Homilía en Santa Marta
Una piedra desechada que se convierte en fundamento; un patíbulo escandaloso que parece el final de una historia llena de esperanzas pero que, en cambio, es el comienzo de la salvación del mundo.
Dios construye sobre la debilidad, pero si uno lee las páginas de la historia de amor entre Dios y su pueblo, parece una historia de fracasos. Como la parábola de los viñadores homicidas, propuesta en el Evangelio de hoy (cfr. Mc 12,1-12), que parece el fracaso del sueño de Dios. Hay un dueño que construye una hermosa viña y luego están los trabajadores que matan a cualquiera que es enviado por el dueño. Pues precisamente de esas muertes es de donde todo cobra vida. Los profetas, los hombres de Dios que hablaron al pueblo, y que no fueron escuchados, que fueron descartados, serán su gloria. El Hijo, el último enviado, que fue descartado, juzgado, no escuchado y asesinado, se ha convertido en la piedra angular. Esta historia, que comienza con un sueño de amor, que es una historia de amor, pero parece acabar en una historia de fracasos, termina con el gran amor de Dios que del descarte saca la salvación, de su Hijo descartado, nos salva a todos.
Aquí es donde la lógica del fracaso se da la vuelta. Jesús lo recuerda a los jefes del pueblo, citando la Escritura: La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente (Mc 12,11). Es bonito leer en la Biblia las quejas de Dios, del Padre que llora cuando el pueblo no sabe obedecer a Dios, porque quieren ser ellos mismos su dios. El camino de nuestra redención fue una vía de muchos fracasos. Hasta el último, el de la cruz, es un escándalo. Pero justamente ahí vence el amor. Y esa historia que comienza con un sueño de amor y continúa con una historia de fracasos, acaba en la victoria del amor: la cruz de Jesús. No debemos olvidar este camino, que es difícil. ¡Igual que el nuestro! Si cada uno de nosotros hace examen de conciencia, verá cuántas veces ha echado a los profetas, cuántas veces ha dicho a Jesús: ‘Vete’, cuántas veces ha querido salvarse a sí mismo, cuántas veces hemos pensado que nosotros éramos los justos.
Así pues, no olvidemos nunca que es en la muerte del Hijo en la cruz donde se manifiesta el amor de Dios por su pueblo. Nos vendrá bien hacer memoria de esa historia de amor que parece fracasada, pero que vence al final. Es recordar la historia de nuestra vida, de aquella semilla de amor que Dios sembró en nosotros, y cómo ha ido adelante, y hacer lo mismo que hizo Jesús en nuestro nombre: se humilló.