Dios no espera sino que se da, no habla sino que actúa. No hay sombra de pasividad en el modo que el Creador tiene de entender el amor a sus criaturas. Dios nos da la gracia y la alegría de celebrar, en el corazón de su Hijo, las grandes obras de su amor. Se puede decir que hoy es la fiesta del amor de Dios en Jesucristo, del amor de Dios por nosotros, del amor de Dios en nosotros.
Hay dos características del amor. La primera es que el amor está más en dar que en recibir. Y la segunda, que el amor está más en las obras que en las palabras. Cuando decimos que está más en dar que en recibir, queremos decir que el amor se comunica siempre, y es recibido por el amado. Y cuando decimos que está más en las obras que en las palabras, es porque el amor siempre da vida y hace crecer.
Pero para entender el amor de Dios, el hombre necesita buscar una dimensión inversamente proporcional a la inmensidad: es la pequeñez, la pequeñez del corazón. Moisés explica al pueblo hebreo que fue elegido por Dios por ser el más pequeño de todos los pueblos. Y Jesús, en el evangelio de hoy, alaba al Padre porque ha escondido las cosas divinas a los doctos y las ha revelado a los pequeños. Por tanto, lo que Dios busca con el hombre es un trato de padre a hijo, para acariciarlo y decirle: estoy contigo. Esa es la ternura del Señor y de su amor. Y eso es lo que nos comunica y da fuerza a nuestra ternura. Pero si nos sentimos fuertes, nunca tendremos la experiencia de las caricias del Señor, tan hermosas y tan bonitas. No temas, estoy contigo, te llevo de la mano. Son palabras del Señor que nos ayudan a entender el misterioso amor que nos tiene. Y cuando Jesús habla de sí mismo, dice: Soy manso y humilde de corazón. También Él, el Hijo de Dios, se abaja para recibir el amor del Padre.
Otra señal particular del amor de Dios es que nos amó primero. Siempre está antes que nosotros, y nos espera: cuando nosotros llegamos, Él ya está; cuando lo buscamos, ya nos ha buscado antes. Siempre está por delante de nosotros, y nos espera para recibirnos en su corazón, en su amor.
Pidamos a Dios la gracia de entrar en ese mundo tan misterioso, de asombrarnos y de tener paz con ese amor que se comunica, que nos da alegría y nos lleva al camino de la vida como a un niño, de la mano. Estas cosas pueden ayudarnos a entender este misterio del amor de Dios con nosotros. Para expresarse necesita nuestra pequeñez, nuestro abajamiento. Y también necesita nuestro asombro cuando lo buscamos y lo encontramos allí, esperándonos.