De nuevo, Benedicto XVI ha sorprendido por la fuerza de sus palabras y su estilo suave y optimista. Sus palabras rechinan ante lo que parece “políticamente incorrecto”, pero la opinión pública mundial respeta cada vez más la voz del Papa.
Hace unos días, escuché a un directivo de un medio de comunicación que la diferencia entre un periodista y un escritor es que el periodista no tiene tiempo para pensar, y sí lo tiene el escritor. Con todos mis respetos, no estoy muy de acuerdo, porque supondría reconocer que no tengo tiempo para pensar y, por tanto, que no pienso. Y esa conclusión, al menos como afirmación genérica y absoluta, la veo inexacta para el trabajo de muchos. Aunque es más que cierto que la velocidad, la inmediatez, marca el trabajo en los diversos medios de comunicación, pero por su propia naturaleza, no por déficit de hábito intelectual entre los periodistas. Tal vez es más necesario pensar y sintetizar en el trabajo diario de un medio que en la elaboración de un ensayo o una novela, por poner un ejemplo.
Por suerte, hay periodistas, españoles y de otros países, que han puesto su ordenador o su cámara, con gran profesionalidad, mirando a Juan Pablo II y, ahora, a Benedicto XVI. Juan Pablo II, fallecido hace dos años –exactamente, el 2 de abril, a las 21.37 horas-, de una altura espiritual y humana fuera de cualquier duda, alentó el trabajo periodístico, acercó la figura papal a los medios, y participó vivamente en los grandes debates de nuestra historia, aportando enfoques y soluciones. Tenía esperanzas ciertas en nuestra sociedad de la información, para que contribuyera a un recto pensamiento y una vida digna, humana y espiritualmente. Benedicto XVI también conecta con los medios, con su estilo tan distinto al de su predecesor, pero que también cautiva.
Una prueba de esta continuidad creativa ha sido la celebración de los 50 años del Tratado de Roma, firmado el 25 de marzo de 1957, y que dio vida a la Unión Europea. Con motivo de esta celebración y como una aportación de su ámbito espiritual, el Papa dirigió un discurso a cardenales, obispos y parlamentarios, que participaban en un congreso promovido por la Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea. Un discurso que Angela Merkel, la canciller alemana y actual presidenta de la Unión Europea, aceptó plenamente, reconociendo que la razón está de parte de lo que dijo el Papa en ese discurso, y que había que trabajar en esa línea.
¿Qué vino a recordar en ese discurso Benedicto XVI, y que podría sonar a “jarro de agua fría” cuando las pompas de la celebración de los 50 años parecían impedir cualquier valoración crítica o de mejora constructiva? El Papa habló de que la casa común que es Europa requiere una búsqueda “todavía fatigosa de una estructura institucional adecuada para la Unión Europea”, que en algunos aspectos no se han tenido en cuenta “las expectativas de los ciudadanos” y que Europa, en definitiva, en su fundación y en su historia, se basa en “un conjunto de valores universales que el cristianismo ha venido a forjar”.
Ha vuelto a llamar la claridad de las palabras del Papa y su valentía. Al comprobar que se quiere excluir el cristianismo como valor esencial de la identidad europea, el Papa también lleva a los gobernantes al terreno de la democracia, al subrayar que la amplia mayoría de los europeos se identifica con los ideales cristianos. Todo un reto, que Merkel parece haber asumido, a la vez que reconoce las evidentes dificultades que encontrará en ciertos dirigentes europeos.
El cristianismo aporta valores universales y absolutos. En Valencia comprobamos, en el V Encuentro Mundial de las Familias con el Papa, que ese mensaje es continuo y recibe la adhesión inicial de la mayoría de los ciudadanos. Son luego otras instancias –ciertos dirigentes, algunas corrientes de pensamiento, poderosos grupos de presión, intereses salvajemente capitalistas– las que pueden ahogar esos nobles ideales universales. Un claro ejemplo lo constituye la familia, como entonces pudimos comprobar. Y otro ejemplo es la configuración moderna de Europa.
La senda que ha iniciado Europa puede llevarle a “salir de la historia”, dijo el Papa en ese discurso del pasado 24 de marzo. Para evitarlo, debe reavivar, reconocer y potenciar sus raíces cristianas, sin complejos ni sectarismos, para que los valores universales y un estado de derecho basado en la naturaleza humana –que es estable y permanente, no sujeto de experimentos o caprichos– sean reconocidos.
A nadie se le escapa la ingente dificultad que entraña la tarea constructiva que alienta el Papa. Uno de los pilares lo recuerda él mismo: “Salvaguardar el derecho a la objeción de conciencia, cada vez que los derechos fundamentales sean violados”. Y al acabar sus palabras, sale a relucir su tono comprensivo y optimista, pidiendo a los cristianos que no se desanimen en esta tarea, pero que cuentan con la ayuda de Dios para esa tarea “realista pero no cínica, rica de ideales y libre de ilusiones ingenuas”.
De nuevo, Benedicto XVI ha sorprendido por la fuerza de sus palabras y su estilo suave y optimista. Sus palabras rechinan ante lo que parece “políticamente incorrecto”, pero la opinión pública mundial respeta cada vez más la voz del Papa. Bien se merece una reflexión en los medios sobre sus palabras, también para mostrar que no renunciamos a pensar, aunque tal vez es precisamente eso lo que aterra a ciertas grupos de presión.