Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
Homilía IV: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Benedicto XVI
(Am 7,12-15) "Ve y profetiza a mi pueblo Israel"
(Ef 1,3-14) "Él nos eligió en la persona de Cristo"
(Mc 6,7-13) "Ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban"
Homilía al Movimiento “Comunión y Liberación” (15-VII-1979)
--- Qué somos. Qué debemos hacer
--- Apostolado
--- Fidelidad
--- Qué somos. Qué debemos hacer
San Pablo en la Carta a los Efesios dice: somos los elegidos por Dios en Jesucristo. “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado” (Ef 1,3-6).
Ésta es la respuesta que nos da hoy San Pablo a la pregunta “¿quien soy?”. Y la desarrolla en las restantes palabras del mismo texto de la Carta a los Efesios.
He aquí la ulterior etapa de esta respuesta: Somos redimidos; estamos colmados por la remisión de los pecados y llenos de gracia; estamos llamados a la unión con Cristo y, luego, a unificar todos en Cristo.
Y no es ése todavía el final de esta respuesta paulina: Estamos llamados a existir para gloria de la Majestad divina; participamos de la palabra de la verdad, en el Evangelio de la salvación; estamos marcados por el sello del Espíritu Santo; somos partícipes de la herencia, en espera de la completa redención, que nos hará propiedad de Dios.
Tal es la respuesta paulina a nuestra pregunta. Hay mucho que meditar en ella. El eco de las palabras de la Carta a los Efesios no puede quedarse en los límites de una lectura, no basta escuchar una sola vez. Deben permanecer en nosotros. Deben seguir con nosotros. Son palabras para toda una vida. A medida de eternidad.
El sacrificio en que participamos, la Santa Misa, nos da también cada vez la respuesta a esa pregunta fundamental: “¿quiénes somos?”.¿Qué debemos hacer? Quizá la respuesta a esta pregunta no surge, de la liturgia de la Palabra divina de hoy, con la misma fuerza de la referente a la pregunta “¿quiénes somos?”. Pero también es una respuesta fuerte y decisiva. Dios dice a Amós: “Ve a profetizar a mi pueblo, Israel” (Am 7,15).
--- Apostolado
Cristo llama a los doce y comienza a enviarlos de dos en dos (cfr. Mc 6,7). Y les ordena que entren en todas las casas y de ese modo den testimonio. El Concilio Vaticano II ha recordado que todos los cristianos, no sólo los eclesiásticos, sino también los laicos, forman parte de la misión profética de Cristo. No hay duda alguna, por tanto, respecto a “qué es lo que debemos hacer”.
Sigue siendo siempre actual, la pregunta ¿cómo debemos hacerlo? El salmo responsorial de hoy nos asegura que “la misericordia y la verdad se encontrarán...”. “La verdad florecerá sobre la tierra”.Sí; la verdad debe florecer en cada uno de nosotros; en cada corazón.
--- Fidelidad
Sed fieles a la verdad.
Fieles a vuestra vocación.
Sed fieles a Cristo que libera y une.
Como un rayo de luz de la liturgia de hoy: A fin de que el Señor Nuestro, Jesucristo, penetre en nuestros corazones con su propia luz y nos haga comprender cuál es la esperanza de nuestra vocación (cfr. Ef. 1,17-18).
Que se realice este deseo por intercesión de la Virgen, ante la cual hemos meditado la Palabra divina de la liturgia de hoy para poder continuar celebrando el sacrificio eucarístico.
DP-242 1979
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
“Ellos salieron a predicar la conversión”. El Espíritu Santo a través de nuestros pastores nos llama a una conversión constante, porque ¿quién puede asegurar honradamente que su conciencia no le acusa de nada o que no ha de vigilar para no deslizarse por la pendiente de la desconfianza en Dios y en los demás, de la pereza, la envidia, la sensualidad...; en una palabra: del egoísmo? Todos venimos de Adán, procedemos de la misma raíz contaminada y arrastramos sus debilidades.
“Es bueno -afirma Juan Pablo II- que la Iglesia dé este paso con la clara conciencia de lo que ha vivido en el curso de los últimos diez siglos. No puede atravesar el umbral del nuevo milenio sin animar sus hijos a purificarse, en el arrepentimiento, de errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes. Reconocer los fracasos de ayer es un acto de lealtad y de valentía que nos ayuda a reforzar nuestra fe, haciéndonos capaces y dispuestos para afrontar las tentaciones y dificultades de hoy” (T. M. A., 33).
Pero, ¿es posible la conversión? ¿Puede ese corazón agobiado por el peso de tantas infidelidades y malos hábitos acumulados durante años recuperar la confianza y liberarse? Una pregunta parecida hizo con asombro un doctor de Israel a Jesús: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?” Pero Jesús contesta más asombrado todavía: “¿Tú eres maestro en Israel e ignoras estas cosas?” (Jn 3,4-10).
“Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”. Sí, en el Sacramento de la Reconciliación, la gracia de Dios, como en un segundo Bautismo, purifica nuestras suciedades, estrenamos un traje nuevo y tenemos acceso al banquete de la Eucaristía, anticipo del que nos aguarda en el Reino, ahuyentado también ese complejo de culpa que graba la conciencia y lleva a concluir, con tristeza y desesperación, que es imposible vivir como Dios pide. La culpabilidad que se abre confiadamente al perdón de Dios, lejos de torturar el corazón al no cerrarse en sí mismo sino que mira a Dios, es testigo de su inmensa benevolencia cuyo resplandor disipa cualquier sombra de inquietud. Como aseguraba Sta Teresa de Lisieux: “Podría creerse que si tengo una confianza tan grande en Dios es porque no he pecado. Decid muy claramente que, aunque hubiera cometido todos los crímenes posibles, seguiría teniendo la misma confianza. Sé que toda esa muchedumbre de ofensas sería como una gota de agua arrojada a un brasero encendido”. No olvidemos que la paciencia y las ingeniosidades de Dios para que no nos desviemos del camino son infinitamente mayores que nuestras debilidades y malicias”.
A través del Sacramento de la Penitencia saneamos el alma, curándola de sus dudas, rebeldías y egoísmos. El hombre viejo y cansado siente otra vez la dicha de vivir, la alegría de los hijos de Dios. El escéptico y resentido recupera la capacidad de asombro. El creyente pasa del temor a la confianza y su fe antes indecisa y rutinaria le permite ahora ver con más claridad la absoluta novedad del Evangelio.
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
"Destinados en la persona de Cristo, por iniciativa de Dios, para que la gloria de su gracia redunde en alabanza suya"
Am 7,12-15: "Ve y profetiza a mi pueblo"
Sal 84,9ab-10.11-12.13-14: "Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación"
Ef 1,3-14: "Nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mundo"
Mc 6,7-13: "Los fue enviando"
Amós certifica que su carisma viene de Dios. Sólo Yavé le ha llamado y sólo por haber sido llamado ejerce de profeta. Poco más tarde, Amasías tendrá la oportunidad de comprobar que lo que decía Amós, venía de Dios.
Cristo en el Evangelio señala más que recomendaciones prácticas para el camino las características de su Reino. Sobre todo que no descansaría nunca sobre poderes o fuerzas de este mundo, ni en el equipaje de los testigos, sino en la fuerza del Espíritu de Cristo porque en Él se hacen verdad aquellas palabras de Joel: "Derramaré mi Espíritu sobre toda carne y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas". Por la fuerza de este Espíritu todo bautizado se hace heraldo del Evangelio, profeta anunciador de la inmensa bondad de Dios.
Para quienes desde la mentalidad contemporánea, siempre dispuesta a preverlo y planificarlo todo, proyectan planes con todo rigor, el nacimiento de la Iglesia es sorprendente. Pero el futuro que Jesús preveía descansaba en su Espíritu. Es una invitación a descubrir que las obras de Dios desbordan cualquier previsión humana. Por eso, es arriesgado juzgar todo por los mismos criterios.
_ "Sanad a los enfermos":
"Cristo invita a sus discípulos a seguirle tomando a su vez su cruz. Siguiéndole adquieren una nueva visión sobre la enfermedad y sobre los enfermos. Jesús los asocia a su vida pobre y humilde. Les hace participar de su ministerio de compasión y de curación: «Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban» (Mc 6,12-13)" (1506; cf. 1507-1508).
_ La Iglesia se apoya en la elección de los Doce y Pedro como Cabeza:
"El Señor Jesús dotó a su comunidad de una estructura que permanecerá hasta la plena consumación del Reino. Ante todo está la elección de los Doce con Pedro como su Cabeza; puesto que representan a las doce tribus de Israel, ellos son los cimientos de la nueva Jerusalén. Los Doce y los otros discípulos participan en la misión de Cristo, en su poder, y también en su suerte. Con todos estos actos, Cristo prepara y edifica su Iglesia" (765).
_ "Los bautizados vienen a ser «piedras vivas» para «edificación de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo» (1 P 2,5). Por el Bautismo participan del sacerdocio de Cristo, de su misión profética y real, son «linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz» (1 P 2,9). «El Bautismo hace participar en el sacerdocio común de los fieles»" (1268).
_ "Sólo un corazón puro puede decir con seguridad: «¡Venga a nosotros tu Reino!» Es necesario haber estado en la escuela de Pablo para decir: «Que el pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal» (Rm 6,12). El que se conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: «¡Venga tu Reino!»" (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst 5,13) (2819).
La grandeza del testigo no afecta al Reino de Dios; la grandeza del Reino de Dios hace grandes hasta a los más débiles.
Homilía IV: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Benedicto XVI
VISITA PASTORAL A FRASCATI
Plaza de San Pedro, Frascati - Domingo 15 de julio de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
Estoy muy contento de hallarme entre vosotros hoy para celebrar esta Eucaristía y para compartir gozos y esperanzas, fatigas y empeños, ideales y aspiraciones de esta comunidad diocesana. Saludo al señor cardenal Tarcisio Bertone, mi secretario de Estado y titular de esta diócesis. Saludo a vuestro pastor, monseñor Raffaello Martinelli, y al alcalde de Frascati, agradeciéndoles las corteses palabras de bienvenida con las que me han acogido en nombre de todos vosotros. Me alegra saludar al señor ministro, a los presidentes de la Región y de la Provincia, al alcalde de Roma, a los demás alcaldes presentes y a todas las distinguidas autoridades. Y estoy muy feliz por celebrar hoy con vuestro obispo esta misa. Como él ha dicho, durante más de veinte años fue para mí un fidelísimo y muy capaz colaborador en la Congregación para la doctrina de la fe, donde trabajó sobre todo en el sector del catecismo y de la catequesis; con gran silencio y discreción contribuyó al Catecismo de la Iglesia Católica y al Compendio del Catecismo. En esta gran sinfonía de la fe también su voz está muy presente.
En el Evangelio de este domingo, Jesús toma la iniciativa de enviar a los doce apóstoles en misión (cf. Mc 6, 7-13). En efecto, el término «apóstoles» significa precisamente «enviados, mandados». Su vocación se realizará plenamente después de la resurrección de Cristo, con el don del Espíritu Santo en Pentecostés. Sin embargo, es muy importante que desde el principio Jesús quiere involucrar a los Doce en su acción: es una especie de «aprendizaje» en vista de la gran responsabilidad que les espera. El hecho de que Jesús llame a algunos discípulos a colaborar directamente en su misión, manifiesta un aspecto de su amor: esto es, Él no desdeña la ayuda que otros hombres pueden dar a su obra; conoce sus límites, sus debilidades, pero no los desprecia; es más, les confiere la dignidad de ser sus enviados. Jesús los manda de dos en dos y les da instrucciones, que el evangelista resume en pocas frases. La primera se refiere al espíritu de desprendimiento: los apóstoles no deben estar apegados al dinero ni a la comodidad. Jesús además advierte a los discípulos de que no recibirán siempre una acogida favorable: a veces serán rechazados; incluso puede que hasta sean perseguidos. Pero esto no les tiene que impresionar: deben hablar en nombre de Jesús y predicar el Reino de Dios, sin preocuparse de tener éxito. El éxito se lo dejan a Dios.
La primera lectura proclamada nos presenta la misma perspectiva, mostrándonos que los enviados de Dios a menudo no son bien recibidos. Este es el caso del profeta Amós, enviado por Dios a profetizar en el santuario de Betel, un santuario del reino de Israel (cf. Am 7, 12-15). Amós predica con gran energía contra las injusticias, denunciando sobre todo los abusos del rey y de los notables, abusos que ofenden al Señor y hacen vanos los actos de culto. Por ello Amasías, sacerdote de Betel, ordena a Amós que se marche. Él responde que no ha sido él quien ha elegido esta misión, sino que el Señor ha hecho de él un profeta y le ha enviado precisamente allí, al reino de Israel. Por lo tanto, ya se le acepte o rechace, seguirá profetizando, predicando lo que Dios dice y no lo que los hombres quieren oír decir. Y esto sigue siendo el mandato de la Iglesia: no predica lo que quieren oír decir los poderosos. Y su criterio es la verdad y la justicia aunque esté contra los aplausos y contra el poder humano.
Igualmente, en el Evangelio Jesús advierte a los Doce que podrá ocurrir que en alguna localidad sean rechazados. En tal caso deberán irse a otro lugar, tras haber realizado ante la gente el gesto de sacudir el polvo de los pies, signo que expresa el desprendimiento en dos sentidos: desprendimiento moral —como decir: el anuncio os ha sido hecho, vosotros sois quienes lo rechazáis— y desprendimiento material —no hemos querido y nada queremos para nosotros (cf. Mc 6, 11). La otra indicación muy importante del pasaje evangélico es que los Doce no pueden conformarse con predicar la conversión: a la predicación se debe acompañar, según las instrucciones y el ejemplo de Jesús, la curación de los enfermos; curación corporal y espiritual. Habla de las sanaciones concretas de las enfermedades, habla también de expulsar los demonios, o sea, purificar la mente humana, limpiar, limpiar los ojos del alma que están oscurecidos por las ideologías y por ello no pueden ver a Dios, no pueden ver la verdad y la justicia. Esta doble curación corporal y espiritual es siempre el mandato de los discípulos de Cristo. Por lo tanto la misión apostólica debe siempre comprender los dos aspectos de predicación de la Palabra de Dios y de manifestación de su bondad con gestos de caridad, de servicio y de entrega.
Queridos hermanos y hermanas: doy gracias a Dios que me ha enviado hoy a re-anunciaros esta Palabra de salvación. Una Palabra que está en la base de la vida y de la acción de la Iglesia, también de esta Iglesia que está en Frascati. Vuestro obispo me ha informado del empeño pastoral que más le importa, que en esencia es un empeño formativo, dirigido ante todo a los formadores: formar a los formadores. Es precisamente lo que hizo Jesús con sus discípulos: les instruyó, les preparó, les formó también mediante el «aprendizaje» misionero, para que fueran capaces de asumir la responsabilidad apostólica en la Iglesia. En la comunidad cristiana éste es siempre el primer servicio que ofrecen los responsables: a partir de los padres, que en la familia cumplen la misión educativa con los hijos; pensemos en los párrocos, que son responsables de la formación en la comunidad; en todos los sacerdotes, en los distintos ámbitos de trabajo: todos viven una dimensión educativa prioritaria; y los fieles laicos, además del ya recordado papel de padres, están involucrados en el servicio formativo con los jóvenes o los adultos, como responsables en Acción Católica y en otros movimientos eclesiales, o comprometidos en ambientes civiles y sociales, siempre con una fuerte atención en la formación de las personas. El Señor llama a todos, distribuyendo diversos dones para diversas tareas en la Iglesia. Llama al sacerdocio y a la vida consagrada, y llama al matrimonio y al compromiso como laicos en la Iglesia misma y en la sociedad. Importante es que la riqueza de los dones encuentre plena acogida, especialmente por parte de los jóvenes; que se sienta la alegría de responder a Dios con uno mismo por entero, donando esa alegría en el camino del sacerdocio y de la vida consagrada o en el camino del matrimonio, dos caminos complementarios que se iluminan entre sí, se enriquecen recíprocamente y juntos enriquecen a la comunidad. La virginidad por el Reino de Dios y el matrimonio son en ambos casos vocaciones, llamadas de Dios a las que responder con y para toda la vida. Dios llama: es necesario escuchar, acoger, responder. Como María: «Heme aquí, que se cumpla en mí según tu palabra» (cf. Lc 1, 38).
Aquí también, en la comunidad diocesana de Frascati, el Señor siembra con largueza sus dones, llama a seguirle y a extender en el hoy su misión. También aquí hay necesidad de una nueva evangelización, y por ello os propongo que viváis intensamente el Año de la fe que empezará en octubre, a los 50 años de la apertura del concilio Vaticano II. Los documentos del Concilio contienen una riqueza enorme para la formación de las nuevas generaciones cristianas, para la formación de nuestra conciencia. Así que leedlos, leed el Catecismo de la Iglesia católica y así redescubrid la belleza de ser cristianos, de ser Iglesia, de vivir el gran «nosotros» que Jesús ha formado en torno a sí, para evangelizar el mundo: el «nosotros» de la Iglesia, jamás cerrado, sino siempre abierto y orientado al anuncio del Evangelio.
Queridos hermanos y hermanas de Frascati: estad unidos entre vosotros y al mismo tiempo abiertos, misioneros. Permaneced firmes en la fe, arraigados en Cristo mediante la Palabra y la Eucaristía; sed gente que ora para estar siempre unidos a Cristo, como sarmientos a la vid, y al mismo tiempo id, llevad su mensaje a todos, especialmente a los pequeños, a los pobres, a los que sufren. En cada comunidad quereos entre vosotros; no estéis divididos, sino vivid como hermanos, para que el mundo crea que Jesús está vivo en su Iglesia y el Reino de Dios está cerca. Los patronos de la diócesis de Frascati son dos apóstoles: Felipe y Santiago, dos de los Doce. A su intercesión encomiendo el camino de vuestra comunidad, para que se renueve en la fe y dé de ella claro testimonio con las obras de la caridad. Amén.
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