Homilía en Santa Marta
La liturgia de hoy (Jn 17,20-26) nos propone, la gran oración de Jesús —que la Iglesia esté unida y los cristianos sean una sola cosa sola, como Jesús lo es con su Padre—, y la gran tentación —no ceder al otro padre, el de la mentira y la división—, en la atmósfera del Cenáculo, con la densidad de las palabras que Cristo pronuncia y confía a los Apóstoles antes de entregarse a la Pasión.
Es consolador oír a Jesús decir al Padre que no quiere rezar solo por sus discípulos sino también por aquellos que creerán en Él mediante su palabra. Una frase escuchada tantas veces, para la que haría falta un suplemento de atención. Quizá no estamos demasiado atentos a estas palabras: ¡Jesús ha rezado por mí! Esto es fuente de confianza: reza por mí, ha rezado por mí... Yo imagino —pero es una figura— cómo está Jesús delante del Padre, en el Cielo. Es así: reza por nosotros, reza por mí. ¿Y qué ve el Padre? Las llagas, el precio que pagó por nosotros. Jesús reza por mí con sus llagas, con su corazón llagado, y seguirá haciéndolo.
Jesús reza por la unidad de su pueblo, por la Iglesia. Pero sabe que el espíritu del mundo es un espíritu de división, de guerra, de envidias, de celos, también en las familias, incluso en las familias religiosas, en las diócesis y en toda la Iglesia: es la gran tentación. La que lleva a la murmuración, a etiquetar y encasillar a las personas. Actitudes todas que esa misma oración nos pide desterrar. Debemos ser uno, una sola cosa, como Jesús y el Padre son una sola cosa. Ese es el desafío de todos los cristianos: no dejar sitio a la división entre nosotros, no dejar que el espíritu de división —el padre de la mentira— entre en nosotros. Buscar siempre la unidad. Cada uno es como es, pero ¡procura vivir en unidad! Jesús reza para que seamos uno, una sola cosa. ¡Y la Iglesia tiene tanta necesidad de esa oración de unidad! No existe una Iglesia unida con pegamento, porque la unidad que pide Jesús es una gracia de Dios y una lucha en la tierra. Debemos dejar sitio al Espíritu para que nos trasforme —como el Padre está en el Hijo— en una sola cosa.
Y el otro consejo que Jesús dio en los días de despedida es permanecer en Él: Permaneced en mí. Y pide la gracia de que todos permanezcamos en Él. Y nos dice porqué, lo dice claramente: Padre, quiero que los que me has dado, estén también conmigo donde yo estoy. Es decir, que permanezcan conmigo, permanecer en Jesús en este mundo, para que contemplen mi gloria.