Domingo de la semana 6 de tiempo ordinario; ciclo C

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

(Jer 17,5-8) "Bendito quien confía en el Señor"

(1 Cor 15,12.16-20) "Cristo resucitó de entre los muertos"

(Lc 6,17.20-26) "Dichoso los pobres, porque es el reino de Dios"

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía en la parroquia de Ntra. Sra. de Lourdes (13-II-1983)

---El apego a los bienes materiales

---Efectos del acercamiento a Dios

---Sentido positivo de las contrariedades

El apego a los bienes materiales

En la primera lectura el Profeta Jeremías nos presenta la imagen de un hombre a quien denomina “maldito”, y después otro, al que llama “bendito”.

Del mismo modo en el Evangelio de Lucas, escuchamos primero la palabra “bienaventurado”, y luego: “¡Ay de vosotros!”. También aquí hay contraposición evidente.

No podemos olvidar que el Evangelio emplea el duro “¡ay de vosotros!” refiriéndolo a la tradición del Antiguo Testamento. También nosotros debemos recibir esta severa palabra de la Buena Noticia y meditar en ella.

San Lucas escribe: “¡Ay de vosotros los ricos...”, “¡ay de vosotros los que estáis saciados!...”, “¡ay de los que ahora reís...”, “¡ay si todo el mundo habla bien de vosotros...!” (Lc 6,24-26).

¿Acaso significa esto que recibir elogios, reír, saciar el apetito o llegar a ser rico es algo malo y digno de condenación?

Parece que la respuesta a esta pregunta nos viene del Profeta Jeremías. Llama “maldito” al hombre que confía en el hombre y considera que su fuerza está en la carne, y “aparta el corazón del Señor” (Jer 17,5). Por tanto, el mal de que habla el Profeta y el Evangelista no reside en la riqueza en sí, ni en la satisfacción del apetito, ni en la alabanza humana. El mal al que se refiere el “¡ay de vosotros!” de San Lucas está en el apego exclusivo a unos u otros bienes temporales y, a la vez, en el alejamiento de Dios del corazón.

Lo que he dicho se refiere a la parte negativa de esta contraposición que evidencian las lecturas de la liturgia de hoy.

Efectos del acercamiento a Dios

La parte positiva es más rica y está más explicitada.

El profeta Jeremías llama “bendito” el hombre que “confía en el Señor y en el Señor pone su confianza” (17,7).

El Profeta lo compara al árbol plantado junto a la corriente de agua, de modo que las raíces están siempre regadas y ello hace que tenga verdes las hojas incluso en la estación del calor. No cesa de dar fruto ni siquiera en tiempo de sequía (cfr. 17,8).

Casi la misma imagen del hombre “bienaventurado” se ve delineada en el primer Salmo: es “como un árbol/ plantado al borde de la acequia:/ da fruto en su sazón,/ y no se marchitan sus hojas;/ y cuanto emprende tiene buen fin” (v.3).

Un hombre así “no sigue el consejo de los impíos” ni “entra por la senda de los pecadores”, sino que “su gozo es la ley del Señor” y la “medita día y noche” (cf. vv.1-2).

Después de aludir a esta hermosa metáfora que se encuentra en el libro del Profeta Jeremías y en el primer Salmo, pasemos ahora a buscar la respuesta a la pregunta: ¿Qué es este torrente, esta agua vivificante donde el hombre justo y “bendito” ahonda sus raíces?

Como se deduce del Salmo, ésta es justamente la “ley del Señor”.

Pero continuando con la lectura de hoy del Evangelio de Lucas, podemos afirmar que el torrente vivificador es la Palabra de Dios, la Buena Noticia. Precisamente ésta encierra en sí el código de las bienaventuranzas que leemos en Lucas.

Sentido positivo de las contrariedades

No escapa a nuestra atención el hecho de que el enunciado de cada una de estas bienaventuranzas está construido de modo significativo. Por ejemplo, “bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” (6,20).

La primera habla de la vida temporal; la segunda, habla sobre todo del futuro eterno. La vida temporal está cargada de innumerables fatigas, padecimientos, o sea, de lo que el hombre suele llamar “el mal”: el mal de la pobreza, el mal del hambre, el mal que se manifiesta en lágrimas de sufrimiento, el mal de las persecuciones “por causa del Hijo del Hombre”.

Pero según hemos afirmado antes, el Señor Jesús nos advierte que un “bien” como la riqueza, saciedad, alabanzas y todo bien temporal puede ser “un mal” si aleja nuestro corazón de Dios. Y revela también que un “mal”, todos los males enumerados en el Evangelio de hoy, pueden tener significado salvífico, de bienaventuranza: puede resultar un “bien” si llevan nuestro corazón a Dios. En efecto, la pobreza, la privación, los sufrimientos, las persecuciones nos preparan a la intimidad eterna con El y a participar de su reino.

Este es el código de las bienaventuranzas, núcleo mismo, por así decir, de la Buena Noticia. Esta es precisamente el “torrente” de agua viva en que ahonda las raíces el hombre justo a quien el Profeta Jeremías llama “bendito”.

Por ello San Pablo recuerda, en la segunda lectura de hoy, que “Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos” (1 Cor 15,20). Y a la vez nos invita a tener confianza en Cristo no sólo para esta vida temporal, sino para toda la eternidad (cf.1 Cor 15,19).

En realidad la resurrección de Cristo es garantía de toda la Buena Noticia y seguridad de las bienaventuranzas evangélicas. El hombre que construye su vida sobre este cimiento “confía en el Señor y pone en el Señor su confianza” de verdad (Jer 17,7). La liturgia de hoy califica de “bienaventurado” a este hombre.

“Alegraos... y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Lc 6,23). Estas palabras resuenan en la liturgia de hoy y son espejo de sus ideas principales.

Nuestra Señora de Lourdes os recuerde incesantemente... estas palabras evangélicas, esta afirmación de Cristo: “Alegraos y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.

DP-45 1983

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Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

"Maldito quien confía en el hombre y en la carne pone su fuerza, apartando su corazón del Señor... Bendito quien confía en el Señor y pone en Él su confianza". Las Lecturas de hoy están unidas por una mima idea: el sano desprendimiento de los bienes de esta vida empleándolos como enseña S. Agustín: "con la templanza de quien los usa, no con el afán de quien pone en ellos el corazón".

Hemos de pedir a Dios que sepamos usar de tal modo de los bienes presentes, con los que Él no deja de favorecernos, que merezcamos alcanzar los eternos. "Por muy brillantes que sean el sol, el cielo y las nubes, recordaba a sus fieles Newman, por muy verdes que estén las hojas de los campos; por muy dulce que sea el canto de los pájaros, sabemos que no todo está ahí y que no tomaremos la parte por el todo. Estas cosas proceden de un centro de amor y de bondad que es el mismo Dios; pero estas cosas no son su plenitud; hablan del cielo, pero no son el cielo; en cierto modo son solamente rayos extraviados, un débil reflejo, son migajas de la mesa".

El desprendimiento cristiano no es un desprecio de los bienes de esta vida ni desafecto por las personas; es colocarse a la suficiente distancia de ellas para valorarlas en su justa medida, sin subestimarlas ni idolatrarlas. Es hacer realidad aquel consejo de Jesús: "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura" (Mt 6, 33); porque los atractivos de este mundo pasan" (1 Cor 7, 31).

"Acostúmbrate, ya desde ahora, dice S. Josemaría Escrivá, a afrontar con alegría las pequeñas limitaciones, las incomodidades, el frío, el calor, la privación de algo que consideras imprescindible, el no poder descansar como y cuando quieras, el hambre, la soledad, la ingratitud, la incomprensión, la deshonra...".

¡Desprendimiento que lleve a moderar los gastos caprichosos o de pura ostentación, que son una afrenta para los que carecen de lo más elemental para vivir, empleando ese dinero en aliviar tanta necesidad! ¡Desprendimiento de la comodidad para estrujar bien las horas sin quejas egoístas cuando el trabajo pesa o se amontonan los contratiempos! Quien vive así, no anda deslumbrado por paraísos temporales que suponen un fraude para las aspiraciones humanas más hondas, sino que se abre a esa plenitud eterna con la que el corazón humano sueña y para la que fue creado por

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 Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

Vida o muerte. !Bienaventurados! o !Malditos!

I. LA PALABRA DE DIOS

Jr 17,5-8: Maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en el Señor
Sal 1, 1-2.3.4 y 6: Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor
1 Co 15,12.16-20: Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido
Lc 6, 17.20-26: Dichosos los pobres: !ay de vosotros, los ricos!

II. LA FE DE LA IGLESIA

«Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan su vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostiene la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos» (1717).

«Las bienaventuranzas nos enseñan el fin último al que Dios llama: el Reino, la visión de Dios, la participación en la naturaleza divina, la vida eterna, la filiación, el descanso en Dios» (1726).

III. TESTIMONIO CRISTIANO

«Sólo Dios sacia» (Sto. Tomás de Aquino) (1718).

«El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje institivo la multitud, la masa de los hombres... y la notoriedad es otro..., el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo» (Newman) (1723).

IV. SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA

A. Apunte bíblico-litúrgico

El profeta Jeremías y el Salmo 1 señalan los «dos caminos para la vida y la muerte del hombre: el de la confianza en Dios o en el hombre respectivamente».

El evangelista San Lucas recoge un discurso semejante al «sermón de la montaña» recogido por San Mateo, aunque más breve. Los dichos de Jesús abren una reflexión sobre la vida del cristiano, la vida moral que sigue el esquema de «los dos caminos».

San Pablo proclama que la fe en la resurrección de los muertos no se basa en razonamientos filosóficos sobre la inmortalidad sino que es consecuencia de la fe en la resurrección de Jesucristo.

B. Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica

La fe:

«Los dos caminos»: 1696.
El camino de la Bienaventuranza cristiana: 1716-1717.
La Bienaventuranza cristiana: 1718-1729.

La respuesta:

Las opciones morales: 1723-1724; 1728

C. Otras sugerencias

El «primer catecismo» o «Didajé» dice: «Hay dos caminos: uno de la vida y otro de la muerte; pero muy grande es la diferencia entre los dos caminos. El discurso que recoge el evangelista S. Lucas y que se va a proclamar en este y próximos domingos se inicia con cuatro bienaventuranzas del camino de la vida y cuatro lamentaciones del camino de la muerte».

El camino de la bienaventuranza no es otro que la vida de Cristo. Esa es la vida moral cristiana. Las «bienaventuranzas» lo expresan con plenitud.

La elección moral cristiana tiene hoy en el dinero y en el poder o «notoriedad» la tentación del camino de la muerte... y no sólo para los que ejercen cargos públicos.

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