El auténtico matrimonio supone un elemento esencial en la configuración de la sociedad, en la transmisión de la cultura, en la organización de la convivencia en torno al parentesco...: forma parte esencial del bien común y merece un cuidadoso respeto jurídico y una consideración también pública por parte del Estado. Como es bien sabido, la realidad en España y en otros países es bien distinta.
Juan Manuel de Prada recordaba en un artículo que el matrimonio “no atiende a las inclinaciones o preferencias sexuales de los contrayentes, sino a la dualidad de sexos, conditio sine qua non para la continuidad social. La finalidad de la institución matrimonial no es tanto la satisfacción de derechos individuales como la supervivencia de la sociedad humana, a través en primer lugar de la procreación y luego de la transmisión de valores y derechos patrimoniales que dicha procreación genera.”
El auténtico matrimonio supone un elemento esencial en la configuración de la sociedad, en la transmisión de la cultura, en la organización de la convivencia en torno al parentesco...: forma parte esencial del bien común y merece un cuidadoso respeto jurídico y una consideración también pública por parte del Estado. Como es bien sabido, la realidad en España y en otros países es bien distinta. El exigible respeto jurídico se ha transformado más bien en una especie de burla en la que el logotipo de matrimonio se aplica casi a cualquier unión que implique un juego erótico.
Juan Ignacio Bañares comentaba lo que se pretendía con la nueva ley: “…no es el reconocimiento de un derecho personal, sino el reconocimiento de que una unión homosexual es exactamente lo mismo que el matrimonio. Y aquí es donde falla el razonamiento, por el principio de identidad: lo que es distinto, es distinto; lo que es igual, es igual; lo que es distinto no puede ser igual; lo que es igual, no puede ser distinto. Lo que se llama matrimonio no es ni una mera unión afectiva –que cabe en cualquier amistad- ni una simple cohabitación sexual –que no necesita ni nombre ni efectos-. Lo que se entiende por matrimonio, con su logotipo, con lo específico, es una unión que incluye varios elementos: la igualdad diversa de la persona como mujer y como varón; el carácter complementario de ambas variedades; un amor y un compromiso específicamente centrado en esa diferenciación complementaria y la posibilidad de ser principio común de generación. A esta realidad se llama matrimonio. Y por eso A es distinto que B.”
El matrimonio —de mater y munus (oficio de madre)— poco tiene que ver con ese engendro jurídico que mejor podría ser llamado seximonio. Así lo denomina el catedrático Rafael Domingo en el artículo que fue publicado en La Gaceta de los Negocios (3-III-2007): “El matrimonio es la institución para la procreación y educación de la prole. En él, el sexo es un medio, no un fin. Semejanzas entre el matrimonio y el seximonio: pocas. Diferencias: casi todas. Tantas como las que hay entre un biberón y un preservativo.”
Por Rafael Domingo
Rechazar, como ha hecho el Congreso, un millón de firmas de ciudadanos nos asemeja más a un gulag que a una democracia madura. Así, con vara estalinista, se ha sepultado una iniciativa popular que apostaba sin ambages por el matrimonio, en contra de esa suerte de seximonio, made in Spain, con que se pretende regular el conjunto de relaciones sexuales de pareja o colectivo, de hecho, de derecho, de medio derecho, de derechazo y derechito. De progres y fachas. Como la Coca-Cola, el seximonio es para los gordos, para los flacos, para los de aquí, para los de allá, para los hete y los homo; para los trans, para los jóvenes, para los viejos, para los inmigrantes. Para ricos y pobres. Para todos. Con este millón de firmas, se quería salvar la esencia del matrimonio —de mater y munus (oficio de madre)—, que el Estado, en todo caso, ha de proteger y alentar. No así el seximonio, totalmente ajurídico. El matrimonio es la institución para la procreación y educación de la prole. En él, el sexo es un medio, no un fin. Semejanzas entre el matrimonio y el seximonio: pocas. Diferencias: casi todas. Tantas como las que hay entre un biberón y un preservativo. No son equiparables, pese a que los dos pueden adquirirse por unas monedas en un comercio cualquiera.
El matrimonio invita al compromiso, al sacrificio, a la donación. El seximonio, por el contrario, busca el triunfo del yo, el carnaval, la patxanga. El despotismo hedonista consiste, no en tolerar el seximonio, sino, más bien, en rebajar el matrimonio a seximonio. Convertir el biberón en condón. Los esposos en sexposos.