El gobierno socialista español pretende implantar su propia "religión laica" en los centros educativos a través de la asignatura "Educación para la Ciudadanía".
Muchas familias se quejan, con toda razón, de que se están atropellando unos derechos de los padres que están expresamente protegidos por la Constitución. En este blog se ha tratado varias veces sobre esta delicada cuestión que atenta contra la libertad de los ciudadanos.
Se quiere imponer la "dictadura del relativismo" con la falsa argumentación de que es una exigencia de la democracia (?). Sin embargo, como Alejandro Llano no se cansa de repetir, el fundamento de la democracia no es el relativismo, que lo aplana todo, sino el pluralismo, que resalta las diferencias de actitud y de opinión.
Y José Ramón Ayllón afirma en la misma línea: ...el fundamento de la democracia no puede ser el relativismo moral. Porque el relativismo hace trivial al pluralismo y tiende a eliminarlo. El hecho de que tenga relevancia discutir acerca de la justicia o injusticia de una ley, responde a que los interlocutores saben que existe lo justo, por mas que unas veces sea reconocido por el poder establecido y otras no.
Con la persona humana, con su naturaleza y con su educación no se juega recuerda José Luis González-Simancas al final del artículo expresamente escrito para arguments que ahora publicamos.
Dice también, entre otras cosas: Educarse como persona en libertad es lo que importa, porque ser persona que ejerce con rectitud la libertad equivale a ser ciudadano de fiar. No hay mejor 'educación para la ciudadanía' que una educación entera de las personas, de quienes son libres por poseer esos dones que son la inteligencia, la voluntad y la afectividad, por naturaleza.
Unas palabras previas
No me resisto a escribir unas líneas sobre algo de lo que hoy se lee en la prensa, o le llega a uno por Internet, o se escucha y se ve por radio o televisión, y que, por asociación de ideas, nos hace reflexionar. Lo que voy a escribir lo hago por si puede contribuir a que no desaparezca del todo el sentido común de los ciudadanos, muchos de ellos naturalmente al margen de los que conocemos bien, por profesión, lo que es educar y lo que no es educación.
No es casualidad que me haya encontrado, por ejemplo, con la nota emanada de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, fechada el 28 de febrero de este mismo año 2007. No es casualidad porque la he buscado en internet. La he leído con atención y me ha hecho, una vez más, reflexionar sobre lo que está pasando en España con la educación no universitaria. Pero mi escrito pretendo que responda al “talante” de un ciudadano corriente, seglar, que se ha dedicado, profesionalmente y de por vida, a la docencia formativa, y que, por supuesto, se considera hijo de la Iglesia porque sus padres supieron transmitirle el don de la fe que habían recibido de Dios.
¿Qué está pasando en esa etapa de la educación escolar, sobre todo en Secundaria? Lo dice a las claras el documento que acabo de mencionar. En él se habla de la nueva --o consabida-- Ley Orgánica de turno, ya que van cinco en sólo veinte años desde la LODE de 1987, por no hablar de la que aspiró a reformar todo el sistema educativo: la Ley General de Educación de 1970, tan de tiempos… ¿pasados, o no pasados? Todo hace que recuerde un artículo mío sobre el uniformismo y el dirigismo imperante en todos los centros educativos, publicado en plena era franquista, en 1961. Más abajo me “autocitaré”, con perdón.
Al ciudadano de a pie, en lo relativo a educación, le diré que lo que está pasando tiene todo que ver con aspectos que también suenan en otros campos: en el de la cultura, la empresa, el jurídico, y en otros más. Esos aspectos o cuestiones son todos relativos a lo que, por ser praxis o acción, son contingentes y opinables como tantas cosas de la vida: por jemplo, la normativa que se refiere a los derechos y deberes que tiene toda persona que sea ciudadano de un país determinado. Y eso tiene que ver con:
· el concepto que se tenga de libertad,
· lo cual implica la idea que se tenga de lo que es una persona humana,
· lo que nos lleva a concebir y realizar un proyecto determinado, ya sea una escuela, una empresa de producción, o un bufete de abogados, etc.,
· y además, nos conduce a proponer una finalidad clara a ese proyecto, un carácter propio, y un clima humano de sinceridad y confianza, libremente asumidos por esos colaboradores en los que se deposita confianza porque son de fiar, honrados, trabajadores, en un clima de sana superación de los inevitables retos que suelen desafiar a quienes se proponen ser así,
· y de esa manera, en ese tipo de proyecto, lo único que se pide al Estado de la nación, es que ayude –subsidiariamente, esto es, “solidariamente”—a llevar a cabo ese proyecto que se ajusta a las leyes, y para el cual no poseemos los recursos económicos o de otro tipo con que cuenta un Estado. Lo que sí se pide al Estado es que promueva un proyecto legal de iniciativa social, y no que limite o imponga el modo de realizarlo, porque es contingente de suyo, es decir, porque cabe realizarlo de esta o de aquella manera.
Si no se comporta así el que detenta el poder estatal, a eso siempre se lo ha llamado “dirigismo” cuando el dirigir es excesivo, o simplemente “estatalismo” si es que se trata de un Estado centralista y uniformista, como dicen que fue el de la Francia napoleónica, en el que el Emperador sabía lo que se estaba explicando en toda escuela francesa, en tal día y a tal hora, pues nada ni nadie escapaba al control de sus funcionarios administrativos.
Me da pena que continuemos imitando a ese tipo de Estado, como hicimos desde entonces en la educación española, centralista y de mentalidad funcionarial, al servicio de un Estado que pensaba ser el propietario de la educación. Algo de todo eso es lo que está pasando en España respecto de la educación, y de eso intentaré escribir, terminadas estas palabras previas.
Hoy resulta “normal”, por ejemplo, reducir el aborto a una cuestión de pura "ideología" ("progresista", por supuesto), o a una cuestión de moral cristiana que nada tiene que ver con los no creyentes. Y yo me pregunto: ¿en qué cabeza cabe que pueda calificarse de cuestión ideológica o de fe, un hecho tan natural y bien conocido —y científicamente demostrado— como es el del comienzo de la vida desde la misma fecundación del óvulo? ¿Es posible que se niegue o se ignore ese hecho a la hora de asegurar el bien común, el de todo un pueblo: el pueblo de los nacidos y de los aún por nacer? ¿No es otra muestra palpable de esas cada vez más numerosas falsificaciones que se están operando en la sociedad de hoy, en el mundo del arte, en el de la literatura, en el de la ciencia, en el de un gobierno, y en tantos otros mundos, entre ellos nada menos que el de la educación?
Lo mío es el mundo de la educación de los ya nacidos, como se sabe. Y sin poderlo remediar, se me han venido a la cabeza otras falsificaciones de lo natural que se están produciendo en la educación de las nuevas generaciones, las que gobernarán la sociedad del siglo XXI dentro de poco tiempo. Está claro que, según la nueva legislación de educación primaria y secundaria (LOE), se va a imponer por la fuerza cierta asignatura que llaman “Educación para la ciudadanía”, obligatoria y evaluable.
Puedo estar equivocado –ojalá me equivoque-- pero se oyen voces, como las ya aludidas de los obispos españoles, que afirman que en esa asignatura tendrá cabida la llamada “ideología de género”, enraizada en un feminismo obsoleto, ya superado, que iba en el fondo en contra de la maternidad. En ella, como es sabido, se afirma que toda persona tiene “derecho” a hacer su “opción sexual” entre al menos cinco géneros diferentes: dos heterosexuales, masculino y femenino; dos homosexuales, masculino y femenino; y un quinto, transexual, dejando aparte que también se puede optar por ejercer la bisexualidad (la hetero y la homosexual). Y mucho cuidado en manifestar, de palabra o con “actitudes”, que no se está de acuerdo con esa ideología, porque puede suspenderse la tal asignatura.
Sabemos bien que una “ideología” es una colección de “ideas” siempre opinable, pero, en este caso, parece que se va a castigar con un suspenso a quien mantenga otra idea opinable que no se conforme con la que ya es “legal”: por ejemplo, que eso del “género” así entendido no responde a la realidad natural de los dos sexos, masculino y femenino. Pues cuidado, repito, porque a esta persona se la define en la ley como “homófoba”, de “homo”, igual, y de “fobia”, repulsión.
Dicho de otra manera, una persona homófoba es la que siente repulsión hacia sus semejantes, a sus iguales, y a veces lo expresa con palabras o actitudes, sean esos semejantes heterosexuales u homosexuales, éstos con relaciones sexuales con otras personas del mismo sexo. Todas ellas, relaciones legalizadas. Bien, porque no debe odiarse a nadie, sino todo lo contrario, que es lo propio del cristiano. Pero, puestos así, en plan de impedir que se opine de distinta manera ante una ley que impone una ideología y por eso se juzga que no es adecuada, uno comienza a interrogarse. ¿Todo lo que es legal impide que se piense de otro modo, que se tenga otra opinión? ¿No puede darse el caso de una ley que sea injusta? ¿Y todo lo que es legal es moral? Esto último lo creyeron así ciertos nefastos legisladores totalitarios de todos conocidos, en el pasado siglo XX.
Baste aquí tan sólo mencionar otro aspecto educativo de la cuestión, para que el lector piense si lo que se está pretendiendo imponernos es de sentido común. Me refiero a esa versión de la educación sexual que, falseando por reducción el concepto de persona y de educación, termina incitando —quiérase o no— a las relaciones sexuales prematuras entre adolescentes menores de edad.
Todavía conservo un manual que se difundió por todos los colegios de la zona en que yo vivo, producido por dos Consejerías “progresistas” de Educación y de Sanidad, en los que se instruía al profesorado sobre cómo “educar” responsablemente a chicas y chicos en su vida, a partir del momento en que fueran ya “sexualmente activos”. La mencionada “responsabilidad” consistía, en este manual, en aprender a evitar las operaciones de alto riesgo que entrañan las diversas opciones, una vez decidida cuál de ellas seguir. Y así, se procedía a explicar con todo detalle, literal y gráfico, el uso de anticonceptivos de todo tipo, como condición para salvaguardar el llamado “sexo seguro”, de modo que no se produjese un embarazo no deseado o el contagio de enfermedades de transmisión sexual. Y después, si fallaba la pretendida seguridad, a quitarse "eso", abortándolo por cirugía, sin informar al alumnado de que —como bien dijo alguien—, "eso" no es "eso", sino "ése o ésa", es decir, una persona humana. Aborto provocado y permitido: eso sí que es homofobia.
Por otro lado, esa versión "educativa" ¿no está falseando, en el fondo, la naturaleza racional y libre de la persona, que es por tanto responsable de sus actos? ¿No se la está conceptuando indirectamente como si fuese un animalillo irracional que está simplemente a merced de sus instintos básicos? Y si se le considera humano, entonces, ¿no habrá que informarle de los peligros meramente biológicos que conllevan, no sea que se infecte o se produzca un embarazo? ¿Información fisiológica animalística, o formación de personas que sepan amar a todos, hayan nacido o estén por nacer?
¿Se trata de una ideología apolítica?
¿Una cuestión solamente “ideológica”? ¿O se trata más bien —por encima de las ideologías— de que no se quiere tener en cuenta la naturaleza esencialmente ética de la persona, que debe responder ante sí y ante la sociedad de sus libres decisiones, que eso es comportarse como un buen “ciudadano”? ¿Educar la sexualidad ateniéndose a la naturaleza humana tal como es, —y no como la interpreten los que se erigen en dioses que se inventan los “géneros” en lugar de admitir los dos sexos naturales— no es, por tanto, dimensión inexcusable de una verdadera y realista educación?
¿Se debe, todo este confusionismo, sólo a pura ignorancia de lo que es una persona humana, ignorancia culpable en este caso? ¿O es otro modo de falsear la realidad objetiva y de imbuir desde la infancia una idea de hombre que, en el futuro, se impondrá como natural y normal, dando lugar a una nueva sociedad, lejos de un pasado obsoleto, y de una sociedad trasnochada, en la que se coartaba la libertad del “individuo”, que es muy libre de actuar como quiera y le apetezca instintivamente, porque yo soy yo, y los demás no importan?
¿No se deberá todo ello a que los que mandan —léase políticos— están confundidos y nos quieren imponer su confusión por medio de una educación de la que se sienten propietarios, pensando en un uniformismo que exige imponérselo a todos, en especial a los centros educativos, después de cantar efusivamente a una Administración que concedía una supuesta autonomía a los centros y a sus directivos, en la LOGSE de 1990?
Es el momento de la “autocita” anunciada al comienzo, con perdón. Esto es un extracto de lo que escribí en 1961, hace 46 años, con el arriesgado título de “Misión actual del centro educativo” (en Nuestro Tiempo, nº 90, páginas 1466-1481):
“Existe uniformidad excesiva en los planes de estudio y formación, en la vida de los centros, porque éstos han perdido su propio carácter. Nuestro plan de bachillerato no es suficientemente flexible. (…). Se hace necesario un entronque más directo entre educación y sociedad, del que derivarán los rasgos propios de cada centro. (…). No se trata tampoco de llegar a la anarquía de los planes de estudio. Pero ¿se puede concebir sensatamente que un sistema uniforme e invariable pueda servir para todas y cada una de las capacidades, para todos los grupos sociales y locales de una nación?”
”Una cierta autonomía, garantizada por el sentido de responsabilidad y la competencia acreditada, es la clave de todo cuanto llevamos dicho. Sin una mínima libertad, sin plantearse responsablemente el problema de un plan educativo adecuado, los centros no podrán ofrecer esa variedad dentro de unas metas comunes que es esencial para su ulterior desarrollo y vitalidad.”
“¿Medios para corregir posibles desvíos? ¿Leyes, reglamentos, exámenes? Mejor: un alto concepto de la categoría institucional del centro y la idoneidad, el sentido común y la experiencia de sus equipos de educadores, (…), más que la reglamentación administrativa (…). Porque, en definitiva, si la autonomía significa algo, la decisión final hacia la renovación educativa deben tomarla los mismos centros.”
”Una vida y ambiente propios, la realización colectiva de un fin y una cierta autonomía, a nuestro entender, definen suficientemente, las funciones básicas de un centro educativo en las presentes circunstancias”.
Y yo me digo: ¿hoy como ayer?
Pero esta última consideración me llevaría a prolongar en exceso la comunicación de estas reflexiones, puesto que tendríamos que afrontar el tema más decisivo de la educación: el del gozne en torno al que gira la educación de uno mismo y la tarea de ayudar a otros en su crecimiento, asumida por familias y centros educativos: el tema de la libertad; de qué es la libertad y de cómo ejercerla, para comportarse responsable y coherentemente como persona: el tema de toda la vida. Educarse como persona en libertad es lo que importa, porque ser persona que ejerce con rectitud la libertad equivale a ser ciudadano de fiar. No hay mejor “educación para la ciudadanía” que una educación entera de las personas, de quienes son libres por poseer esos dones que son la inteligencia, la voluntad y la afectividad, por naturaleza.
En definitiva, que con la persona humana, con su naturaleza y con su educación no se juega. No se puede falsificar esa hermosa y genuina "obra maestra” que es la persona humana, la de un auténtico Creador, ni su más pleno crecimiento con la ayuda de la educación; y todo para intentar vendernos, con engaño, una mala copia de la versión original, la auténtica, la que desde siempre es como es y seguirá siéndolo: única, irrepetible y responsablemente libre.
Una ideología ni debe, ni puede, mal que le pese, falsear la realidad natural de las cosas y de las personas. De puro sentido común, ¿no les parece?
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