Preparar la venida del Señor, discernir quien es el Señor, disminuir para que el Señor crezca. En estos tres verbos podemos ver tres vocaciones de Juan el Bautista, modelo siempre actual para un cristiano.
Juan preparaba el camino a Jesús sin quedarse con nada. Era un hombre importante: la gente lo buscaba, lo seguía porque las palabras de Juan eran fuertes. Sus palabras llegaban al corazón. Tal vez sintiera la tentación de creer que era importante, pero no cayó. De hecho, cuando se le acercaron los doctores de la ley a preguntarle si era el Mesías, Juan respondió: Soy solo voz. He venido a preparar el camino al Señor. Esta es la primera vocación del Bautista: preparar al pueblo, el corazón del pueblo, para el encuentro con el Señor.
Pero ¿quién es el Señor? Y esta es la segunda vocación de Juan: discernir, entre tanta gente buena, quien era el Señor. El Espíritu Santo se lo reveló, y él tuvo la valentía de decir: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Los discípulos miraron a ese hombre que pasaba y lo dejaron ir. Pero el día siguiente pasó lo mismo: Ese es y es más digno que yo. Entonces los discípulos se fueron tras Él. En la preparación, Juan decía: Después de mí… En el discernimiento, señala al Señor y dice: Delante de mí…
La tercera vocación de Juan es disminuir. Desde aquel momento, su vida comenzó a abajarse, a disminuir para que creciera el Señor, hasta anonadarse. Conviene que Él crezca y que yo disminuya: detrás de mí, delante de mí, lejos de mí. Esta fue la etapa más difícil de Juan, porque el Señor tenía un estilo que no se había imaginado, hasta el punto de que, en la cárcel –porque estaba en la cárcel, en ese momento– sufrió no solo la oscuridad de la celda, sino también la oscuridad en su corazón: ¿Será éste? ¿No me habré equivocado? Porque el Mesías tiene un estilo tan... No se entiende… Y, como era un hombre de Dios, pide a sus discípulos que vayan a Él a preguntarle: ¿Eres Tú, o debemos esperar a otro? La humillación de Juan es doble: la humillación de su muerte, como precio de un capricho, y la humillación de la oscuridad del alma. Juan, que supo esperar a Jesús, que supo discernir, ahora ve a Jesús de lejos. La promesa se ha alejado. Y acaba solo, en la oscuridad, en la humillación. Se queda solo porque se anonadó mucho para que el Señor creciese. Juan ve al Señor que está lejos, y él humillado, pero con el corazón en paz.
Tres vocaciones en un hombre: preparar, discernir, dejar crecer al Señor y disminuir uno mismo. Es bueno pensar en la vocación del cristiano así. Un cristiano no se anuncia a sí mismo, anuncia a otro, prepara el camino a otro: al Señor. Un cristiano tiene que saber discernir, debe conocer cómo discernir la verdad de lo que parece verdad pero no lo es: hombre de discernimiento. Y un cristiano tiene que ser un hombre que sepa abajarse para que el Señor crezca, en el corazón y en el alma de los demás.