar el riesgo de la libertad permaneciendo atentos a no secundar a los niños y a lo jóvenes en los errores, fingiendo no verlos, o, incluso peor, aceptándolos como si fueran las últimas fronteras del progreso humano. Por lo tanto la educación no puede prescindir del prestigio que hace creíble el ejercicio de la autoridad.
En la segunda parte de la carta, el Santo Padre resalta como en la educación es decisivo el sentido de la responsabilidad: responsabilidad del educador, pero también, en la medida en que se va creciendo en edad, la responsabilidad del hijo, del alumno, del joven que entra en el mundo del trabajo. Es responsable quién sabe responderse a sí mismo y a los demás. Quién cree además, y sobre todo, busca responder a Dios que lo ha amado primero. Sin duda la formación de las nuevas generaciones, en el bien y en el mal, es influenciada por las ideas, estilos de vida, leyes y orientaciones de la sociedad en la que vivimos. Sin embargo es importante recordar que la sociedad no es, sin embargo, una abstracción; la formamos nosotros, todos juntos... es necesario pues la contribución de cada uno de nosotros, de cada persona, familia o grupo social para que la sociedad, comenzando por nuestra ciudad de Roma, llegue a ser un ambiente más favorable a la educación.
El Santo Padre concluye su carta exhortando a la esperanza, alma de la educación y de toda la vida. Lamentablemente hoy nuestra esperanza se ve amenazada por distintas partes... Precisamente de aquí nace la dificultad más grande para una verdadera obra educadora: en las raíces de la educación hay una crisis de confianza en la vida. No puedo terminar esta carta sin una calurosa invitación a poner en Dios nuestra esperanza... La esperanza que apunta a Dios no es nunca esperanza solo para sí mismo, es siempre esperanza para los demás: no nos aísla, sino que nos hace solidarios en el bien, nos estimula a educarnos recíprocamente en la verdad y el amor.