Los datos hablan: según el Instituto Nacional de Estadística, las mujeres disponen de una hora menos de tiempo libre que los hombres, que trabajan casi dos horas más; a medida que nos hacemos mayores, trabajamos menos y la atención a los medios de comunicación es tan universal como comer o dormir. Asturias es la Comunidad Autónoma donde más se participa de juegos y aficiones... Las estadísticas se miden en horas y minutos, pero el tiempo hay que recorrerlo y el ocio es, sobre todo, una cuestión de actitud, de la calidad que otorguemos al tiempo:
El tiempo es uno de los bienes más preciados y que más fácilmente nos pasa desapercibido: el tiempo, un continente para llenar de contenido. El día a día nos sumerge en una rutina llena de responsabilidades y exigencias, donde nuestras acciones persiguen resultados, y en la que sentirse gratificado no es una constante.
El tiempo no es un concepto fácil de valorar, al igual que no reparamos en valorar que respiramos, que cada día estrenamos nuevas oportunidades para construir, desde lo esencial del ser de cada uno. Vivimos en una sociedad en la que hacer es existir, en la que el ser es tener. Producir nos hace sentir importantes, y son muchas las personas que dedican gran parte de su tiempo libre al consumo, en busca del mantenimiento de un estatus.
El tiempo libre es el espacio disponible que podemos utilizar o malgastar, y que se convierte en ocio cuando lo empleamos para hacer lo que nos gusta, y que debería hacernos crecer como personas. No existe una definición universalmente aceptada de ocio, aunque todos tengamos una idea intuitiva del término; en los intentos por definir su significado, los resultados son diferentes. A lo largo de la Historia, el concepto ocio ha dependido de las circunstancias históricas y de la ideología del investigador de turno. Por eso una reflexión acerca del ocio no puede permanecer al margen de las circunstancias sociales predominantes, ni tampoco al margen de un marco temporal, ya que siempre se verá afectado por la mezcla de interpretaciones políticas, morales, religiosas y económicas.
Un poco de historia
En Grecia el término ocio se equiparaba con la formación no utilitaria de la persona. Implicaba liberarse de la necesidad del trabajo y disponer de tiempo; definía al hombre libre. La música y la contemplación implicaban una formación humana no utilitaria, y todo servía a la formación de la mente y al acercamiento a la virtud. En cierto sentido, la educación griega es educación para el ocio en tanto que virtud.
En Roma el tiempo libre de ocio cobró otros tintes y se convirtió en momento de descanso y de recreación del espíritu; un tiempo de recuperación y de no trabajo, cuya finalidad era reemprenderlo con eficacia. El ocio es, en Roma, complemento del trabajo.
Las distintas concepciones de ocio se suceden durante la Edad Media y el Renacimiento; es llamativo cómo, en la baja Edad Media, el tiempo no productivo, pero valioso, se convertirá en prueba de riqueza y poder, configurándose así el ocio burgués. Llegado el siglo XVII se desarrollará un significado que guiará al hombre hasta nuestros días, en que la idea griega de contemplación va perdiendo fuerza. De la pasiva contemplación del orden armónico y eterno del universo, el hombre comienza a buscar el mejor modo de sacar provecho inmediato a la naturaleza, y se forja la idea actual del trabajo como modo de reconocimiento máximo del hombre. Se desarrollan nuevos valores que consideran el empleo como una virtud suprema, y al ocio como algo prescindible, en casos, como una pérdida de tiempo. Estas ideas, acompañadas de las nuevas condiciones sociales, llevarán al hombre a vivir para el trabajo, o para los ocios instructivos, según las exigencias. Es con la Revolución Francesa cuando se acaba de configurar el trabajo y el ocio modernos, a partir de los nuevos sistemas técnicos de producción y de la nueva organización económica-política.
Cristianismo y ocio
Dentro de este proceso no se puede obviar el nacimiento del cristianismo en el seno del Imperio romano; desde sus comienzos, muestra preocupaciones diferentes a las habituales y se adapta a posturas distintas. Hoy no podemos negar la importante presencia del ocio en el cristianismo, y en las enseñanzas del Papa Juan Pablo II. Dirigiéndose a los deportistas, en 1980, dijo:
«La cultura debe tender a la perfección integral de la persona humana, al bien auténtico de la comunidad y de la sociedad humana. (...) El ocio (refiriéndose a las competiciones deportivas) es importante porque representa un momento de liberación del peso de la jornada, del trabajo agotador y monótono, de las ocupaciones y preocupaciones de la vida, y al mismo tiempo es un momento de recreo y realización de sí mismo, en el modo que mejor corresponde a las capacidades y aspiraciones de cada uno. (...) Debe de estar dirigido a suscitar sentimiento de solidaridad, alegría y paz».
El catedrático don Manuel Cuenca, que recoge estas palabras del Papa, considera que, frente al ocio que se encierra en sí mismo y que sólo busca el desahogo personal o el desahogo de las pasiones, el ocio del cristiano, «según el magisterio de Juan Pablo II, ha de ser un ocio orientado por valores positivos». Como bien dice, tenemos un Papa deportista, culto, viajero, amante de la naturaleza y de los nuevos medios de expresión y comunicación... el ocio está presente en su vida y, por lo tanto, en su labor evangelizadora.
La concepción cristiana del ocio se aproxima a definiciones dadas por instancias dedicadas al estudio de este fenómeno; visiones que se alejan de un ocio mal entendido. Hoy por hoy, en nuestra sociedad, cada vez más el trabajo no guarda equilibrio con el ocio. Se buscan beneficios que suponen un aumento de la productividad, y esto repercute en el trabajo humano, que cada vez deja menos tiempo al ocio. El trabajo se embrutece y pierde el sentido personal, lo que nos convierte, dado el tiempo que dedicamos al trabajo, en autómatas.
El ocio es un derecho humano básico para la construcción personal, del que nadie debería ser privado, y que exige la justicia social que corresponda. Este derecho está reconocido de forma expresa en los derechos llamados de segunda generación (derechos económicos, sociales y culturales), y en los de tercera generación, que se guían por el valor de la solidaridad. El ocio es primordial para el desarrollo social y colectivo.
Ética del ocio
La vertiente personal y comunitaria del ocio hace que sea inevitable referirse a una ética del ocio en la que cobren importancia los términos justicia, solidaridad y responsabilidad. Para la aplicación de estos principios, desde el punto de vista de doña Cristina de la Cruz Ayuso, directora del departamento de Filosofía de la Universidad de Deusto, «hay que conocer bien cuál es la propia especificidad del ocio; hay que delimitar cuáles son sus bienes internos, los propios que el ocio puede proporcionar a la persona, y también, y sobre todo, a la sociedad. Pero todavía hay más. Todas estas consideraciones sobre la ética aplicada al ocio tienen que tener como marco de referencia la moral cívica de la sociedad en la que se desarrolla, y que, como tal, tiene reconocidos un conjunto de valores y derechos que también debe asumir como propios». El ocio es una experiencia integral de la persona y un derecho humano que favorece el desarrollo personal y social.
Toda persona tiene derecho al ocio y, al abordarlo, no podemos dejar de referirnos específicamente a las personas que cuentan con limitaciones y/o discapacidades para acceder al mismo. Se convierten aquí en imprescindibles los esfuerzos de normalización, integración e inclusión correspondientes.
La doctora doña Aurora Madariaga, de la cátedra de Ocio y Minusvalía, de la Universidad de Deusto, hace referencia a la integración como instrumento para la consecución de una vida normalizada, y como un fin en sí mismo. A su entender, se produce a distintos niveles: la integración en el mundo físico de los sitios y de las cosas, compartiendo el espacio y la integración en el mundo social de la gente y de los grupos humanos. La inclusión se entiende así como el principio, la actitud, el sistema de valores y las creencias que guían las acciones encaminadas a que las personas con discapacidad se integren en la sociedad de la que forman parte.
Un ocio inclusivo implica, entre otras cosas:
- que se construyan modelos de servicios que respondan a las personas;
- que se enfatice el sentido de comunidad para que cada persona desarrolle el sentimiento de pertenencia;
- que se asesore y proporcione cooperación para que cada persona crezca, considerando los diferentes tipos de necesidades;
- que todas las personas utilicen los mismos equipamientos, servicios y programas disponibles en su comunidad;
- que se reflexione acerca del modo de dirigirse a los diferentes colectivos con naturalidad y respeto.
El ocio es un componente más de la vida de las personas y un elemento de las sociedades modernas al que toda persona tiene derecho a acceder, desde su tiempo libre. Son muchos los factores que influyen en el empleo de nuestro tiempo, pero de nosotros y de nuestra exigencia al Estado, como ciudadanos, depende que lo circunstancial no frene nuestro desarrollo.
Rosa Puga Davila (ALFA Y OMEGA)
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