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Debo reconocer que no me han sorprendido nada los resultados de la última Encuesta sobre conciliación de la vida laboral y personal de la Comunidad de Madrid: Seis de cada diez parejas que trabajan no tienen tiempo para sus hijos.
Es más, estoy casi segura que muchos españoles coincidirán conmigo en no necesitar una encuesta para darse cuenta de esta realidad, simple y llanamente, porque es su realidad cotidiana. Padres y madres con horas de trabajo interminables, incapaces de acoplar sus horarios laborales con el horario escolar de sus hijos, vacaciones escolares, hipotecas que pagar, ir a la compra y sufrir horas interminables en la consulta del pediatra es, lamentablemente, el día a día de muchos españoles que viven en un estado continuo de estrés y ansiedad intentando llegar a todo antes de que llegue la noche.
Porque el problema de compaginar trabajo y familia no sólo es el descenso de la natalidad, ni la falta de recursos para potenciar el trabajo de la mujer sin que vea afectada su maternidad, ni mucho menos la concienciación “obligatoria” de compartir los tareas del hogar.
El verdadero problema consiste en que el trabajo y/o la profesionalitis de los padres está afectando directamente en la educación de los hijos. De tal manera que, por muchas soluciones extrafamiliares que busquemos para paliar nuestra ausencia y dedicación, no podemos olvidar que nuestro deber y responsabilidad como padres difícilmente puede suplirse por nadie ni por nada. Somos sólo nosotros y no la televisión, el colegio, los monitores de las actividades extraescolares, la Play, las bandas juveniles ni el profesor de tenis o de baile los que nos hemos comprometido con ellos para ser sus modelos de conducta.
En otras palabras, los hijos, según afirman todos los expertos en educación, necesitan la referencia materna y paterna para crecer en valores, tan escasos hoy en día, para comunicarse, para compartir, para aprender a convivir, a reír y a sufrir juntos. Porque de su aprendizaje en la familia dependerá su futuro comportamiento en la escuela y en la sociedad.
¿Cómo vamos a poner el grito en el cielo cuando veamos a nuestros jóvenes inmersos en las bandas, buscando compensaciones en la droga y el sexo, abandonando los estudios para conseguir como sea dinero rápido y fácil?
¿Cómo nos va a sorprender las bajas calificaciones escolares de nuestros hijos, el absentismo escolar o el acoso escolar si no los conocemos?
Seamos serios y tomémoslo en serio, por favor. El mejor negocio que tenemos entre manos son nuestros hijos. Y del éxito en nuestro proyecto depende el bienestar de la sociedad.
Por lo tanto, deberíamos intentar conciliar nuestro trabajo y la dedicación familiar. Y si, a pesar de nuestros intentos, las circunstancias laborales no nos lo permiten, pongamos en evidencia ante los responsables la urgencia de políticas familiares “de hecho” que se adapten a las necesidades reales de la sociedad. Es decir, flexibilidad de horarios, trabajo a tiempo parcial, jornadas reducidas, permisos maternos , servicios de guardería en las empresas, excedencia para el cuidado de mayores, adaptar el trabajo a la situación del empleado dando la posibilidad de trabajar desde casa, etc… porque estoy segura que si las personas implicadas intentamos que este negocio se materialice, todos saldremos ganando.