Si el Ejecutivo se lanza a la reforma de la ley estará saltándose el voto mayoritario de toda la población
Jaime Rodríguez-Arana, La Gaceta de los Negocios, 13 de febrero de 2007
Almudi.org
CUALQUIERA que se acerque a los medios de comunicación con intención de informarse sobre el referéndum del pasado domingo en Portugal sobre el aborto comprenderá, salvo honrosas, muy honrosas excepciones, la manipulación y el dominio, por no decir dictadura, de lo políticamente correcto que nos ha tocado vivir cuando se trata de valorar todas aquellas inhumanidades de esa progresía insolidaria, consumista e individualista del presente. Fundamentalmente, cuando de reflejar las opiniones mayoritarias de la gente normal se trata, como es el caso de un referéndum que ha tenido un claro vencedor del que nadie, o casi nadie, se atreve a hablar: la abstención.
Es sabido que el referéndum no ha sido eficaz porque la participación no alcanzó ni siquiera el 50%, lo cual es un requisito necesario y fundamental para que un referéndum sea vinculante en Portugal.
Pues bien, los datos que nos muestra la mayoría de la prensa se refieren a que el sí obtuvo el 59%, el no el 41%, situándose la participación, registrada en letra muy pequeña, casi imperceptible, en el 43,7%. Es decir, el ganador del referéndum, guste poco, muy poco o nada, es el 53,6% de la abstención. En democracia lo normal es que el Gobierno respete la opinión de la mayoría, sea la que sea, en un sentido, en otro o en ningún sentido.
Sin embargo, pese a su pírrica victoria, el ejecutivo portugués, ni corto ni perezoso, anuncia el cambio de la ley, ya que el referéndum, insisto, no es vinculante por no haber alcanzado el quórum mínimo de participación del 50%. Curiosa forma de interpretar el voto del pueblo en un referéndum que, insisto, no reúne las condiciones mínimas exigibles para poder desplegar sus efectos jurídicos, lo que lisa y llanamente debería interpretarse como un claro fracaso de los patrocinadores del sí y a otra cosa, mariposa.
Dos reflexiones me interesa destacar en este breve comentario. La primera: los gobernantes debieran pensarse muy mucho en tomar decisiones sobre cuestiones que no cuentan, en temas medulares, con un razonable consenso social.
El aborto es un tema capital porque para muchos ciudadanos constituye un atentado a la vida precisamente de quien no tiene voz para argumentar, de quien está absolutamente indefenso, de quien es la suma inocencia.
Es una cuestión, como la del matrimonio o la libertad educativa, en las que la gente tiene mucho que decir porque se trata de instituciones y realidades que afectan de manera trascendental a la calidad de vida y al ejercicio de las libertades, algo que no gusta nada a ese nuevo pensamiento único hoy tan de moda, a veces bajo la forma de una peculiar extensión de los derechos civiles, ciertamente, y nunca mejor dicho de una minoría que por razones de poder impone sus criterios a la mayoría. La segunda reflexión: la ciudadanía, las personas normales, la gente corriente y moliente empieza a tomar conciencia de que ciertas decisiones públicas adoptadas por estrechos márgenes de apoyo y que se refieren a aspectos medulares de la vida se cocinan y se manejan desde tecnocráticos centros de poder por los que deambula toda un conjunto de sujetos que viven, por cierto nada mal, gracias al mantenimiento y conservación de la posición.
En España, debiéramos empezar, si es que queremos profundizar en la calidad de la democracia, a modificar el régimen jurídico del referéndum de forma y manera que si la participación no alcanza a la mitad del electorado, éste se considere fracasado, que es lo que ha pasado en Portugal, aunque eufemísticamente se razone desde la perspectiva de políticamente eficaz, careta y rostro de lo políticamente correcto para el caso que nos ocupa en el artículo de hoy.
El referéndum ha fracasado porque no ha sido capaz de concitar la participación del 50% de electorado. Por tanto, si el Ejecutivo, como ya ha anunciado, se lanza a la reforma de la ley de acuerdo con su programa, favorable al aborto, estará saltándose a la torera el voto mayoritario de toda la población, que se ha abstenido en un 53%, un porcentaje, por cierto, que para otras cuestiones menos relevantes, se considera que es fundamental para emprender determinadas políticas públicas. Por cierto, quizás no pasara nada porque en España también fuera necesario el 50% de participación para que el referéndum fuese vinculante.
¿Se imaginan lo que habría pasado en Cataluña con el Estatut? ¿Quién se ha atrevido, a pesar del resultado, a decir que el gran vencedor ha sido el referéndum? Ciertamente, si se convoca un referéndum sobre el aborto, lo cual no me parece mal, por lo menos que se tengan en cuenta sus resultados. Insisto, con una abstención superior al 50%, lo que procede en democracia es, al menos, dejar las cosas tal y como se encuentran. Ir contra la mayoría, normalmente suele tener sus consecuencias y, en todo caso, manifiesta un talante, como diríamos: ¿autoritario?
En Portugal, el presidente de la República dispone de poderes más que relevantes para intentar que se respete la mayoría de la población. Cavaco Silva dispone de prestigio y buen hacer para que los portugueses, y todos los europeos, comprobamos que el país hermano sabe estar a la altura de las decisiones del pueblo.
Esperemos que Cavaco Silva propicie, en este delicado asunto, una política orientada a abrir puertas y cerrar heridas, que buena falta hace a la Península Ibérica.