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El progreso científico y técnico de los últimos siglos, junto con otros factores, han favorecido la preponderancia de la razón pragmática y la disociación entre la ética y la técnica, dando así lugar a la ideología tecnocrática.
La experiencia, sin embargo, muestra que tal mentalidad ha provocado y continúa provocando efectos contrarios al armónico desarrollo personal y social. Es necesario, por consiguiente, cultivar el conocimiento sapiencial, que tiene en cuenta la plena verdad sobre el hombre. La sinergia entre fe y razón favorecerá poner en práctica las leyes inherentes al progreso social para realizar eficientemente los propios cometidos temporales, y vivir las leyes morales para actuar como persona humana[1].
1. El progreso tecnológico
La antropología y la cosmología subyacentes en la Sagrada Escritura muestran una evaluación positiva del progreso humano, incluido el tecnológico, que la Iglesia ha hecho suya. Baste recordar la enseñanza del último Concilio: «Una cosa hay cierta para los creyentes: la actividad humana individual y colectiva o el conjunto ingente de esfuerzos realizados por el hombre a lo largo de los siglos para lograr mejores condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a la voluntad de Dios. [...] De donde se sigue que el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo ni los lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino que, al contrario, les impone como deber el hacerlo»[2]. El mismo documento reconoce el desarrollo alcanzado por las ciencias empíricas, las artes, las técnicas y las disciplinas liberales, y constata los numerosos beneficios que derivan de ese desarrollo[3]; por eso, el verdadero progreso de la humanidad debe potenciarse, con ánimo grato a Dios, para el bien de todo el hombre y de cada hombre[4].
Sin embargo, a nadie escapa que, en ocasiones, la evolución tecnológica, en lugar de servir al desarrollo humano y de mejorar las relaciones entre las personas, se convierte en un instrumento de opresión[5], de disparidades inicuas[6] o de catástrofes incontrolables, con el consiguiente recelo hacia la técnica. En otros casos, ese progreso se usa como "prueba" de la quimera de un mundo trascendente: ¿para qué invocar el control divino sobre estos fenómenos, cuando la ciencia es capaz de hacer lo mismo?; el progreso puede así alimentar la secularización y el materialismo[7]. Todo esto ha dado lugar a dos ideologías extremas y opuestas: un "espiritualismo desencarnado", de consecuencias inhumanas, si se rechaza la técnica; o bien un materialismo que niega el espíritu y es también inhumano, si se olvida la ética. Este último es el más común en la actualidad: el hombre está tan volcado hacia los bienes terrenos que resulta atrapado por ellos y olvidada sus bienes más altos; esto ha dado origen a una de las grandes tragedias de nuestro tiempo: el empobrecimiento interior de las personas y de los grupos sociales, no tanto a causa del progreso tecnológico, cuanto a la difusión de una mentalidad positivista.
Así lo indicaba León XIII: «Cuanto mayor es el progreso en los bienes corporales, tanto mayor es la decadencia en los bienes espirituales»[8]. Esto se ha hecho aún más evidente con la aceleración de la tecnología: Pío XII, mientras afirmaba el valor positivo de la técnica, recordó el peligro de considerar el progreso tecnológico como un fin en sí mismo y de evaluar la vida humana sólo en relación con su eficacia; y lo mismo han enseñado sus Sucesores[9]. Benedicto XVI recuerda: "La ambigüedad del progreso resulta evidente. Indudablemente, ofrece nuevas posibilidades para el bien, pero también abre posibilidades abismales para el mal, posibilidades que antes no existían. Todos nosotros hemos sido testigos de cómo el progreso, en manos equivocadas, puede convertirse, y se ha convertido de hecho, en un progreso terrible en el mal. Si el progreso técnico no se corresponde con un progreso en la formación ética del hombre, con el crecimiento del hombre interior (cf. Ef 3,16; 2 Co 4,16), no es un progreso sino una amenaza para el hombre y para el mundo"[10]. También ha subrayado que "el desarrollo tecnológico puede alentar la idea de la autosuficiencia de la técnica, cuando el hombre se pregunta sólo por el cómo, en vez de considerar los porqués que lo impulsan a actuar. Por eso, la técnica tiene un rostro ambiguo"[11].
No debe olvidarse que, como cualquier realidad terrena, la técnica es ambivalente[12]. Es, por ende, esencial que se realice una "recta aplicación" de la técnica, que la encamine al desarrollo integral del hombre. Esto requiere su congruencia con los principios y valores morales, que son los que promueven la dignidad humana; y exige también actuar con prudencia[13] teniendo en cuenta el tenor, la finalidad y el modo de operar de las diversas tecnologías, evitando proponer «soluciones técnicas poco ponderadas y sobre todo aquellas que ofrecen al hombre ventajas materiales, pero se oponen a la naturaleza y al perfeccionamiento espiritual del hombre»[14]. Se restituye así al progreso tecnológico su verdadero sentido y, por consiguiente, su verdadera grandeza: ese progreso procede del hombre y debe dirigirse al bien del hombre[15]. Aún más, proviene de Dios y a Él se debe finalizar[16]; de hecho, si se rige por una actitud humanista, el progreso favorece la apertura a la dimensión trascendente de la persona.
Conviene dedicar algún espacio a la moderna biotecnología[17]: en los últimos decenios se ha alcanzado la capacidad de modificar técnicamente la vida en modo profundo, a través de la transferencia de genes de un ser vivo a otro (ingeniería genética). Esto ha comportado una aceleración de la biotecnología, con fuertes repercusiones en el plano social: posibilidad de multiplicar la producción de alimentos, de prevenir y curar diversas enfermedades, de modificar determinadas características de los seres vivos (incluido el hombre). A veces, esta aceleración e impacto de la biotecnología ha estado acompañada de una mentalidad "instrumental" o "utilitaria" de algunos científicos, técnicos y empresarios, en busca de poder, de fama y de dinero mediante la utilización de estas técnicas. Existen, por otra parte, grupos de personas que, contemplando algunas catástrofes ambientales y previendo otras mayores, se oponen firmemente al desarrollo y aplicación de la biotecnología[18]. Se deben obviar los dos extremos: la biotecnología no debe ser demonizada ni divinizada. La técnica y, por lo tanto, la biotecnología es algo bueno[19], pero puede usarse mal y, por ello, es necesario que al igual que toda actividad humana esté guiada por la moral. Concretamente, la investigación y el comercio de los productos biotecnológicos no pueden limitarse a fines puramente personales y económicos: es necesario que respeten la dignidad humana y tengan como objetivo el bien de todos; la biotecnología debe utilizarse, con espíritu de solidaridad y de participación, para promover el bien común de la humanidad. Requiere una especial atención el uso de la biotecnología en relación a la vida humana: no todas las técnicas de reproducción o de ingeniería genética concuerdan con el bien de la persona[20].
La importancia del progreso tecnológico para la vida social evidencia que las autoridades públicas deben reglamentar y supervisar este ámbito para que no actúe de forma incontrolada, poniendo en peligro el bien común de la sociedad. Esto no significa reprimir la iniciativa privada, sino asegurarse que ésta favorezca el bien integral de todos los hombres[21]. También los medios de comunicación tienen una específica responsabilidad en la información relativa a la innovación tecnológica, particularmente en lo que respecta a la biotecnología por la importancia del argumento; la información debe ser prudente, veraz y controlada, a fin de no dejarse llevar por prejuicios, a favor o en contra de determinadas tecnologías, ni caer en fáciles entusiasmos o alarmismos injustificados; una información, por ende, que ayude a las personas a formarse una correcta opinión sobre estas realidades[22].
En definitiva, el progreso tecnológico no debe prevalecer sobre el bien común, sino que debe ordenarse y subordinarse al desarrollo humano: «Punto central de referencia para toda aplicación científica y técnica es el respeto del hombre, que debe ir acompañado por una necesaria actitud de respeto hacia las demás criaturas vivientes»[23]. Todo ello requiere la difusión de una cultura humanista, capaz de superar el creciente tecnicismo.
2. La ideología tecnocrática
El progreso científico y técnico de los últimos siglos, junto con otros factores, han favorecido la preponderancia de la razón pragmática y la disociación entre la ética y la técnica, dando así lugar a la ideología tecnocrática[24]. En un primer momento podría parecer que la mentalidad tecnocrática es lo opuesto a la ideología; sin embargo, si por ideología entendemos un sistema de pensamiento que no responde a la plena verdad humana y que se esgrime para legitimar un determinado comportamiento social, entonces esa mentalidad deriva en ideología[25].
Esta ideología se basa en la creencia de que el ser humano es autosuficiente y capaz de desarrollarse por sí mismo, y se apoya en el enorme progreso que han logrado los descubrimientos científicos y la expansión de la técnica. Esto ha favorecido la generalizada presunción de una autonomía total y una correspondiente auto-salvación por parte del hombre. La experiencia, sin embargo, muestra que tal mentalidad ha provocado y continúa provocando efectos contrarios al armónico desarrollo personal y social. Esto es así porque «el absolutismo de la técnica tiende a producir una incapacidad de percibir todo aquello que no se explica con la pura materia. [… Por eso,] se necesitan unos ojos nuevos y un corazón nuevo, que superen la visión materialista de los acontecimientos humanos y que vislumbren en el desarrollo ese “algo más” que la técnica no puede ofrecer»[26].
Es necesario, por consiguiente, cultivar el conocimiento sapiencial, que tiene en cuenta la plena verdad sobre el hombre[27]. Nos hallamos ante «la elección entre estos dos tipos de razón: una razón abierta a la trascendencia o una razón encerrada en la inmanencia. Estamos ante un aut aut decisivo. Pero la racionalidad del quehacer técnico centrada sólo en sí misma se revela como irracional, porque comporta un rechazo firme del sentido y del valor. Por ello, la cerrazón a la trascendencia tropieza con la dificultad de pensar cómo es posible que de la nada haya surgido el ser y de la casualidad la inteligencia. Ante estos problemas tan dramáticos, razón y fe se ayudan mutuamente»[28]. Esta sinergia entre fe y razón favorecerá poner en práctica las leyes inherentes al progreso social para realizar eficientemente los propios cometidos temporales, y vivir las leyes morales para actuar como persona humana.
3. Fe y razón en ámbito social
La fe es un conocimiento sobrenatural, pero necesita de la luz de la razón para poder comunicarse en modo adecuado. Esta exigencia es aún mayor en la doctrina social, ya que se trata de una esfera especialmente afectada por los cambios históricos. Por eso, requiere la contribución de otros saberes, cuyos resultados utiliza integrándolos armónicamente en su desarrollo. Esta enseñanza tiene, por tanto, una importante dimensión interdisciplinar, en cuanto se vale de las contribuciones de significado de la filosofía y de los resultados descriptivos de las ciencias humanas[29]. A su vez, la fe ayuda a purificar la razón, también en el ámbito social, potenciando su servicio a las personas: «Razón y fe se ayudan mutuamente. Sólo juntas salvarán al hombre. Atraída por el puro quehacer técnico, la razón sin la fe se ve abocada a perderse en la ilusión de su propia omnipotencia. La fe sin la razón corre el riesgo de alejarse de la vida concreta de las personas»[30].
Un primer ámbito de interdisciplinariedad de la doctrina social de la Iglesia se refiere a su estrecho nexo con la filosofía; ésta facilita la correcta inteligencia de las nociones claves de la doctrina social: persona, sociedad, bien común, justicia, etc. Además, al igual que cualquier saber teológico, la doctrina social requiere el uso de la razón para su desarrollo y emplea la filosofía en la argumentación que le es propia[31]. Sin embargo, no todo sistema filosófico es apto para esta tarea: la doctrina social, al igual que toda la teología moral, «debe recurrir a una ética filosófica orientada a la verdad del bien; a una ética, pues, que no sea subjetivista ni utilitarista. Esta ética implica y presupone una antropología filosófica y una metafísica del bien»[32]. Este recurso a la filosofía permite la transmisión universal de esta doctrina, evita el peligro del fideísmo y del racionalismo, y facilita un juicio ponderado de las ideologías y de las praxis sociales contrarias a la dignidad humana.
La Iglesia tiene también en cuenta las aportaciones de las ciencias humanas, como la historia, el derecho, la sociología, etc., para elaborar su doctrina social[33]; y procura colaborar con ellas según una relación que respete sus respectivos paradigmas[34]. De hecho, el Magisterio de la Iglesia ha hecho abundante uso de estas ciencias, desde la primeras encíclicas sobre la “cuestión obrera”; este recurso es aún más frecuente en los documentos del Concilio Vaticano II y en las enseñanzas de Pablo VI[35]. También Juan Pablo II y Benedicto XVI han recordado que la doctrina social de la Iglesia «tiene una importante dimensión interdisciplinar. Para encarnar cada vez mejor, en contextos sociales económicos y políticos distintos, y continuamente cambiantes, la única verdad sobre el hombre, esta doctrina entra en diálogo con las diversas disciplinas que se ocupan del hombre, incorpora sus aportaciones y les ayuda a abrirse a horizontes más amplios al servicio de cada persona, conocida y amada en la plenitud de su vocación»[36].
Es cierto que este diálogo se ha realizado muchas veces en modo conflictivo, llegando incluso a una ruptura radical: algunos autores afirman que el pensamiento social cristiano y las ciencias sociales no tienen puntos de contacto y son simplemente inconmensurable, porque −según se dice− la fe no tiene nada que ver con la ciencia y viceversa. Sin embargo, cuando se busca la verdad, un correcto diálogo entre la ciencia y la teología evita el peligro de caer en los errores y exageraciones de los sistemas parciales y favorece a las dos: las ciencias humanas reciben de la moral cristiana los valores profundos de la vida social; la moral social acoge los métodos de las ciencias y hace uso de sus valiosas investigaciones para realizar su tarea[37].
Esta colaboración facilita el avance de la ciencia, no porque la fe proponga resultados en el campo científico, sino porque su punto de vista es más profundo, muestra el sentido último del actuar humano y estimula los esfuerzos para encontrar las soluciones adecuadas. La ayuda que la fe puede ofrecer a las ciencias sociales es especialmente significativo: como su objeto es el ser humano, necesitan más que las otras ciencias una “brújula de orientación” −precisamente la fe− para evitar un reduccionismo ideológico que intente absolutizar el ámbito social[38]. Como consecuencia, «la doctrina social de la Iglesia católica, que pone a la persona humana en el centro y en la base del orden social, puede ofrecer mucho a la reflexión contemporánea sobre temas sociales»[39]. La teología se beneficia también de esta colaboración con las ciencias sociales, en cuanto éstas plantean nuevas cuestiones a la vida personal y social y, por tanto, a la vida de la Iglesia y al saber teológico que, siendo fiel a la Revelación, alcanza nuevas certezas y propone modos nuevos de exponer las verdades de la fe[40]. No debe olvidarse, sin embargo, que la doctrina social cristiana es un saber teológico, que no puede limitarse al nivel filosófico y científico, sino que debe integrar y, aún más, poner en primer plano la verdad conocida por fe[41]. Se deberán, por ende, evitar dos peligros aparentemente opuestos, pero que en último término proceden de la misma fuente, que es una falsa antropología: reducir la enseñanza social a una ciencia puramente humana y usar un análisis racional incompatible con la Revelación.
La forma de establecer este diálogo, más que de la epistemología teológica y científica, depende de la antropología que está en la base: es la concepción global del hombre la que determina esa relación. Un prejuicio integrista y fideísta, apoyado en una antropología pesimista, desautorizará las ciencias humanas sin comprobar la validez de sus asertos; igualmente un prejuicio empirista, basado en una antropología reductiva, rechazará las contribuciones de la fe y de la teología. Es necesario, por tanto, un auténtico diálogo entre los dos saberes, teniendo en cuenta que «cuanto más se centre en el hombre la misión desarrollada por la Iglesia; cuanto más sea, por decirlo así, antropocéntrica, tanto más debe corroborarse y realizarse teocéntricamente, esto es, orientarse al Padre en Cristo Jesús»[42].
En conclusión, «la doctrina social [además de las fuentes propias de la teología y de la filosofía] se sirve asimismo de los datos que aportan las ciencias positivas y, particularmente, las sociales, que constituyen un instrumento importante, aunque no el único, para la comprensión de la realidad. El recurso a estas ciencias exige un cuidadoso discernimiento, con una oportuna mediación filosófica, pues se puede correr el riesgo de someterlas a la influencia de determinadas ideologías contrarias a la recta razón, a la fe cristiana y, en definitiva, a los datos mismos de la experiencia histórica y de la investigación científica»[43].
Enrique Colom
[1] E. Colom, Scelti in Cristo per essere santi, IV. Morale sociale, Edusc, Roma 2008, pp. 358-362 (extracto de la traducción castellana revisada y ampliada, actualmente en preparación).
[2] Gaudium et spes, n. 34. «La técnica –conviene subrayarlo– es un hecho profundamente humano, vinculado a la autonomía y libertad del hombre. En la técnica se manifiesta y confirma el dominio del espíritu sobre la materia» (Caritas in veritate, n. 69).
[3] Cf. Gaudium et spes, nn. 15, 33-35; Compendio, nn. 456-457.
[4] Cf. Juan Pablo II, Discurso a Científicos y Representantes de la Universidad de las Naciones Unidas, Hiroshima, 25-II-1981, nn. 3, 5, 11-13; Id., Discurso en Ivrea, 19-III-1990, n. 5.
[5] «El progreso, altamente beneficioso para el hombre también encierra, sin embargo, gran tentación, pues los individuos y las colectividades, subvertida la jerarquía de los valores y mezclado el bien con el mal, no miran más que a lo suyo, olvidando lo ajeno. Lo que hace que el mundo no sea ya ámbito de una auténtica fraternidad, mientras el poder acrecido de la humanidad está amenazando con destruir al propio género humano» (Gaudium et spes, n. 37). También en su primera encíclica, Juan Pablo II subrayó que, cada vez con más frecuencia, el progreso tecnológico se considera una amenaza para los seres humanos: cf. Redemptor hominis, n. 15.
[6] «El mismo progreso tecnológico corre el riesgo de repartir injustamente entre los países los propios efectos positivos. Las innovaciones, en efecto, pueden penetrar y difundirse en una colectividad determinada, si sus potenciales beneficiarios alcanzan un grado mínimo de saber y de recursos financieros: es evidente que, en presencia de fuertes disparidades entre los países en el acceso a los conocimientos técnico-científicos y a los más recientes productos tecnológicos, el proceso de globalización termina por dilatar, más que reducir, las desigualdades entre los países en términos de desarrollo económico y social» (Compendio, n. 363).
[7] Conviene, sin embargo, subrayar que «una actitud semejante no deriva de la investigación científica y tecnológica, sino de una ideología cientificista y tecnócrata que tiende a condicionarla. La ciencia y la técnica, con su progreso, no eliminan la necesidad de trascendencia y no son de por sí causa de la secularización exasperada que conduce al nihilismo; mientras avanzan en su camino, plantean cuestiones acerca de su sentido y hacen crecer la necesidad de respetar la dimensión trascendente de la persona humana y de la misma creación» (Compendio, n. 462). Cf. Benedicto XVI, Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias, 6-XI-2006.
[8] León XIII, Enc. Sapientiae christianae: Acta Leonis XIII, 10 (1891) 11.
[9] Cf. Pío XII, Radiomensaje de Navidad, 24-XII-1953: AAS 46 (1954) 6-12; Mater et magistra: AAS 53 (1961) 449-451; Octogesima adveniens, n. 38; Sollicitudo rei socialis, nn. 28, 33.
[10] Spe salvi, n. 22.
[11] Caritas in veritate, n. 70.
[12] Cf. Gaudium et spes, nn. 4, 35, 57; Centesimus annus, n. 18. Vid. S. Cotta, El hombre tolemaico: la crisis de la civilización tecnológica, Rialp, Madrid 1977; G. Manzone, La tecnologia dal volto umano, Queriniana, Brescia 2004.
[13] Se trata de la virtud humana y cristiana de la prudencia, que no debe confundirse con una vana o recelosa cautela: cf. T. Trigo, Prudencia y libertad, «Scripta Theologica» 34 (2002) 273-307.
[14] Gaudium et spes, n. 86.
[15] Cf. Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el Congreso promovido por la “Accademia Nazionale delle Scienze” en el bicentenario de su fundación, 21-IX-1982, nn. 4-7; Id., Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias, 23-X-1982, nn. 2-6; Id., Homilía en Melbourne, 28-XI-1986, n. 11; Compendio, n. 458. Vid. J. M. Galván, On Technoethics, «IEEE-RAS Magazine» 10 (2003/4) 58-63.
[16] «El progreso científico y los adelantos técnicos enseñan claramente que en los seres vivos y en las fuerzas de la naturaleza impera un orden maravilloso y que, al mismo tiempo, el hombre posee una intrínseca dignidad, por virtud de la cual puede descubrir ese orden y forjar los instrumentos adecuados para adueñarse de esas mismas fuerzas y ponerlas a su servicio. Pero el progreso científico y los adelantos técnicos lo primero que demuestran es la grandeza infinita de Dios, creador del universo y del propio hombre» (Pacem in terris: AAS 55 (1963) 257).
[17] Cf. Compendio, nn. 472-480; Caritas in veritate, nn. 74-75.
[18] No pocas veces estos grupos están motivados por una cierta ideología antihumanista: proponen medidas restrictivas para la “manipulación” de plantas y animales, a la vez que promueven la “manipulación” del ser humano en su estado embrionario, con fines terapéuticos, pero también con una permisividad cada vez más amplia en la práctica del aborto, etc.
[19] Decir que es neutral resulta restrictivo: la biotecnología ha producido grandes mejoras concretas en diversos ámbitos, como la medicina, la farmacología, la ganadería, etc. que, si se utilizan correctamente, pueden resolver muchos problemas sociales en el mundo de hoy: cf. A. Marchetto, Biotecnologie: una speranza per combattere la fame nel mondo?, «La Società» 11 (2001) 107-126; J. Joblin, Biotechnologies et morale, «Gregorianum» 83 (2002) 65-88; D. Sacchini, Biotecnologie ed etica della ricerca, «La Società» 16 (2006) 213-218.
[20] Cf. Compendio, nn. 235-236.
[21] «Las autoridades llamadas a tomar decisiones para hacer frente a los riesgos contra la salud y el medio ambiente, a menudo se encuentran ante situaciones en las que los datos científicos disponibles son contradictorios o cuantitativamente escasos: puede ser oportuno entonces hacer una valoración según el “principio de precaución”, que no comporta la aplicación de una regla, sino una orientación para gestionar situaciones de incertidumbre. Este principio evidencia la necesidad de tomar una decisión provisional, que podrá ser modificada en base a nuevos conocimientos que eventualmente se logren. La decisión debe ser proporcionada a las medidas ya en acto para otros riesgos. Las políticas preventivas, basadas sobre el principio de precaución, exigen que las decisiones se basen en una comparación entre los riesgos y los beneficios hipotéticos que comporta cada decisión alternativa posible, incluida la decisión de no intervenir. A este planteamiento precaucional está vinculada la exigencia de promover seriamente la adquisición de conocimientos más profundos, aun sabiendo que la ciencia puede no llegar rápidamente a la conclusión de una ausencia de riesgos. Las circunstancias de incertidumbre y provisionalidad hacen especialmente importante la transparencia en el proceso de toma de decisiones» (Compendio, n. 469). Cf. Ibid., n. 479.
[22] Cf. Compendio, n. 480.
[23] Compendio, n. 459. Cf. Pío XII, Radiomensaje, 1-IX-1944: AAS 36 (1944) 254. Los Obispos Latinoamericanos hicieron un llamado «a los científicos, técnicos y forjadores de la sociedad tecnológica, para que alienten el espíritu científico con amor a la verdad a fin de investigar los enigmas del universo y dominar la tierra; para que eviten los efectos negativos de una sociedad hedonista y la tentación tecnocrática y apliquen la fuerza de la tecnología a la creación de bienes y a la invención de medios destinados a rescatar al hombre del subdesarrollo. Se espera de ellos especialmente estudios e investigaciones con miras a la síntesis entre la ciencia y la fe» (CELAM, Documento de Puebla, n. 1240).
[24] «Pablo VI ya puso en guardia sobre la ideología tecnocrática, hoy particularmente arraigada, consciente del gran riesgo de confiar todo el proceso del desarrollo sólo a la técnica, porque de este modo quedaría sin orientación. En sí misma considerada, la técnica es ambivalente. Si de un lado hay actualmente quien es propenso a confiar completamente a ella el proceso de desarrollo, de otro, se advierte el surgir de ideologías que niegan in toto la utilidad misma del desarrollo, considerándolo radicalmente antihumano y que sólo comporta degradación. Así, se acaba a veces por condenar, no sólo el modo erróneo e injusto en que los hombres orientan el progreso, sino también los descubrimientos científicos mismos que, por el contrario, son una oportunidad de crecimiento para todos si se usan bien. La idea de un mundo sin desarrollo expresa desconfianza en el hombre y en Dios. [...] Considerar ideológicamente como absoluto el progreso técnico y soñar con la utopía de una humanidad que retorna a su estado de naturaleza originario, son dos modos opuestos para eximir al progreso de su valoración moral y, por tanto, de nuestra responsabilidad» (Caritas in veritate, n. 14; la referencia a Pablo VI remite a Populorum progressio, n. 34).
[25] Benedicto XVI enseña que «el proceso de globalización podría sustituir las ideologías por la técnica, transformándose ella misma en un poder ideológico, que expondría a la humanidad al riesgo de encontrarse encerrada dentro de un a priori del cual no podría salir para encontrar el ser y la verdad. En ese caso, cada uno de nosotros conocería, evaluaría y decidiría los aspectos de su vida desde un horizonte cultural tecnocrático, al que perteneceríamos estructuralmente, sin poder encontrar jamás un sentido que no sea producido por nosotros mismos» (Caritas in veritate, n. 70). Esta ideología se puede subdividir en varias categorías según las diferentes especialidades técnicas: una de las más difundidas actualmente es la “ideología de género”; ésta sostiene que la identidad de género es independiente del sexo biológico y justifica la posibilidad de modificar el sexo mediante técnicas físicas y psíquicas.
[26] Caritas in veritate, n. 77.
[27] El Concilio Vaticano II, que alaba y estimula el progreso humano, también en el ámbito técnico, recuerda que «nuestra época, más que ninguna otra, tiene necesidad de esta sabiduría para humanizar todos los nuevos descubrimientos de la humanidad. El destino futuro del mundo corre peligro si no forman hombres más instruidos en esta sabiduría» (Gaudium et spes, n. 15).
[28] Caritas in veritate, n. 74.
[29] Cf. Compendio, n. 76. Vid. el sintético y profundo estudio: G. Crepaldi - S. Fontana, La dimensión interdisciplinar de la doctrina social de la Iglesia, Imdosoc, México 2006.
[30] Caritas in veritate, n. 74; hemos puesto abocada en lugar de avocada, porque nos parece más correcto. Cf. Ibid., n. 3.
[31] Un planteamiento filosófico de la moral social se encuentra en: V. Possenti, Las sociedades liberales en la encrucijada, Eiunsa, Barcelona 1997; G. Chalmeta, Ética social: familia, profesión y ciudadanía, Eunsa, 2ª ed., Pamplona 2003; M. Ryan, Percorsi di etica sociale, Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, Roma 2006.
[32] Juan Pablo II, Enc. Fides et ratio, n. 98, que continúa así: «Gracias a esta visión unitaria, vinculada necesariamente a la santidad cristiana y al ejercicio de las virtudes humanas y sobrenaturales, la teología moral será capaz de afrontar los diversos problemas de su competencia –como la paz, la justicia social, la familia, la defensa de la vida y del ambiente natural– del modo más adecuado y eficaz».
[33] «Las investigaciones de las ciencias sociales pueden contribuir de forma eficaz a la mejora de las relaciones humanas, como demuestran los progresos realizados en los diversos sectores de la convivencia, sobre todo a lo largo del siglo que está por terminar. Por este motivo, la Iglesia, siempre solícita por el verdadero bien del hombre, ha prestado constantemente gran interés a este campo de investigación científica, para sacar indicaciones concretas que le ayuden a desempeñar su misión de Magisterio» (Juan Pablo II, Carta ap. Socialium Scientiarum, 1-I-1994). Cf. Centesimus annus, n. 54; Compendio, n. 78. Vid. F. Moreno, Doctrina social de la Iglesia y ciencias sociales, «Annales theologici» 5 (1991) 131-181; R. Sierra Bravo, Ciencias sociales y doctrina social de la Iglesia, Central Catequística Salesiana, Madrid 1996; P. Donati, Repensar la sociedad. El enfoque relacional, Eiunsa, Madrid 2006; A. Colombo (cur.), Scienze sociali e dottrina sociale della Chiesa, Università Cattolica del Sacro Cuore, Milano 1997; L. Oviedo, La fe cristiana ante los nuevos desafíos sociales: Tensiones y respuestas, Cristiandad, Madrid 2002; Università Cattolica del Sacro Cuore, Dizionario di dottrina sociale della Chiesa. Scienze sociali e Magistero, Vita e Pensiero, Milano 2004.
[34] En este sentido, «a) debe excluirse, sin duda, todo “despotismo” de la ética y de la teología, es decir, todo intento de dictar ley desde premisas ético-teológicas abstractas y desconectadas de un análisis pormenorizado de lo real: el saber humano no procede de modo rígidamente deductivo –como pensó Descartes y, más aún, Spinoza, y tras ellos numerosos autores, entre los que se incluye Marx–, sino mediante sucesivas aproximaciones a la realidad y dando origen a una pluralidad de ciencias, que deben mantenerse en constante y mutuo diálogo; b) pero debe excluirse también todo modo de pensar según el cual la dimensión ética sería sólo una “realidad segunda”, que se limita a rozar las “realidades primeras”, dejándolas inmutadas en su substancia» (J. L. Illanes, Ante Dios y en el mundo, Eunsa, Pamplona 1997, p. 219).
[35] Cf. Gaudium et spes, nn. 5, 57, 62; Concilio Vaticano II, Decr. Apostolicam actuositatem, n. 32; Id., Decr. Christus Dominus, nn. 16-17; Id., Decr. Optatam totius, n. 20; Octogesima adveniens, n. 40.
[36] Centesimus annus, n. 59. Cf. Caritas in veritate, nn. 30-31.
[37] Un proyecto sociológico que facilita esta relación es la “teoría relacional” propuesta por el prof. Pierpaolo Donati; esta teoría muestra las conexiones significativas entre el pensamiento cristiano (teología, ética, filosofía) y las actuaciones sociales (legislación, política económica, etc.) y, salvaguardando la autonomía de los dos polos, facilita un diálogo abierto y fecundo entre ellos. Vid. P. Donati, Pensiero sociale cristiano e società post-moderna, AVE, Roma 1997; E. Colom, Sociologia relazionale e dottrina sociale della Chiesa, «Annales theologici» 11 (1997) 479-509; P. Donati - I. Colozzi (a cura di), Il paradigma relazionale nelle scienze sociali: le prospettive sociologiche, Il Mulino, Bologna 2006.
[38] Tal absolutización no posee una base científica, como evidencian las muchas “irracionalidades” del comportamiento comunitario; por eso una cerrazón al diálogo con la fe, además de un error teológico, es también un error antropológico, ya que olvida el aspecto más profundamente humano: la trascendencia.
[39] Benedicto XVI, Discurso a los miembros de las Academias Pontificias de las Ciencias y de las Ciencias Sociales, 21-XI-2005. Cf. Octogesima adveniens, n. 39.
[40] Cf. Gaudium et spes, nn. 5-7, 44.
[41] «Las ciencias humanas y la filosofía ayudan a interpretar la centralidad del hombre en la sociedad y a hacerlo capaz de comprenderse mejor a sí mismo, como “ser social”. Sin embargo, solamente la fe revela plenamente su identidad verdadera, y precisamente de ella arranca la doctrina social de la Iglesia, la cual, valiéndose de todas las aportaciones de las ciencias y de la filosofía, se propone ayudar al hombre en el camino de la salvación» (Centesimus annus, n. 54).
[42] Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia, n. 1.
[43] Congregación para la Educación Católica, Orientaciones para el estudio y enseñanza de la doctrina social de la Iglesia en la formación de los sacerdotes, n. 10.
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“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |
El trabajo como quicio de la santificación en medio del mundo. Reflexiones antropológicas |