El marketing hace maravillas. Ahora el producto que se lanza es un libro sobre Judas Iscariote para el que se pretende el aval de la Iglesia porque, al parecer, un teólogo australiano le da su respaldo y otro conocido personaje de un instituto bíblico acude a su presentación.
El marketing hace maravillas. Ahora el producto que se lanza es un libro sobre Judas Iscariote para el que se pretende el aval de la Iglesia porque, al parecer, un teólogo australiano le da su respaldo y otro conocido personaje de un instituto bíblico acude a su presentación.
Es curioso que lo que en ocasiones se niega al mismo Papa –su autoridad para enseñar sobre fe y costumbres– se le otorgue a personas particulares a las que se da credencial de representantes de la Iglesia. Y todo eso, aunque sea a costa de negar pasajes del Evangelio tan claros como la venta que Judas hace de Jesús por las famosas treinta monedas (cfr. Mat 27,3), su suicidio (cfr. Mat 27,5) o el milagro de las bodas de Caná (cfr. Juan, 2, 1-12).
Es obvio que cualquiera podría alegar que tampoco yo tengo esa autoridad que niego a los citados personajes. Y tendría razón, aunque yo prefiero creer en lo que se lee en el Evangelio. Pero si se quiere pensar en algo más sobre Judas, es mejor acudir al Papa. Y Benedicto XVI habló precisamente sobre este apóstol que traicionó a Cristo en una audiencia general del pasado 18 de octubre. Supongo que desde entonces –como desde hace dos mil años– no han cambiado las cosas.
“Ya sólo el nombre de Judas –dijo el Pontífice– suscita entre los cristianos una reacción instintiva de reprobación y condena.’’ Con sus conocimientos bíblicos y teológicos, el Papa hasta se entretiene en los posibles significados del apellido Iscariote: hombre de Keriot –que sería su pueblo de origen–; sicario, como si aludiera a un hombre armado de puñal; o sencillamente, “el que iba a entregarlo”, que sería la simple transcripción de una raíz hebreo-aramea. De hecho esta designación aparece dos veces en el Evangelio de Juan. La fórmula “el mismo que le entregó” se encuentra en el Evangelio de Marcos; y muy parecidas en Mateo y Lucas. Habla el Papa –siempre siguiendo los textos evangélicos– de la gestación de la traición por treinta monedas de plata, tal como la narra Mateo, y de la consumación con la entrega mediante el beso que da a Jesús en Getsemaní, contada también por san Mateo, con las palabras de Cristo incluidas, que, en la versión de Lucas, son: “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?”.
Judas era, efectivamente, uno de ellos, uno de los Doce. El propio Jesús alude a él como “uno de vosotros”, que me va a entregar. Y cuando se reúnen los once restantes para elegirle sustituto, San Pedro se refiera a Judas como el que “se contaba entre nosotros y se le había hecho partícipe de este ministerio” (Hechos, 3,17). Acto seguido, y por lo que se refiere al suicidio, afirma: “Adquirió un campo con el precio de su pecado, cayó de cabeza, reventó por la mitad y se desparramaron sus entrañas”.
En el citado discurso, el Papa se hace dos preguntas sobre Judas, también con aporte bíblico. ¿Por qué lo eligió Jesús? “Es un misterio su elección, sobre todo teniendo en cuenta que Jesús pronunciaría un juicio muy severo contra él: ‘¡Ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!’ (Mat, 26,24)”, como profundo es el misterio de su suerte eterna. El otro interrogante es: ¿por qué traicionó a Jesús? Después de recordar alguna hipótesis barajada –avidez por el dinero, decepción por no haber encontrado un programa de liberación política y militar–, el Papa vuelve justamente al Evangelio para recordar que allí está escrito que el diablo puso en su corazón el propósito de entregarle, es decir, Benedicto XVI concluye que “se explica lo sucedido basándose en la responsabilidad personal de Judas, que cedió miserablemente a una tentación del maligno”. Aún dice más, pero parece suficiente para pensar que la Iglesia no intenta lavar la cara de Judas, ni siquiera con la intención de mantener el interés por los Evangelios, que atraen mucho más por sí mismos que por fabulaciones de este tipo. No en vano, afirmó, por ejemplo, el Concilio Vaticano II: “La Santa Madre Iglesia ha mantenido y mantiene con firmeza que los cuatro Evangelios mencionados, cuya historicidad afirma sin dudas, narran fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente hasta el día de la ascensión”. Después de aseverar anteriormente que “la revelación que la Sagrada Escritura contiene ha sido puesta por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo”.