Un auténtico canto a la virtud de la mujer fue la homilía del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap., pronunciada durante la celebración de la Pasión del Señor, que presidió Benedicto XVI en la Basílica Vaticana.
Dando por descontado el papel clave de la Madre de Jesús en el momento de la Pasión de su Hijo, el predicador del Papa invitó a fijarse en las mujeres que acompañaron al Maestro, desafiando el gran peligro de mostrarse en público a favor de un condenado a muerte.
«Las llamamos, con una cierta condescendencia masculina, "las piadosas mujeres", pero son mucho más que "piadosas mujeres", ¡son igualmente «Madres Coraje!»; son las únicas que no se escandalizaron de Jesús, reconoció el padre Cantalamessa.
Las «piadosas mujeres» son las primeras en ver al Resucitado y a ellas se les dio la misión de anunciarlo a los apóstoles, recordó.
«¿Por qué las mujeres resistieron al escándalo de la cruz? ¿Por qué se le quedaron cerca cuando todo parecía acabado e incluso sus discípulos más íntimos le habían abandonado y estaban organizando el regreso a casa?», interrogó el padre Cantalamessa.
Por su amor; siguieron a Jesús por Él mismo, por gratitud, «no por la esperanza de hacer carrera»; le seguían para servirle; «eran las únicas, después de María, su Madre, en haber asimilado el espíritu del Evangelio -subrayó-. Habían seguido las razones del corazón y éstas no les habían engañado».
De aquí el predicador del Papa lanzó una advertencia: nuestra civilización «tiene necesidad de un corazón para que el hombre pueda sobrevivir en ella, sin deshumanizarse del todo»; debe dar «más espacio a las "razones del corazón"» para evitar otra «era glacial».
Y es que se constata hoy la avidez de aumentar el conocimiento, pero muy poca por aumentar la capacidad de amar, y ello tiene su explicación, alertó: «el conocimiento se traduce automáticamente en poder, el amor en servicio».
Pero se necesita «una era del corazón, de la compasión»; «de todo lugar brota la exigencia de dar más espacio a la mujer»: «una vez redimida por Él y "liberada", en el plano humano, de antiguas discriminaciones, ella puede contribuir a salvar nuestra sociedad de algunos males arraigados que se ciernen amenazantes: violencia, voluntad de poder, aridez espiritual, desprecio de la vida...», prosiguió el padre Cantalamessa.
Así que no basta con «admirar y honrar» a las «piadosas mujeres»: también hay que imitarlas -recalcó-; y así lo hacen «muchas mujeres, religiosas y laicas, que permanecen hoy al lado de los pobres, de los enfermos de Sida, de los encarcelados, de los rechazados de cualquier tipo por parte de la sociedad».
«A ellas –creyentes o no creyentes- Cristo repite: "A mí me lo hicisteis"», subrayó.
«No sólo por el papel desempeñado en la pasión, sino también por el de la resurrección, las piadosas mujeres son ejemplo para las mujeres cristianas de hoy»: les dijo Jesús, la mañana de Pascua: «Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán», insistió.
«Con estas palabras las constituía en primeros testigos de la resurrección, "maestras de maestros", como las llama un antiguo autor», o «apóstol de apóstoles», apuntó el predicador del Papa aludiendo a María Magdalena.
«Mujeres cristianas -pidió-, seguid llevando a los sucesores de los apóstoles y a nosotros, sacerdotes y colaboradores suyos, el gozoso anuncio: "¡El Maestro está vivo! ¡Ha resucitado! Os precede en Galilea, o sea, ¡dondequiera que vayáis!"».
«Junto a todas las mujeres de buena voluntad, vosotras sois la esperanza de un mundo más humano», admitió.
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