Vivimos en un momento en el que los verbos que dan título a estas líneas postularían una particular vigencia
Levante-Emv
Vivimos en un momento en el que los verbos que dan título a estas líneas postularían una particular vigencia. Se habla por todas partes de crispación de la vida política y social, se escribe sobre el desengaño de muchos ante actitudes de pelea o revancha que no conducen a ninguna parte, se escucha por aquí el coro de los lamentos y por allá el de la respuesta airada. Y necesitamos un poco -o mucho- de calma, de paz, de sosiego, de templanza en el uso de la palabra y de respeto de todos a todos.
Eso es lo que, a mi modo de ver, encierran esos verbos arriba citados, que oí repetir y vivir, hasta el heroísmo, a un hombre que no fue comprendido por algunas gentes aun después de su muerte. Ya saben los lectores que me refiero a San Josemaría Escrivá. Él mismo lo afirmaba en una de sus homilías publicadas: «No os escondo que yo he aprendido, en mi propia carne, lo que cuesta el no ser comprendido», dice después de indicar que la caridad, el cariño auténtico, más que en dar, está en comprender.
No voy a entrar ahora en las complejas circunstancias históricas que provocaron esa situación, pero sí me parecen muy aprovechables algunas de sus ideas, hoy tan necesarias, que él se esforzó por encarnar y difundir -no sé con qué éxito en mi caso- a los cuatro vientos.
Se refería a la necesidad de vivir un catolicismo abierto, defensor de la legítima libertad de las conciencias, que lleva a tratar a todos los hombres sin construir barreras con su credo religioso; a colaborar con todos, participando de las diversas ilusiones nobles que mueven a la humanidad. No se trata de renunciar a la propia fe, sino de afirmar que se puede y se debe convivir y colaborar con los que piensan de modo diverso, a fin de hacer un mundo más habitable.
Con mayor motivo aún se han de comprender las distintas opciones políticas, que buscan legítimamente mantener el poder o conquistarlo, sin necesidad de convertir al país en un campo de batalla. No apunto a nadie. Me incluyo a mí mismo y a cuantos quieran honestamente mejorar la convivencia entre personas que opinan o creen de modo diverso, aun radicalmente diverso, mientras respeten a los demás.
Ante una pregunta sobre las desavenencias familiares que pueden originar esos pensamientos divergentes u opuestos, contesta: «Mi respuesta no puede ser más que una: convivir, comprender, disculpar». Se trata de una entrevista realizada hace casi cuarenta años -recogida en el libro Conversaciones con monseñor Escrivá de Balaguer-, y la solución sigue siendo actualísima: el hecho de que yo piense de distinta manera que otro no justifica una actitud de enemistad personal, ni siquiera de frialdad o indiferencia. Porque para que exista firmeza en la oferta de las propias convicciones -se podría añadir- no se hacen necesarios la descalificación ni el insulto, ni siquiera la indiferencia.
No obstante, como somos limitados y, en ocasiones, las palabras o la pluma corren más que la mente sensata, se precisan el perdón y la disculpa, porque es humano equivocarse y es aún más humano solicitar disculpas o perdonar. Sólo el hombre -además de Dios- es capaz de esa actitud y, por el contrario, desdice de nuestra condición no pedir u otorgar el perdón. Sí, eso es muchísimo más humano que buscar una batería de partido, de asociación, de medios de comunicación o cualquier otro sistema que aumente la gresca o la desunión. «Cuando te hablo de "buen ejemplo", quiero indicarte también que has de comprender y disculpar, que has de llenar el mundo de paz y de amor», se afirma en Forja, después de animar a que ese amor cubra la multitud de las deficiencias de las miserias humanas.
Es obvio que no trato de facilitar armas para mirar y acusar al del costado, al de enfrente, al de la izquierda, o la derecha. Si de verdad deseamos vivir en concordia, ha de examinarse cada uno a sí mismo y cambiar; porque todos hemos de evolucionar a mejor. Quizá nos ayudan estas otras palabras tomadas también de Forja: «Mira tu conducta con detenimiento. Verás que estás lleno de errores, que te hacen daño a ti y quizá también a los que te rodean».
Todas estas expresiones están escritas en clave cristiana, pero las he ido seleccionando de modo que sirvan a todos, también a los que no creen; entre otras razones, porque la fe nunca destruye los buenos sentimientos del hombre, ni su mente, ni su conducta ciudadana. Si hacemos un poco de examen desde la razón, desde el buen corazón, veremos que todos hemos de corregir actitudes, palabras o hechos que llevan a una cierta violencia, no apta para vencer ni para convencer. Y mucho menos para convivir. No, el «y tú más» no resuelve nada, sino que agría, cuando no emponzoña, la relación entre personas o sociedades.
Se me puede argüir que hablo de utopía, pero estoy pensando más bien en el empeño de todos por ser más humanos, por no hacer buena aquella terrible frase de que el hombre es lobo para el hombre. El pluralismo político o religioso, la multiculturalidad, la democracia con variadas opciones no pueden ser ocasión de enfrentamiento, sino de respeto a la libertad y a las personas, de complementariedad, oportunidad de aprender y mejorar cada uno. Deberían ser una gran escuela para comprender, disculpar, perdonar y convivir.