Hablamos de los jóvenes o deseamos conocer sus inquietudes y preferencias, pero hablamos poco con ellos
Las Provincias
Hace unos días, un amigo con perspectiva en los medios de comunicación- me comentaba que la televisión es el medio de comunicación que más influye. En su apreciación, apostillaba: las imágenes se graban con facilidad e influyen en actitudes y comportamientos; lo oído o leído desaparece casi de inmediato.
No es que esté del todo de acuerdo con esa apreciación, y sobre todo habría que hablar de la influencia en sectores diversos de la población, porque a nadie se le escapa que los jóvenes de hoy están conectados permanentemente a internet, pero también es cierto que son muchos los vídeos que ven precisamente por internet. ¡Y los que verán, y veremos todos
y no sólo por YouTube! Basta recordar el grán éxito del vídeo de la canción de Luis Aguilé Nadie me quita mis vacaciones en Castellón, ya con más de 230.000 reproducciones, en YouTube. En este caso, no parece que los visitantes hayan sido en su mayoría jóvenes, por mera lógica de carácter generacional.
Si los españoles vemos unas tres horas y media de televisión, en verano aumenta. Aunque muchas veces la televisión sea compañera de siesta sin más seguir el Tour de Francia, por ejemplo-, está horas y horas encendida en apartamentos y hoteles. Muchas veces para entretener a los niños, que pueden tener o no en esos días sus DVD y videojuegos preferidos.
Un estudio de la Universidad de Valencia acaba de destacar que los videojuegos y la televisión provocan estrés en los niños si los ven con falta de criterio y medida. ¡El estudio acaba recomendando que los niños jueguen con otros niños para descansar! Parece que tengamos que reinventar muchas cosas en cada momento de la historia. O simplemente recordar que el abuso, en todo, es perjudicial
¡hasta en el deporte!
Con más frecuencia de la debida, casi todos hablamos de los jóvenes, de sus cualidades, de sus actitudes. Pero con mayor frecuencia todavía, son más o así me lo parece- los adultos que no hablan habitualmente con los jóvenes sobre esas cualidades o actitudes que les atribuyen. Se habla poco con los jóvenes en la propia familia, tal vez con la excusa del ritmo laboral o de los horarios incompatibles de padres e hijos, que en ocasiones se deben a que se da prioridad a ir al gimnasio por encima de estar en casa o tomarse unos refrescos con la familia.
No es excesivamente importante que padres o educadores estén absolutamente al día en las canciones preferidas por los jóvenes. Admitir las diferencias generacionales y los diversos gustos es un simple ejercicio de sentido común y de respetar la diversidad. El afán de algunos adultos por utilizar un lenguaje coloquial propio de adolescentes no sólo el que utilizan en casa o en el instituto, sino incluso el que utilizan cuando están en grupo, y se les escuchan sus expresiones y modos de razonar- o llevar la indumentaria juvenil es, cuando menos, pintoresco. El adulto es adulto, y el adolescente es adolescente: estar cercano y dialogar no significa renunciar a gustos propios o diferentes. Pero es que no parecer joven parece deprimir a algunos adultos.
También nos sucede en los medios de comunicación. Hablamos de los jóvenes o deseamos conocer sus inquietudes y preferencias, pero hablamos poco con ellos. No es sencillo lograrlo, porque han de existir interlocutores representativos, como en todos los sectores de la sociedad. Pero tampoco vamos a exigir una proliferación de asociaciones de jóvenes, aunque alguna más sí sería deseable que existiera. Lo que sucede es que, como alguno de ellos reconoce, ya tienen bastante con estar dependiendo de padres y profesores, y no quieren otra estructura: me parece que es una justificación de pocos hábitos participativos, un síntoma de independencia aislacionista.
Resulta interesante el estudio de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), entre jóvenes españoles de 17 a 22 años, en el que se quejan de la imagen estereotipada y exagerada que de ellos transmiten los medios de comunicación, especialmente en series televisivas y programas similares. La televisión- eso dicen los jóvenes encuestados- presenta jóvenes surrealistas, absolutamente irreales, invendibles, que sobreexplota excepciones: chicas lloronas y chicos inmaduros es la imagen.
Los jóvenes critican la imagen que de ellos damos en las televisiones: caprichosos, endebles y reacios a asumir responsabilidades. Si rechazan esa imagen, ¿por qué no lo dicen más veces, y no sólo cuando una Fundación les pregunta? ¿cuántos mails o SMS han enviado a las televisiones? ¿por qué tienen tanta audiencia esas series entre los jóvenes? Atribuir la responsabilidad de todo al mensajero, a la televisión, es una simplificación de adultos
y de jóvenes. Prefiero compartir déficits y méritos.
En todo este contexto es muy loable la iniciativa del conseller de Educación, Alejandro Font de Mora, de firmar un convenio con AVACU para analizar los contenidos televisivos que afectan a niños y jóvenes, por este sencillo dato: al año están unas 1.000 horas en el centro escolar, pero ven la televisión 2.000 horas al año. Simplemente, el doble. ¿Quién educa más, en la práctica?