Domingo de la semana 4 de Pascua; ciclo B

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

            (Hch 4,8-12) "Bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos"
            (1 Jn 3,1-2) "Ahora somos hijos de Dios"
            (Jn 10,11-18) "El buen pastor da la vida por las ovejas"

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía en la parroquia de S. Ponciano (2-V-1982)

            --- La bondad de Dios
            --- El amor de Cristo por cada uno
            --- Esperanza sobrenatural

--- La bondad de Dios

 “¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno, porque es eterna su misericordia!” (Sal 118,1). Hoy resuenan las mismas palabras en el Domingo IV de este período, confirmando la verdad profunda de la existencia humana que se desveló en la resurrección de Jesús de Nazaret.

“Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres” (Sal 117,8). Efectivamente el que muriendo en la cruz exclamó en el último hálito de su respiro humano: “Padre, en tus manos entrego mi espíritu” (cfr. Lc 23,46), se presenta de nuevo vivo en medio de sus discípulos en el Cenáculo de Jerusalén y parece proseguir las últimas palabras pronunciadas en la cruz, con el siguiente versículo del Salmo: “Te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación...” (Sal 117,21). “Tú eres mi Dios, te doy gracias. Así parece decir el Hombre resucitado, Jesús de Nazaret.

Nosotros salimos al encuentro exclamando como el domingo de Ramos, si bien de manera muy distinta: Bendito el que viene en nombre del Señor (cfr. Jn 12,13).

“¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno, porque es eterna su misericordia!” (Sal 118,1). Porque Dios es bueno nos ha dado su amor.

“Mirad qué amor nos ha tenido el Padre -exclama en su primera Carta San Juan Evangelista- para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!” (3,1). Sí. Nos ha hecho hijos suyos en su Hijo unigénito. Nos ha hecho “hijos en el Hijo...”.

“Eterna es su misericordia”: “Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (cfr. 3,2).

El bien se difunde por su naturaleza (“bonum est diffusivum sui”). Dios se ha revelado como Dios omnipotente creando al mundo, es decir, dando la existencia a multiplicidad de seres. Dios se ha revelado como bien respecto del hombre creándolo a su imagen y semejanza.

Por esto el hombre está ya tan dotado desde esta vida. Cada hombre lo está. Incluso el más pobre y menos desarrollado. Esta medida del bien propia del hombre, la medida que procede del Creador, pertenece ya a este mundo.

Y ya en este mundo, en la vida temporal, Dios nos hace hijos suyos, hijos en el Hijo; pero... aún no se ha revelado lo que seremos, estamos a la espera del mundo que vendrá. Cuando veremos a Dios tal como es, sólo entonces seremos semejantes a Él (3,2), en toda la plenitud programada eternamente... ¡porque es eterna su misericordia!

--- El amor de Cristo por cada uno

Cristo nos dice hoy: “Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10,11). Mediante esta parábola Jesús de Nazaret quería reiterar con más fuerza cómo Dios, el Padre, es bueno. Quería hacer ver en una metáfora lo que en realidad ha llevado a cabo con su pasión y resurrección.

Esto es, ha dado la vida por las ovejas, por aquellos que con Él y por Él han sido hechos hijos en el Hijo. Dando la vida ha revelado hasta el fondo cuán bueno es Dios, hasta dónde llega la bondad de Dios. No sólo nos da la existencia y semejanza con Él en la obra de la creación, no sólo nos da la gracia de adoptarnos como hijos de Jesucristo. Sino que, además de todo esto, redime todo pecado mediante la muerte del Hijo unigénito, para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10).

La parábola del Buen Pastor habla de este amor que no retrocede ante la muerte por salvar al hombre y mantenerlo en el bien. En la historia del hombre está siempre el lobo que arrebata las ovejas (cfr. Jn 10,12), pero está también Cristo, Buen Pastor que vigila ininterrumpidamente.

El Padre que es principio de todo bien, lo conoce como Él conoce al Padre (cfr. Jn 10,15). Y con este conocimiento pleno de donación Cristo abraza a todo hombre: “Conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí” (cfr. Jn 10,14).

El Buen Pastor nos conoce a cada uno con el conocimiento del amor salvífico y nos lleva al Padre. Lleva incluso a las ovejas que no son de este redil (10,16). Su amor y solicitud salvífica se extiende a todos los hombres. Hasta los que se hallan fuera de la Iglesia están comprendidos en la obra de salvación. El amor es la revelación más completa del bien. Este amor se manifiesta en Cristo al dar la vida y al devolver de nuevo la vida.

La potencia del amor manifestado en la muerte y resurrección de Cristo, se ha convertido en la motivación exclusiva y única fuerza en cuyo nombre hablaban los Apóstoles: “en nombre de Jesucristo Nazareno a quien vosotros habéis crucificado, a quien Dios resucitó de entre los muertos” (Hch 4,10).

En el nombre de Cristo también hacían signos, devolviendo la salud a las personas enfermas y condenadas a sufrir. Y con la certeza que viene de la luz y potencia del mismo Espíritu Santo, los Apóstoles anunciaban la salvación en Jesucristo, sólo en El: “Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4,12).

La liturgia pascual de hoy está henchida de la verdad sobre la salvación. “Salvar” significa precisamente dar amor, el amor que nos ha dado el Padre haciéndonos hijos suyos en el Hijo único; el amor que ha revelado el Hijo cual Buen Pastor dando la vida por las ovejas en la cruz y recuperando esta vida para todos en la resurrección; el amor que con la potencia del Crucificado y resucitado vence el mal en las almas y en la historia del hombre.

Y por ello el Buen Pastor es al mismo tiempo piedra angular: “Él es la piedra descartada por los constructores, que ha venido a ser piedra angular” (Hch 4,11). ¿Es que no descartaron esta piedra los que no aceptaron el testimonio de la Buena Nueva y dictaron sentencia de muerte en la cruz contra Cristo? ¿No la descartan de nuevo otra vez los hombres que quieren organizar el mundo y la vida humana en éste fuera de Él y contra Él? Y, sin embargo, esta piedra descartada, ¡descartada tantas veces!, Jesucristo, es piedra angular. La construcción de la salvación humana sólo en Él puede apoyarse. La construcción del orden dentro del hombre y entre los hombres sólo en Él puede encontrar base segura. El hombre puede crecer renovado espiritualmente y crecer según la medida de sus destinos eternos. Sólo gracias a Él, el mundo humano puede hacerse cada vez más humano.

--- Esperanza sobrenatural

La alegría pascual es la alegría que brota de la certidumbre de la salvación del hombre, realizada por Jesucristo en la cruz y resurrección. Cristo mismo liberado de las ataduras de la muerte, se coloca en cierto sentido entre nosotros y dice al Padre: “Te doy gracias porque me escuchaste... Eres mi Dios, te doy gracias, Dios mío, yo te ensalzo” (Sal 117,21.28).

En cambio, nosotros, tomando en espíritu estas palabras, decimos al Resucitado: “Fuiste mi salvación” (Sal 117,21). Es cierto que no faltan las fatigas ni sufrimientos en nuestra vida humana. No son pocas las nubes que entenebrecen el horizonte del bien. Y no pocas las experiencias en que el mal parece aplastarnos.

¡Pero no perdamos la certeza de que Dios es bueno y el bien es siempre más grande! El bien de la salvación ofrecida al hombre en Cristo crucificado y resucitado es siempre más grande que cualquier mal de esta vida.

Esta conciencia, esta certidumbre es la fuente del gozo pascual del hombre y de la Iglesia: “¡Qué amor nos ha tenido el Padre!”(1 Jn 3,1).

DP-133 1982

Subir

Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

“Dios todopoderoso y eterno que has dado a tu Iglesia el gozo inmenso de la resurrección de Jesucristo; concédenos... que el rebaño de tu Hijo tenga parte en la admirable victoria de su Pastor”. Jesucristo, triunfador de la muerte, es la puerta que nos franquea la entrada en la eternidad.

Sin fe en una vida distinta y mejor, la existencia humana se convierte en una broma cruel ante la realidad incuestionable de la muerte. Todos los sacrificios y desvelos por nuestra familia, los esfuerzos e ilusiones en el trabajo, los proyectos, aquello por lo que noblemente nos hemos esforzado, un día serían cenizas sin la esperanza de la resurrección. Los cristianos, sin embargo, sabemos que Jesucristo tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa y es el guía seguro hacia la inmortalidad que el corazón humano anhela. “El Señor es mi pastor, nada me falta... habitaré en la casa del Señor por años sin término” (s. 22).

“Tengo además otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer”. El Señor ha querido asociarnos a esta tarea en un tiempo en que mucha gente, absorbida por el trabajo diario, se desentiende del cuidado de su alma, olvidando que él es el alma de todo cuidado. Oscurecido así el sentido eterno de su vida, el hombre anda disperso, como oveja descarriada, sin referentes claros y con el peligro de deshumanizarse. Hoy es frecuente la queja por el olvido de esos valores cristianos. Un ejemplo: se dejan cosas que aparentemente no son útiles porque no se ve el resultado inmediato que producen y se corre el peligro de abandonar a las personas que no son útiles porque no se adaptan a la máquina en la que algunos convierten este mundo.

Cada uno debería plantearse con sinceridad: ¿qué puedo hacer yo por quienes no conocen a Jesucristo y andan como ovejas sin pastor expuestas a la voracidad de depredadores sin conciencia? ¿Qué estoy haciendo, efectivamente y a diario, para que en mi familia, en mi lugar de trabajo, en la agrupación social, cultural o deportiva de la que formo parte, Jesucristo, la única garantía de vida eterna, sea conocido y querido? ¿Procuro con prudencia y sentido de la oportunidad proponer temas de conversación que sensibilice en esta dirección las conciencias de quienes conozco?

En colaboración con tantos que -cristianos o no- sienten la preocupación por el olvido de unos valores sin los cuales no sólo nos cerramos las puertas del cielo sino la de la paz ciudadana, hemos de procurar que en todos los ámbitos de la sociedad civil se respeten los criterios cristianos. Los órganos de gobierno de las ciudades, partidos políticos y sindicatos, colegios profesionales, entidades financieras, culturales y deportivas..., no deberían hacer oídos sordos a la voz del Buen Pastor. Hay que saber enfrentarse con tolerancia cristiana a la resistencia inicial a un cambio de mentalidad o al sectarismo, exponiendo nuestras convicciones cristianas con apacible firmeza.

Esto no es un sueño irrealizable, porque son mayoría los que están a favor de la verdad, el bien, la justicia, la paz, y lamentan el excesivo protagonismo de la violencia y la mentira en la sociedad, y, sobre todo, porque Dios tiene más interés en ello que nosotros: “hay otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un sólo rebaño, un sólo Pastor”.

Subir

Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

"Entregó su vida como Siervo; ha resucitado como Buen Pastor, que seguirá al frente de su rebaño hasta el fin de los tiempos"

Hch 4,8-12: "Ningún otro puede salvar"
Sal 117,1.8-9.21-23.26.28 y 29: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular"
1 Jn 3,1-2: "Veremos a Dios tal cual es"
Jn 10,11-18: "El buen pastor da la vida por las ovejas"

Anunciar la resurrección de los muertos exasperaba especialmente a los saduceos, que no creían en ella, y hacía especialmente difícil la misión apostólica. Tropezar con quien cree que no hay más palabra de Dios que la propia, y que encima tiene el poder, es un obstáculo difícilmente superable. Sobre todo si se echa en cara a esos mismos poderosos haber quitado de en medio a Jesús.

El discernimiento del buen pastor está gráficamente expresado en san Juan. En primer lugar "da la vida por las ovejas", aunque sea el dueño de ellas; "conoce a sus ovejas y las suyas le conocen", lo cual supone dedicación personal, cercanía, amistad...; el buen pastor "reúne a sus ovejas" , lo que da idea de llamamiento y convocatoria.

El poder y la libertad no siempre se han llevado bien. El verdaderamente libre no domina, invita; el que hace mal uso del poder no sirve, manda. Seguramente el hombre contemporáneo se ve hoy tentado por el afán del poder, al creer que le abrirá campos nuevos, incluso de mayor libertad. Pero sólo el que se pone a disposición de otros hace un gesto de libertad interior; sólo el que confía en la libertad de los otros y la reconoce, libera.

— Cristo, Buen Pastor y la Iglesia, redil:

"La Iglesia, en efecto, es el redil cuya puerta única y necesaria es Cristo. Es también el rebaño cuyo pastor será el mismo Dios, como Él mismo anunció. Aunque son pastores humanos quienes gobiernan las ovejas, sin embargo es Cristo mismo el que sin cesar las guía y alimenta; Él, el Buen Pastor y Cabeza de los pastores, que dio su vida por las ovejas" (754; cf. 753.649.881).

— El Buen Pastor, modelo del obispo:

"El Buen Pastor será el modelo y la  «forma» de la misión pastoral del obispo. Consciente de sus propias debilidades, el obispo "puede disculpar a los ignorantes y extraviados. No debe negarse nunca a escuchar a sus súbditos, a los que cuida como verdaderos hijos... Los fieles, por su parte, deben estar unidos a su obispo como la Iglesia a Cristo y como Jesucristo al Padre" (896).

— Nada sin el obispo:

"Seguid todos al obispo como Jesucristo (sigue) a su Padre, y al presbiterio como a los apóstoles; en cuanto a los diáconos, respetadlos como a la ley de Dios. Que nadie haga al margen del obispo nada en lo que atañe a la Iglesia" (San Ignacio de Antioquía, Smyrn. 8,1) (896).

— Cristo, presente en los pastores de la Iglesia: 1548-1550.

— "Mirad si sois en verdad sus ovejas, si le conocéis, si habéis alcanzado la luz de su verdad. Si le conocéis, digo, no sólo por la fe, sino también por el amor; no sólo por la credulidad, sino también por las obras. Porque el mismo Juan Evangelista, que nos dice lo que acabamos de oir, añade también:  «Quien dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso»" (San Gregorio Magno, hom. 14,3).

El que reconoce la inconfundible voz del buen pastor, sólo anunciará y proclamará la Palabra del buen pastor.

Subir