Un hallazgo excepcional
El pasado diciembre, moría Carsten Peter Thiede, reconocido papirólogo, nacido en Berlín en 1952, que hace unos años saltó a las primeras páginas de los periódicos a causa de un pequeño fragmento de un manuscrito griego, que acercaría la redacción de los evangelios a los primeros años tras la muerte de Jesús, echando por tierra la tesis de que la figura de Jesús fue inventada por la Iglesia primitiva y desmontando la pretendida distancia entre el Jesús histórico ...
Un hallazgo excepcional
El pasado diciembre, moría Carsten Peter Thiede, reconocido papirólogo, nacido en Berlín en 1952, que hace unos años saltó a las primeras páginas de los periódicos a causa de un pequeño fragmento de un manuscrito griego, que acercaría la redacción de los evangelios a los primeros años tras la muerte de Jesús, echando por tierra la tesis de que la figura de Jesús fue inventada por la Iglesia primitiva y desmontando la pretendida distancia entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe. Escribe el profesor Carbajosa, de Sagrada Escritura, de la Facultad de Teología San Dámaso, de Madrid
Panorámica de las cuevas, en las cercanías del Mar
Muerto, donde se encontraron los importantes manuscritos de
la comunidad de Qumrám y Fragmento de los manuscritos de
Qumrám (texto de Oseas 2, 8-14).
Curiosamente no había sido Thiede el descubridor del papiro en cuestión, y ni siquiera el primero en identificar su contenido. En efecto, es necesario remontarse a finales de los años 40, en las cercanías del Mar Muerto, en Israel. Un beduino en busca de una cabra perdida consigue acceder a una cueva escondida y realiza uno de los descubrimientos más importantes del siglo XX, seguramente el más importante en lo que a manuscritos se refiere. En las once cuevas de Qumrán han salido a la luz miles de textos en hebreo, griego y arameo, algunos de ellos fragmentos minúsculos, otros, rollos casi completos, que contienen gran parte del Antiguo Testamento, amén de otra literatura de interés excepcional. Se fechan entre el siglo II a.C. y el año 68 d.C., cuando debieron ser escondidos en cuevas para preservarlos de la llegada de los romanos.
Una de las cuevas, la número siete, se caracteriza por contener únicamente papiros en griego, muchos de ellos pequeños fragmentos que se resisten a una identificación. En 1972, un prestigioso papirólogo español, el jesuita José O’Callaghan, sorprende al mundo científico con la identificación del papiro 7Q5 –muy fragmentario, con apenas veinte letras, algunas borrosas, que previamente había sido datado en torno al año 50 d.C.–, con un texto del evangelio de Marcos (Mc 6, 52-53) (véase Los papiros griegos de la cueva 7 de Qumrán, Madrid 1974). De verificarse, el alcance de esta propuesta pondría en entredicho el statu quo que coloca la redacción de los evangelios a partir del año 70 d.C., fecha de la destrucción de Jerusalén, acercándola a los primeros años después de la muerte de Jesús. La identificación, a pesar de su importancia, no tuvo apenas eco entre los especialistas. Por otro lado, resultaba difícil de admitir que la comunidad esenia, que parece la responsable de la producción y recogida de los manuscritos, pudiera albergar en su biblioteca textos cristianos.
Es en este punto cuando entra en escena el recientemente fallecido Thiede. Más de diez años después de la identificación realizada por O’Callaghan, en 1984, el papirologo alemán publica un estudio exhaustivo en el que respalda la propuesta del jesuita español. Al contrario que éste, Thiede corre mejor suerte y su estudio encuentra amplio eco en los medios de comunicación, obligando al mundo científico a entrar en un apasionado debate, que dura hasta hoy (véase ¿El manuscrito más antiguo de los evangelios?, Valencia 1989). En 1994, el mismo estudioso alemán enriquece la discusión en curso, cuando propone datar unos fragmentos de papiros del Magdalen College, de Oxford, y de la Fundación San Lucas Evangelista, de Barcelona, (cuya identificación con textos del evangelio de Mateo es segura) en torno al año 60 d.C., y no a principios del siglo III d.C., tal y como figuraba en la lista oficial de manuscritos del Nuevo Testamento.
La gran aportación de Thiede ha sido la de reabrir un debate que se había evitado durante algún tiempo, en gran parte no por razones científicas, sino ideológicas. En efecto, la asunción de que los evangelios habrían sido escritos mucho tiempo después de la muerte de Jesús (entre 35 y 60 años después) se había instalado como un dogma en los estudios neotestamentarios. La polémica en torno a la identificación y datación de los nuevos papiros ha permitido que gran parte de los especialistas se ocuparan de la cuestión, aportando razones en pro y en contra de la propuesta de Thiede. El mismo científico alemán utilizó el microscopio electrónico de la Policía científica de Jerusalén para verificar la exactitud de una de sus identificaciones: una letra clave que no se distinguía demasiado en el papiro 7Q5. Por otro lado, el cálculo matemático se había puesto del lado de Thiede y O’Callaghan, concluyendo que la posibilidad de error de la transcripción propuesta por estos estudiosos es de 1 contra 36.000 billones. Algunas grandes personalidades del campo científico han apoyado esta identificación, como la Presidenta de la Asociación Internacional de Papirología, Orsolina Montevecchi, que ha propuesto incluir 7Q5 en las listas oficiales de manuscritos del Nuevo Testamento. En contra permanecen muchos otros estudiosos, resaltando alguna de las dificultades que presenta la teoría de Thiede. A favor de este último se debe decir, sin embargo, que ninguna de las identificaciones alternativas para 7Q5 presentadas hasta ahora puede considerarse más satisfactoria que la suya.
Al margen de polémicas, la investigación de científicos como O’Callaghan o Thiede obliga a los estudiosos de la Biblia a ponerse delante de los datos en un ejercicio de realismo y de amor a la verdad por encima de ideologías o de disputas académicas.
Ignacio Carbajosa