Cuando se niega la importancia cívica de la fe se recae en lo religioso y en lo mítico
Miguel Alfonso Martínez Echevarría
NO cabe duda de que durante casi dos milenios los cristianos han desempeñado un papel fundamental en la proclamación y desarrollo de la libertad para todos. Cualquiera que se moleste en estudiar lo que representó la revelación, la entrada de Dios en la historia, podrá comprobar que con antelación lo que predominaba era un mundo brutal, donde unos pocos señores disponían de una multitud de esclavos, donde unos pocos ricos dominaban a un montón de pobres. Todas las ciudades paganas eran politeístas, pero por eso mismo, totalitarias.
La entrada de Dios en la historia no supuso una amenaza para lo humano, sino todo lo contrario, su liberación. Dios se adaptó a la naturaleza humana, a sus modos de hacer, hablar, y manifestarse. Excepto en lo referente al pecado, se puso a nuestra altura, se ha sometido a las mismas limitaciones que todos tenemos para darnos a conocer.
Un hecho que ha sido para unos motivo de escándalo, para otros de locura. En general, para todos aquellos que tienen una idea simplemente humana de Dios, por muy alta que ésta sea, o precisamente por eso, no les resulta fácil aceptar que Dios haya salido de su magnífico aislamiento para hacerse algo tan débil y despreciable como un pobre artesano, de un país insignificante. Pero, de ese modo, no sólo niegan la libertad de Dios, sino también la libertad del hombre.
Que por amor del hombre, Dios se haya abajado hasta ese extremo, no sólo desvela el misterio de Dios, sino también el del hombre. Deja bien patente la gran dignidad de la naturaleza humana. Supone un homenaje de Dios a la libertad del hombre. No ha querido imponerse. Solicita una aceptación en acto, es decir una libertad radical. La fe, aunque se haya recibido en la tradición de la familia, sólo puede ser actual y libre. Cristo no quiere esclavos, sino amigos que le acogen libremente, que es el modo más humano de amar.
La historia de la civilización occidental ha puesto de manifiesto que con el cristianismo llegó la superación de la terrible opresión de la religión antigua, que acabó con el fundamento religioso de la ciudad e hizo imposible el totalitarismo político. Dicho de modo positivo, abrió el espacio de la secularidad, la afirmación de lo humano. Al contrario que epicúreos y estoicistas de todos los tiempos, el cristianismo ha impulsado la plenitud del humanismo, haciendo suyo lo mejor del mundo antiguo: la filosofía griega. Ha puesto de manifiesto que para ser plenamente cristianos hay que ser plenamente humanos. De modo inevitable ha chocado contra todos los totalitarismos existentes a lo largo de la historia. A los cristianos nos ha correspondido el gran honor de proclamar y difundir la libertad para todos los hombres, que es sobre todo rendir homenaje agradecido a la magnífica libertad de Dios.
Un testimonio continuado. No sólo en tiempos de los romanos, cuando muchos cristianos dieron su vida por esa causa, sino también hoy, cuando muchos cristianos, por el mismo motivo, permanecen en las cárceles chinas. Siempre se ha buscado que esa proclama fuese pacífica, en forma de diálogo racional y amistoso, pero no siempre ha sido posible, pues mientras para los cristianos la libertad tiene que ver con la verdad del hombre, para los totalitarios, que niegan toda verdad que no sea la suya, el diálogo carece de sentido, o se hace muy difícil.
Cuando se niega la importancia cívica de la fe se recae en lo religioso y en lo mítico, se vuelve al viejo y angustioso totalitarismo de la vieja ciudad politeísta pagana, que sólo es posible sobre la esclavitud de muchos. Como acertadamente decía Tocqueville: “El despotismo siempre ha luchado por eliminar la fe, mientras que para mantener la libertad es necesario apoyarse en ella”. Éste, sugiero, podría ser el tema de una primera lección para esa asignatura que se llama educación para la ciudadanía: reconocer que el cristianismo ha sido la más rotunda afirmación de la libertad del hombre.
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