Ha experimentado un gran avance a raíz de la emergencia de la corrección política
Gaceta de los Negocios
Uno de los signos característicos de estos últimos decenios en Occidente es lo que ha venido en llamarse la agenda homosexual, que ha experimentado un avance espectacular a raíz de la emergencia de la corrección política, cuyas manifestaciones más visibles son algunos ismos mantenidos totalitariamente (feminismo, ecologismo, antieurocentrismo) y con consecuencias que serían sólo ridículas si no constituyeran una bomba de relojería metida en las raíces de la civilización occidental: aquí están, por ejemplo, la ideología de género, la persecución contra la religión en general y el cristianismo en particular (una persecución no siempre silenciosa), la manipulación del lenguaje o el establecimiento de una presunta ortodoxia dogmática ante la que han de ceder conquistas tan fundamentales como pueden ser las libertades religiosas, o bien de expresión o bien de cátedra.
La agenda homosexual tiene su fundamento en un error básico, del que se derivan en pura lógica todos los pasos que hemos ido presenciando en forma de batallas intelectuales, sociales, culturales y políticas. Este error de fondo consiste en sostener que la homosexualidad no es una anomalía sea ésta genética, fisiológica o de comportamiento adquirido, sino una forma alternativa de orientar y vivir la sexualidad humana, en pie de igualdad con la heterosexualidad a todos los efectos, incluidos los morales.
Este error se ha implantado a partir de la no distinción entre las personas todas ellas merecedoras de igual respeto y poseedoras de igual dignidad como tales y las conductas, no todas respetables, como la experiencia se encarga de mostrarnos cada día. Así, sobre la base de la justa lucha contra las humillaciones y vejaciones de que las personas homosexuales han sido objeto en el tiempo, el discurso reivindicador se ha derivado de las personas homosexuales hacia la homosexualidad en sí misma.
La agenda, de esta manera, ha ido por sus pasos: su primer gran triunfo fue la eliminación por la Asociación Americana de Psiquiatría de la homosexualidad como un desorden mental susceptible de ser tratado. Esta supresión se logró en 1973 mediante presiones de naturaleza ideológica, que condujeron a una extraña conclusión: la homosexualidad se elimina del catálogo de patologías, pero se mantiene como un desorden psicológico en las personas que no están conformes con su orientación sexual y experimentan aflicción por ello. Una cosa así sólo se ha aprobado en este caso, porque es inimaginable decir de cualquier otra patología que dejaría de serlo si el afectado estuviera conforme con ella. Es evidente, al menos para quien no tenga prejuicios muy arraigados, que en esta decisión de la American Psychiatric Association tuvieron un papel preponderante factores no médicos o científicos, sino ideológicos y políticos.
Tras este primer paso, los lobbies homosexuales han librado batallas sucesivas: la del lenguaje, la mediática (prensa, radio, televisión, cine, teatro), la social y académica (persecución abierta de los profesores que osen contradecir los nuevos dogmas, sobre cuya sola discusión pesa un veto previo y absoluto) y, ahora, la política y, si se dan circunstancias favorables, la legislativa. El clima es propicio para la agenda homosexual, porque es sumamente fácil, en el contexto de la corrección política, relacionar las herejías contrarias a los nuevos dogmas con actitudes o posiciones religiosas intolerantes con las personas.
Todo esto viene de aquel error inicial: lo demás es pura lógica, que ha prosperado gracias a la mentira y el sectarismo de unos, y el desistimiento de los otros. Hasta que ahora vemos uno de sus frutos en forma de Educación para la Ciudadanía.