Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
(Gen 2,18-24) "No está bien que el hombre esté solo"
(Heb 2,9-11) "A Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria"
(Mc 10,2-16) "Dejad que los niños se acerquen a mí"
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía en la Misa para las familias (Río Janeiro) (5-X-1997)
--- El lenguaje del Génesis
--- Dar la vida a los hijos
--- Dios llama a la santidad
--- El lenguaje del Génesis
Al Mesías acuden los representantes de la ortodoxia judía los fariseos, y le preguntan si al marido le es lícito repudiar a su mujer. Cristo, a su vez, les pregunta qué les ordenó hacer Moisés; ellos responden que Moisés les permitió escribir una carta de divorcio y repudiarla. Pero Cristo les dice: “Jesús les dijo: Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, El los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre” (Mc 10:5-9).
Cristo se refiere al inicio. Ese inicio se halla contenido en el libro del Génesis donde encontramos la descripción de la creación del hombre. Como leemos en el capítulo primero de este libro Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, varón y mujer los creó (cf. Gen 1,27) y dijo: “sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla” (Gen 1,28). En la segunda descripción de la creación, que nos propone la primera lectura de la liturgia de hoy, leemos que la mujer fue creada del hombre. Así lo relata la Escritura: “Entonces Yahvéh Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne” (Gen 2,21).
“De la costilla que Yahvéh Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: ‘Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada’. Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” (Gen 2,22-24).
El lenguaje utiliza categorías antropológicas del mundo antiguo, pero es de una profundidad extraordinaria: expresa de manera realmente admirable, las verdades esenciales.
El Génesis muestra ante todo la dimensión cósmica de la creación. La aparición del hombre se realiza en el inmenso horizonte de la creación de todo el universo: no es casualidad que acontezca en el último día de la creación del mundo. El hombre entra en la obra del Creador, en el momento en que se daban todas las condiciones para que pudiera existir. El hombre es una de sus criaturas visibles, sin embargo, al mismo tiempo, sólo de él dice la Sagrada Escritura que fue hecho “a imagen y semejanza de Dios”. Esta admirable unión del cuerpo y del espíritu constituye una innovación decisiva en el proceso de la creación. Con el ser humano, toda la grandeza de la creación visible se abre a la dimensión espiritual. La inteligencia y la voluntad, el conocimiento y el amor, entran en el universo visible en el momento de la creación del hombre. Entran precisamente manifestando desde el inicio la compenetración de la vida espiritual con la corporal. Así el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, llegando a ser una sola carne; con todo, esta unión conyugal se arraiga al mismo tiempo en el conocimiento y en el amor, o sea, en la dimensión espiritual.
--- Dar la vida a los hijos
El libro del Génesis habla de todo esto con un lenguaje que le es propio y que, al mismo tiempo, es admirablemente sencillo y completo. El hombre y la mujer llamados a vivir en el proceso de la creación del universo, se presentan en el umbral de su vocación, llevando consigo la capacidad de procrear en colaboración con Dios, que directamente crea el alma de cada ser humano. Mediante el conocimiento recíproco y el amor, así como mediante la unión corporal, llamarán a la existencia a seres semejantes a ellos y, como ellos, hechos “a imagen y semejanza de Dios”. Darán la vida a sus hijos, al igual que ellos la recibieron de sus padres. Ésta es la verdad, sencilla y al mismo tiempo grande, sobre la familia, tal como nos la presentan las páginas del libro del Génesis y del Evangelio: en el plan de Dios el matrimonio indisoluble es el fundamento de una familia sana y responsable.
Con trazos breves pero incisivos, Cristo describe en el Evangelio el plan original de Dios creador. Ese relato lo hace también la Carta a los Hebreos proclamada en la segunda lectura: “Convenía, en verdad, que Aquel por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación. Pues tanto el santificador como los santificados tienen todos el mismo origen” (Heb 2,10-11).
--- Dios llama a la santidad
La creación del hombre tiene su fundamento en el Verbo eterno de Dios. Dios ha llamado a la existencia a todas las cosas por la acción de este Verbo, el Hijo eterno por medio del cual todo ha sido creado. También el hombre fue creado por el Verbo, y fue creado varón y mujer. La alianza conyugal tiene su origen en el Verbo eterno de Dios. En Él fue creada la familia. En Él la familia es eternamente pensada, imaginada y realizada por Dios, por Cristo adquiere su carácter sacramental, su santificación. El texto de la Carta a los Hebreos recuerda que la santificación del matrimonio, como la de cualquier otra realidad humana, fue realizada por Cristo al precio de su pasión y cruz. Él se manifiesta aquí como el nuevo Adán. De la misma manera que en el orden natural descendemos todos de Adán, así en el orden de la gracia y de la santificación procedemos todos de Cristo. La santificación de la familia tiene su fuente en el carácter sacramental del matrimonio.
Padres y familias del mundo entero, dejad que os lo diga: Dios os llama a la santidad. Él mismo os ha elegido “antes de la creación del mundo -nos dice San Pablo- para ser santos e inmaculados en su presencia (...) por medio de Jesucristo” (Ef 1,4).
Él os ama muchísimo y desea vuestra felicidad, pero quiere que sepáis conjugar siempre la fidelidad con la felicidad, pues una no puede existir sin la otra. No dejéis que la mentalidad hedonista, la ambición y el hedonismo entren en vuestros hogares. Sed generosos con Dios. No puedo por menos de recordar, una vez más, que la familia está “al servicio de la Iglesia y de la sociedad en su ser y en su obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y de amor” (Familiaris Consortio 50). La entrega íntima, bendecida por Dios e impregnada de fe, esperanza y caridad, permitirá alcanzar la perfección y la santificación de cada uno de los esposos. En otras palabras, servirá como núcleo santificador de la misma familia, y será instrumento de difusión de la obra de evangelización de todo hogar cristiano.
DP-149 1997
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
¿Qué hacer para que el amor que unió a dos personas “en una sola carne” no lo apaguen las discrepancias de caracteres y gustos, el paso lento de los días iguales, los desengaños y los sinsabores y penas de la vida?
El amor es como un fuego que debe ser cuidado y alimentado cada día sacrificando troncos y ramas, y avivándolo con el soplete, el viento del Espíritu que lo hizo prender en el corazón de cada uno. Serán esos troncos y ramas de la paciencia, la delicadeza en el trato mutuo; los detalles de servicio; el no elevar destempladamente la voz; evitar las indirectas; ese saber cuando se debe callar y cuando el silencio puede resultar antipático o hiriente; el buen humor en los momentos de tensión; el no querer tener siempre razón porque es más importante tener armonía y paz que tener razón; el pasar por alto los pequeños fallos que todos cometemos en la vida; ¡y tantos detalles pequeños más! Troncos y ramas que mantendrán encendido ese fuego. Recordemos esto: el amor no resuelve los problemas, los elimina, impidiendo que se produzcan.
Ya sabemos que la convivencia no siempre es fácil, pero no la hagamos más difícil todavía descuidando esas pequeñas cosas que el amor convierte en grandes y que hacen, también grande, al amor. “Un pequeño acto, hecho por Amor, ¡cuánto vale!”, afirma S. Josemaría Escrivá, y añade: “Has errado el camino si desprecias las cosas pequeñas”.
Aquella gran figura que fue el cardenal Newman escribió: “No es posible encontrar a dos personas por muy íntimas que sean, por mucho que congenien en sus gustos y apreciaciones, por mucha afinidad de sentimientos espirituales que existan entre las mismas, que no se vean obligadas a renunciar en beneficio mutuo a muchos de sus gustos y deseos si quieren vivir juntas felizmente. El compromiso, en el más amplio sentido de la palabra, es el principio de toda combinación, y cualquiera que insista en gozar plenamente de sus derechos, en manifestar sus opiniones sin tolerar las de su prójimo, y de esta suerte en los distintos aspectos, habrá de resignarse forzosamente a vivir solo, pues le será imposible hacerlo en comunidad”.
No le cerremos la puerta a la armonía familiar por el egoísmo de pensar sólo en los propios gustos e intereses. Ningún valor por grande que parezca es comparable a la paz familiar. ¡Unidad por encima de todo, aunque haya que sacrificar algún derecho! No hay felicidad allí donde no hay fidelidad a esas pequeñas renuncias, a esas menudas atenciones, que hacen grande y fuerte el amor y constituyen el secreto de la armonía conyugal.
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
"Poner plazos al amor es no conocer a un Dios que ama sin límites"
Gn 2,18-24: "Y serán los dos una sola carne"
Sal 127,1-2.3.4-5.6: "Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida"
Hb 2,9-11: "El santificador y los santificados proceden todos del mismo"
Mc 10,2-16: "Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre"
El autor sagrado quiere decir que la unión matrimonial para la comunicación de la vida, y que la igualdad entre el hombre y la mujer son queridas por Dios. La ayuda que el hombre no ha encontrado en ninguna parte vendrá del hombre mismo. Por eso le será presentada como algo tan suyo que "es hueso de mis huesos y carne de mi carne".
San Marcos va a invocar la autoridad mesiánica de Jesús para dirimir una cuestión muy candente entre los rabinos: la posibilidad del repudio de la mujer. Apelando a unas circunstancias muy concretas; "por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto", Jesús invocará Gn 1,27 para sancionar definitivamente la indisolubilidad del matrimonio. La propia voluntad divina será la mejor garantía de la unión entre el hombre y la mujer: "Lo que Dios ha unido..."
Las constantes noticias de matrimonios rotos, familias destrozadas, niños que deambulan cada fin de semana para convivir con el padre o la madre, disputas sobre la tutela de hijos, enfrentamientos por los bienes comunes, etc., hacen que la experiencia humana en este asunto sea preocupante. Puede suceder que en el origen de estas situaciones se encuentre un planteamiento superficial del noviazgo, de la misma convivencia matrimonial, del concepto, aceptación del matrimonio mismo, de la falta de madurez de la pareja, etc.
— "La Sagrada Escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: «No es bueno que el hombre esté solo». La mujer, «carne de su carne», es decir, su otra mitad, su igual, la criatura más semejante al hombre mismo, le es dada por Dios como un «auxilio», representando así a Dios que es nuestro «auxilio». «Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne». Que esto significa una unión indefectible de sus dos vidas, el Señor mismo lo muestra recordando cuál fue «en el principio», el plan del Creador: «De manera que ya no son dos sino una sola carne» (Mt 19,6)" (1605).
— "Toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia. Ya el Bautismo, entrada en el Pueblo de Dios, es un misterio nupcial. Es, por así decirlo, como el baño de bodas que precede al banquete de bodas, la Eucaristía. El Matrimonio cristiano viene a ser por su parte signo eficaz, sacramento de la alianza de Cristo y de la Iglesia. Puesto que es signo y comunicación de la gracia, el matrimonio entre bautizados es un verdadero sacramento de la Nueva Alianza" (1617).
— "El matrimonio está establecido sobre el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos. El amor de los esposos y la generación de los hijos establecen entre los miembros de una familia relaciones personales y responsabilidades primordiales" (2201).
— "¿De dónde voy a sacar la fuerza para describir de manera satisfactoria la dicha del matrimonio que celebra la Iglesia, que confirma la ofrenda, que sella la bendición? Los ángeles lo proclaman, el Padre celestial lo ratifica... ¡Qué matrimonio el de dos cristianos, unidos por una sola esperanza, un solo deseo, una sola disciplina, el mismo servicio! Los dos hijos de un mismo Padre, servidores de un mismo Señor; nada los separa, ni en el espíritu ni en la carne; al contrario, son verdaderamente dos en una sola carne" (Tertuliano, ux, 2,9; cf FC 13) (1642).
Dios es la fuente del amor de los esposos y de su unión indisoluble.
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San Josemaría, maestro de perdón (2ª parte) |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
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