En lo más oscuro de la joven democracia española, un gobierno cree que tiene que imponer la verdad sobre la ciudadanía de la tierra
Diario de Navarra
El grano. Dejar la paja tertulianera e ir al grano en el debate sobre la Educación para la Ciudadanía. Es lo que pide el señor Arteta y me parece estupendo. Sólo hay un problema. Que lo que él tiene por paja a mí me parece el grano y lo que el tiene por grano a mí, en este momento, me parece la paja.
El señor Arteta plantea la cuestión de la Educación para la Ciudadanía a un nivel teórico. Pero es que, a ese nivel, no hay ningún grano. La asignatura no tiene ningún problema. ¿Quién se opone a que se enseñe a los niños que tenemos una Constitución, con un sistema bicameral y que hay respetar los semáforos?
Es tan obvio que cuanto más vueltas se le den, más se confunde el problema. Es que no está allí. El grano de la Educación para la Ciudadanía es quién la ha hecho, cómo la ha hecho, para qué la ha hecho y cómo la quiere imponer. Ese es el grano. El grano de la Educación para la Ciudadanía es que forma parte de un proyecto laicista preparado por la fundación CIVES, que se dedica a promover el laicismo de Estado. El grano de la Educación para la Ciudadanía es que esta fundación está formando profesores para impartir la asignatura.
El grano es que quieren enseñar a los niños que el Estado tiene que ser laico, en el sentido radical, es decir, que debe expulsar lo cristiano de la vida pública. Que todas las formas de unión entre dos (o más) son iguales y hay que llamarles matrimonio. Que la relación de la Iglesia con la ciencia se resume en el caso Galileo. Que las religiones son fuente de violencia. Y que la libertad no tiene otro horizonte que el propio egoísmo. Y, de paso, que tenemos una Constitución y hay que respetar los semáforos.
Ese es el grano. Que es una asignatura ideológica concebida por un grupo ideológico para difundir entre los niños los prejuicios que tiene la izquierda radical y libertaria española. Lo demás es paja. Si, al final, se ha aguado el programa y disimulado la intención, es por la resistencia social.
El gobierno y el señor Arteta tienen a su disposición las encuestas periódicas del CIS para saber que los ciudadanos cristianos practicantes son los que menos roban, los que menos se emborrachan, los que pagan más impuestos, los que fundan familias más estables, los que producen menos actos de violencia, los más respetuosos con las leyes, los más solidarios, los que dan más dinero para las ONG. Es decir, como media, los mejores ciudadanos del Estado español.
Los mandamientos de amar a Dios sobre todas las cosas y de amar al prójimo como a uno mismo tienen esos efectos sociales positivos. Muchos más que el mandamiento laico y radical de ser libre para pasarlo bien. Pero el radicalismo difunde una educación con el mandato de ser libre para pasarlo bien (con una cierta obsesión sexual), y ridiculiza la educación con los mandamientos de la ley de Dios. Quizá por mala conciencia.
Tenga presente el señor Arteta que hay mucha experiencia de lo que es tener en el gobierno grupos radicales o totalitarios que quieren destruir la educación confesional. En el siglo XIX hubo un montón en muchos países. Y en el XX ha habido estados socialistas totalitarios o radicales a docenas. Y se sabe perfectamente lo que es hacer una ley para complicarte la vida. Lo que es imponerte profesores. Lo que es recibir inspectores que no vienen a velar por la calidad de la enseñanza, sino a buscarte las vueltas. Yo le aseguro que ningún inspector de educación mandado por un gobierno radical español va a investigar si se enseña a los niños a respetar los semáforos. Pero a ver qué pasa con el matrimonio. La ley que ha modificado tan a la ligera y sin consenso, el estatuto del matrimonio ha sido uno de los mayores atropellos de la legislación española y es una bomba en el terreno de la educación.
A ver qué enseñan a los niños sobre la Iglesia en las escuelas públicas. A ver con qué objetividad y con qué respeto al pluralismo se tratan estos temas. A ver cuántas veces por semana oye un niño hablar del caso Galileo como caso representativo y casi único de lo que es la Iglesia católica. ¿Esto es el grano o la paja?
No se puede hacer una ley del vino, sin tener en cuenta a los vinateros. No se puede hacer una ley del cine sin tener en cuenta a los productores. Y no se puede imponer una asignatura que afecta gravemente a las convicciones de todos, sin tener en cuenta a todos.
Claro es que al final decide la aritmética de los votos. Pero eso es una cuestión de procedimiento para dar seguridad jurídica a las decisiones. No fundamenta la justicia ni la bondad de las leyes. Castro o Chavez están todo el día votando por mayoría, como todos los estados socialistas del siglo XX. Y sólo se escuchan a sí mismos.
La democracia no es un problema de matemáticas, es un sistema de convivencia entre personas. Por eso, la búsqueda del consenso es una cuestión de Estado, un deber moral del que gobierna, un principio básico de la educación para la ciudadanía.
De paso, creo que equivoca el sentido de las frases de Juan Pablo II. La Iglesia siente que tiene una verdad. Si sintiera que lo que tiene es mentira sería una inmoralidad predicarlo. Pero esa verdad se propone, no se impone. Precisamente, porque somos personas libres.
En lo más oscuro de la Edad Media, algunos cristianos creyeron que tenían que imponer la verdad sobre la ciudadanía del cielo. Se equivocaron. En lo más oscuro de la joven democracia española, un gobierno cree que tiene que imponer la verdad sobre la ciudadanía de la tierra. También se equivoca.