Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
(Jer 33,14-16) "Éste será el nombre con el que le llamarán: el Señor nuestro juez"
(1 Tes 3,12-4,2) "El Señor os multiplique"
(Lc 21,25-28.34-36) "Verán al Hijo del hombre venir sobre una nube con gran poder y majestad"
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía en la Basílica de Letrán (28-XI-1982)
--- Consecuencia práctica de conocer a Dios
--- La bondad divina
--- Humildad para escuchar y oír
--- Consecuencia práctica de conocer a Dios
En la liturgia de hoy la Iglesia lee al profeta Jeremías. Las palabras del Profeta anuncian con antelación la venida.
"Mirad que días vienen ‑oráculo de Yahveh‑ en que confirmaré la buena palabra que dije a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella sazón haré brotar para David un Germen justo, y practicará el derecho y la justicia en la tierra. En aquellos días estará a salvo Judá, y Jerusalén vivirá en seguro. Y así se la llamará: «Yahveh, justicia nuestra»" (Jer 33,14-16).
Cada año el adviento abre como un nuevo capítulo en el libro de la salvación que Dios escribe en la Iglesia. Escribe a través de la historia del hombre.
Hoy con la Iglesia comienza el Adviento, tiempo de espera confiada de la venida del Señor.
El Salmo de la liturgia de hoy dice: “A Ti, Señor, levanto mi alma” (Sal 24/25,1).
La elevación del alma se realiza por medio del conocimiento del Señor y de sus caminos. También de esto habla el salmista de la liturgia de hoy: “Señor, enséñame tus caminos,/ instrúyeme en tus sendas,/ haz que camine con lealtad,/ porque tú eres mi Dios y salvador” (Sal 24/25,4-5).
Como se ve, no se trata de un conocimiento abstracto, sino de un conocimiento que incide en la vida. El Salmista pide a Dios que le dé a “conocer sus caminos” y le enseña a andar por estos caminos. Este caminar debe hacerse “en la verdad” según las enseñanzas de Dios. Y esto pide el Salmista.
“Enséñame tus caminos” quiere decir enséñame a vivir de acuerdo con la voluntad de Dios.
--- La bondad divina
Lo que es el corazón en el organismo eso es también el descubrimiento de la bondad de Dios en nuestro trabajo interior y en nuestra vida cristiana total. Escuchemos de nuevo al Salmista: “El Señor es bueno y recto,/ y enseña el camino a los pecadores;/ hace caminar a los humildes con rectitud,/ enseña su camino a los humildes” (Sal 24/25,8-9).
Que Dios es bueno se pone de manifiesto en el hecho de que Él nos ayuda a los hombres a actuar bien al indicarnos los caminos de la vida buena y digna.
Es su gracia precisamente la que hace que podamos, con toda nuestra debilidad, comportarnos bien e incluso a veces llegar a los umbrales de la santidad.
--- Humildad para escuchar y oír
Aquí el Salmista reclama atención particular a la humildad; hay que ser humildes para aceptar las enseñanzas y mandamientos divinos, es necesario ser humildes para que la gracia divina pueda actuar en nosotros, transformarnos la vida y sacar frutos de bien.
A continuación proclama el Salmo de hoy: “Las sendas del Señor son misericordia y lealtad/ para los que guardan su alianza y sus mandamientos.../ El Señor se confía con sus fieles/ y les da a conocer su alianza” (Sal 24/25,10-14).
Estas Alianzas Nueva y Antigua se han revelado en la venida de Jesucristo y se han confirmado definitivamente con su cruz y resurrección. De este modo cada uno de nosotros es un “hombre nuevo” y todos constituimos el Pueblo de Dios de la Nueva Alianza.
De este modo cada uno de nosotros es un “hombre nuevo” y todos constituimos el Pueblo de Dios de la Nueva Alianza.
San Pablo dirá a los Tesalonicenses en la liturgia de hoy: “En cuanto a vosotros, que el Señor os haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos, como es nuestro amor para con vosotros, para que se consoliden vuestros corazones con santidad irreprochable ante Dios, nuestro Padre, en la Venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos” (1 Tes 3,12).
Y añado esta petición del Apóstol: “Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús a que viváis como conviene que viváis para agradar a Dios, según aprendisteis de nosotros, y a que progreséis más” (1 Tes 4,1).
Y en las perspectivas de estas fiestas de Navidad que ya están alegrándonos el corazón, repetimos con el Evangelio de San Lucas: “Estad siempre despiertos pidiendo fuerza... y manteneos en pie ante el Hijo del hombre” (Lc 21,36).
DP-359 1982
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
“¡Alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”. Estas palabras recogen el anhelo más hondamente sentido del corazón humano que palpa a diario tantos dramas y dolores, la desaparición de personas queridas y un día, también la nuestra.
No podemos vivir sin esperanza. Incluso quienes piensan que con la muerte acaba todo, también esperan en algo o en alguien. La misma expresión: “la vida es así y hay que tomarla tal como es”, que parece una aceptación estoica de lo inevitable, revela una protesta resignada contra el sometimiento de la libertad y la dignidad humana y la convicción de que las cosas no deberían ser así. La experiencia nos dice a todos, de un modo más o menos consciente, que somos un yo inteligente y libre, que tiene en sus manos las riendas de su vida y es responsable, que no es una cosa junto a otras muchas que componen el universo. Si, por lo demás, la naturaleza no conoce la extinción si no la transformación —no podemos hacer desaparecer nada de este mundo—, el hombre juzga rectamente cuando confía en la vida eterna. “La semilla de eternidad que en sí mismo lleva, y que es irreductible a la sola materia, se rebela contra la muerte” (G. S., 18).
“¡Alzad la cabeza...!” La llegada de Jesucristo a la tierra es la única esperanza de escapar a la muerte. Él es el Salvador, quien nos libera del pecado y sus consecuencias, transformándonos en hombres nuevos si colaboramos con Él en vigilia permanente para que “no se nos embote la mente” con una vida disoluta que impida “mantenernos en pie ante el Hijo del hombre” cuando llegue en el último día.
La vigilancia del Adviento es una tarea existencial que pone en juego todas las virtudes cristianas, disponiéndonos convenientemente para la llegada del Señor. “Anunciamos la venida de Cristo, pero no una sola, sino también una segunda, mucho más magnífica que la anterior. La primera llevaba consigo un significado de sufrimiento; esta otra, en cambio, llevará la diadema del reino... En la primera venida fue envuelto con fajas en el pesebre; en la segunda se revestirá de luz. En la primera soportó la cruz, sin miedo a la ignominia; en la otra vendrá glorificado y escoltado por un ejército de ángeles. No pensemos, pues, tan sólo en la venida pasada; esperemos también la futura” (S. Cirilo de Jerusalén).
Quien no espera la salvación que viene de Jesucristo ve, a poco que reflexione, cómo su vida es “una pasión inútil” (Sartre) y la historia humana, “un cuento que no significa nada explicado por un idiota” (Shakespeare). Todo consistiría en nacer, crecer, comer, trabajar, amar y sufrir..., y, un día, morir. Los cristianos, sin embargo, aguardamos con esperanza la llegada del Salvador: “Alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”.
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
«A Tí levanto mi alma»
I. LA PALABRA DE DIOS
Jr 33, 14-16: «Suscitará a David un vástago legítimo».
Sal 24: «A Tí, Señor, levanto mi alma».
1 Ts 3, 12-4, 2: «Que el señor os fortalezca interiormente para cuando Jesús vuelva».
Lc 21, 25-28. 34-36: «Se acerca vuestra liberación».
II. LA FE DE LA IGLESIA
«Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos» (668s).
«Cristo es el Señor del Cosmos y de toda la Historia» (668).
«Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación. Estamos ya en la "última hora". El final de la Historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida de manera irrevocable...» (670).
«El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo no está todavía acabado. Este reino aún es objeto de los ataques de poderes del mal, a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo...» (671).
III. TESTIMONIO CRISTIANO
«La Luz luce en las tinieblas. Las tinieblas son el error y la muerte... Abramos las puertas para que aquella Luz nos ilumine con sus rayos y siempre gocemos de la benignidad de Nuestro Señor Jesucristo». (S. Juan Crisóstomo, PG, 59, 57 ss).
«Nuestro Redentor y Señor anuncia los males que han de seguir a este mundo perecedero, a fin de que noshallemos preparados...Nosotros, que sabemos cuáles son los gozos de la Patria Celestial, debemos ir cuanto antes a Ella y por el camino más corto... No queráis, pues, hermanos, amar lo que no ha de permanecer mucho» (S Gregorio Magno, PL. 76, 1077 ss).
IV. SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA
A. Apunte bíblico-litúrgico
El anuncio profético de Jeremías se cumple en Jesucristo «retoño de David» (Ap 5,5), que ha dado al mundo la «justicia», es decir, la salvación. Los males, el miedo, la angustia, etc. afligen a los hombres a lo largo de su historia contingente (Evangelio) y evidencian la necesidad que tienen de ser liberados.
Con la plegaria del «pobre» y «pecador» nos dirigimos a Dios que nos salva (Salmo responsorial). A Dios pedimos, mientras cominamos hacia nuestra plena liberación, que nos conceda «crecer y abundar en el amor... portándonos de modo que agrademos a Dios» (Segunda lectura).
B. Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica
La fe:
Venida final de Jesucristo: 668-677.
La respuesta:
La vigilancia: 2612; 2849.
C. Otras sugerencias
Toda la Creación gime (Rom 8). Los hombres gemimos en ella. Los creyentes en Jesús nos sentimos estimulados en el primer Domingo de Adviento a transmitir al increyente y al alejado los caminos del Señor, que son «misericordia y lealtad». Es un aspecto de la «Nueva Evangelización», que tiene por núcleo la realidad de que Dios se hizo Enmanuel para salvarnos (cf CEE, Para que el mundo crea)
Desde el primer Domingo de Adviento ha de contemplarse la triple venida de Jesucristo Salvador: la histórica, la futura y la actual.
Necesitamos vigilar, disipar las sombras, para que el anuncio que transmitimos, se potencie con la luz y testimonio de nuestra vida.
Ha de salir, además, de nuestro corazón la plegaria «muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación».
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