En la Misa de hoy se hace memoria de los Santos Protomártires de la Iglesia romana, cruelmente asesinados al pie de la Colina Vaticana por orden de Nerón, tras el incendio de Roma del año 64. La oración del comienzo de la Misa recuerda que el Señor fecundó, con la sangre de los mártires, los primeros brotes de la Iglesia de Roma. Se habla del crecimiento de una planta, y pensamos en lo que decía Jesús: “El Reino de los Cielos es como un hombre que echó a tierra la semilla y se va a casa. Y, ya duerma o vele, la semilla crece, germina, sin que él sepa cómo”. Esa semilla es la Palabra de Dios que crece y se convierte en Reino de Dios, que se hace Iglesia gracias a la fuerza del Espíritu Santo y al testimonio de los cristianos.
Sabemos que no hay crecimiento sin el Espíritu: es Él quien hace la Iglesia, el que hace crecer a la Iglesia, el que convoca la comunidad de la Iglesia. Pero también es necesario el testimonio de los cristianos. Y cuando ese testimonio llega al final, cuando las circunstancias históricas nos piden un testimonio fuerte, ahí están los mártires, los testigos más grandes. Y esa Iglesia se riega con la sangre de los mártires. Esa es la belleza del martirio: comienza con el testimonio, día a día, y puede acabar como Jesús, el primer mártir, el primer testigo, el testigo fiel: ¡con su sangre!
Pero hay una condición para que el testimonio sea verdadero: tiene que ser sin condiciones. Hemos escuchado el evangelio, a aquel que quiere seguir al Señor, pero le pide una condición: ir a despedirse o a sepultar a su padre. El Señor lo detiene: “¡No!”. El testimonio es sin condiciones. Tiene que ser firme, decidido, con ese lenguaje tan fuerte que nos dice Jesús: “sea vuestro modo de hablar sí, sí, no, no”. Ese es el lenguaje del testimonio.
Hoy miramos a esta Iglesia de Roma que crece, regada por la sangre de los mártires. Pero también es justo que pensemos en tantos mártires de hoy, muchos mártires que dan su vida por la fe. Es verdad que fueron muchos los cristianos perseguidos en tiempos de Nerón, ¡pero hoy no son menos! Hay tantos mártires hoy, en la Iglesia, muchos cristianos perseguidos. Pensemos en Medio Oriente, en los cristianos que tienen que huir de las persecuciones, cristianos muertos por sus perseguidores. Y también cristianos expulsados, de modo elegante, con guante blanco: ¡también eso es una persecución! Hoy hay más testigos, más mártires en la Iglesia que en los primeros siglos.
Por eso, en esta Misa, recordando a nuestros gloriosos antepasados, aquí en Roma, pensemos también en nuestros hermanos que viven perseguidos, que sufren y que, con su sangre, hacen crecer la semilla de tantas pequeñas iglesias que nacen. Pidamos por ellos y también por nosotros.