Fuente: www.conferenciaepiscopal.es
Un año más la Semana de oración por la unidad de los cristianos viene a colocar ante todos los cristianos la unidad visible de la Iglesia como meta del ecumenismo. Los discípulos de Cristo no podemos volver la vista atrás tentados por la seguridad de un pasado sin relaciones entre las Iglesias. Todas las grandes comuniones eclesiales aspiran hoy a reconocerse recíprocamente como «iglesias hermanas», y hemos de realizar cuanto esté en nuestras manos para lograr que llegue el momento en que todas las Iglesias cristianas puedan reconocerse mutuamente como una sola comunión en la fe y una misma realidad eclesial.
1. Proclamar el Evangelio unidos para que Cristo ilumine a todos es caminar hacia la unidad visible bajo la acción del Espíritu
No podemos sucumbir al desánimo aun cuando las etapas que faltan sean todavía de larga duración, porque las ya recorridas nos estimulan a completar la carrera, que sólo podremos concluir con éxito si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, verdadero intérprete de la voluntad de Cristo para su Iglesia en cada momento histórico: “Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos” (Jn 17,26).
El Espíritu que procede del Padre es el que dispone a los discípulos a recibir el amor del Padre en el reconocimiento de Jesús como Hijo de Dios, aquel en quien el Padre ha dado la mayor muestra de amor al mundo. Nada podremos hacer sin la guía del Espíritu Santo, por cuya acción espiritual en nosotros podemos permanecer unidos a Cristo. Los cristianos hemos de suplicar con constancia la asistencia del Espíritu del Padre y del Hijo para que nos vaya señalando en cada momento histórico lo que conviene hacer para que la proclamación del Evangelio llegue a los hombres de todas las culturas, mentalidades y religiones. Daremos pasos firmes hacia la unidad de la Iglesia si a todos los cristianos nos une la misión para la que hemos sido enviados por Cristo: la evangelización del mundo.
Respetuosos con los creyentes de las diversas religiones y con cuantos se declaran agnósticos o no creyentes, los cristianos estamos llamados a ofrecer el testimonio de Cristo como “único mediador entre Dios y los hombres, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos”(1 Tim 2,5-6); pues siendo Dios “nuestro Salvador” (1 Tim 1,1) y “Salvador de todos los hombres, principalmente de los creyentes” (1 Tim 4,10), “no se nos ha dado a los hombres otro nombre bajo el cielo por el que podamos ser salvados” (Hech 4,12). Así hemos de proponer a Cristo como único redentor del género humano, fiados de su palabra siempre eficaz y la señal de sus milagros, que hacían exclamar a cuantos le seguían admirados: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Mc 7,37).
2. Orar por el éxito del encuentro entre las Iglesias de Europa en Sibiu para que se fortalezca el testimonio de las Iglesias en Europa
La III Asamblea Europea de Iglesias, cuyas fases preparatorias hemos empezado a recorrer, nos convoca a acudir al encuentro con los otros cristianos del Continente que tendrá lugar en la ciudad de Sibiu, en Rumania, el próximo septiembre de 2007, para juntos mirar hacia «Cristo, luz que ilumina a todos, esperanza de renovación y unidad en Europa». Con este lema auguramos, confiando plenamente en la acción del Espíritu unificador, una experiencia de gracia que hará crecer la comunión de las Iglesias en Europa. Un encuentro fraterno que las llevará a un mayor compromiso por la nueva evangelización de las sociedades europeas, hoy hondamente afectadas por el espíritu agnóstico del relativismo, la gran tentación de nuestro tiempo. Estamos ante el reto de una ideología que cierra los ojos y los oídos de las personas a la verdad del Evangelio y aleja a las naciones europeas de la civilización cristiana.
Estamos llamados a anunciar a todos que Jesucristo es el Redentor universal del género humano, que a todos ha congregado en el recinto acogedor de su Iglesia una y santa, y a dar testimonio de Cristo de modo acorde con la naturaleza de la Iglesia una. En ella quiso Dios Padre reunir en Cristo a sus hijos dispersos (Jn 11,52), dotándola y enriqueciéndola de los medios de salvación: los sacramentos, medios de gracia por los cuales el Espíritu del Padre y del Hijo realiza la santificación de los creyentes; y servicio espiritual de los ministros ordenados, mediante el cual es Cristo mismo el que reúne a su Iglesia y se hace presente en ella, para seguir incorporando a la salvación a los hombres de todos los tiempos. A estos medios de salvación el Espíritu del Señor agrega los dones y carismas, mediante los cuales reparte “diversas tareas o ministerios que contribuyen a renovar y construir más y más la Iglesia, según aquellas palabras: ‘A cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común’ (1 Cor 12,7)” (Vaticano II: Constitución Lumen gentium, n.12).
La búsqueda de la unidad visible viene contribuyendo sobre manera a esta renovación de la Iglesia, que tiene en el Vaticano II un referente permanente, válido para nuestro tiempo. Los pasos que las Iglesias han dado hacia esta unidad fortalecen el testimonio de Cristo como salvador universal de los hombres, luz de las naciones y esperanza de la humanidad y de toda la creación. Todavía queda camino por andar, pero si todos los cristianos secundan la acción del Espíritu Santo en la Iglesia, Cristo será conocido y amado como el enviado del Padre para la salvación del mundo. Todo cuanto podamos hacer unos cristianos y otros por la renovación de la Iglesia hará resplandecer ante los hombres el misterio de su unidad católica, tal como señaló el Concilio: “Por la fuerza de esta catolicidad, cada grupo aporta sus dones a los demás y a toda la Iglesia, de manera que el conjunto y cada una de sus partes se enriquecen con el compartir mutuo y con la búsqueda de plenitud en la unidad” (Lumen gentium, n. 13).
Estamos plenamente seguros de que la III Asamblea Europea de Iglesias contribuirá a que los cristianos de Europa nos conozcamos más y mejor, para que juntos afrontemos el reto común de nuestro tiempo: conseguir que Cristo siga iluminando la vida de los pueblos que le han conocido y a cuya luz han caminado.
3. El acercamiento entre católicos y ortodoxos acrecentará la comunión de todas las Iglesias
Por otra parte, no podemos dejar de mencionar el éxito del feliz encuentro entre el papa Benedicto XVI y el Patriarca Bartolomé I. La reciente visita del Papa a Turquía para encontrarse con el Patriarca marca, ciertamente, un hito en las relaciones ecuménicas entre la Iglesia Católica y las Iglesias ortodoxas orientales que, con la ayuda del Señor, redundará en un mayor acercamiento por todos esperado de las dos grandes Comuniones eclesiales, que se reconocen recíprocamente como «Iglesias hermanas». Este acrecentamiento de la comunión entre católicos y ortodoxos ayudará al mismo tiempo al crecimiento de la comunión entre las todas Iglesias cristianas. Cuando dos Iglesias se acercan todas se acercan porque los interlocutores se reducen y disminuyen las diferencias.
Encomendamos al Señor los frutos de este encuentro para que el diálogo teológico entre católicos y ortodoxos, acompasado por el diálogo de la caridad y sostenido por la oración ecuménica de todos, lleve a las dos grandes Iglesias a la comunión en la que estuvieron durante el primer milenio de cristianismo. Para cumplir el mandato del Señor de evangelizar a todos los pueblos, católicos y ortodoxos, como han dicho en su Declaración común el Papa y el Patriarca están llamados “reforzar la colaboración y nuestro testimonio común ante todas las naciones”.
4. La santidad como medio de lograr la unidad deseada haciendo propia la voluntad de Cristo
Finalmente, queremos recordar a todos que el camino hacia la unidad tiene en la santidad de los discípulos de Jesús el más sólido punto de apoyo y trampolín de lanzamiento hacia la meta deseada de la unidad. El ecumenismo de la santidad es el más eficaz de todos, porque la configuración con Cristo es el medio apto para dar cabida en nosotros a la voluntad de Dios mediante la identificación plena con la mente de la Iglesia Esposa de Cristo.
Sólo mediante la obediencia a la voluntad del Padre, la acción de los cristianos en el mundo producirá sus frutos, pues la entrega a la voluntad de Dios hará que los cristianos vivan la vocación a la santidad como forma perfecta del testimonio de Cristo ante los hombres. Si todos los cristianos nos dejamos guiar por el Espíritu en el ejercicio de esta vocación a ser santos, todos nos encontraremos caminando al unísono y podremos recibir de Dios el don de la unidad visible que buscamos. De esta suerte los hombres reconocerán en la comunión santa y católica de la Iglesia el «sacramento de la unidad del género humano». La Iglesia, unificada en Cristo a imagen de la Trinidad, aparecerá como testigo de Cristo en el mundo, ámbito del encuentro y recinto de la congregación de los hombres y las naciones en Cristo.
Madrid, 8 de diciembre de 2006.
Adolfo, Obispo de Almería, Presidente
Santiago, Arzobispo de Mérida-Badajoz
José, Obispo de Tuy-Vigo
Román, Obispo de Vic
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