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La teoría del género, que domina hoy en muchas instancias culturales y sociales de Occidente, y que afirma que la identidad sexual del individuo es un constructo social y no una realidad natural, fue uno de los temas centrales de la 15ª Asamblea General del SCEAM (Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar) en Accra, Ghana.
Sobre esta cuestión, y sobre las enseñanzas respecto a la verdad sobre el ser humano, contenidas en la encíclica ‘Caritas in Veritate’, intervino monseñor Tony Anatrella ante los obispos del continente africano, subrayando la importancia de que la Iglesia hable claro en los foros internacionales.
Monseñor Tony Anatrella es psicoanalista y especialista en psiquiatría social. Consultor del Consejo Pontificio para la Familia y del Consejo Pontificio para la Salud, es también miembro de la Comisión Internacional de Investigación sobre Medjugorje de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y asesora y enseña en París en el IPC y en el Collège des Bernardins.
Fue invitado a dar una conferencia sobre el tema: "La ‘Caritas in Veritate’ y la teoría de género" a los obispos africanos reunidos en Accra para la plenaria del SCEAM, celebrada del 26 de julio hasta el 2 de agosto de 2010.
Sobre este tema concedió también esta entrevista a ZENIT:
Teoría de género y cuestiones sociales, ¿Cuál es el papel de la Iglesia?
¿La encíclica ‘Caritas in veritate’ aborda realmente los problemas planteados por la teoría de género?
La cuestión antropológica es el hilo conductor de la reflexión de la última encíclica del Papa. De hecho, más allá del versante económico de la crisis actual, ésta es también una crisis moral y espiritual sobre el sentido del hombre. La Caritas in veritate tiene la intención de abordar la concepción del hombre que se ha construido a partir de las ciencias humanas en los últimos cincuenta años. El enfoque de éstas que, bajo el disfraz de la ciencia, se presentan como una ideología que sugiere que el hombre es el resultado de la cultura y que se construye con independencia de la naturaleza humana y de las leyes universales inherentes a su condición. La teoría de género es el signo más problemático de las ideas actuales sobre el hombre.
En los países occidentales, nos encontramos precisamente en esta desestabilización antropológica y, por consiguiente moral que desequilibra los vínculos sociales, ya que ataca a la estructura en la que se basa la sociedad. Tiene lugar a través de la desregulación financiera en nombre del liberalismo y la economía de mercado, y de la desregulación antropológica y moral, haciendo creer que las normas se crean únicamente por consenso. Pero no es el debate democrático el que le da valor a una ley, sino en lo que se funda. Así sucede con las leyes que son cuestionables desde una perspectiva antropológica. Su voto no les da necesariamente un valor moral. Es deber de la Iglesia decirlo.
Así, se han instalado un relativismo y un negacionismo de los puntos de referencia de la antropología. ¿Cómo no ver que esto está creando una nueva forma de violencia? Ésta se expresa comenzando por los más jóvenes, que tienen dificultades para acceder a las dimensiones objetivas y simbólicas de la relación con los demás y con la sociedad. Cada uno se instala en el deseo de inventar sus propios códigos, con la voluntad de imponerlos a los demás. Este es el drama y el síntoma de algunas de nuestras ciudades. Ya no estamos en búsqueda de normas trascendentes, de principios de humanidad, en el sentido de que ya no dependen del sujeto, sino del libre albedrío de la interpretación aleatoria. Una antropología con un sentido de desarrollo humano, dice Benedicto XVI, se inscribe en la perspectiva del bien común que da cuenta de la dimensión política y la dimensión religiosa de la existencia.
¿Acaso no se reprocha a la Iglesia, como en la cuestión de los gitanos rumanos en Francia, de intervenir en el campo político? ¿Está la Iglesia verdaderamente cumpliendo su función?
La Iglesia está en su papel y debe intervenir cuando la dignidad humana está en juego. A lo largo de la historia, los gobiernos a veces han tenido dificultades para aceptar sus discursos y tenerlos en cuenta. Muchos obispos y sacerdotes lo han pagado con el precio de sus vidas. Hay una incomprensión por parte de la opinión pública y, a veces, por parte de los responsables políticos sobre el papel de la Iglesia, que no debe ser excluida del debate político cuando recuerda cuestiones para despertar las conciencias.
Cristo no hizo otra cosa en el Evangelio, sino que manifestó la verdad de Dios y reveló la del hombre. Basta con escuchar a los medios para advertir una gran confusión sobre el papel de la Iglesia en cuanto al debate en Francia sobre la cuestión de los gitanos. Para algunos la separación entre Iglesia y Estado haría que la Iglesia no tuviese derecho a intervenir en las cuestiones sociales y políticas. Se trata de un error de perspectiva sobre el significado de la laicidad en Francia. Es el Estado el que es laico y no la sociedad, como recordó en su tiempo el cardenal Jean-Louis Tauran, pues ésta está atravesada por diferentes corrientes de pensamiento.
La Iglesia no tiene que esconderse en la sacristía, como dando a entender a Cristo la orden de que se calle. Tampoco hay que oponer las normas de la Iglesia a las del Estado, como afirmó el ministro de Agricultura, Bruno Le Maire, en el diario La Croix (23 de agosto de 2010). «Hay —dijo— en nuestro país una regla muy importante, que es la separación de Iglesia y Estado (...). La Iglesia tiene sus posturas, dictadas por la moral, por sus propias reglas, nosotros somos los representantes del Estado, estamos aquí para hacer cumplir el imperio de la ley en el territorio». El ministro debería reconsiderar este tipo de clasificación, que está lejos de ser pertinente para pensar en las situaciones humanas para todos los ciudadanos de la ciudad y todas las instituciones, y releer a los clásicos sobre el tema. Al afirmar esto, trata de cerrar autoritariamente el debate, e ignora el verdadero significado de la separación entre uno y otro.
Aunque la Iglesia no tiene por objeto regular la sociedad política, puede hablar, en nombre de su enseñanza social, que ha influido enormemente en la cultura occidental, sobre todos los temas sociales que afectan a la existencia humana. La separación de Iglesia y Estado es la separación del poder religioso y el poder político (en el sentido de gobierno), y no hacer creer que habría dos sistemas de pensamiento opuestos y contradictorios para pensar en el bien común. Las normas políticas serían así extrañas no sólo a las exigencias antropológicas objetivas, sino también a las reglas morales. La creación de la ley civil, como la práctica política, siempre revelan una concepción del hombre que es compatible o incompatible con los principios de la razón. La ley civil no está por encima de las referencias morales.
¿El discurso de la Iglesia no va contra la razón humana?
Por supuesto que no. Muchos discursos ideológicos y políticos tratan de escapar a la evidencia de la razón humana. Aunque el cristianismo produjo su propia racionalidad desde el Evangelio, no está en contradicción con la razón de las cosas cuando piensa en ellas. La relación con Dios, como enseña Cristo, es una cuestión de amor, amor a la verdad. ¿Aman la verdad? El Sumo Pontífice hizo especial hincapié en ello en su encíclica. La Iglesia interviene precisamente en nombre de estos principios de la razón, confrontados por la realidad e iluminados por la revelación cristiana.
El Papa Benedicto XVI lo puso de relieve maravillosamente en su discurso en el Collège des Bernardins durante su viaje apostólico a París y Lourdes (12 de septiembre de 2008). La fe cristiana se apoya en la razón para discernir el significado de la Palabra de Dios y sacar todas sus consecuencias. No es únicamente una cuestión religiosa, sino de saber a partir de qué realidades el hombre se desarrolla en la verdad y la justicia. La Iglesia puede ser entendida igual de bien por los creyentes y por los no creyentes. La Caritas in veritate es así cuando apela al sentido de un desarrollo integral que no reduzca al hombre a un objeto económico (la sociedad comercial no inventó el concepto alienante de recursos humanos), al respeto de la dignidad humana, a la igualdad de las personas que no se confunde con el igualitarismo de las situaciones y comportamientos, al sentido del matrimonio y la familia basadas únicamente en la relación estable entre un hombre y una mujer, a una prevención contra el Sida, que no se limite a las medidas sanitarias las cuales, en lugar de apelar a un comportamiento responsable sobre el significado del amor, sugieren que todas las prácticas son posibles en la medida en que uno se protege, o también que la anticoncepción y el aborto son avances sociales que afectan a la vida humana y causan serios y graves problemas psicológicos, sociales, ecológicos, demográficos y morales; y, finalmente, que la eutanasia nunca es un acto de amor. El amor nunca inspira la muerte.
Podríamos desgranar también otras situaciones en las que la Iglesia trata de hacerse entender allí donde hay una tendencia a minimizar o ignorar su discurso cuando no le conviene al conformismo encubridor de los clichés sociales y de los medios de comunicación. Por el contrario, el discurso de la Iglesia se hace creíble si justifica las posturas particulares y si va en la dirección de ciertos movimientos de opinión. De lo contrario, es declarada ilegítima por el primer escritor o crítico profesional que se posiciona en magisterio contra la Iglesia y dador de lecciones al Papa y los obispos. En realidad tanto unos como otros aprovechan para instrumentalizar su discurso en lugar de comprenderlo de manera auténtica.
En última instancia, lo que dice el Papa en su encíclica que los políticos deberían leer: las decisiones políticas se toman a menudo condicionadas por la sociedad de consumo que impone sus normas económicas (con el símbolo moral de los franceses basado únicamente en el poder de las adquisiciones que se realizaron durante un período determinado). La sociedad llamada liberal, de hecho, la más alienante de las subjetividades, lleva a los políticos a dejarse guiar por una visión pragmática, a gobernar a partir de los puntos ciegos de la sociedad con leyes de circunstancias y sin tener principios antropológicos precisos. Las leyes democráticas provienen a menudo de leyes prescritas por los medios de comunicación a las que se someten a veces los gobernantes.
Los medios de comunicación y los sondeos, con la fuerza de las imágenes y discursos, se imponen a todos con la inmediatez de los tiempos de Internet, en detrimento del sentido de la historia y el tiempo de maduración de las opciones políticas. La historia, que se enseña cada vez menos en la escuela (se suprime así la presentación de grandes personajes y el periodo de Luis XVI y de Napoleón) da a los jóvenes el sentimiento de que el tiempo no cuenta, de que sólo domina el instante y el exotismo de lo que está ocurriendo en otros lugares. ¿Cómo reflexionar y gobernar seriamente en una atmósfera de provocación y de excitación mediática, como ha recordado recientemente el cardenal Vingt-Trois, con los ojos fijos en el acontecimiento presente y sin ningún tipo de distancia? La Iglesia apela a la razón, a la dignidad de las personas y situaciones, y se inscribe en una historia.
Para algunos, la Iglesia será generosa con los extranjeros y los desposeídos, y rígida en asuntos morales (sobre todo cuando se habla de condones, de homosexualidad, de divorcio, de aborto y de eugenesia hacia, entre otros, la trisomía 21, cuando no de eutanasia). La Iglesia no es rígida, sino que es libre, lúcida y abierta a la vida como lo exige Cristo, ya que es siempre en el nombre del mismo principio en que ella interviene y estructura su relación con el mundo: el respeto de la dignidad humana, el respeto de la expresión sexual como una forma de relación amorosa comprometida entre un hombre y una mujer, y el respeto de la vida desde su inicio hasta su final. Todas estas cosas están siendo cuestionadas, también por la teoría de género, ya que cada uno es su propio creador y destructor, ¡y por qué no, el destructor y exterminador de vidas que no son útiles! ¡Una ideología tecnocrática e idealista y al mismo tiempo tan dañina como sus precedentes!
La ideología de la teoría de género y la ‘Caritas in Veritate’
Si en la ideología de la teoría de género se dice que cada uno construye e inventa sus normas, ¿qué dice la ‘Caritas in Veritate’ al respecto?
Estamos en plena ilusión narcisista de creer que el hombre se crea a sí mismo y es su propia referencia. Es el pecado del espíritu por excelencia, el pecado original aún en acto.
En la Caritas in Veritate, el Santo Padre se interroga, según sus palabras, sobre la ideología tecnocrática que crea sistemas de comprensión del hombre y de organización de la sociedad poco realistas y contrarias tanto a las necesidades humanas como al bien común.
Es por ello que el Papa, en su encíclica, pone en guardia contra «la utopía de una humanidad vuelta a su estado original de la naturaleza», que es una manera de «separar el progreso de su evaluación moral y, por lo tanto, de nuestra responsabilidad» (n. 14). Detrás de esta noción de «una humanidad vuelta a su estado original», se revela el deseo de deconstruir las relaciones económicas en nombre de la sociedad de mercado, pero también los conceptos de hombre y mujer, pareja, matrimonio, familia y crianza de los hijos. La verdad del hombre se encontraría así en la indiferenciación para ser iguales, en la liberación de todos los modelos y de todas las representaciones, elaborados por el proceso de la civilización, concebidos como superestructuras que frustran los deseos primarios y las exigencias circunstanciales.
En este sentido, el Papa dijo, el hombre ya no se concibe como un don ofrecido a sí mismo con una ontología que le es propia, sino como un ser que se crea y forma a sí mismo. El desarrollo humano, lejos de ser una vocación que viene de una llamada trascendental, y que por tanto tiene un significado, a menudo se presenta a través de la idea de que el hombre debe darse un sentido a sí mismo. Sin embargo, señala Benedicto XVI, «el hombre es incapaz de darse a sí mismo su propio sentido último» (n. 16). Volviendo a la Populorum Progressio, dijo: «el verdadero humanismo se abre al Absoluto, en reconocimiento de una vocación que da la idea de la vida humana». De lo contrario el hombre pensará sólo mirándose a sí mismo, sin otro tipo de relación que su propio narcisismo y vanidad, una visión que caracteriza el espíritu pagano de las sociedades occidentales, impregnadas de nociones egoístas. Los constructores de ilusiones, en palabras de Juan Pablo II (n. 17), «basan siempre sus propias propuestas en la negación de la dimensión trascendente del desarrollo, seguros de tenerlo todo a su disposición. Esta falsa seguridad se convierte en debilidad, porque comporta el sometimiento del hombre, reducido a un medio para el desarrollo, mientras que la humildad de quien acoge una vocación se transforma en verdadera autonomía, porque hace libre a la persona» (n.17). En otras palabras, si el sujeto humano desarrolla una personalidad particular, en el sentido psicológico del término, ya no es su ser el que sirve de base para su desarrollo personal y social. El hombre se hace libre, independiente y vigoroso cuando reconoce el origen de su ser. En esta perspectiva, la fe cristiana es una liberación porque Cristo le revela su verdad en el alfa y la omega. Una “verdad que libera" (Jn 8, 36-38), y esta verdad, las realidades importantes, permiten inscribirse en un desarrollo constante, que es otra cosa distinta que construirnos, dice Benedicto XVI.
Pero esta verdad está lejos de ser aceptada como un don recibido. La verdad es a menudo considerada como un producto humano, cuando es, en el mejor de los casos, el resultado de un descubrimiento o una recepción (n. 34). Es así que «el amor en la verdad pone al hombre en la sorprendente experiencia del don» (n. 34). El hombre cultiva una mala fe para no reconocer este hecho, y se retira hacia la autosuficiencia, hacia una verdad a medida y conveniente. Quiere luchar contra el mal con sus propias fuerzas y en nombre de las leyes democráticas que se fabrica. Trata de ignorar el sentido del pecado y del mal que hieren al hombre, creyendo erradicarlo con leyes civiles que a veces no hacen sino fortalecerlo. El hombre moderno, dice el Papa quiere que coincida el bienestar material y social con la salud, o incluso la felicidad. Al tratar de salvarse a sí mismo, no sólo se pierde sino que se queda aún más en la depresión, por ser incapaz de encontrar la fuente de su ser.
¿La ideología de género habría tomado el lugar de otras ideologías difuntas?
Hay que tener en cuenta que las organizaciones internacionales, las Naciones Unidas, la Comisión Europea y el Parlamento en Estrasburgo imponen esta nueva ideología en la ignorancia de los ciudadanos. He dado muchas conferencias sobre este tema en Francia y en el extranjero, y el público se queda a menudo sorprendido al constatar que estas ideas se han filtrado insidiosamente en las leyes civiles, en los medios de comunicación, en las series de televisión, en la escuela secundaria y en la Universidad. Los medios de comunicación franceses valoraron, de forma demagógica y sin sentido crítico, la creación de una Cátedra sobre Género, en Ciencias Políticas en París en la primavera de 2010, cuando esta ideología inerva la educación y las representaciones sociales en años. Como siempre la ideología de moda de una época no puede soportar la crítica, como en los años 1950-1960, estaba de moda en los círculos llamados intelectuales, no criticar el marxismo, sino más bien honrarlo en todas las disciplinas. La mayoría de los estudios universitarios fueron impregnados de él.
La ideología del género ahora pasa a través de leyes que tienen por objeto crear la realidad social. Este es el caballo de Troya y es demasiado tarde cuando se descubre. Los africanos quieren ser vigilantes sobre el tema, y su clarividencia me ha impresionado durante mi estancia en África. Ellos nos pueden dar lecciones de realidad y de pensamiento.
Occidente debería ser más humilde y modesto en relación con los africanos, de lo contrario corremos el riesgo de socavar nuestra credibilidad y de verles volverse a la colaboración con otros países y otros horizontes culturales. Las democracias, dado que todavía están en esta lógica de que estamos en la era de los grupos de presión y de los informes compuestos ideológicamente de antemano, en muchos organismos internacionales y europeos, crean a menudo leyes (tecnocráticas) en nombre de simples ajustes técnicos, como el ministro de Justicia había dicho en Francia durante el voto de los PACS (1999), de modo que abrazan por principio una concepción de la vida y alteran el sentido de la realidad. Este es el sentido de lo que ha pasado con la institución del matrimonio. El marxismo quería inventar un nuevo hombre, el nazismo, un hombre puro, y la teoría de género, un hombre liberado de la diferencia sexual: los hombres y las mujeres son intercambiables en el nombre del falso valor de la paridad, y las orientaciones sexuales podrían ser origen de la pareja y de la familia. ¿Cómo no ver que el nihilismo y el revisionismo de las realidades más importantes están manos a la obra?
La ideología de la teoría de género en África
¿Cómo se está expandiendo la ideología de género en África?
Occidente produce ideas que son nuevas patologías sociales y trata de exportarlas a África, aunque los africanos no quieren, a pesar de la financiación que se les ofrece en salud, educación, pareja y familia a cambio de la difusión de los conceptos de género en este continente. Algunos grupos cristianos están atrapados en el juego de las subvenciones en la medida en que propagan esta ideología en sesiones de formación organizadas por las Cáritas dirigidas a los sacerdotes, religiosos y religiosas. Algunos obispos me han dicho que ellos han rechazado y se han negado a disponer de fondos para sus escuelas y centros de salud porque no querían ser instrumentalizados por las agencias de las Naciones Unidas y las organizaciones no gubernamentales.
Del mismo modo, los responsables políticos de varios países africanos soportan cada vez menos la acción común de las diversas cancillerías europeas, a través de sus embajadas, que intervienen de forma acosadora para favorecer el reconocimiento casi matrimonial de las relaciones entre personas del mismo sexo. Para los africanos, los occidentales cometen un disparate al querer imponerles un estilo de vida que es contraria a la realidad de que sólo un hombre y una mujer forman una pareja, se casan, conciben, adoptan y educan a los niños. La orientación sexual es un factor determinante de la personalidad que el sujeto puede asumir más o menos, es su problema. Pero no es una referencia a partir de la cual la sociedad se organiza en materia conyugal y familiar. Es precisamente por esta razón por lo que Francia no reconoce el matrimonio o adopción de niños por personas del mismo sexo. No hay discriminación para afirmar que el interés superior del niño es el de poder crecer entre un hombre y una mujer. Incluso sería discriminatorio privarle de la unión uno y otra en el corazón de la vida conyugal de sus padres que dan en sí mismos y de verdad, nacimiento a una familia. El interés superior del niño no reside en rodearle afectivamente de personas que se ocupan de él, sino vivir en las mismas condiciones de la filiación que solo pueden compartir un hombre y una mujer. El resto es una falsificación de la conyugalidad y de la filiación con efectos dañinos sobre los individuos y la sociedad.
En la ideología de género, se nos querría devolver a una naturaleza indeterminada y maleable según las fantasías de cada uno. El psicoanálisis nos ha enseñado lo que los antiguos ya sabían, que la fantasía no está destinada a hacerse realidad. Es simplemente una obligación hecha a la representación instintiva de trabajar sobre sí misma. El clima social, y la política educativa de la época actual, no facilitan esta operación porque valoran el infantilismo, la impulsividad y el permanente paso a la acción.
¿Se tiene el sentimiento de que la teoría de género rechaza la diferencia sexual, la cual es por tanto uno de los fundamentos de toda sociedad?
Sí, está en la negación de la diferencia sexual y esta transgresión de lo real es insoportable para los africanos quienes, en el mejor de los casos, tienen el sentido del hombre y la mujer y la familia, cuando no están sometidos a concepciones de desigualdad y de dominación del hombre sobre la mujer. Esta negación se debe a que, al haberse creado esta ideología a partir de personalidades transexuales que ya no aceptan su cuerpo sexuado sino un cuerpo de fantasía perteneciente al otro sexo, los primeros teóricos han concluido que la identidad sexual no está de verdad inscrita en el cuerpo, sino en la psique. O dicho de otra forma, el verdadero sexo es la fantasía. Estamos en plena hemorragia psíquica. Un caso particular y extremo se ha convertido en una generalidad. Así ha nacido una ideología psicologizadora en cuyo nombre la política está llamada a hacer leyes a partir de los intereses subjetivos de cada uno, que dividen a la sociedad.
El movimiento feminista y las lesbianas y los gays han aprovechado para dar legitimidad científica a su estilo de vida y sus reivindicaciones. La orientación sexual sustituye a la identidad sexual. Se ha desarrollado toda una trayectoria de compasión en torno a estas cuestiones, a causa de la pandemia del Sida, y la ideología, uniendo los sentimientos y la negación de la humanidad, se ha impuesto hasta el punto de convertirse en la norma a partir de la cual se redefinen el hombre, la mujer, la pareja, el matrimonio, la familia y la filiación. Esta dinámica ha necesitado más de cuarenta años para crear nuevos paradigmas y suceder al marxismo.
Así que en lugar de tratar de unir en la complementariedad estableciendo una relación entre las diferencias sexuales del hombre y la mujer, esta ideología (y las leyes hechas en su nombre) separa y opone cada vez más tratando de mantenerse en la indiferencia y, de hecho, en la confusión de los pensamientos...
La teoría de género no deja de oponer al hombre contra la mujer hasta la reivindicación de un poder femenino a través de la autonomía de las mujeres, que excluye al hombre de la procreación humana y de la vida familiar. Manifiesta una profunda falta de madurez intelectual en el sentido de que el fin de la madurez humana no es la autonomía, aunque este paso es necesario en el momento de la adolescencia para que el sujeto tome posesión de sí mismo, sino la interdependencia entre el hombre y la mujer. Esto facilita su relación de cooperación, la complementariedad y los roles de acuerdo a las cualidades, las habilidades y las simbologías de cada sexo. No es cierto que todas las funciones puedan ser realizadas indistintamente por hombres y mujeres y que esto no tenga consecuencias en las personas y en los vínculos sociales. Es suficiente con observar a los niños y a los adolescentes en el ámbito escolar.
El compartir a medias entre el hombre y la mujer no debe confundirse con la similitud y, en este sentido, la escuela mixta ha fracasado. En vez de fomentar una mejor relación entre el uno y el otro, implica la identificación una identificación femenina con la psicología masculina y la necesidad, entre los post-adolescentes treintañeros, de reunirse en grupos de personas del mismo sexo: masculino o femenino. Queda por descubrir que la relación, la atracción hacia el otro y la relación del hombre y la mujer no se basan sino en el reconocimiento íntimo de su distinción. Por el contrario, la teoría de género sugiere que no hay distinción. Hay sin embargo una psicología masculina distinta de la psicología femenina, con intereses y necesidades que son diferentes entre sí. Al perder el sentido de esta gran diferencia entre los sexos, también se pierde el sentido de otras diferencias cuando queremos hacerlas valer. Lo que es una farsa, porque lo que se busca es la similitud.
Uno de los aspectos de la teoría de género que usted ha analizado ampliamente en sus libros y que también ha precisado en otras recientes entrevistas, ¿es la de oponer el hombre a la mujer? ¿Cómo aborda la encíclica esta cuestión?
El riesgo y el peligro de la teoría de género consisten precisamente en que, en nombre de artificios intelectuales, divide y separa realidades humanas que están destinadas a unirse. Adoptar medidas legislativas, por ejemplo, para modificar el idioma para aceptar mejor la oposición del hombre y la mujer, y fomentar el matrimonio y la adopción de niños por personas del mismo sexo aunque sean contradictorios, es este tipo de situación paradójica.
El Santo Padre subraya, con razón en su razonamiento, que el hombre no puede reducirse a un mero dato cultural, como sostiene la teoría de género. En concreto, destaca el riesgo de separar la cultura de la naturaleza humana. «El eclecticismo y el nivelamiento cultural tienen en común que separan la cultura de la naturaleza humana. Por lo tanto, las culturas ya no pueden encontrar su medida en una naturaleza que los trasciende, y terminan reduciendo al hombre a un mero dato cultural. Cuando esto sucede, la humanidad corre nuevos riesgos de esclavitud y de manipulación» (n. 26). En concreto, la raza humana se destruirá a menos que se reencuentre y se vea a través de la alteridad en la que se basa la «apertura a la vida que es fundamental para el desarrollo integral» (n. 28). Una alteridad que tiene su origen en la alteridad de Dios uno y trino, como el Papa dijo: «Sólo el encuentro con Dios permite no solo "ver al otro como otro", sino reconocer en él la imagen de Dios, ayudando así a descubrirse realmente unos a otros y desarrollar un amor que se convierte en solicitud de uno hacia el otro» (n. 11).
En la teoría de género estamos en las antípodas del sentido de la alteridad, para instalarnos en la similitud, vista desde una visión medible de la paridad en todo punto entre el hombre y la mujer. Esta ya no actúa para volver a cuestionar una necesaria igualdad entre el hombre y la mujer. La Iglesia, a imagen de Cristo, fue la primera institución que apoyó la igualdad entre hombres y mujeres contra todos los modelos sociales concretos que iban en contra de esta dignidad. Luchó durante casi dos siglos para que se aceptara el matrimonio de libre elección de los esposos contra los matrimonios forzados y arreglados por las familias, la responsabilidad conyugal y parental compartida entre uno y otra y la centralidad de la expresión sexual en la vida de la pareja. Todavía le daría muchos ejemplos que han sido olvidados en la historia de las ideas para hacer justicia a la Iglesia en cuanto a la promoción de la mujer.
Sin embargo, lo que se está reproduciendo no tiene nada que ver con la igualdad entre hombres y mujeres. La paridad ha sido un pretexto para introducir un poder femenino que tiende a excluir al hombre, en particular en la esfera del matrimonio y la procreación. Una actitud que consiste en devaluar el matrimonio en beneficio de la convivencia, de la unión civil, de la célula monoparental, poniendo a todos en el mismo plano. Una confusión adicional perjudicial para el vínculo y la cohesión social que resulta fragmentada. Entonces usted se sorprenderá por el creciente número de sencillos y la dificultad para muchos de saber estar en pareja y de elaborar una relación conyugal según las etapas de la propia vida de la pareja.
Por este motivo el Santo Padre recuerda que el matrimonio no es otra cosa que la alianza comprometida sólo entre un hombre y una mujer, y sería poco razonable e injusto atribuir sus características a situaciones relacionales que son de una u otra naturaleza. El Papa subraya con razón que «los Estados están obligados a aplicar políticas que promuevan la centralidad y la integridad de la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, primera y vital célula de la sociedad, teniendo en sus aspectos económicos y fiscales con respeto a su naturaleza relacional» (n. 44). En otras palabras, los Estados se equivocan al extender los derechos inherentes al matrimonio a situaciones como la cohabitación, el pacto civil y los dúos homosexuales que no tienen las mismas propiedades ni las mismas virtudes. Así, se fractura la antropología en vez de tener una visión unitiva.
Las cuestiones sobre las que todos debemos actuar
¿Qué significa que el matrimonio no surge de los derechos individuales?
Con razón Benedicto XVI insiste en que el matrimonio sigue siendo una institución estructurante para el hombre y la mujer, los niños y la sociedad. No es una realidad a la libre disposición del legislador, sino que es parte de la ley natural que le precede. No es un contrato sino que exige sus propias condiciones, precisamente comenzando por la diferencia sexual. El Papa precisó la proposición afirmando: «Por eso, se convierte en una necesidad social, e incluso económica, seguir proponiendo a las nuevas generaciones la hermosura de la familia y del matrimonio, su sintonía con las exigencias más profundas del corazón y de la dignidad de la persona» (n. 44). La institución del matrimonio está a menudo en desventaja en las sociedades occidentales en nombre de los derechos individuales confundidos con los particularismos aleatorios y en detrimento del bien común. Por supuesto, los derechos individuales tienen interés siempre y cuando no se desvíen de su propósito.
En el capítulo 4 de la encíclica, Benedicto XVI pone en duda la tendencia actual, que querría organizar la sociedad a partir de los derechos individuales sin que estos se confrontaran con el bien común. Esta perspectiva de los derechos individuales reivindicada por algunos grupos de presión y prácticamente aceptada por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ¿no anuncia sino el fin de la dimensión de derechos humanos objetivos y universales? Sobre todo porque en nombre de los derechos humanos se reclama cualquier cosa. Las Naciones Unidas, la Comisión Europea en Bruselas y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos están condicionados por esta filosofía subjetiva e individualista, que a largo plazo, no puede sino alterar los vínculos sociales. Así, el Papa escribe: «En la actualidad, muchos pretenden pensar que no deben nada a nadie, si no es a sí mismos. Piensan que son titulares sólo de derechos y con frecuencia les cuesta madurar en su responsabilidad respecto al desarrollo integral propio y ajeno».
Por otra parte, «si los derechos del hombre se fundamentan sólo en las deliberaciones de una asamblea de ciudadanos, pueden ser cambiados en cualquier momento y, consiguientemente, se relaja en la conciencia común el deber de respetarlos y tratar de conseguirlos. Los gobiernos y los organismos internacionales pueden olvidar entonces la objetividad y la cualidad de 'no disponibles' de los derechos. Cuando esto sucede, se pone en peligro el verdadero desarrollo de los pueblos» (n. 43). La proliferación de leyes ad hoc para atender las solicitudes específicas sólo pueden devaluar el sentido del derecho civil y esta minusvaloración alienta a que no se respeten, ya que no están honrando el interés general.
Las ciencias sociales han desempeñado un papel importante en la aparición de nuevas ideologías fundadas en los derechos individuales y en las divisiones artificiales en la humanidad en lugar de respetar las diferencias fundamentales. Los sociólogos que observan las actitudes y el comportamiento decretan que dado que un fenómeno existe, no sólo debe admitirse, sino también legalizarse y convertirse en un estándar. De ahí la proliferación de leyes que buscan legitimar los comportamientos en lugar de que el legislador cree leyes en nombre del bien común.
Estamos asistiendo a una perversión gradual de la ley en nombre de los derechos de las personas (de hecho interpuestas en nombre de normas individuales basadas en manipulaciones subjetivas) que deben imponerse a la sociedad neutralizando los deberes. En otras palabras, lo repetimos, no son los derechos individuales los que están en cuestión, sino el modo en que se disfrazan. El Papa tiene razón al escribir que «La exacerbación de los derechos conduce al olvido de los deberes. Los deberes delimitan los derechos porque remiten a un marco antropológico y ético en cuya verdad se insertan también los derechos y así dejan de ser arbitrarios». (n. 43). En la mayoría de los países desarrollados, la ley está actualmente organizada para "satisfacer las expectativas psicológicas”.
En su conferencia a los obispos de África, sostiene la idea de que estamos en una guerra ideológica ¿qué quiere decir?
El Papa lo ha subrayado con fuerza: «Hoy, somos testigos de una grave contradicción. Mientras que, por una parte, se reivindican los llamados derechos, de naturaleza arbitraria y caprichosa, con la pretensión de verlos reconocidos y promovidos por las estructuras públicas, por otra parte, derechos elementales y fundamentales de una gran parte de la humanidad son ignorados y violados» (n. 43). Las familias desplazadas no son siempre respetadas en su dignidad. Las deslocalizaciones industriales empobrecen a unos y explotan la mano de obra de los países emergentes. Y, a otro nivel, un niño tiene derecho a ser educado sólo por un hombre y una mujer, su padre y su madre, para cubrir sus necesidades y respetar sus intereses psicológicos, sociales, morales y espirituales.
Hoy, subraya el Papa, en una mentalidad técnica, se querría hacer coincidir lo verdadero con lo factible (n. 70). «Pero cuando los únicos criterios de verdad son la eficacia y la utilidad, se niega automáticamente el desarrollo» (n. ibid.). Tanto el matrimonio como la filiación no pueden depender de la utilidad para llenar la insatisfacción y la frustración de alguien. Sobre todo cuando se pasa por alto «pensar en el sentido plenamente humano del ‘hacer’ del hombre, en el horizonte de sentido de la persona tomada en la globalidad de su ser» (n. ibid.).
En esta batalla de ideas, la apuesta en juego es sobre todo antropológica. «Pablo VI había ya puesto en evidencia, en la ‘Populorum Progressio’, que la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica, en el sentido de que implica la manera misma no sólo de concebir sino también de manipular la vida» (75).
Hemos dicho y repetido a menudo que las herejías contemporáneas no son ya propiamente religiosas, incluso si perduran todavía en ciertos medios, sino herejías antropológicas, en las que la teoría del género forma parte del panorama intelectual que la considera como una norma casi internacional. El hombre, abandonado de esta manera a sí mismo no puede concebirse sino en términos de omnipotencia o en la rivalidad del complejo de Caín. Necesitamos armonizar fe y razón dice el Papa en su encíclica. «Dios revela el hombre al hombre; la razón y la fe colaboran para mostrarle el bien, a condición de que quiera verlo; la ley natural, en la que brilla la Razón creadora, muestra la grandeza del hombre, pero también su miseria, cuando desconoce la llamada de la verdad moral» (n. 75).
No hay que ocultar que estamos empeñados en un combate de ideas en el que los ciudadanos ignoran a menudo lo que está en juego y en el que se hace todo lo posible para marginar a la Iglesia que cumple su misión subrayando las consecuencias de este tipo de ideología sobre el futuro de la humanidad. El cuestionamiento del matrimonio es uno de los primeros aspectos de una estrategia ideológica que trata de redefinir la sexualidad humana sobre una base idealista y que se opone a la realidad de la encarnación del hombre en un cuerpo específico. Quienes defienden la ideología de género sostienen la idea de todos somos seres humanos antes que hombres o mujeres. Este sofisma generoso es una ilusión pues el ser humano en sí no existe. No somos asexuados. Sólo encontramos personas que son hombres o mujeres. Además, no hay otras identidades fuera de estas. Se presentan numerosas paradojas irreales en esta ideología que queda marcada por la negación del cuerpo sexuado y responde a una angustia que ha atravesado siempre a la humanidad, la del reconocimiento, la aceptación y la interiorización de la diferencia sexual. Tal es el verdadero sentido de la alteridad humana que se cumple en la revelación cristiana. El significado del matrimonio no puede entenderse sino a partir del cuerpo sexuado que permite la unión y la comunión entre un hombre y una mujer.
¿Sobre qué cuestiones deben actuar la Iglesia y todos los cristianos?
Deben actuar para que los distintos Parlamentos nacionales adopten leyes civiles que no estén en contradicción con los principios de humanidad. La ideología de género, producida por las ciencias humanas, es un nuevo idealismo a imagen del marxismo que es contrario a los intereses humanos. Pero una sociedad que ya no comprende el sentido de la diferencia sexual pierde progresivamente el sentido de la verdad de las cosas y favorece un profundo sentimiento de inseguridad. La inestabilidad, ya favorecida por otros factores, progresa, ya que esta ideología ataca al marco portador y simbólico de la sociedad. Esto es porque —Montesquieu tenía razón al escribir en El espíritu de las leyes— «no hay que tocar las leyes más que con una mano temblorosa».
En cuanto a la cuestión de la diferencia sexual, dado que se da a entender que la identidad sexual es independiente del hecho biológico, la teoría de género disocia la sexualidad biológica y psicológica de lo social para hacer una construcción social y un juego de poder entre el hombre y la mujer. La guerra de sexos ha sustituido a la lucha de clases. La primacía está en la desaparición de las distinciones entre el hombre y la mujer. Dicho de otra forma, nada debe impedir a la mujer hacerse igual al hombre, denunciando la dominación y el poder masculinos.
La maternidad es asimismo considerada como una limitación y una injusticia ya que sólo las mujeres traen niños. Hay que liberar por tanto a las mujeres de la maternidad y este hecho explica la multiplicación de las campañas a favor de la anticoncepción y del aborto. Una verdadera campaña de mutilación internacional dirigida por las más altas instituciones que alcanza a la verdadera riqueza de un pueblo, que son sus hijos.
Benedicto XVI escribe con razón: «Algunas organizaciones no gubernamentales, además, difunden el aborto, promoviendo a veces en los países pobres la adopción de la práctica de la esterilización, incluso en mujeres a quienes no se pide su consentimiento. Por añadidura, existe la sospecha fundada de que, en ocasiones, las ayudas al desarrollo se condicionan a determinadas políticas sanitarias que implican de hecho la imposición de un fuerte control de la natalidad. Preocupan también tanto las legislaciones que aceptan la eutanasia como las presiones de grupos nacionales e internacionales que reivindican su reconocimiento jurídico. La apertura a la vida está en el centro del verdadero desarrollo.
Cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida, acaba por no encontrar la motivación y la energía necesaria para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre» (n. 28). El hombre se considera señor del universo. No lo es ni preside su origen, no es su propio creador y mucho menos quien se construye desde la nada. Procede de la naturaleza y adviene por la cultura. No hay oposición entre la una y la otra, sino una sutil interacción. En lugar de construirse, el hombre se desarrolla según los fenómenos que le son cercanos. Se recibe como un don, dice el Papa, se realiza a partir de numerosas interdependencias. Esto es porque es necesario que se desprenda de la visión narcisista y autosuficiente del pensamiento actual y se libere del fantasma de todopoderoso que le haría el arquitecto de su historia personal en la que tendrá el control total de todo.
Los relatos de vida que están muy de moda actualmente cuando las personas cotillean en las ondas de las radios y las televisiones occidentales, testimonian una necesidad de justificarse, de presentarse como héroes de su vida o víctimas de su educación y de los demás. Este movimiento es el síntoma de una dificultad para tomar posesión de su existencia, darle significado y asumirla; el pensamiento individualista de un Pico della Mirandola, que ha influido en Europa del Norte y en los anglosajones, y el pensamiento subjetivista que ha desembocado en un aislamiento narcisista que está en el origen de diferentes formas de violencia en el movimiento de la civilización siempre por elaborar.
El Santo Padre destaca que la persona humana no es dada sólo a sí misma, sino que también está hecha para el don. «La caridad en la verdad pone al hombre ante la sorprendente experiencia del don. La gratuidad está en su vida de muchas maneras, aunque frecuentemente pasa desapercibida debido a una visión de la existencia que antepone a todo la productividad y la utilidad. El ser humano está hecho para el don, el cual manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente» (n. 34).
El don no puede realizarse más que en el reconocimiento, la aceptación y la interiorización de la alteridad, y de la alteridad sexual. El don de sí se expresa a través del cuerpo a imagen de Cristo, que se encarnó y se ofreció de una manera carnal para que el hombre se una a la humanidad de Dios en el amor a la verdad.
¿Cómo formar a los sacerdotes y sensibilizar intelectualmente a los cristianos ante esta ideología?
Los obispos africanos están decididos a actuar a través de la formación dispensada por parte de los Seminarios a los seminaristas, a través de las Universidades católicas y de la formación parroquial y de los movimientos de acción familiar para, al mismo tiempo que se sensibiliza ante la teoría de género, se ofrezca un mecanismo intelectual crítico y se presente una visión realista de la complementariedad entre el hombre y la mujer. Ellos están llamados a unirse y a hacer la guerra entre los sexos. La Iglesia, Juan Pablo II ha insistido con firmeza en ello, hace un llamamiento a una civilización basada en el amor, es decir, en la pareja basada en un hombre y una mujer, los únicos que simbolizan el significado del amor a través de la conyugalidad y la filiación familiar. Se necesitan al menos interiorizar íntimamente esta diferencia importante para acceder al amor.
En Occidente, aunque esta teoría está en marcha desde hace muchos años, la reflexión en los Seminarios y en las universidades católicas es casi inexistente. Este no es el caso de las universidades romanas como en el Instituto Juan Pablo II y la Academia Pontificia Eclesiástica. De lo contrario se constata que los profesores, estudiantes y los miembros del clero en su conjunto, adoptan y utilizan a menudo el lenguaje inherente a esta ideología sin saberlo. Es el aspecto más pernicioso de esta teoría: difundir los términos en el lenguaje cotidiano como mejor forma de hacer aceptar las ideas.
¿Quién hubiera pensado que el concepto de gobernabilidad, que es un término sonoro y bonito, no tiene el mismo sentido que el de gobierno? Lo mismo con el concepto de parentalidad que sustituye al de parentesco e introduce un significado completamente diferente. O el concepto de salud reproductiva, que no tiene nada que ver con el acompañamiento de las madres y familias, sino que significa la difusión de los anticonceptivos y abortivos. Es preferible sustituir el concepto de salud de la familia, que incluye al padre, madre e hijos: en resumen, la unidad familiar. Por lo tanto, debemos entender el origen y alcance, y negarnos a adoptar este neo-lenguaje.
El Consejo Pontificio para la Familia ha publicado el Léxico de términos ambiguos y controvertidos para responder a todas estas cuestiones ideológicas. Este libro ha sido publicado en francés, alemán, inglés, árabe, español, italiano, portugués y ruso. Por último, también hemos de reconocer todo el trabajo realizado por las asociaciones católicas familiares en el ámbito europeo e internacional. Falta educar ampliamente a los formadores y profesores, y a todos los cristianos para responder a este nuevo desafío que se juega en las políticas familiares. El cristiano debe movilizarse cuando la dignidad de la vida humana y el equilibrio se ven perturbados por la búsqueda de beneficios económicos e ideológicos limitados a intereses particulares, donde Benedicto XVI nos llama a una mayor apertura a la vida.
(Entrevista realizada por Anita S. Bourdin, traducción del francés por el equipo de ZENIT)
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