Domingo de la semana 7 de tiempo ordinario; ciclo C

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

(Sam 26,2.7-9.12-13.22-23) "Aquí está la lanza del rey"

(1 Cor 15,45-49) "Seremos én imagen del hombre celestial"

(Lc 6,27-38) "La medida que uséis, la usarán con vosotros"

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía de Fernández Carvajal en "Hablar con Dios" Tomo III

---Ser magnánimos

---Perdonar

Ser magnánimos

“Pero yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos. Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en vuestro regazo. Porque con la medida con que midáis se os medirá” (Lc 6,27-38).

La primera lectura de la Misa nos muestra a David huyendo del rey Saúl por las tierras desérticas de Zif. Una noche en la que el rey descansa en medio de sus hombres, David se acercó al campamento con su más fiel amigo, Abisaí. Vieron a Saúl durmiendo, "echado en medio del círculo de los carros, la lanza hincada en tierra junto a la cabecera. Abner y la tropa dormían echados alrededor". Abisaí dijo a David: "Dios te pone al enemigo en la mano. Voy a clavarlo en la tierra de un solo golpe; no hará falta repetirlo". La muerte del rey era sin duda el camino corto para librarse de una vez de todos los peligros y para llegar al trono; pero David escogió, por segunda vez, la senda más larga, y prefirió perdonar la vida a Saúl. David se nos muestra, en ésta y en otras muchas ocasiones, como un hombre de alma grande, y con este espíritu supo ganarse primero la admiración y luego la amistad de su más encarnizado enemigo, y del pueblo. Sobre todo, se ganó la amistad de Dios.

El Evangelio de la Misa nos invita a ser magnánimos, a tener un corazón grande, como el de Cristo. Nos manda bendecir a quienes nos maldigan, orar por quienes nos injurian..., realizar el bien sin esperar nada a cambio, ser compasivos como Dios es compasivo, perdonar a todos, ser generoso sin cálculo ni medida. Acaba el Señor diciendo: dad y se os dará; os verterán una buena medida, apretada, colmada, rebosante. Y nos advierte: con la misma medida que midáis seréis medidos.

La virtud de la magnanimidad, muy relacionada con la fortaleza, consiste en la disposición del ánimo hacia las cosas grandes, y la llama Santo Tomás “ornato de todas las virtudes”. Esta disposición de acometer grandes cosas por Dios y por los demás acompaña siempre a una vida santa. El empeño serio de luchar por la santidad es ya una primera manifestación de magnanimidad. El magnánimo se plantea ideales altos y no se amilana ante los obstáculos, ni las críticas, ni los desprecios, cuando hay que sobrellevarlos por una causa elevada. De ninguna forma se deja intimidar por los respetos humanos ni por un ambiente adverso y tiene en muy poco las murmuraciones. Le importa mucho más la verdad que las opiniones, con frecuencia falsas y parciales.

Los santos han sido siempre personas con alma grande al proyectar y realizar las empresas de apostolado que han llevado a cabo, y al juzgar y tratar a los demás, a quienes han visto como hijos de Dios, capaces de grandes ideales. “Magnanimidad: ánimo grande, alma amplia en la que caben muchos. Es la fuerza que nos dispone a salir de nosotros mismos, para prepararnos a emprender obras valiosas, en beneficio de todos. No anida la estrechez en el magnánimo; no media la cicatería, ni el cálculo egoísta, ni la trapisonda interesada. El magnánimo dedica sin reservas sus fuerzas a lo que vale la pena; por eso es capaz de entregarse él mismo. No se conforma con dar: se da. Y logra entender entonces la mayor muestra de magnanimidad: darse a Dios” (Amigos de Dios, 80).

Perdonar

La grandeza del alma se muestra también en la disposición para perdonar lo mucho y lo poco, de las personas cercanas en nuestra vida y de las lejanas. No es propio del cristiano ir por el mundo con una lista de agravios en su corazón (cfr. Surco 738), con rencores y recuerdos que empequeñecen el ánimo y lo incapacitan para los ideales humanos y divinos a los que el Señor nos llama. “Nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos al perdón” (San Juan Crisóstomo, Homilía sobre San Mateo, 19,7). En la Cruz, Jesús cumplía lo que había enseñado: Padre, perdónales, ruega. Y enseguida la disculpa: porque no saben lo que hacen.

Ante lo que vale la pena (ideales grandes, tareas apostólicas y, sobre todo, Dios) el alma grande aporta de lo propio sin reservas: dinero, esfuerzo, tiempo. Sabe y entiende bien las palabras del Señor: por mucho que dé, más recibirá; el Señor echará en su regazo una buena medida, apretada, colmada, rebosante: porque con la misma medida que midáis seréis medidos. Debemos preguntarnos si damos de lo propio con generosidad; más aún, si nos damos, es decir, si seguimos con paso pronto y fuerte el camino, la vocación concreta que el Señor nos pide a cada uno.

“No dejéis que se encoja el alma y el ánimo, que se podrán perder muchos bienes... No dejéis arrinconar vuestra alma, que en lugar de procurar santidad, sacará otras muchas más imperfecciones” (Santa Teresa, Vida, 13,2-3). La pusilanimidad, que impide el progreso en el trato con Dios, “consiste en la incapacidad voluntaria para concebir o desear cosas grandes, y queda plasmada en el espíritu raquítico y ramplón”. También se manifiesta en una visión pobre de los demás y de lo que pueden llegar a ser con el auxilio divino, aunque hayan sido grandes pecadores.

La magnanimidad es fruto del trato con Jesucristo. A una vida interior rica y exigente, llena de amor, acompaña siempre una disposición de acometer grandes empresas, en el propio ámbito por Dios. Esta virtud se apoya en la humildad y lleva consigo “una fuerte e inquebrantable esperanza, una confianza casi provocativa y la calma perfecta de un corazón sin miedo” que “no se esclaviza ante nadie..: únicamente es siervo de Dios” (J. Pieper, Las virtudes fundamentales, Rialp, Madrid 1976, p.278). El magnánimo se atreve a lo grande porque sabe que el don de la gracia eleva al hombre para empresas que están por encima de su naturaleza, y sus acciones cobran una eficacia divina.

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Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

En toda convivencia entre marido y mujer, padres e hijos, hermanos, amigos..., hay un momento en que aparece la monotonía con su tejido de gestos repetidos, de palabras ya dichas y, sobre todo, la constatación de que los caracteres y puntos de vista no son coincidentes. Aparecen entonces los primeros conflictos, los malos modos, los silencios ostentosos, las críticas. Si Jesús pide que amemos al enemigo, ¿cómo deberemos conducirnos con los más allegados?

Debemos sobreponernos a la tentación de devolver mal por mal cuando en la convivencia se produzcan roces y abusos aunque la razón esté de nuestra parte, porque es más importante tener amor que tener razón, que exista armonía a salirme con la mía. Naturalmente que Dios nos pida que perdonemos a quienes han abusado de nuestra buena fe, no una sino repetidas veces, no quiere decir que no hagamos valer nuestros derechos. Una cosa es amar al enemigo y otra meterlo en casa. Como dice el pueblo: tú en tu casa, yo en la mía y Dios en la de todos. Pero esto no obsta para que perdonemos a quienes, en un momento de debilidad han cedido a un brote de impaciencia, de ira o de codicia. Dios nos ha perdonado a nosotros muchas veces el atrevimiento que supone ofenderle burlar sus mandatos y lo seguirá haciendo cuando se lo pidamos.

Vivimos según una filosofía que piensa que la vida es lucha, que no nos coman el terreno, que quien la hace la paga, la ley del Talión: ojo por ojo... No adoremos el altar del desquite, las represalias, la crítica venenosa..., en ese altar no está Dios. Él está con los brazos abiertos en la Cruz abrazando a la humanidad pecadora. Por lo demás, consuela pensar que los animales no perdonan cuando son molestados. El perdón es un patrimonio exclusivo del corazón humano, una de sus cualidades más atractivas y hermosas.

"Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?" Parece como si el Señor quisiera decirnos que para obrar así no hace falta ser cristiano. La caridad cristiana tiene de específico no el dar a otro lo que le corresponde, porque eso es la justicia, sino darle el amor que no le corresponde, porque Dios nos ha amado con un amor que no nos corresponde.

El perdón es, no sólo una necesidad para que la convivencia no se envenene, sino un requisito para ser perdonados por nuestro Padre del Cielo: "perdónanos nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden", pedimos en el Padrenuestro. ¿Y hay alguien que no necesite que la lluvia de la benevolencia divina descienda mansamente sobre su corazón para limpiarlo del polvo y de la basura de este mundo?

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Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

Imágenes de Dios, Amor sin límites

I. LA PALABRA DE DIOS

1 S: El Señor te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra ti
Sal 102, 1-2.3-4.8 y 10.12-13: El Señor es compasivo y misericordioso
1 Co 15, 45-49: Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial
Lc 6, 27-38: Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo

II. LA FE DE LA IGLESIA

«En Cristo, imagen del Dios invisible, el hombre ha sido creado a imagen y semejanza del Creador. En Cristo, redentor y salvador, la imagen divina alterada en el hombre por el primer pecado ha sido restaurada en subelleza original y ennoblecida con la gracia de Dios» (1701).

«El que cree en Cristo es hecho hijo de Dios. Esta adopción filial lo transforma dándole la posibilidad de seguir el ejemplo de Cristo. Le hace capaz de obrar rectamente y de practicar el bien...» (1709).

«Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse, de darse libremente y estar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser pueda dar en su lugar» (357).

III. TESTIMONIO CRISTIANO

«¿Qué cosa, o quién, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella. Por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno» (Sta. Catalina de Siena) (356).

IV. SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA

A. Apunte bíblico-litúrgico

La generosidad con que David perdonó a su enemigo mortal Saúl es un ejemplo humano de la compasión y misericordia divina que canta el Salmo 102.

Al evangelio según S. Lucas se le conoce como «Evangelio de la misericordia». Tiene en este pasaje una enseñanza central: el amor a los enemigos. La misericordia y compasión de Dios Padre es el modelo supremo de la conducta cristiana.

Cristo resucitado es testimonio de la forma de vida gloriosa a la que están llamados los cristianos, es el nuevo Adán, primicia de una humanidad nueva.

B. Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica

La fe:

Dios es Amor, Misericordioso y Clemente: 218-221; 210-211.

La respuesta:

El hombre, imagen de Dios: 1701-1715.

C. Otras sugerencias

El cristiano sabe cual es su felicidad o bienaventuranza y conoce también el camino para alcanzarla: realizarse en lo que es: imagen de Dios.

Dios no es una idea, ha mostrado perfectamente su imagen en Jesucristo, que ama hasta los enemigos y es compasivo y misericordioso. Hemos sido creados a imagen del Hijo, muerto y resucitado para la salvación de los hombres.

La predicación moral de Jesús tiene en el Evangelio una de sus enseñanzas centrales. Es consecuencia de la fe en el Dios que creemos revelado por Jesús. Dios, cuyo amor es sin límites, llama al cristiano a lo mismo.

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