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Cuando nos sumergimos en la obra de Joseph Ratzinger, quedamos doblemente sorprendidos. Primero, porque la idea del don y la gratuidad apareció ante nosotros una y otra vez y, además, con una gran continuidad. Segundo, porque creímos constatar que no se había atendido suficientemente a esta sensibilidad en los numerosos estudios en torno a su figura y pensamiento, ni siquiera tras su elección pontificia, cuando los trabajos sobre el particular se han multiplicado de manera exponencial
Panzerkardinal, causante del cierre de la Iglesia ante la modernidad, martillo de la teología de la liberación, hardliner conservador, gran inquisidor encerrado en su torre de marfil, sepulturero de la fe, rottweiler de Dios. Estos son solo algunos de los numerosos clichés que durante años –especialmente desde que asumiera en 1981 la prefectura de la Congregación para la Doctrina de la Fe– han pesado sobre la figura de Joseph Ratzinger. Y, sin embargo, él no ha hecho nada por defenderse y romper estos prejuicios: ha preferido seguir laboriosamente su camino. Han sido sus primeras palabras como papa («[soy] un simple y humilde trabajador de la viña del Señor»)[1], así como la sorprendente temática de su primera encíclica Deus caritas est, las que han comenzado a resquebrajar la imagen férreamente construida sobre él para dejar entrever la categoría, ya no solo intelectual, sino humana y espiritual, del teólogo alemán. Como se ha dicho en repetidas ocasiones, quizá la profundización en su biografía, así como la lectura atenta de sus numerosos libros y artículos, ayudaría a deshacer estos prejuicios que se han venido vertiendo sobre él o, al menos, a no darlos de antemano por sentados.
Pero, si bien detenernos en su biografía y escritos más importantes se haría aquí imposible por el reducido espacio con el que contamos, abordaremos, sin embargo, uno de los aspectos en los que se hace evidente lo actual, sugerente y cautivador de nuestro teólogo: la llamativa presencia de la categoría del don y la gratuidad a lo largo de su extensa obra. Una presencia, por otra parte, nada anecdótica, sino fundamental, pues parece haber forjado su pensamiento desde que fuera un incipiente teólogo. De ser esto cierto, no serían pocas las consecuencias que de ahí se desprenderían para la teología moral, en particular en lo que se refiere a la relación de esta con la dogmática, la espiritualidad y la pastoral.
1. De la sobreabundancia al don y la gratuidad
Hace solo unos años que dedicamos nuestra atención al estudio y esclarecimiento de la categoría –no muy conocida ni atendida– de la sobreabundancia. La elección de dicha categoría vino determinada indudablemente por nuestra pertenencia a la Congregación del Santísimo Redentor. En el escudo de dicha congregación aparece la leyenda «Copiosa Apud Eum Redemptio», que forma parte de la perícopa del salmo 130,7b-8 y que recoge la formulación de la experiencia religiosa específicamente redentorista: el sentido de la Redención sobreabundante en Cristo. Esta intuición, completada por el magnífico texto paulino de Rm 5,20, abrió ante nosotros una perspectiva interesante: ciertamente se da en la historia una abundancia de pecado, de mal y sufrimiento, pero el cristiano vive en la certeza de que esta negatividad ha sido superada por la gracia sobreabundante de Dios en Cristo, siendo esta la realidad primera y fundante que constituye precisamente la novedad específicamente cristiana. Así, pudimos concluir que la sobreabundancia era, en efecto, una categoría apropiada para abordar el conjunto de la teología y que esto, lejos de tratarse de una extravagancia personal, encontraba correspondencias en distintos autores que, desde diversas ópticas, subrayaban su validez. Entre estos autores se encontraban Walter Kasper, Adolphe Gesché o Joseph Ratzinger que, yendo incluso más allá que los dos anteriores, postula una «ley de la sobreabundancia», dado que esta configura toda la historia de Dios con el ser humano; de hecho, dicha ley debe llegar a convertirse en ley fundamental del propio ser del hombre[2]. Pero no solo en el ámbito estrictamente teológico hallamos referencias en torno a la sobreabundancia. También y particularmente las encontramos en el ámbito filosófico: en Paul Ricoeur, Jean-Luc Marion, Michel Henry, Vladimir Jankélévitch, Jean-Louis Chrétien, Jacques Derrida o Claude Bruaire[3].
Llegados a este punto, la intuición inicial de que la categoría de la sobreabundancia podría contener una gran riqueza teológica, contrastada con el pensamiento teológico y filosófico de los autores citados, quedó inserta en una perspectiva más amplia. En efecto, todos los textos se referían en último término a un más, a una abundancia que suponía la ruptura o el sobrepasamiento de lo debido, a un ir más allá de lo esperado o meramente justo. Todos los textos apuntaban, en definitiva, a un marco más amplio y fundamental y, por tanto, de una mayor riqueza de significado: el de la idea que podríamos denominar don y gratuidad.
Así, fascinados por esta nueva perspectiva, creímos que sería muy interesante realizar un estudio en torno a este campo semántico. Tras una primera toma de contacto, nos cercioramos de la importancia creciente de esta idea en diversas disciplinas y de cómo, particularmente en los últimos años, habían aparecido diversos trabajos que aunaban acercamientos y enfoques variados en torno a este tema[4].
Fue también en este último recorrido cuando nos encontramos de nuevo con la impresionante figura de Joseph Ratzinger, con quien ya nos habíamos topado durante el estudio referido sobre la sobreabundancia. Cerciorados ahora de la gran riqueza que desprendían sus escritos en lo que se refiere a la categoría citada del don y la gratuidad, no pudimos menos que dedicarle toda nuestra atención.
2. Joseph Ratzinger, gran exponente del don y la gratuidad
Cuando, decididos a indagar más, nos sumergimos en su obra, quedamos doblemente sorprendidos. Primero, porque la idea del don y la gratuidad apareció ante nosotros una y otra vez y, además, con una gran continuidad. Segundo, porque creímos constatar que no se había atendido suficientemente a esta sensibilidad en los numerosos estudios en torno a su figura y pensamiento, ni siquiera tras su elección pontificia, cuando los trabajos sobre el particular se han multiplicado de manera exponencial.
Viéndonos en esta tesitura, nos pareció insuficiente realizar un estudio de la categoría del don y la gratuidad en un momento determinado de su producción. Pensamos, por el contrario, que sería más sugerente manifestar al lector, lo más ampliamente posible, la omnipresencia de dicha idea en su extensa obra, advirtiendo, por otra parte, que para captar su fuerte presencia interesa atender no únicamente a los términos «gratuidad» y «don», sino también a aquellos otros con un sentido idéntico, similar o que pueden inscribirse, por relación, dentro del mismo campo semántico: regalo, entrega, salida de sí, ‘ser-para’, sobreabundancia; también sus contrarios: egoísmo, orgullo, individualismo, concentración en el propio yo, autosuficiencia, moralismo, etc. Dicho estudio, publicado íntegramente hace apenas unos meses[5], es el que sirve de base a las presentes páginas, si bien éstas, obviamente, solo podrán resaltar algunas cuestiones fundamentales.
Tras esta amplia introducción, los siguientes epígrafes desarrollarán la idea que da título a nuestro escrito: la omnipresencia del don y la gratuidad en el pensamiento del teólogo alemán. Lo haremos aludiendo, en primer lugar, a algunos de sus trabajos más significativos, si bien podrían citarse infinidad de otros textos; seguidamente presentaremos lo que nuestro autor denomina leyes (fundamentales), amén de algunas imágenes, que explicitarán la misma idea referida; a continuación dedicaremos un epígrafe a dicha categoría en su relación con la moral; finalmente, presentaremos las conclusiones que podrían desprenderse de la decidida opción de nuestro teólogo por el don y la gratuidad.
3. El don y la gratuidad en J. Ratzinger. Trascendencia y continuidad
En un texto del año 1958, cuando apenas podemos hablar de él como un incipiente teólogo, Joseph Ratzinger manifiesta ya su sensibilidad e insistencia en la categoría de la gratuidad, cuando se lamenta de que «ordinariamente casi se pasa por alto… lo más decisivo: el carácter gratuito de la salvación»[6]. No será un caso aislado: su insistencia durante estos años en la misma idea se manifestará en textos de temática muy diferente[7].
Pero, si queremos afianzar lo cierto de nuestra intuición –que la categoría del don y la gratuidad es fundamental en el pensamiento de Ratzinger– no podemos dejar de atender, aunque sea brevemente, a la obra que le consagró como teólogo: su Introducción al cristianismo, publicada en el año 1968. Si bien ella viene a responder en definitiva a la pregunta de cuál es el auténtico contenido y sentido de la fe cristiana, desde nuestra sensibilidad nos atrevemos a decir que constituye, además, un verdadero tratado sobre la gratuidad. En efecto, en ninguna de sus obras nuestro teólogo hace un esfuerzo tan grande como en ésta por manifestar la primacía del don. Frente a la doctrina marxista, que propugna una primacía de la praxis, de lo histórico, una centralidad del poder-hacer, Ratzinger afirma aquí con contundencia, una y otra vez, que la clave de la fe –más aún, de la misma existencia humana– radica en el primado de la recepción. La existencia humana no subsiste en sí: su esencia descansa en el hecho de que ha sido donada. Y este hecho, como veremos, lejos de un moralismo, exige del hombre la superación de sí mismo; será ahí, precisamente, donde él hallará su verdadera esencia. Esta realidad del don y del salir de sí está fundamentada, en último término, en el hecho de que Dios es en sí un libre donarse. Y esto se ha manifestado en Cristo de una manera total: su ser es ‘ser-para’, salida de sí, éxodo de sí mismo. Ideas todas ellas que quedarán recogidas, dentro de esta trascendental obra, en lo que nuestro teólogo denomina «estructuras de lo cristiano». En ellas se evidencia la radical importancia de esta realidad del don y la gratuidad, y a ellas, precisamente por ser «fundamentales», habrá que regresar siempre para explicar los fundamentos del pensamiento del teólogo alemán.
Después de todo lo dicho, resultaría inexplicable que esta idea fundamental no tuviera continuidad. Ciertamente eso no ocurrirá. Ratzinger se mantendrá fiel a estas intuiciones a lo largo de toda su obra. Por tanto, no sorprenderá que, más de cuarenta años después de los trabajos citados, en su primera encíclica como papa, afirme: «Dios es amor… y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1Jn 4,10), ahora el amor ya no es solo un mandamiento, sino la respuesta al don del amor»[8]. La fuerza e importancia de esta idea se mostrará de nuevo en su tercera encíclica, en la que hablará de la «sorprendente experiencia del don» y de que «el ser humano está hecho para el don… un don absolutamente gratuito de Dios»[9].
Con estas alusiones tan distantes entre sí pretendemos mostrar no solo la trascendencia, sino también la continuidad de la categoría del don y la gratuidad en el pensamiento de Joseph Ratzinger, que ha sido una constante en su producción teológica desde que empezara a escribir. Por tanto, la importancia que atribuye a esta idea quedará determinada por su frecuencia en escritos muy diversos, pero no solo; vendrá también dada por la formulación de lo que denomina «leyes (fundamentales)», así como por otras imágenes que desarrollarán lo que subyace a dicha realidad.
4. Leyes (fundamentales) e imágenes de la gratuidad
La idea del salir del propio egoísmo, la necesaria salida de sí hacia una nueva forma de existencia que vive para los demás es una de las constantes en el pensamiento de Ratzinger. Si bien va a utilizar numerosas imágenes a lo largo de su producción, son lo que él mismo denomina leyes (ya hemos visto la de la sobreabundancia) las que más nos interesan, puesto que ellas constituyen estructuras fundamentales de lo cristiano.
Una ley que tiene un gran peso en su pensamiento, como puede deducirse de su repetida aparición en diversos escritos, es la ley fundamental del éxodo: así la denomina ya en 1962; también aludirá a ella en sus sermones de Adviento de 1964[10]. Y ello para expresar que el hombre debe estar fuera de sí para estar en sí; de hecho, toda la historia vendría a ser un éxodo, una salida. Otras ideas afines a esta del éxodo, y que aparecen también en su obra, son las de éxtasis, exitus-reditus, proexistencia, procedere y, también, el llamado ‘principio para’, recogido en las ya citadas «estructuras de lo cristiano». La importancia de esta categoría de éxodo viene también dada por su presencia en algo tan improvisado como una de las entrevistas concedidas por nuestro teólogo[11]. Sus referencias como papa a esta misma realidad serán también abundantes; aparecerán incluso en su primera encíclica[12]. Por otra parte, el éxodo es una de las pocas ideas relacionadas con nuestro estudio que ha sido objeto de un trabajo concreto: el autor –redentorista que ha trabajo en la Congregación para la Doctrina de la Fe desde 1984– se pregunta en él si el éxodo no será una idea clave en el pensamiento del teólogo alemán[13].
Otra importante noción es la ley del grano de trigo, que ha de morir para dar fruto: ésta también regiría toda la creación y la historia de la salvación. Definida como fundamental por el propio Ratzinger en 1985[14], esta ley aparece ya, de nuevo, en sus sermones de 1964. Sin embargo, sorprendente mente, no ocupa un epígrafe independiente dentro de las «estructuras de lo cristiano»; será referida, sin embargo, dentro del ya citado ‘principio para’. Todavía serán muchas las veces que nuestro teólogo hará referencia a esta idea, si bien sin denominarla ley o principio. En su primera encíclica como papa dirá incluso que el grano de trigo describe el propio itinerario de Jesús.
Por su parte, aunque no se trata de una ley, la imagen del giro copernicano aparece ya en sus primeros escritos, también en el contexto de los sermones sobradamente aludidos de 1964. Esta imagen, junto con la de la fuerza de la gravedad, describe perfectamente nuestra situación inicial de egoísmo: todos vivimos en la «ilusión precopernicana»[15]. A la vez, esta imagen lleva en sí una invitación que acaso sea incluso exigencia: realizar la «revolución copernicana», dejando de considerarnos el centro del universo para amar caminando tras las huellas de Jesús. Insistimos: estas ideas no aparecen solo al principio de los escritos de nuestro teólogo, sino a lo largo de su vida en distintos contextos y artículos.
A modo de compendio, reiteramos que la ley de la sobreabundancia, del éxodo y del grano de trigo, los términos de éxtasis, ‘exitus-reditus’ y ‘procedere’, así como el ‘principio para’ y las imágenes del giro copernicano y la fuerza de la gravedad, constituyen una profunda expresión de la idea más genérica del don y la gratuidad que se hace concreta en ese actuar pródigamente, en ese darse y perderse que permiten al ser humano verdaderamente encontrarse.
5. Moralismo, moral y gratuidad
Conviene aclarar, en primer lugar, que Ratzinger no es un teólogo moral, es decir, que no se trata de un especialista o «profesional» en la materia. Esto supone, por tanto, que no ha llegado a elaborar una propuesta sistemática, sino que ésta aparece formulada en y a través de numerosos artículos, a modo de tesis sintéticas que no pretenden sino aclarar discusiones y abrir expectativas entre los moralistas. Si nuestro teólogo ha abordado las cuestiones morales es porque en su concienzuda investigación como teólogo dogmático se ha cerciorado de la profunda relación existente entre crisis de fe y crisis moral[16]; más aún, porque estamos ante un pensador que no se ha conformado con permanecer en la casuística, sino que ha querido siempre llegar a la raíz de los problemas; que no ha convertido la moral en moralismo –y ahora tendremos oportunidad de ver cuán importante es esta categoría para él–, sino que la ha entendido como plasmación de la fe creída y, más concretamente, como momento necesario de un encuentro personal con Cristo.
El moralismo, al que nos referíamos anteriormente, se refiere generalmente a la tendencia racionalista kantiana a reducir el cristianismo a las dimensiones de un entramado ético o a identificar la fe con la obediencia a una ley[17]. Pues bien, la permanente reserva de nuestro teólogo hacia esta idea de moralismo, que impediría vivir la experiencia de la existencia como benevolencia y regalo, viene a ratificar su insistencia en el don y la gratuidad, fundamentales en su pensamiento. Alusiones contrarias al moralismo aparecerán ya en el ensayo citado de 1958. Lo hará también al año siguiente a propósito de unas meditaciones sobre la navidad y en los archicitados sermones de 1964. En ellos Ratzinger plantea la pregunta de cuál es, propiamente, la realidad cristiana que supera el puro moralismo. La respuesta la reservará para el tercero y último de sus sermones: lo hará enunciando la «ley de la abundancia», que ya hemos citado y que constituye, a su vez, el fin de la prédica. Esta ley aparecerá también, como ya hemos dicho, en su magna obra de 1968, si bien ahora como «ley de la sobreabundancia». En ella dirá que «el hombre no forja lo auténtico por sí mismo», que «no es su creación, no es un producto suyo, sino una contrapartida que recibe como un don libre»[18]. Esta afirmación hallará su expresión más brillante, a modo de inclusión, en el primer número –repárese en la importancia de este hecho– de su primera encíclica como papa: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona». Su segunda y tercera encíclicas incluirán también referencias a esta misma realidad.
La verdadera novedad del cristianismo, por tanto, más allá del mandamiento ya existente del amor al prójimo, no radica en la elevación de la exigencia moral, sino en el nuevo fundamento del ser: una novedad que solo puede venir del don de la comunión con Cristo, del vivir en él. El don (sacramentum) se convierte en ejemplo (exemplum) que, sin embargo, sigue siendo don[19]: «Ser cristiano es ante todo un don, pero que luego se desarrolla en la dinámica del vivir y poner en práctica este don»[20]. Y es precisamente aquí donde radica, en efecto, la especificidad de la moral cristiana.
El cristianismo, pues, se define como don y tarea: estar contentos por la cercanía interior de Dios y –fundándose en eso– contribuir activamente a dar testimonio en favor de Jesucristo. El cristiano no busca la autoperfección como una especie de defensa contra Dios; tampoco busca autorrealizarse y ser el arquitecto de su propia vida, como podría desprenderse de una deficiente comprensión del concepto de conciencia –a la cual, por cierto, nuestro teólogo da una importancia capital, entendiéndola como anámnesis del bien y la verdad[21]–, sino que acepta la gracia y, aceptándola, se libera de sí mis mismo, se hace capaz de darse a sí mismo, de dar lo no-necesario, a semejanza de la generosidad divina. Una generosidad divina que habla de la grandeza de un Dios que no requiere nuestros dones, porque Él mismo es el dador de todo don y porque todo lo esencial de nuestra vida se nos ha dado sin nuestra colaboración: «el hecho de que yo viva no se debe a mi esfuerzo… todo eso es gracia. No habríamos podido hacer nada si antes no se nos hubiera dado»[22].
En definitiva, el obrar moral del hombre se desarrolla a partir del encuentro con Dios. En consecuencia, la ética no es nunca una acción en sí misma, autárquica y autónoma, un puro logro humano, sino respuesta al don del amor y al acto de ser introducido en la dinámica del amor, de Dios mismo[23].
6. Conclusión
Llegados a este punto, y conscientes de que habría sido necesario un más elevado número de textos que ilustraran lo expuesto, así como una mayor atención a los temas que han ido aflorando a propósito de ellos, ratificamos lo expuesto: lo fundamental de la idea del don y la gratuidad en el pensamiento de Joseph Ratzinger, así como su fecundidad teológica en la dogmática toda. Una fecundidad que no podría darse si no fuera porque ella constituye, como ha repetido nuestro teólogo en innumerables ocasiones y de diversos modos, una realidad primera. Ella es, como él mismo dirá, la sencilla respuesta a la pregunta por la esencia del cristianismo; ella, bien comprendida, lo incluye todo.
Las consecuencias no pueden reducirse únicamente, sin embargo, al ámbito de la dogmática. Las consecuencias para la pastoral son, asimismo, claras y rotundas: si la esencia del cristianismo radica en la primacía de la gratuidad, del don que precede a toda acción y cuya experiencia se halla en el encuentro de amistad con Cristo, no podremos dejar de hacer lo imposible por anunciar, a tiempo y a destiempo, esta realidad absolutamente liberadora, así como conducir a hombres y mujeres al encuentro con Cristo, don de Dios.
Pero lo dicho sería insuficiente si no extrajéramos, como ya anticipamos, las consecuencias que se derivan para la moral y que, a nuestro parecer, son de una importancia decisiva. En primer lugar, en lo que respecta a su relación con la espiritualidad. Si bien ambas son disciplinas diversas, nuestro trabajo exige superar definitivamente su distancia histórica y epistemológica en pro de una convergencia que podría fundamentarse en la realidad del don y la gratuidad: la moral tendrá siempre que volver su mirada al encuentro con Cristo, donde se experimenta el don del amor absoluto e incondicional de Dios; en este encuentro hallará, ya no solo inspiración, sino el origen y sentido de toda acción. Y, en segundo lugar, las consecuencias que se desprenden de nuestra reflexión para la configuración de la teología moral como disciplina teológica. En efecto, no podemos menos que preguntarnos si acaso no podrían revisarse los fundamentos de la teología moral a la luz de esta categoría. Si la idea del don y la gratuidad constituye para nuestro teólogo el fundamento, la esencia del cristianismo que se ha manifestado una y otra vez en los distintos tratados teológicos, y si la vida moral no es en el fondo sino un donarse al otro en analogía al donarse de Dios al hombre, la teología moral obtendría ventaja segura al ser revisada por esta categoría, le devolvería su esplendor y frescura originales y alejaría de su horizonte la constante tentación de dejarse encantar, ya no solo por el moralismo, sino por el cálculo –que el mismo Ratzinger define como fariseísmo–, así como por el mandato «externo» que, sea dicho, no pocas veces la acecha.
Por último, guardamos la esperanza de que, inspirados en esta sensibilidad del teólogo alemán por la idea del don y la gratuidad, y anclados en Cristo, lugar de la experiencia del don de Dios, no falten quienes lleven a cabo la importante tarea a la que nos hemos referido. Una empresa que creemos enriquecería enormemente la perspectiva de la teología moral y la devolvería a su lugar natal o, con las mismas palabras de Ratzinger Ratzinger, a «lo más decisivo»: la gratuidad de la salvación de Dios que precede a toda respuesta humana, pero que, lejos de anclarla en una odiosa pasividad, la inserta en una dinámica de donación, de donde brota la vida sobreabundante y el fruto centuplicado.
Hasta aquí nuestro propósito y nuestro deseo. A Él, que no deja de regalarnos con sus dones, nos encomendamos para que los haga realidad. Por ahora, no podemos menos que agradecerle la oportunidad que nos ha dado de haber llegado hasta aquí y entrado de lleno en la obra impresionante de este teólogo que desde 2005 ocupa la cátedra de Pedro.
Carlos Sánchez de la Cruz, CSsR
Sacerdote redentorista. Licenciado en Teología Moral por la UPCo de Madrid
[1] J. RATZINGER, «Bendición apostólica “urbi et orbi”. Primeras palabras de Su Santidad Benedicto XVI»: www.vatican.va (19 de abril de 2005).
[2] Cf. W. KASPER, El Dios de Jesucristo, Salamanca 1990³, 260, 337; A. GESCHÉ, Dios para pensar. Dios. El cosmos, Salamanca 1997, 157, 174; J. RATZINGER, «Sobre todo, el amor», en Ser cristiano, Salamanca 1967, 46-48; Íd., Introducción al cristianismo. Lecciones sobre el credo apostólico, Madrid 2001², 215-219, 243.
[3] Cf. P. RICOEUR, «Amor y justicia», en Amor y justicia, Madrid 1993; J. L. MARION, Siendo dado. Ensayo para una fenomenología de la donación, Madrid 2008; Íd., «La evidencia y el deslumbramiento», en Prolegómenos a la Caridad, Madrid 1993, 69-86; M. HENRY, Palabras de Cristo, Salamanca 2004; V. JANKÉLÉVITCH, El perdón, Barcelona 1999; J. L. CHRÉTIEN, Lo inolvidable y lo inesperado, Salamanca 2002; B. A. GNADA, Le principe don en éthique sociale et théologie morale. Une implication de la philosophie du don chez Derrida, Marion et Bruaire, Roma 2007.
[4] Cf. A. E. KOMTER (ed.), The Gift. An Interdisciplinary Perspective, Amsterdam 1996; A. D. SCHRIFT (ed.), The Logic of the Gift. Toward an Ethic of Generosity, Londres 1997; VV.AA., Gratuidad, justicia y reciprocidad. Dimensiones de una teología del don, Buenos Aires 2005.
[5] Cf. C. SÁNCHEZ DE LA CRUZ, Don y gratuidad en el pensamiento de Joseph Ratzinger, Madrid 2012, 208 pp.
[6] J. RATZINGER, «Los nuevos paganos y la Iglesia», en El nuevo pueblo de Dios. Esquemas para una Eclesiología, Barcelona 1972, 369.
[7] Cf. Íd., «Gratia praesupponit naturam», en Palabra en la Iglesia, Salamanca 1976, 144-146; Íd., «Para una teología de la muerte», en Palabra en la Iglesia, 214; Íd., «Resurrección y vida eterna», en Palabra en la Iglesia, 226-227, 230; Íd., «Tres meditaciones sobre la Navidad», en Palabra en la Iglesia, 281, 288.
[8] Íd., «Carta encíclica Deus caritas est»: www.vatican.va (25 de diciembre de 2005) 1.
[9] Íd., «Carta encíclica Caritas in veritate»: www.vatican.va (29 de junio de 2009) 34.
[10] Cf. Íd., «Gratia praesupponit naturam», 146; Íd., «La fe como servicio», en Palabra en la Iglesia, 37.
[11] Cf. Íd., Dios y el mundo. Creer y vivir en nuestra época. Una conversación con Peter Seewald, Barcelona 2002, 174-176.
[12] Cf. Íd., «Carta encíclica Deus caritas est», 6.
[13] Cf. R. TREMBLAY, «L’Èxode, une idée maitresse de la pensée théologique du Cardinal Joseph Ratzinger?»: Studia Moralia 28 (1990) 523-549.
[14] Cf. J. RATZINGER, «Buscar lo de arriba», en El resplandor de Dios en nuestro tiempo. Meditaciones sobre el año litúrgico, Barcelona 2008, 99.
[15] Íd., «Sobre todo, el amor», 44.
[16] Cf. E. BENAVENT VIDAL, «Prólogo», en J. E. PÉREZ ASENSI, Ética de la fe en la obra de Joseph Ratzinger. Hacia una propuesta ética para Europa, Valencia 2005, 12.
[17] Cf. T. ROWLAND, La fe de Ratzinger. La teología del papa Benedicto XVI, Granada 2009, 125.
[18] J. RATZINGER, Introducción al cristianismo, 224.
[19] Cf. Íd., Jesús de Nazaret. Segunda parte. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, Madrid 2011, 78-83.
[20] Íd., «Magisterio eclesiástico, fe, moral», en J. RATZINGER, H. U. VON BALTHASAR y H. SCHÜRMANN, Principios de moral cristiana. Compendio, Valencia 2005², 47-48.
[21] Cf. Íd., «Conciencia y verdad», en La Iglesia. Una comunidad siempre en camino, Madrid 2005, 145-177.
[22] Íd., El camino pascual, Madrid 2005², 56-57.
[23] Cf. Íd., «¿El Catecismo de la Iglesia Católica está a la altura de la época? Meditaciones diez años después de su promulgación», en Caminos de Jesucristo, Madrid 2005², 155-156.
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