Esbozo de algunas ideas sobre la comunicación de la identidad cristiana de una universidad
La universidad no vive de espaldas a ninguna incertidumbre, a ninguna inquietud, a ninguna necesidad de los hombres. No es misión suya ofrecer soluciones inmediatas. Pero, al estudiar con profundidad científica los problemas, remueve también los corazones, espolea la pasividad, despierta fuerzas que dormitan, y forma ciudadanos dispuestos a construir una sociedad más justa. Contribuye así con su labor universal a quitar barreras que dificultan el entendimiento mutuo de los hombres, a alejar el miedo ante un futuro incierto, a promover −con el amor a la verdad, a la justicia y a la libertad− la paz verdadera y la concordia de los espíritus y de las naciones (San Josemaría Escrivá de Balaguer, Discurso en la Universidad de Navarra, 7-X-1972).
El tema de este trabajo remite a una serie de cuestiones que con frecuencia se plantean quienes trabajan en universidades de inspiración cristiana: ¿en qué consiste la identidad cristiana?, ¿cuáles son sus principales manifestaciones?, ¿cómo influye en las actividades de quienes trabajan en ella?, ¿cómo acertar a comunicarla?[1]
Estas preguntas y otras similares admiten distintas respuestas, en diferentes planos: histórico, jurídico, teológico, organizativo. En las páginas que siguen vamos a adoptar el punto de vista de la comunicación institucional, entendida como el proceso por el cual la identidad de una institución se formula de modo explícito, se manifiesta en la cultura corporativa, se expresa en su discurso público y se proyecta hacia el exterior, para reflejarse, finalmente, en la imagen percibida[2].
La óptica de la comunicación permite enfocar el tema de la identidad de forma operativa, y analizar cómo se presenta una universidad de inspiración cristiana a las personas que se relacionan con ella, desde los profesionales que la sacan adelante, hasta los medios de comunicación, pasando por alumnos y graduados.
No es el momento de detenerse a rememorar los orígenes históricos de las universidades, pero tampoco conviene pasar adelante sin recordar que las primeras, nacidas en el siglo XIII en la vieja Europa, proceden de los estudios teológicos que habían arraigado en el ámbito de las abadías y las grandes órdenes religiosas[3]. Con el paso del tiempo, la institución se universalizó y se crearon otros centros académicos. Las enseñanzas, que comenzaron centradas en los estudios de Teología, Artes, Medicina y Derecho, se fueron extendiendo a medida que se consolidaban nuevas ciencias.
El rumbo de una universidad está marcado por su origen y también por la forma jurídica que adopta. A los efectos de este trabajo, en síntesis muy apretada, nos interesa distinguir tres tipos de universidades[4]:
1. las universidades eclesiásticas, erigidas o aprobadas por la jerarquía de la Iglesia, en las que se cursan materias eclesiásticas, como la Teología y el Derecho Canónico, y que incluyen la formación de los sacerdotes y de los candidatos al sacerdocio como parte fundamental de su misión[5];
2. las universidades católicas, que también son erigidas o aprobadas por la jerarquía de la Iglesia, en las que además se estudian otras ciencias no eclesiásticas. Esas universidades son promovidas por instituciones católicas o por fieles laicos, que solicitan la aprobación de la autoridad eclesiástica competente. Con la debida autorización, la condición de universidad católica queda establecida en el nombre, en los estatutos, o a través de un compromiso jurídico formal[6];
3. las universidades cuyo ideario es igualmente católico, pero que están constituidas sin “los elementos formales propios del concepto canónico de universidad católica”[7]. Es decir, que no dependen de la jerarquía eclesiástica, ni tienen la condición oficial ni la denominación de “católicas”. A estas universidades aplicaremos la expresión universidades de inspiración cristiana[8].
Las reflexiones contenidas en las páginas siguientes se refieren de modo principal a este tercer tipo de universidades[9]. San Josemaría calificaba este tipo de iniciativas como labores “de promoción humana, cultural y social, realizadas por ciudadanos, que procuran iluminarlas con las luces del Evangelio y caldearlas con el amor de Cristo”[10] En la misma línea, Álvaro del Portillo las caracterizaba como universidades que se proponen “institucionalmente realizar una aportación cristiana al desarrollo de la cultura”[11]
A) Rasgos que definen a una universidad
Las universidades de inspiración cristiana son, ante todo, universidades con todas las letras. Su ideario no modifica sino que resella su naturaleza: una universidad de inspiración cristiana busca ser una buena universidad. En consecuencia, parece oportuno señalar someramente los rasgos esenciales que caracterizan a las universidades en general, más allá de las lógicas diferencias que se observan entre países y culturas.
Pueden servirnos como referencia los Principios fundamentales de la “Carta Magna de las Universidades de Europa”, suscrita el 18 de septiembre de 1988, con ocasión del IX Centenario de la fundación de la Universidad de Bolonia. Con los límites de toda síntesis, ese texto constituye un buen resumen de cómo la universidad se entiende a sí misma[12].
En línea con esa Carta podríamos señalar cinco rasgos que caracterizan a la universidad:
a. Búsqueda y transmisión de la verdad: la universidad es el resultado del trabajo conjunto de profesores que investigan, enseñan y comparten sus descubrimientos con estudiantes que aprenden e incorporan conocimientos, actitudes y hábitos necesarios para la profesión y para la vida. La universidad es lugar propicio para el estudio riguroso, para la indagación sobre los fenómenos y sobre sus causas, para plantearse preguntas en todos los campos: la ciencia, el arte, las humanidades. La universidad reconoce la metodología propia de cada ciencia, a la vez que invita al diálogo entre las diferentes áreas del saber. El principal legado intelectual que deja la universidad en sus miembros es el hábito de buscar la verdad, sin conformarse con respuestas superficiales.
b. Universalidad: como su propio nombre indica, la universidad implica mentalidad universal, apertura a otras personas, ideas y culturas. El carácter internacional de la universidad enriquece los puntos de vista y las relaciones entre profesores y estudiantes de diferentes países y tradiciones. El espíritu universitario no marca fronteras ni levanta barreras, tiende a aportar visión de conjunto. Desde el punto de vista temático, la universalidad implica apertura a la interdisciplinariedad y humildad respecto a los límites de la propia disciplina.
c. Libertad: por su propia naturaleza, la universidad requiere independencia de los poderes políticos y económicos, autonomía frente a influencias e intereses, de manera que la investigación y la docencia se desarrollen de acuerdo con los criterios propios de las labores educativa y científica. La libertad dentro de la institución es también requisito del trabajo universitario.
d. Convivencia: a la vez que se amplían los horizontes intelectuales y culturales, en la universidad se aprende a convivir con personas que piensan de modo diferente. La universidad es un proyecto que se realiza de modo pleno sólo cuando existe un clima de colaboración y respeto mutuo. Ser universitario implica un modo de entender la vida, supone capacidad de comprender y de convivir.
e. Servicio: la universidad trata de reconocer las necesidades de la sociedad en la que vive y de formular respuestas adecuadas. Además de las aportaciones que suponen la educación de los jóvenes y el progreso de las ciencias, las universidades desarrollan una labor de transmisión del conocimiento que representa un servicio variado y constante a la sociedad.
En estos rasgos se percibe la huella del origen cristiano de la institución universitaria[13], que ha pasado a formar parte del patrimonio de todas las universidades.
B) Elementos que caracterizan a una universidad de inspiración cristiana
Nos interesa indagar también acerca de los rasgos institucionales que configuran la identidad cristiana de las universidades, que marcan su modo de ser, aquí y ahora, de forma práctica y operativa[14]. Como punto de partida nos detendremos en un aspecto que afecta a la esencia del trabajo universitario: la armonía entre fe y razón, que se manifiesta en lo que podríamos llamar “fidelidad creativa” al mensaje cristiano. Concluiremos con algunas reflexiones sobre la relación entre identidad personal e identidad corporativa.
a) Armonía entre fe y razón
Benedicto XVI ha señalado que “no es casualidad que fuera la Iglesia quien promoviera la institución universitaria, pues la fe cristiana nos habla de Cristo como el Logos por quien todo fue hecho, y del ser humano creado a imagen y semejanza de Dios. Esta buena noticia descubre una racionalidad en todo lo creado y contempla al hombre como una criatura que participa y puede llegar a reconocer esa racionalidad”[15].
Como explica extensamente Juan Pablo II en la Encíclica Fides et ratio, la fe ensancha la razón, le da alas, le permite conocer el hombre y el mundo con más amplitud y profundidad, y liberarse de los límites de lo meramente empírico y experimentable.
Al reflexionar sobre estos temas, cabe plantearse una cuestión radical: ¿se puede ser científico y cristiano a la vez?, ¿es posible respetar simultáneamente la lógica de la fe y la lógica de la ciencia?, ¿no es la fe un freno de la investigación, que impide recorrer el camino de la búsqueda de la verdad?
En su obra Fe, verdad, tolerancia[16], señala Ratzinger que la fe no se identifica con un sujeto cultural concreto −una etnia, un país, un idioma− sino que existe en diversos sujetos culturales: “como cristiano, uno sigue siendo francés o alemán, americano o indio”, afirma. Esa circunstancia lleva consigo que el cristiano “vive en dos sujetos culturales: en su sujeto histórico y en el nuevo sujeto de la fe, que se encuentran y se compenetran en él”.
El sujeto histórico dominante en algunas épocas ha sido la etnia; en otras la nación; en nuestro tiempo, cada vez más, uno de los sujetos prevalentes es el profesional: un médico europeo tiene muchos puntos de coincidencia con un médico americano; y lo mismo se puede decir de un profesor o un escritor.
En todo caso, volviendo al razonamiento de Ratzinger, para un cristiano, la coexistencia de los dos sujetos –francés y católico; médico y católico– “no llegará a ser nunca una síntesis completamente acabada; incluye la necesidad de una constante labor de reconciliación y purificación”. Se puede llegar a decir que, si se evita la tentación de la ruptura, “la tensión es fructífera, renueva la fe y sana la cultura”.
Al final del razonamiento encontramos esta palabra: tensión. No hay que extrañarse de que el intento de ser plenamente universitario y plenamente cristiano sea una cuestión difícil, que sólo puede resolverse en el ámbito de la propia conciencia, mediante un crecimiento de esas dos dimensiones: la maduración cristiana y la maduración profesional. Ambas deben desarrollarse en armonía, para que la tensión sea fecunda, renueve la fe y sane la ciencia, la cultura, la actividad universitaria.
Crear las condiciones para este diálogo fecundo entre fe y razón, entre la teología y las demás ciencias, forma parte de la misión de cualquier universidad, y es un objetivo irrenunciable de la universidad de inspiración cristiana. Esto implica que la teología se enseñe al mismo nivel científico de otras disciplinas[17] y se abra a los problemas planteados por ellas; y exige también que las demás ciencias se abran a las cuestiones epistemológicas, antropológicas y éticas que afectan de modo profundo a la persona humana. Ese diálogo, no exento de tensión, amplía el horizonte de la ciencia y la libera de ciertas formas de reduccionismo.
b) Fidelidad al mensaje católico
Este rasgo de las universidades de ideario católico es quizá el más obvio, al menos en teoría, aunque la experiencia demuestra que la obviedad no es tan clara en la práctica. En lo concreto, la fidelidad se expresa ante todo en que la docencia y la investigación respetan la enseñanza que propone el Magisterio.
Además de las razones de coherencia intrínseca a la actividad académica, existen motivos de lealtad con las personas que eligen una universidad de inspiración cristiana, que esperan un determinado tipo de educación: sus expectativas no deberían ser defraudadas.
La Iglesia católica concibe la fidelidad como una cualidad compatible con la libertad. Benedicto XVI ha querido “reiterar el gran valor de la libertad académica. En virtud de esta libertad, ustedes están llamados a buscar la verdad allí donde el análisis riguroso de la evidencia los lleve”[18], al dirigirse a profesores universitarios. Ciertamente, se parte de un alto concepto de la libertad como requisito y causa del progreso del conocimiento, no como mera ausencia de límites.
Continúa Benedicto XVI: “es preciso decir también que toda invocación del principio de la libertad académica para justificar posiciones que contradigan la fe y la enseñanza de la Iglesia obstaculizaría o incluso traicionaría la identidad y la misión de la Universidad, una misión que está en el corazón del munus docendi de la Iglesia y en modo alguno es autónoma o independiente de la misma”[19].
Fidelidad implica, por tanto, responsabilidad. A la vez, fidelidad significa profundización, pues no es posible sintonizar con lo que sólo se conoce superficialmente. La identidad cristiana tiene como fuente el mensaje de Jesucristo tal y como lo propone la Iglesia católica. Algunos de los elementos de ese mensaje poseen particular relevancia en el ámbito universitario: por ejemplo, el reconocimiento de la dignidad y la centralidad de la persona, creada a imagen de Dios. Son verdades que tienen carácter de semilla y conviene cultivar. Ésta es una de las dimensiones activas y positivas de la fidelidad, que vale la pena fomentar.
Para un profesor universitario, la identidad cristiana es el motor de una constante exploración, que le permite salir al encuentro de las preguntas que le plantean su ciencia y su docencia. La fidelidad “universitaria” al Magisterio es una fidelidad “investigadora”, es decir, activa, dinámica, creativa. El bagaje científico y el bagaje intelectual cristiano están llamados a crecer en paralelo.
Como ha recordado recientemente el Papa, “la tarea fundamental de una educación auténtica en todos los niveles no consiste meramente en transmitir conocimientos, aunque eso sea esencial, sino también en formar los corazones”. Para una universidad de identidad cristiana “existe la necesidad constante de conjugar el rigor intelectual al comunicar de modo eficaz, atractivo e integral la riqueza de la fe de la Iglesia con la formación de los jóvenes en el amor a Dios, en la práctica de la moral cristiana y en la vida sacramental y, además, en el cultivo de la oración personal y litúrgica”[20]. En este sentido, es evidente que junto a la labor educativa de los profesores −en su sentido más amplio, también desde el punto de vista del ejemplo personal−, cobra un papel insustituible la actividad que se desarrolla desde la capellanía de la universidad.
En este punto, parece conveniente preguntarse: ¿y qué sucede con las personas que trabajan o estudian en una universidad de ideario cristiano, sin ser católicos? ¿Qué, con los que no profesan ninguna creencia religiosa? Juan Pablo II señala que “estos hombres y mujeres contribuyen con su formación y su experiencia al progreso de las diversas disciplinas académicas o al desarrollo de otras tareas universitarias”[21]. Y añade que ellos “tienen la obligación de reconocer y respetar el carácter católico de la Universidad”[22].
Con otras palabras: la universidad es un proyecto educativo abierto, inclusivo, con bases antropológicas y culturales que personas de diferentes religiones pueden compartir, realizando con su trabajo una valiosa aportación al proyecto colectivo. Esas personas han de expresar respeto y compromiso con la labor de formación que se realiza en el centro. A la vez, la universidad se compromete a respetar la libertad religiosa de todos sus miembros: también quienes profesan otras creencias han de experimentar ese espíritu de libertad.
La capacidad y la voluntad de participar en el proyecto educativo cristiano son requisitos para trabajar en este tipo de universidades. Conviene tenerlo en cuenta antes de la contratación y a lo largo de toda la relación laboral. Existen circunstancias que hacen desaconsejable la incorporación o la continuidad de personas que, en la teoría o en la práctica, no sintonizan con el proyecto. Y, en sentido positivo, es muy importante buscar activamente profesionales que estén en condiciones de llevarlo adelante.
c) Identidad cristiana personal y corporativa
Desde el punto de vista subjetivo, la identidad personal se refiere a la autoconciencia, el conocimiento y la posesión de uno mismo. El adjetivo ‘cristiano’ especifica algo más: significa “consciente y voluntaria adhesión personal a Cristo y a su Iglesia”[23]. A partir de ese núcleo conceptual, “ser y saberse cristiano (...) es no sólo pertenencia pasiva a una confesión religiosa, sino voluntaria y activa participación en la vida y en la misión de la Iglesia”[24].
La identidad de una institución depende ante todo de las personas que la componen. Las universidades de inspiración cristiana no son estructuras, sino instituciones vivificadas por católicos que realizan su trabajo de forma coherente con su fe. En ese sentido, Benedicto XVI recuerda que la identidad cristiana de un centro educativo “es una cuestión de convicción: ¿creemos realmente que sólo en el misterio del Verbo encarnado se esclarece verdaderamente el misterio del hombre? (cfr. Gaudium et spes, 22) ¿Estamos realmente dispuestos a confiar todo nuestro yo, inteligencia y voluntad, mente y corazón, a Dios? ¿Aceptamos la verdad que Cristo revela? En nuestras universidades y escuelas ¿es ‘tangible’ la fe? ¿Se expresa fervorosamente en la liturgia, en los sacramentos, por medio de la oración, los actos de caridad, la solicitud por la justicia y el respeto por la creación de Dios? Solamente de este modo damos realmente testimonio sobre el sentido de quiénes somos y de lo que sostenemos”[25].
Con este sólido fundamento, estudiantes y profesores católicos trabajan en todo tipo de universidades[26]. También en las de inspiración cristiana, donde su participación es determinante. Podríamos decir que esta es la primera condición para la configuración de la identidad cristiana de una universidad: la presencia de católicos −profesores, otros profesionales, estudiantes− que se esfuercen por hacer realidad esos ideales. Es un factor sociológico, que constituye un requisito necesario: sin un número suficiente de católicos que la vivifiquen, la universidad de inspiración cristiana es una quimera.
Pero no basta. Para ser duradera, la identidad cristiana ha de configurar la cultura corporativa, sus principios, sus valores, sus prácticas profesionales, su estilo propio[27]. La proyección de la identidad en la cultura da unidad, dirección y sentido a la organización. Y la convierten en perdurable, a pesar de los cambios de personas que naturalmente se suceden. En suma, hacen única a la institución y la distinguen de las demás.
La identidad cristiana se expresa de múltiples maneras en la cultura de una institución. En el caso de una universidad, esos rasgos específicos se ponen de manifiesto en sus actividades propias: la investigación, la docencia, las otras actividades corporativas, las relaciones.
A) Investigación
Como se ha dicho, la investigación es tarea crucial en las universidades de inspiración cristiana. Podríamos añadir que la investigación de estas universidades se caracteriza por los temas y por las actitudes de los investigadores[28].
Por los temas, porque –sin excluir ningún asunto científico, por técnico o neutro que parezca– en estas universidades encuentran espacio esas grandes cuestiones sobre Dios, el mundo y el hombre que, con frecuencia, quedan fuera de la indagación científica. Como consecuencia, en estas universidades los criterios de selección de los temas de investigación no dependen solamente de circunstancias externas, como la procedencia de las fuentes de financiación o los programas oficiales; ni de modas científicas pasajeras, sino que tienen en cuenta también otros factores. Juan Pablo II lo resume de este modo: las “actividades de investigación incluirán, por tanto, el estudio de los graves problemas contemporáneos, tales como, la dignidad de la vida humana, la promoción de la justicia para todos, la calidad de vida personal y familiar, la protección de la naturaleza, la búsqueda de la paz y de la estabilidad política, una distribución más equitativa de los recursos del mundo y un nuevo ordenamiento económico y político que sirva mejor a la comunidad humana a nivel nacional e internacional. La investigación universitaria se deberá orientar a estudiar en profundidad las raíces y las causas de los graves problemas de nuestro tiempo, prestando especial atención a sus dimensiones éticas y religiosas”[29].
La investigación en universidades de inspiración cristiana se caracteriza también por las actitudes. Entre ellas, vale la pena destacar la capacidad de diálogo entre científicos de diferentes áreas. Ciertamente, la búsqueda de la unidad del saber es una característica común a todas las universidades, aunque esa cualidad se viene perdiendo a causa de la fragmentación de las ciencias, la progresiva y creciente especialización y las divergencias metodológicas.
Si la apertura interdisciplinar es un rasgo característico de cualquier universitario maduro, para un católico reviste particular trascendencia[30]. En efecto, la interdisciplinariedad es la condición de posibilidad para el diálogo entre la fe y la razón, entre la teología, la filosofía y las demás ciencias; invita a considerar los grandes temas de la antropología; facilita la colaboración de científicos de diversas procedencias en la resolución de problemas complejos; y proporciona la visión de conjunto que es premisa de la buena educación. La apertura interdisciplinar se manifiesta en algunas cualidades como la humildad, el aprecio hacia la investigación de los demás, el respeto a las diferentes metodologías, la capacidad de trabajo en equipo, el espíritu de colaboración[31].
B) Docencia
Las universidades sitúan a los alumnos en el centro de su actividad, ellos dan sentido al trabajo universitario. Los profesores aspiran a dejar en los estudiantes un legado educativo duradero. John Henry Newman describe así ese ideal: “Se forma una mentalidad que dura toda la vida y cuyas características son la libertad, la equidad, el sosiego, la moderación y la sabiduría”[32].
Dirigiéndose a jóvenes profesores universitarios, Benedicto XVI ha destacado que la labor docente no consiste en la “escueta comunicación de contenidos, sino una formación de jóvenes a quienes habéis de comprender y querer, en quienes debéis suscitar esa sed de verdad que poseen en lo profundo y ese afán de superación”[33].
Esa honda labor educativa se desarrolla de modo primordial a través de la labor docente, que a partir de la transmisión de conocimientos, representa una invitación a reflexionar, a adquirir hábitos intelectuales y éticos[34]. El hábito de buscar la verdad será el fundamento de la vida profesional futura de los estudiantes. En las universidades de inspiración cristiana, la formación académica ha de caracterizarse por su calidad: en las clases, en el estudio personal, en el trabajo en equipo, en los primeros pasos de la investigación, en las actividades extracurriculares[35].
Hemos recordado que la universidad es el lugar de las preguntas. El ser humano no puede dejar de plantearse las cuestiones últimas y más radicales: ¿quién soy?, ¿dónde radica mi dignidad de persona?, ¿por qué existe el mal?, ¿qué me hace feliz? De la respuesta a esos interrogantes depende la orientación de la entera existencia. De ahí la importancia de proporcionar a los estudiantes una sólida formación filosófica y teológica, que fundamente los conocimientos especializados que cada uno adquiere en su área de conocimiento[36].
La relación personal entre profesores y alumnos es un marco adecuado para suscitar la maduración de los jóvenes. En ese sentido, el asesoramiento académico reviste notable importancia. El sistema tutorial, en sus diversas formas, complementa la labor que se realiza a través de las clases y seminarios, y adapta los contenidos generales a las necesidades de cada alumno. En el ámbito de la relación personal adquiere particular relevancia el ejemplo de los profesores. Los estudiantes poseen una gran capacidad de observación, esperan coherencia entre lo que se enseña y lo que se vive, y son más receptivos al testimonio que al discurso teórico.
Por último, vale la pena mencionar un aspecto de lo que san Josemaría llamaba la “formación enteriza de las personalidades jóvenes”[37]: el fomento de la preocupación por los demás. En esta línea, podría decirse que la participación en actividades de ayuda social merece un reconocimiento dentro del curriculum de una universidad de inspiración cristiana, en cuanto que siembran entre los estudiantes hábitos duraderos. Por muchos motivos, puede considerarse que esta orientación al servicio de los más necesitados es parte esencial de los contenidos de la formación universitaria cristiana.
C) Otras actividades corporativas
Las manifestaciones de la identidad cristiana en la actividad universitaria son, por definición, innumerables: el ambiente de trabajo, la forma de tratar a las personas, la responsabilidad y la austeridad en el uso de los recursos; etc. Habría que añadir que también las actividades complementarias –eventos culturales y artísticos, ocio y deporte, diversión y entretenimiento– han de llevar ese sello del estilo cristiano, alegre y solidario.
Pero si hubiera que destacar un solo aspecto entre tantos, habría que elegir la práctica de la justicia y de la caridad. Además de la posición principal de esas virtudes en la jerarquía de valores cristianos, no hay que olvidar que son determinantes para cualificar las relaciones profesionales, humanas y sociales que se crean en una institución como la universidad. La caridad y la justicia dan credibilidad y hondura al proyecto educativo en su conjunto.
Cada miembro de la corporación universitaria tiene parte activa en esta labor en la formación de la cultura corporativa: los profesores más expertos y los noveles, el personal de administración y servicios, los encargados del mantenimiento y la limpieza. Ésta es una de las razones que explican la importancia de la cohesión de la comunidad profesional universitaria en torno a la misión[38]. Esa unidad de miras es compatible con la riqueza y variedad de personalidades y circunstancias que coinciden en una universidad[39].
D) Relaciones
Las universidades no se cierran sobre sí mismas ni se aíslan, sino que interactúan de múltiples maneras con su entorno y están plenamente insertadas en la sociedad en la que viven. Mantienen contactos con autoridades públicas, con otras instituciones educativas y culturales, con empresas, con medios de comunicación. En esa tupida red de relaciones, actúan en armonía con su misión y valores corporativos. Los principios que se mantienen y proponen son los mismos, dentro y fuera de la institución. La experiencia confirma que algunas actitudes como la hospitalidad o la amistad son a menudo el primer paso en la comprensión de la identidad cristiana.
En este punto puede ser oportuno mencionar una característica señalada por san Josemaría, a propósito de los comienzos de la Universidad de Navarra: el espíritu de colaboración con otras universidades. El fundador del Opus Dei expresó de diversas maneras estas ideas: la Universidad de Navarra es y se siente una más entre las universidades españolas, desea aportar su grano de arena a la mejora del sistema universitario, al servicio de los ciudadanos y de la sociedad[40]. Esta actitud aleja la tentación de la autocomplacencia, implica respeto hacia los colegas, fomenta la colaboración y facilita las relaciones.
Llegados a este punto, volvamos por un momento a las preguntas del comienzo: ¿qué aporta la identidad cristiana a una universidad? Para esbozar una respuesta, podemos recordar unas palabras que Benedicto XVI dirigió a la Universidad La Sapienza: “¿Qué tiene que hacer o qué tiene que decir el Papa en la universidad? Seguramente no debe tratar de imponer a otros de modo autoritario la fe, que sólo puede ser donada en libertad (...). Tiene la misión de mantener despierta la sensibilidad por la verdad”[41].
Fomentar la sensibilidad por la verdad. ¿No es esa en realidad la vocación más honda de cualquier universitario, la misión esencial de cualquier universidad? La inspiración cristiana estimula a los universitarios a ejercer de modo pleno su profesión: buscar y transmitir la verdad, con visión universal, amor a la libertad y respeto, poniendo a la persona en el centro de su trabajo y aportando sentido trascendente a las tareas que realiza.
La identidad cristiana de una universidad está configurada por el conjunto de rasgos que determinan el modo de ser, la cultura de la institución. Esos rasgos suelen ser conocidos de forma implícita. La comunicación consiste precisamente en hacer explícito lo implícito, a través de hechos y palabras. Porque la identidad cristiana tiene carácter público. Quienes trabajan en estas universidades han de conocer y respetar su identidad, en la medida en que participan en el proyecto educativo. Quienes desean estudiar en ellas tienen el derecho a ser informados antes de matricularse. Respecto a la sociedad en general, la transparencia es cada vez más un requisito de funcionamiento de las instituciones. En todas estas dimensiones, internas y externas, la labor de comunicación ha de plantearse de modo orgánico, coherente, bien pensado. No puede dejarse a la improvisación. Veamos ahora algunas cuestiones prácticas relativas a la comunicación de la identidad cristiana, dentro y fuera de las universidades.
A) Ideario
La primera expresión de la identidad de un centro universitario de inspiración cristiana se encuentra en los textos de carácter jurídico, en los estatutos por los que se rige, así como en los contratos, acuerdos o convenios que establecen, en su caso, la modalidad de su vinculación con la Iglesia. Además, la identidad se expresa en otro texto –el ideario– que resume la misión y los valores de la institución. Es un documento con finalidad informativa, breve, claro, fácilmente comprensible.
Los idearios suelen abarcar tres tipos de contenidos: los genéricos (aspectos comunes a todas las universidades), los específicos (rasgos comunes a todas las universidades de inspiración cristiana) y los particulares (características propias del centro concreto).
De acuerdo con su finalidad informativa, el ideario ha de ser conocido por los miembros de la comunidad universitaria. Para quienes trabajan en la universidad constituye una forma de pacto o compromiso entre las partes, desde el punto de vista laboral y disciplinar; pero, sobre todo, el ideario contribuye a la definición del proyecto colectivo. Para los estudiantes y para sus familias, es un elemento informativo esencial, incluso antes de solicitar la admisión: su conocimiento permite tomar decisiones informadas y conscientes; su desconocimiento puede provocar malentendidos si el estudiante, al llegar a la universidad, encuentra algo distinto de lo que esperaba.
En suma, el ideario es un documento fundamental desde el punto de vista de la comunicación interna y externa, la primera palabra del discurso público, de la narrativa institucional.
B) Diálogo
En ocasiones, el término “identidad” tiene connotaciones negativas, asociadas a los llamados “fenómenos identitarios”: personas e instituciones con una conciencia excluyente de la propia identidad provocan conflictos al entrar en relación con interlocutores de características diferentes y son fuente de discordia social. Aunque estos fenómenos pueden darse, hay que decir que la identidad cristiana tiende al diálogo, por su propia naturaleza. Karol Wojtyla lo ha expresado de este modo: “ser cristiano significa estar convencido de la verdad de la revelación y ser capaz de diálogo”[42]. El alto concepto que merece la razón en la antropología cristiana, la convicción de que la inteligencia humana puede alcanzar la verdad, la firmeza con que los cristianos defienden la libertad propia y ajena, llevan consigo una actitud orientada al diálogo.
Esta cuestión evoca algunos dilemas prácticos que se plantean en las universidades de ideario católico. Los dilemas podrían resumirse así: ¿hasta qué punto conviene abrir las puertas de una universidad cristiana a personas que disienten de la doctrina y la moral católicas, de modo teórico o de forma práctica, por su comportamiento? Si una universidad aplica un criterio demasiado amplio, ¿cómo evitar los efectos negativos, especialmente en la formación de los estudiantes? Si se aplica un criterio demasiado estricto, ¿cómo evitar el aislamiento y cómo influir positivamente en ambientes científicos, si no existe relación ni intercambio de pareceres? No nos referimos ahora a la contratación de personas que se encuentran en estas circunstancias, cuestión que hemos tratado antes, sino a la invitación a participar en actividades, conferencias y debates.
Estos dilemas confirman la existencia de una inevitable tensión y la necesidad del constante ejercicio de la prudencia. Quizá valga la pena formular algunas consideraciones generales:
a. En primer lugar, las instituciones con ideario cristiano están expuestas a dos riesgos simultáneos: de un lado, la homologación, la pérdida de la identidad cristiana, por un concepto equivocado del diálogo, como si para dialogar fuese necesario renunciar a las propias convicciones; y, de otro, la irrelevancia, por una excesiva tendencia al aislamiento o por incapacidad de hacerse cargo de las razones de los otros. La prudencia está en sortear ambos peligros.
b. De otra parte, en los debates públicos entre personas cultas, la persuasión no se logra a través de la mera exposición de las propias convicciones, ni solamente mediante el enfoque apologético. Es necesario someterse a la prueba del diálogo, desarrollar la capacidad argumentativa y aceptar el carácter abierto y progresivo de la formación de las opiniones[43]. Así como es lógico esperar de los científicos no creyentes que se mantengan en los límites de su especialidad, sin aplicar a cuestiones filosóficas o teológicas la metodología propia de las ciencias experimentales, cuando un creyente desea debatir acerca de cuestiones científicas, ha de respetar la metodología del correspondiente campo del saber. Por ejemplo, si se plantea un debate acerca de la constitucionalidad de la ley del aborto, es preciso conocer los fundamentos del derecho constitucional; y lo mismo si la discusión se centra en los aspectos médicos, políticos, etc.[44].
c. Finalmente, no conviene olvidar que el diálogo implica ante todo relación entre personas. La irradiación del espíritu cristiano no es una labor ideológica, ni siquiera una discusión intelectual, ni mucho menos un debate político. La proyección externa de la identidad cristiana se verifica muchas veces a través de las relaciones personales. Como se ha dicho a propósito del diálogo interdisciplinar, las ciencias tienden a la separación, las personas tienden a la unidad.
Estos principios pueden ser útiles para tomar decisiones acertadas, prudentes, cuando se plantean dilemas como los que hemos mencionado.
C) Destinatarios
La identidad cristiana de una universidad se comunica por círculos concéntricos. En primer lugar, ha de ser conocida por las personas que trabajan en la institución. En cierto modo, una institución es el conjunto de personas que la integran; son ellas las que imprimen un estilo, las que convierten la identidad en cultura vivida, los portavoces y los embajadores de la organización. Se entiende que la comunicación interna sea siempre la primera fase en el proceso de la comunicación corporativa.
Junto a los profesores y profesionales que trabajan en la universidad, existen otros “públicos internos”[45], como los estudiantes, los graduados y benefactores, las personas que sienten la responsabilidad de ayudar económicamente al sostenimiento del centro académico. Mantienen una relación permanente con el alma mater y tienen derecho a ser informados periódicamente. También cabría incluir aquí a las familias de los grupos mencionados, que por su condición merecen un tipo de comunicación destacada.
Destinatarios de la información son también los colaboradores de la universidad. Éste es el caso, por ejemplo, de los proveedores, especialmente los que prestan servicios que implican relación directa con otros miembros de la comunidad académica. Entre ellos pueden situarse también las empresas con las que existen acuerdos, las instituciones en las que se realizan prácticas profesionales o las que prestan algún tipo de ayuda. Por coherencia, resulta importante que conozcan también las características de la universidad con la que colaboran, ya que, en sentido amplio, forman parte del proceso educativo. A título de ejemplo se puede mencionar a los empleados de empresas subcontratadas para la limpieza, la seguridad o cualquier otro tipo de servicio: son profesionales que pueden llegar a tener una frecuente relación y una influencia no pequeña en los estudiantes.
Entre los públicos externos se encuentran las demás universidades, otras instituciones educativas y culturales del entorno, las autoridades públicas y los organismos reguladores, los medios de comunicación, los creadores de opinión y finalmente la sociedad en general. Una mención especial merecen los potenciales alumnos y en particular, las familias, que tienen un papel determinante en la elección del centro educativo y reciben con interés sus informaciones.
A todos estos destinatarios de la comunicación se les denomina también stakeholders o grupos de interés: personas a quienes de alguna manera afectan las decisiones o actividades de una institución; o, viceversa, cuyas decisiones y acciones repercuten en la organización. Cada universidad tiene sus propios stakeholders. Para comunicar adecuadamente con ellos, conviene identificarlos con claridad, de manera diferenciada, conocer las necesidades y demandas, con el fin de responder de forma oportuna. Estas pautas se aplican también a la comunicación de la identidad cristiana.
D) Principios
Las acciones de comunicación son eficaces en la medida en que tienen una finalidad, sentido y coherencia. En cambio, no aportan valor si surgen de forma inconexa, por mucha creatividad que se ponga en su diseño. Por esa razón, al perfilar un plan de comunicación conviene plantearse los principios que ayudan a discernir qué tipo de acciones interesa emprender y cuáles evitar, así como la prioridad y el orden más razonable. Esto es especialmente necesario a la hora de comunicar la identidad cristiana, tarea que comporta cierta complejidad y lleva consigo no pocos matices.
A continuación, enumeramos seis principios de comunicación, que se derivan, por una parte, de la naturaleza del proceso de comunicación institucional y, por otra, de la dinámica de la transmisión del mensaje cristiano:
a. Transparencia: la primera forma de transparencia consiste en dar razón de la propia identidad, teniendo en cuenta el tipo de destinatario. Esto implica difundir de forma adecuada el ideario y exponer sus implicaciones. Existe además otra forma de transparencia, más sutil, que consiste en dar a conocer los criterios que se siguen al informar y formar sobre estos temas, los motivos y objetivos de los planes de comunicación y de los planes de formación cristiana, de manera que sea evidente que no hay intenciones ocultas. En definitiva, explicar qué se hace y también por qué se hace. La transparencia crea un clima de libertad y confianza.
b. Coherencia: la comunicación más eficaz es la que se verifica a través de hechos, más que de palabras: las decisiones, el estilo, las costumbres, el ambiente de la institución[46]. La coherencia y ejemplaridad de los profesionales tienen mucha más eficacia comunicativa que las declaraciones de principio. No hay que olvidar que el ideario expresa con palabras una realidad, una cultura, una forma de ser y de trabajar. La coherencia proporciona credibilidad a la comunicación.
c. Adecuación: en la tarea de comunicar resulta necesario adaptarse a los interlocutores. Los profesores, estudiantes, padres, etc., tienen sus propias necesidades, que es preciso atender de modo adecuado, con el contenido, lenguaje y canal más apropiado para cada caso.
d. Continuidad: las relaciones que mantiene la universidad con muchas personas tienen carácter duradero, se prolongan en el tiempo. En ese sentido, los planes de comunicación tienen cierto carácter progresivo. Los contenidos se pueden ir transmitiendo poco a poco, durante el tiempo que dura la relación, de manera que sea entendido y asimilado con profundidad. De poco valdría una información difundida en un momento concreto, por ejemplo cuando un estudiante o un profesional se incorporan a la universidad, si carece de continuidad. Las informaciones aisladas producen efectos efímeros.
e. Participación: la comunicación de la identidad cristiana no tiene una finalidad meramente informativa; representa una invitación a participar en el proyecto educativo. Hay que evitar que entre los profesionales surjan divisiones, o se alcen muros invisibles que separen a los que se muestran activos respecto al ideario de los que se consideran meros espectadores. Todos forman parte del proyecto, cada uno a su modo. Como en todas las organizaciones, la participación es un motor que ayuda al cumplimiento de la misión corporativa.
f. Libertad: la identidad cristiana implica creencias, convicciones, actitudes y por tanto ha de ser entendida, comunicada y recibida en un contexto de libertad. Cuanto más relevantes son las implicaciones personales de lo que se quiere transmitir, más respetuosa ha de ser la modalidad comunicativa.
E) Acciones
No es posible ofrecer un elenco exhaustivo de actividades de comunicación idóneas para transmitir la identidad cristiana, de modo genérico. Cada universidad tiene sus propias características y cada grupo de profesionales plantea necesidades específicas.
Quizá sea más útil proponer un sencillo esquema que puede facilitar la tarea de la transmisión y darle cierto carácter orgánico. Se trata de identificar, por una parte, los grupos de destinatarios a los que conviene dirigirse (profesionales, estudiantes, graduados, medios de comunicación, etc.); y, por otra, los diferentes modos de establecer la comunicación. En ese sentido, cabe distinguir algunas modalidades de comunicación, que implican distintos contenidos, canales y actitudes:
a. Modo informativo: la forma más básica de comunicación de la identidad cristiana consiste en transmitir información objetiva y clara sobre estos temas a todas las personas interesadas. A los profesionales, estudiantes y otros públicos internos, en la medida en que se trata de un elemento relevante de su vinculación con la Universidad. A los públicos externos, a través de folletos, sesiones informativas, o páginas web, al alcance de personas potencialmente interesadas.
b. Modo reflexivo: por las características de la institución universitaria, y por la naturaleza de la identidad cristiana, además de informar sobre estos contenidos, conviene crear espacios de reflexión –seminarios, debates, conferencias, lecturas-, donde sea posible profundizar, compartir preguntas, buscar respuestas. El diálogo entre fe y razón no es algo teórico, sino que se concreta en una conversación abierta, de la que surgen siempre luces nuevas.
c. Modo formativo: una actividad esencial de las universidades de ideario católico es la labor pastoral. Juan Pablo II señala la necesidad de “promover la atención pastoral de los miembros de la comunidad universitaria y, en particular, el desarrollo espiritual de los que profesan la fe católica. Debe darse preferencia a aquellos medios que facilitan la integración de la formación humana y profesional con los valores religiosos a la luz de la doctrina católica, con el fin de que el aprendizaje intelectual vaya unido con la dimensión religiosa de la vida”[47]. Cada universidad establece los medios oportunos para llevar a cabo esa tarea, de acuerdo con sus posibilidades, las necesidades del entorno y las disposiciones de la autoridad competente: vida litúrgica y sacramental, retiros espirituales, etc. En este campo, las capellanías universitarias realizan una labor destacada.
d. Modo divulgativo: con actividades adecuadas a su naturaleza, como son la extensión cultural y la intervención en los debates públicos, las universidades de inspiración cristiana amplían su ámbito de influencia, sobre todo en esos temas de particular relevancia que se han mencionado al hablar de la investigación: vida, familia, educación, justicia, ecología, paz. Si es necesario, no puede faltar “la valentía de expresar verdades incómodas, verdades que no halagan a la opinión pública, pero que son también necesarias para salvaguardar el bien auténtico de la sociedad”[48]. Con hechos más que con palabras, las universidades pueden llegar a ser un resplandeciente foco de luz[49].
Los resultados de la comunicación de la identidad cristiana no son difíciles de percibir. Dentro de la institución, fomenta el compromiso de los profesionales, mejora la cohesión en torno al proyecto educativo, aporta un suplemento de motivación y ayuda a que se cree un clima de participación y confianza. Desde el punto de vista externo, la identidad cristiana proyecta una imagen que atrae a profesionales y estudiantes que buscan este tipo de ambiente. Esas ventajas conllevan también compromisos: todos esperan coherencia de una universidad reconocida como cristiana; las expectativas pueden llegar a ser muy elevadas y convertirse en un listón exigente, que reclama un esfuerzo sostenido. Es la otra cara de la buena reputación, que no permite dormirse en los laureles.
La maduración de la identidad cristiana es una misión compartida por todos los miembros de la institución. La inspiración cristiana está llamada a impregnar la cultura corporativa, y eso sólo es posible con un gran espíritu de colaboración. A la vez, los organismos de gobierno tienen una especial responsabilidad en este tema. Inicialmente, los promotores determinan los elementos estructurales de la institución: estatutos, ideario, organización. Concluida la fase fundacional, las autoridades han de velar por la continuidad de los ideales originarios.
En su sentido más hondo, el gobierno de una institución consiste en el despliegue progresivo de su misión, con la que han de alinearse las decisiones estratégicas. La identidad cristiana define la misión de estas universidades y por tanto inspira también sus estrategias y proyectos. En consecuencia, las autoridades académicas de estas universidades han de integrar en su labor de gobierno los aspectos relativos a la identidad cristiana, con particular atención a todo lo que se refiere a la contratación y formación de los profesionales.
Parte importante del gobierno consiste en establecer mecanismos de evaluación que permitan comprobar que la institución mantiene el rumbo deseado y avanza adecuadamente. Porque el trabajo directivo no se agota con la programación de actividades a partir de intuiciones acertadas. Hay que prever también la posterior recogida de datos que proporcionen un conocimiento preciso de la eficacia real de las medidas de gobierno y hagan posible la necesaria reflexión. Es más sencillo evaluar los elementos tangibles que los intangibles; es más fácil valorar la cuenta de resultados económicos que el estado de una universidad en relación con su ideario. Pero la dificultad es siempre una invitación a la creatividad. Se trata de identificar los indicadores que revelen la situación en este aspecto.
La evaluación lleva consigo conocimiento y autocrítica, no es compatible con la autocomplacencia, ni mucho menos con el autoengaño que puede nacer de un mal entendido deseo de eludir problemas o de transmitir una imagen positiva. La evaluación implica más bien apertura al cambio, imaginación para explorar caminos nuevos de mejora, siempre con la misión corporativa en el horizonte. En definitiva, aporta realismo a las decisiones y capacidad de innovación[50].
A lo largo de estas páginas hemos esbozado algunas ideas sobre la comunicación de la identidad cristiana de una universidad. Como decíamos al principio, la identidad cristiana se formula de modo explícito, se manifiesta en la cultura corporativa, se traduce en el discurso público, se proyecta hacia el exterior y se refleja en la imagen percibida. Ése es el proceso que hemos intentado describir, en sus líneas esenciales. Al término de este análisis, podría quedar la impresión de que la comunicación de la identidad cristiana es una tarea difícil y compleja. Sin embargo, habría que afirmar justamente lo contrario: la identidad cristiana más profunda es la que se vive con más naturalidad; la mejor comunicación es la más sencilla y clara.
Terminemos con una cita de Benedicto XVI. Aunque el Papa haya utilizado las siguientes palabras para responder a otra cuestión, esto es, cómo pueden las facultades de Filosofía y Teología cumplir su misión, podemos entenderlas como respuesta a uno de los interrogantes que nos planteábamos al comienzo de nuestras reflexiones: ¿cómo lograr que la inspiración cristiana impregne la cultura de una universidad y sea bien comunicada? He aquí las palabras del Papa: “Esta pregunta exige un esfuerzo permanente y nunca se plantea ni se resuelve de manera definitiva. En este punto, tampoco yo puedo dar propiamente una respuesta. Sólo puedo hacer una invitación a mantenerse en camino con esta pregunta, en camino con los grandes que a lo largo de toda la historia han luchado y buscado con sus respuestas y con su inquietud por la verdad, que remite continuamente más allá de cualquier respuesta particular”[51].
La pregunta sobre la identidad cristiana de la universidad y el intento de respuesta corresponden a cada uno de los profesionales que elige la universidad como proyecto de vida. Ellos se encuentran siempre en camino, movidos por el amor a la verdad y animados por el ejemplo de los sabios. Al mostrar la belleza de la identidad cristiana, prestan un valioso servicio a la entera comunidad universitaria. Y reciben el don de “una vida colmada de sentido”[52].
Juan Manuel Mora
Vicerrector de Comunicación institucional de la Universidad de Navarra
[1] Anotemos aquí dos cuestiones terminológicas y estilísticas: 1) a lo largo de estas páginas usamos como sinónimos dos expresiones −“inspiración cristiana” e “identidad cristiana”−, aunque no sean exactamente equivalentes. La identidad es, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, el “conjunto de rasgos propios de un individuo o una colectividad que los caracterizan frente a los demás”. Mientras que la inspiración es la acción o el efecto de inspirar, de “hacer nacer en el ánimo o la mente afectos, ideas, propósitos”. Precisamente porque aquello que inspira la existencia de una organización configura radicalmente su identidad (de modo que cumple mejor su misión en la medida en que es más fiel al ideal que la inspiró), en este artículo nos hemos permitido usar ambos términos como sinónimos. 2) por otra parte, se emplean aquí los términos “identidad cristiana” e “inspiración cristiana” de acuerdo con el uso común en algunos países de Europa, donde −por razones históricas− se aplica a instituciones católicas. En ámbito anglosajón esos términos se refieren más bien a instituciones cristianas no católicas. En el texto, emplearemos como sinónimos otros términos: identidad católica, inspiración católica, ideario católico.
[2] Vid. J. M. Mora (ed.), Diez ensayos sobre comunicación institucional, EUNSA, Pamplona 2009.
[3] Vid., por ejemplo, J. Le Goff, Los intelectuales en la Edad Media, Barcelona, 1986; Ch. H. Haskins, The Renaissance of the Twelfth Century, Cambridge, Mass., 1927 (“The Beginnings of Universities”, pp. 368-398); t. E. Woods, Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental, Ciudadela, Madrid 2007 (“La Iglesia y la Universidad”, pp. 71-92); Ch. Dawson, La religión y el origen de la cultura occidental, Encuentro, Madrid 1995.
[4] Cfr. Código de Derecho Canónico, cánones 807-831. La distinción entre universidades eclesiásticas, católicas y de inspiración cristiana, merecería un desarrollo más amplio. C. J. Errázuriz trata la cuestión desde la perspectiva del derecho canónico en “Las iniciativas apostólicas de los fieles en el ámbito de la educación”, Romana 11 (1990/2) pp. 279-294. Vid. también I. Martínez-Echevarría, La relación de la Iglesia con la Universidad en los discursos de Juan Pablo II y Benedicto XVI: una nueva aproximación jurídica, Edusc, Roma 2010.
[5] A las universidades de estudios eclesiásticos está dedicada la Constitución Apostólica Sapientia Christiana, promulgada por Juan Pablo II en 1979.
[6] La Constitución apostólica Ex corde Ecclesiae, promulgada por Juan Pablo II en 1990, se refiere a las universidades católicas.
[7] J. A. Silva García, “La identidad de la Universidad católica”, en Cuadernos Doctorales, Facultad de Derecho Canónico, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona 2009, p. 308.
[8] La existencia de estas universidades se contempla en el c. 808 de Código de Derecho Canónico. A ese tipo de instituciones se aplica el n. 24 del Decreto Apostolicam actuositatem, del Concilio Vaticano II. Sobre este punto, san Josemaría Escrivá de Balaguer señalaba, refiriéndose al Vaticano II: “El Concilio no ha pretendido declarar superadas las instituciones docentes confesionales; ha querido sólo hacer ver que hay otra forma −incluso más necesaria y universal, vivida desde hace tantos años por los socios del Opus Dei− de presencia cristiana en la enseñanza: la libre iniciativa de los ciudadanos católicos que tienen por profesión las tareas educativas, dentro y fuera de los centros promovidos por el Estado” (Conversaciones, n. 81). El subrayado es nuestro.
[9] Por motivos de coherencia, emplearemos de forma habitual la expresión “universidades de inspiración cristiana”. Bien entendido que, de acuerdo con las razones señaladas en las notas precedentes, podrían usarse como sinónimos otras denominaciones: “inspiración católica”, “identidad cristiana”, “identidad católica”, “ideario cristiano”, “ideario católico”.
[10] Conversaciones, n. 119. Sobre las enseñanzas de san Josemaría Escrivá de Balaguer al respecto, vid. F. Ponz Piedrafita, Reflexiones sobre el quehacer universitario, EUNSA, Pamplona 1988. Y también A. Llano Cifuentes, “Universidad y unidad de vida según el beato Josemaría Escrivá de Balaguer”, Romana 30 (2000/1) pp. 112ss.
[11] Cfr. AA.VV., Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, EUNSA, Pamplona 1992, Prólogo.
[12] En ese documento, los Rectores europeos declaran que: “1) La Universidad (…) es una institución autónoma que, de manera crítica, produce y transmite la cultura por medio de la investigación y la enseñanza. Para abrirse a las necesidades del mundo contemporáneo, debe lograr, en su esfuerzo de investigación y enseñanza, una independencia moral y científica de todo poder político y económico; 2) la actividad docente es indisociable de la actividad investigadora, a fin de que la enseñanza siga tanto la evolución de las necesidades como las exigencias de la sociedad y de los conocimientos científicos; 3) la libertad de investigación, de enseñanza y de formación son el principio fundamental de la vida de las universidades; los poderes públicos y las universidades, cada uno en su esfera de competencias, deben garantizar el respeto a esta exigencia fundamental. El rechazo de la intolerancia y el diálogo permanente hacen de la Universidad un lugar de encuentro privilegiado entre profesores, que tienen la capacidad de transmitir el saber y los medios de desarrollarlo mediante la investigación y la innovación, y estudiantes, que tienen el derecho, la voluntad y la capacidad de enriquecerse con ello; 4) depositaria de la tradición del humanismo europeo, pero con la constante preocupación de atender al saber universal, la Universidad, para asumir su misión, ignora toda frontera geográfica o política y afirma la necesidad imperiosa del conocimiento recíproco y de la interacción de las culturas”
[13] A. M. González lo hace notar en “La identidad de la institución universitaria”, Aceprensa, Madrid, 1-XII-2010.
[14] Una aportación multidisciplinar sobre estos temas se encuentra en A. Aranda (ed.), Identidad cristiana. Coloquios universitarios, EUNSA, Pamplona 2007. M. García-Amilburu sintetiza el contenido de los discursos de Benedicto XVI en “La misión de la Universidad en y para el siglo XXI en los textos recientes de Benedicto XVI”, publicado en Estudios sobre Educación, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona, 18/2010, pp. 277-293.
[15] Homilía en El Escorial, 19-VIII-2011.
[16] J. Ratzinger, Fe, verdad, tolerancia, Ed. Sígueme, Salamanca 2005, 4ª ed., pp. 61-63.
[17] Cfr. Conversaciones, n. 73.
[18] Discurso en la Catholic University of America, 17-IV-2008. En otro lugar, Benedicto XVI ha señalado que la universidad “debe estar vinculada exclusivamente a la autoridad de la verdad. En su libertad frente a autoridades políticas y eclesiásticas la universidad encuentra su función particular, precisamente también para la sociedad moderna, que necesita una institución de este tipo” (La Sapienza, 17-I-2008).
[19] Ibídem.
[20] Benedicto XVI, Discurso a los miembros de la Conferencia de los Obispos Católicos de los Estados Unidos de América (Región XIII), en visita “ad Limina Apostolorum”, 5-V-2012.
[21] Const. Ap. Ex corde Ecclesiae, I Parte, n. 26.
[22] Ibídem, II Parte, Artículo 4 § 4.
[23] A. Aranda y A. Llano, “Sobre la identidad cristiana: reflexiones preliminares”, en A. Aranda (ed.), op. cit., p. 20.
[24] Ibídem.
[25] Benedicto XVI, Homilía en la Catholic University of America, Washington 17-IV-2008.
[26] Vid. A. del Agua, “Misión del profesor católico en la universidad de hoy”, en A. Aranda (ed.), op. cit., pp. 173-192 y también J. A. Rocha Scarpetta, “Identidad y misión del profesor–investigador católico”, en Subcomisión Episcopal de Universidades de la Conferencia Episcopal Española, Cristianismo, universidad y cultura, n. 15, 2007, pp. 73-92.
[27] Sobre la definición de identidad institucional, cfr. C. B. M. Van Riel y C. J. Fombrun, Essentials of Corporate Communication, Routledge, Nueva York 2007. Más concretamente, el capítulo 3, “Creating Identity and Identification”, pp. 61-79.
[28] Una síntesis sugerente es ofrecida por L. Montuenga, “Buscando luz con nuevo brillo. Investigación científica e identidad cristiana”, en A. Aranda (ed.), op. cit., pp. 363-379.
[29] Const. Ap. Ex corde Ecclesiae, I Parte, n. 32.
[30] “La universidad, por su parte, jamás debe perder de vista su vocación particular a ser una “universitas”, en la que las diversas disciplinas, cada una a su modo, se vean como parte de un unum más grande. ¡Cuán urgente es la necesidad de redescubrir la unidad del saber y oponerse a la tendencia a la fragmentación y a la falta de comunicabilidad que se da con demasiada frecuencia en nuestros centros educativos!” (Benedicto XVI, Discurso en la Conferencia de Universidades Europeas, Roma 23-VI-2007).
[31] “Sólo poniendo en el centro a la persona y valorando el diálogo y las relaciones interpersonales se puede superar la fragmentación de las disciplinas derivada de la especialización y recuperar la perspectiva unitaria del saber. Las disciplinas tienden naturalmente, y con razón, a la especialización, mientras que la persona necesita unidad y síntesis” (Benedicto XVI, Discurso en la Universidad de Pavía, 22-IV-2007).
[32] J. H. Newman, Discursos sobre el fin y la naturaleza de la educación universitaria, EUNSA, Pamplona 1996, p. 125.
[33] Benedicto XVI, Discurso en El Escorial, 19-VIII-2011.
[34] Cfr. C. Naval y F. Altarejos, Filosofía de la educación, EUNSA, Pamplona 2000.
[35] En ese sentido, compartimos aquello que dice el programa de educación básica, común a todos los estudiantes de Harvard, que está expresado en estos términos: “It heightens students’ awareness of the human and natural worlds they inhabit. It makes them more reflective about their beliefs and choices, more self-conscious and critical of their presuppositions and motivations, more creative in their problem-solving, more perceptive of the world around them, and more able to inform themselves about the issues that arise in their lives, personally, professionally, and socially. College is an opportunity to learn and reflect in an environment free from most of the constraints on time and energy that operate in the rest of life” (Harvard University, Report of the Task Force on General Education, February 2007).
[36] Lluís Clavell ha resumido algunas propuestas en Razón y fe en la universidad: ¿oposición o colaboración?, CEU Ediciones, 2010. Allí se refiere, entre otras, a las opiniones de A. McIntyre y de B. Ashley.
[37] J. Escrivá de Balaguer, en Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, op. cit., p. 77.
[38] “La universidad sois vosotros, unidos en la tarea común de encontrar y transmitir la verdad. No perdáis nunca de vista que la unidad, la colaboración y el apoyo mutuo son la esencia de la universidad. La unidad de saberes necesita la unidad de las personas”. J. Echevarría, “La Universidad, motivo de esperanza”, en AA.VV., Homenaje a Álvaro del Portillo, EUNSA, Pamplona 1995, p. 126.
[39] “La Universidad es la casa común, lugar de estudio y amistad; lugar donde deben convivir en paz personas de las diversas tendencias que en cada momento sean expresiones del legítimo pluralismo que en la sociedad existe”, J. Escrivá de Balaguer, en Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, op. cit., p. 139.
[40] Cfr. Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, op. cit., p. 64.
[41] Dado el 17-I-2008.
[42] K. Wojtyla, Alle fonti del rinnovamento, Libreria Editrice Vaticana, Roma 1981, edición original de 1972. Sobre el diálogo, vid: J. M. Mora, “Dar razón de la fe: pensar, dialogar, comunicar”, en A. Aranda (ed.), op. cit., 281-289
[43] La primera Encíclica de Pablo VI, Ecclesiam suam, publicada en 1964, sigue siendo un punto de referencia en estas cuestiones.
[44] En nuestro tiempo, la propuesta de fe es intelectualmente viable sólo si se enmarca “en un cuadro de referencia cosmológica e histórica adecuado. Es decir, si las ideas fundamentales de Dios creador y salvador encuentran correspondencia en la posibilidad de un sentido del universo creado y de la experiencia humana. Eso conlleva no sólo capacidades argumentativas de tipo apologético, sino también una verdadera capacidad de reformulación global de las coordenadas culturales en que la fe está llamada a expresarse. Este es un nudo primario del trabajo cultural de los cristianos que actúan en aquella realidad tan propia de la formación de la cultura que es la universidad” (Pontificio Consejo de la Cultura y Diócesis de Roma, La Universidad por un nuevo humanismo, Roma 1999, pp. 15-16).
[45] El término “partícipes”, referido a los miembros de la organización, parece más apropiado que el de “públicos”, que evoca algo externo. Cfr. A. Nieto, Economia della comunicazione istituzionale, FrancoAngeli, Milán 2006.
[46] Vid. F. J. Pérez-Latre, “Algunas ideas sobre la transmisión de valores”, en A. Aranda (ed.), op. cit., pp. 291-297.
[47] Const. Ap. Ex corde Ecclesiae, II Parte, Artículo 6, § 1.
[48] Ibídem, I Parte, n. 32.
[49] Cfr. A. Del Portillo, Homilía pronunciada en la Universidad de Navarra el 7-IX-1991, publicada en Nuestro Tiempo, octubre de 1991.
[50] Vid. P. Donati, Teoria relazionale della società, Franco Angeli, Milán 1991.
[51] Benedicto XVI, Discurso a la Universidad La Sapienza de Roma, 17-I-2008.
[52] Benedicto XVI, Discurso en El Escorial, 19-VIII-2011.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |
El trabajo como quicio de la santificación en medio del mundo. Reflexiones antropológicas |