Collationes.org - Juan-Miguel Ferrer - Maurizio Barba
La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ha hecho público el 19 de junio de 2013 la decisión de incluir el nombre de san José en las Plegarias Eucarísticas II, III y IV de la tercera edición típica del Misal Romano
De ahora en adelante se añade, colocándose después del nombre de la Bienaventurada Virgen María, como sigue:
• en la Plegaria eucarística II: «ut cum beáta Dei Genetríce Vírgine María, beáto Ioseph, eius Sponso, beátis Apóstolis»;
• en la Plegaria eucarística III: «cum beatíssima Vírgine, Dei Genetríce, María, cum beáto Ioseph, eius Sponso, cum beátis Apóstolis»;
• en la Plegaria eucarística IV: «cum beáta Vírgine, Dei Genetríce, María, cum beáto Ioseph, eius Sponso, cum Apóstolis».
En 1962, el nombre de san José fue incluido en el Canon Romano por el beato Juan XXIII. Recordamos la alegría de san Josemaría cuando el Card. Arcadio Larraona, claretiano, le llamó para comunicarle la decisión: «Cuando en su discurso de clausura de la primera sesión del Concilio Vaticano II, el pasado 8 de diciembre, el Santo Padre Juan XXIII anunció que en el canon de la misa se haría mención del nombre de San José, una altísima personalidad eclesiástica me llamó en seguida por teléfono para decirme: "Rallegramenti! ¡Felicidades!: al escuchar ese anuncio pensé en seguida en usted, en la alegría que le habría producido". Y así era: porque en la asamblea conciliar, que representa a la Iglesia entera reunida en el Espíritu Santo, se proclama el inmenso valor sobrenatural de la vida de San José, el valor de una vida sencilla de trabajo cara a Dios, en total cumplimiento de la divina voluntad» (Es Cristo que pasa, 44, 3).
Ofrecemos un comentario de Mons. Juan-Miguel Ferrer, subsecretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, que explica los motivos de este cambio; y un artículo de Mons. Maurizio Barba, en italiano, publicado en L'Osservatore Romano, que señala la relevancia de san José en la historia de la Salvación.
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San José en la Historia de Salvación y en la Plegaria Eucarística
Por Mons. Juan-Miguel Ferrer y Grenesche
Hoy miércoles 19 de junio de 2013 aparece la noticia de la inserción del nombre de san José en las Plegarias Eucarísticas II, III y IV del Misal Romano, como ya lo estaba, por decisión del Beato Juan XXIII, en el Canon Romano o Plegaria Eucarística I.
Fue el santo padre Benedicto XVI quien instó a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos a dar este paso, confirmado ahora por la autoridad de papa Francisco.
La Plegaria Eucarística no recoge elementos con un mero criterio devocional. Sus textos y gestos, así como los nombres que aparecen en ellas, tienen un papel teológico: hacen referencia, sea a la Historia de Salvación, sea al misterio de la Iglesia. La Plegaria inserta a la Comunidad en el misterio de la Iglesia en oración y a la Iglesia en el Misterio de Dios.
Como ya ocurría entre el pueblo de Israel la oración recoge lo que profesa la fe y la profesión de fe sintetiza lo que la Escritura narra y enseña. San José está presente, muy discretamente, en los Evangelios. Pero allí su presencia no deja de reflejar un papel clave, según el divino designio: José, en nombre de todos sus ancestros, depositarios de la promesa salvífica de Dios, recibe, por medio de su verdadera esposa, María siempre Virgen, el cumplimiento de todas las promesas, Jesús, el Cristo.
Al conocer que su prometida va a ser Madre del Mesías, José, “el justo”, cree que no es digno de tal esposa ni, particularmente, del divino niño que ésta ha concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. José quiere quitarse del medio, dejar a Madre e Hijo en manos de Dios. Pero Dios quiere que José siga adelante con su matrimonio con María y que tome al niño, que va a nacer, como hijo y le ponga nombre. Quiere que todos piensen que es su Hijo, el hijo del artesano, aunque este Hijo sea un puro don para José, un don que él mismo no hubiese nunca podido conseguir, porque este Niño es hombre verdadero, de la carne de María, pero es también Dios, consustancial con el Padre.
Esta afirmación de la Divinidad de Cristo es clave de la Divina Revelación y en la obra de la Salvación humana. Será pronto objeto de acalorados debates doctrinales, que llevan a afirmar lo humano y lo divino de Cristo y por ello a rodear el misterio de su concepción y alumbramiento con un manto de prudencia que lleva a separar a José de María y de Jesús: separarlo por la edad, haciendo de él un anciano; separarlo físicamente, poniéndole de espaldas al misterio de la Madre y el Hijo en Belén.
No obstante, antiquísimas tradiciones de piedad y de culto litúrgico han conservado el recuerdo de José en las liturgias cristianas y en las devociones del pueblo de Dios. Primero con apócrifos y fiestas litúrgicas en Oriente, luego, desde la época de las cruzadas, en Occidente. El José de los designios de Dios y de los Evangelios va recuperando puestos en la vida litúrgica de la Iglesia de rito romano y en la piedad del pueblo cristiano.
Desde su Patrocinio sobre la Iglesia universal, proclamado por el beato Pío IX , hasta su especial protección sobre el concilio Vaticano II, hace ahora 50 años, afirmada por el Beato Juan XXIII, san José ha visto cómo el pueblo cristiano, dejando atrás cualquier duda sobre la verdadera humanidad y divinidad de Cristo, fija en él su mirada (como modelo de fe y de obediencia a los divinos designios) y reconoce, confiado, una singular intercesión celestial sobre la Iglesia, cuerpo de Cristo, que él, José, ve como parte, o en unión, con el Hijo que Dios le encomendó acoger y cuidar, haciendo para él las veces de padre en la tierra.
En este sentido su presencia en las cuatro primeras plegarias del Misal Romano refleja el papel que el Magisterio y la Teología, siguiendo a Tradición y Escritura, le reconocen en la Historia de Salvación y en la vida de la Iglesia.
En este año de la fe, sea esta exaltación de José, un aldabonazo para que, siguiendo sus ejemplos y confiados en su singular intercesión, todos los cristianos acojamos más profunda y sinceramente el “don de Dios”: Cristo y dejemos que Él polarice toda nuestra vida, como la de san José, de modo que Él sea nuestro proyecto y nuestra esperanza.
¡Ojalá todos, por nuestra oculta laboriosidad y nuestra entrega total y confiada en la divina providencia, podamos ser tenidos, al igual que Cristo lo fue por sus paisanos de Nazaret, como “hijos del carpintero”!
Mons. Juan-Miguel Ferrer y Grenesche
Subsecretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
Il culto di San Giuseppe nella tradizione della Chiesa
Por Mons. Mauricio Barba (publicado en L´Osservatore Romano)
È sorprendente il fatto che il culto di S. Giuseppe sia stato introdotto ufficialmente nella Chiesa se non in epoca tardiva, mentre sin dai tempi più remoti il ricordo o la devozione del vir iustus sono stati sempre vivi nella mente e nel cuore dei Padri della Chiesa, degli scrittori ecclesiastici, dei Pontefici, degli autori cattolici e dei fedeli.
Se una certa prudenza di non mettere in risalto la figura di S. Giuseppe si è andata facendo strada in tempi nei quali la polemica in difesa della divinità del Figlio di Dio e della verginità della Madre di Dio era alquanto accesa, un riservato e silenzioso impulso maturava nell’animo umano verso lo sposo di Maria e padre putativo di Gesù.
I testi apocrifi e la letteratura patristica
I modesti accenni che la Sacra Scrittura riserva a S. Giuseppe sono sviluppati dall’abbondante letteratura apocrifa e patristica. Il Protoevangelo di Giacomo (II-III sec.) come anche la Storia di Giuseppe il falegname (IV sec.) e il Vangelo dello pseudo-Matteo (VI sec.) cercano di colmare il silenzio biblico con racconti carichi di devozione. Per la loro forma letteraria alcuni di questi testi apocrifi, come ad esempio la Storia di Giuseppe il falegname, nella quale sono state rinvenute tracce di una devozione popolare, pare fossero usati anche nella liturgia in occasione della festa di S. Giuseppe, specialmente nei monasteri copti.
Anche nella letteratura patristica incontriamo una certa predilezione verso S. Giuseppe da parte di alcuni esponenti come ad esempio S. Girolamo, S. Efrem il Siro, S. Agostino, S. Giovanni Crisostomo, anche se nei loro scritti la menzione del Santo è sempre posta in relazione con Gesù, e Maria, nell’ottica del mistero della salvezza.
Il culto
I primi indizi di un culto a S. Giuseppe risalgono al VII sec.: il Vescovo della Gallia Arculfo, durante il suo pellegrinaggio nella Terra Santa ne attesta la presenza a Nazaret nel 670; i calendari copti, dei secc. VIII-IX, ne testimoniano la festa il 20 luglio e il Menologio di Basilio II il 25 dicembre in relazione con i Magi.
Dall’Oriente pare che il culto a S. Giuseppe fu portato in Occidente: una chiesa era a lui dedicata a Bologna nel 1129, e nel sec. XIII il primo Ufficio proprio del Santo appare nel codice (Ms 9598-606) di Bruxelles che attesta la data del 19 marzo; nei secc. XIV-XV il culto di S. Giuseppe ebbe un notevole sviluppo ad opera dei Francescani −si pensi a Ubertino da Casale († 1325) e al cancelliere Gersone († 1429)− e Carmelitani che lo inserirono nel loro Breviario.
Alla fine del XV sec. Sisto IV (1471-1484) ne approva la festa di grado simplex fissandola al 19 marzo. Gregorio XV nel 1621, in seguito alle istanze di alcuni sovrani devoti del Santo, la dichiarò festa di precetto. Clemente X nel 1670 la elevò a festa doppia di seconda classe e ne approvò l’Ufficio proprio nel 1714. Pio IX nel 1847, con il decreto della Sacra Congregazione dei Riti Inclytus Patriarcha Joseph (10 settembre 1847), estese a tutta la Chiesa la festa del Patrocinio di S. Giuseppe −inizialmente accordata ai Carmelitani di Francia e d’Italia nel 1680− fissandone la data alla III Domenica dopo Pasqua e nel 1870 lo proclamò Patrono della Chiesa universale, al fine di ottenere per i suoi meriti e per la sua intercessione, con più efficacia la misericordia di Dio perché fossero allontanati tutti i mali che affliggevano da ogni parte la Chiesa; inoltre, con la Lettera Apostolica Inclytum Patriarcham (7 luglio 1871) riconobbe a S. Giuseppe il diritto ad un culto specifico, con l’introduzione di particolari “privilegi e onori” che spettano ai Patroni secondo le rubriche del Messale e del Breviario Romano (cioè la recita del Credo, l’inserimento dell’invocazione Cum Beato Joseph nell’orazione A cunctis da far seguire immediatamente quella della Beata Vergine Maria, l’aggiunta dell’antifona ai Vespri Ecce fidelis servus, quella alle Lodi Ipse Iesus e l’orazione Deus, qui ineffabili providentia). Pio X trasferì la festa del Patrocinio al mercoledì dopo la III Domenica dopo Pasqua e con decreto della Congregazione dei Riti (18 marzo 1809) ne approvò le litanie in suo onore con le relative indulgenze. Benedetto XV approvò e concesse (9 aprile 1919) di introdurre nel Messale Romano il testo del “Prefazio” proprio per le Messe di S. Giuseppe, sia festive che votive, in occasione del 50° anniversario della proclamazione di S. Giuseppe a Patrono Universale della Chiesa; con il decreto della Congregazione dei Riti (23 febbraio 1921) fece introdurre il nome di S. Giuseppe nelle invocazioni «Dio sia benedetto»; infine, con decreto della Sacra Congregazione dei Riti (26 ottobre 1921), volle estendere alla Chiesa Universale la festa della «Santa Famiglia», istituita da Leone XIII nel 1895, stabilendo che fosse celebrata con rito doppio maggiore la domenica nell’ottava dell’Epifania, con diritti e privilegi della stessa domenica. Pio XII nel 1955 trasferì la festa del Patrocinio di S. Giuseppe al 1° maggio cambiando il titolo in “S. Giuseppe operaio”. Giovanni XXIII, alla fine del primo periodo del Concilio Ecumenico Vaticano II, con il decreto “Novis hisce temporibus” della Sacra Congregazione dei Riti (13 novembre 1962), ne inserì il nome nel Canone Romano.
Gli autori ecclesiastici
A differenza dei Padri della Chiesa che trattarono di S. Giuseppe solo occasionalmente nel contesto dei commenti ai passi evangelici che lo nominano, gli scrittori ecclesiastici e i grandi teologi scolastici −tra i quali vanno segnalati ad esempio S. Bernardo, S. Tommaso d’Aquino, S. Bonaventura, S. Vincenzo Ferrer, S. Bernardino da Siena, S. Teresa di Gesù, S. Pietro Canisio, S. Francesco di Sales, S. Giovanni Eudes, S. Vincenzo de’ Paoli, S. Leonardo da Porto Maurizio, S. Alfonso Maria de’ Liguori− si interessarono a lui più ampiamente, creando un vero e proprio pensiero teologico sulla sua figura e missione mediante uno sviluppo letterario diversificato.
Gli autori e scrittori cattolici
Nell’ambito della tradizione ecclesiale si colloca anche tutto un filone di produzione letteraria ad opera di autori e scrittori cattolici che vanno dall’epoca più antica −come ad esempio: Remigio di Autun (sec. X), Ubertino da Casale (sec. XIV), Bartolomeo da Pisa e Bernardino da Feltre (sec. XV), Bernardino de’ Bustis (sec. XVI), Giovanni da Cartagine− a quella più moderna −come J. Jacquinot (1645), J.J. Olier, J. Richard (1698), J.B. Bossuet (1697), V. Houdry (1718), E. Hello (1875), B. Maréchaux (1910), Ch. Sauvé (1920), Éphraïm (1996)−.
La voce dei Sommi Pontefici
Ma il forte impulso alla diffusione del pensiero teologico su S. Giuseppe fu dato dalla voce autorevole dei Sommi Pontefici che nel Magistero hanno fissato le linee essenziali della teologia giuseppina.
Pio IX, con la Lettera Apostolica Inclytum Patriarcham (7 luglio 1871), riassumeva il magistero pontificio precedente relativo a S. Giuseppe, e presentava un primo breve trattato sulla sua figura, con riferimento ai suoi titoli, grandezza, dignità, santità e missione.
Leone XIII, nell’Enciclica Quamquam pluries (15 agosto 1889), approfondiva la dottrina su S. Giuseppe dai fondamenti della sua dignità sino alla ragione singolare per cui merita di essere proclamato Patrono di tutta la Chiesa, modello e avvocato di tutte le famiglie cristiane. Autentico “teologo” di S. Giuseppe, egli illuminava con questa Enciclica la grandezza di S. Giuseppe come Padre putativo di Gesù Cristo.
Benedetto XV, nel Motu proprio Bonum sane (25 luglio 1920), ricordava l’efficacia della devozione a S. Giuseppe come rimedio ai problemi del dopoguerra e raccomandava di supplicarlo in favore dei moribondi, poiché «egli è ritenuto meritatamente il loro più efficace protettore, essendo spirato con l’assistenza di Gesù e Maria».
Pio XI, nel discorso del 19 marzo 1928 sosteneva la precedenza di S. Giuseppe su S. Giovanni Battista e S. Pietro.
Pio XII, nel discorso del 1° maggio 1955, in occasione del decimo anniversario delle ACLI, proponeva la figura di S. Giuseppe come Patrono e modello degli operai.
Giovanni XXIII, nella Lettera Apostolica Le voci (19 marzo 1961), riassumeva gli atti dei precedenti Pontefici in onore di S. Giuseppe e lo nominava protettore del Concilio Ecumenico Vaticano II.
Paolo VI, in diversi discorsi presentava la figura di S. Giuseppe nella sua poliedrica ricchezza.
Giovanni Paolo II, nell’Esortazione apostolica Redemptoris custos (15 agosto 1989) offriva un’ampia riflessione «sulla figura e la missione di S. Giuseppe nella vita di Cristo e della Chiesa» e lo collocava chiaramente nel cuore del mistero della Redenzione, sulla stessa linea delle grandi Encicliche Redemptor hominis (4 marzo 1979) e Redemptoris Mater (25 marzo 1987).
Non sfugge, infine, la particolare devozione anche degli ultimi due Papi: Benedetto XVI, che, oltre a portare il nome del Santo come nome di battesimo, durante il suo pontificato più volte ha fatto riferimento al Santo, e Papa Francesco, che nel suo stemma ha voluto esprimere la personale devozione verso il padre putativo di Gesù con l’inserimento del fiore di nardo, che nella tradizione araldica e iconografica rimanda al Patrono della Chiesa universale. Per singolare coincidenza, poi, l’inizio del ministero petrino di Papa Francesco è stato celebrato proprio nel giorno della solennità di S. Giuseppe.
Il recente provvedimento
In considerazione della volontà del Santo Padre Benedetto XVI, confermata da Papa Francesco, di inserire la menzione di S. Giuseppe nelle Preghiere eucaristiche II, III e IV del Messale Romano, supportata anche dalla dottrina del recente Magistero espresso nell’Esortazione Apostolica Redemptoris custos di Giovanni Paolo II, in cui viene presentato lo speciale vincolo di S. Giuseppe con il mistero di Cristo, la Congregazione per il Culto Divino e la Disciplina dei Sacramenti ha proceduto ad emanare il decreto con il quale si apporta tale intervento nel Messale Romano.
Il documento, che riprende nel testo varie espressioni dell’Esortazione Apostolica Redemptoris custos di Giovanni Paolo II, porta la data del 1° maggio 2013, memoria di S. Giuseppe Lavoratore.
In esso viene espresso in maniera concisa il ruolo del Santo nell’economia della salvezza, chiamato da Dio a esercitare la sua paternità a servizio della persona e della missione di Cristo con generosa umiltà e adorno di quelle virtù comuni, umane e semplici, che fungono da modello tipico per coloro che si mettono alla sequela di Cristo. L’esercizio della sua paternità è espresso mediante la duplice missione di prendersi amorevole cura della Beata Vergine Maria e di dedicarsi con gioioso impegno all’educazione di Gesù, divenendo in tal modo il “custode” dei tesori più preziosi di Dio. La sua paternità, poi, si manifesta anche nel sostegno che egli concede alla Chiesa, corpo mistico di Cristo, che beneficia della sua protezione.
Il documento, inoltre, sottolinea l’ininterrotta tradizione del culto che la Chiesa tributa al Santo e la particolare devozione dei fedeli che da sempre ne hanno onorato la memoria di Sposo castissimo della Madre di Dio e Patrono celeste di tutta la Chiesa. Si fa, quindi, riferimento al fatto che durante il Concilio Ecumenico Vaticano II, il Beato Giovanni XXIII ha voluto inserire il nome di S. Giuseppe nel Canone Romano, ponendo sotto il suo patrocinio la riuscita dell’assise conciliare.
Sulla scia di questo provvedimento e degli auspici pervenuti da più parti, il decreto mette in evidenza la benevola accoglienza del Papa Benedetto e la fattiva attuazione del Papa Francesco a introdurre nelle altre Preghiere eucaristiche il nome di S. Giuseppe con la formulazione appropriata del testo da inserire secondo lo stile delle diverse Preghiere, considerata tipica per la lingua latina.
Infine, per quanto riguarda la traduzione delle medesime formule nelle altre lingue, il decreto afferma che per le lingue moderne occidentali di maggior diffusione se ne occuperà la Congregazione per il Culto Divino e la Disciplina dei Sacramenti, mentre per quelle da redigere nelle altre lingue si demanda la preparazione, come stabilito dal diritto, alla relativa Conferenza dei Vescovi con la seguente approvazione della Santa Sede.
Mons. Maurizio Barba
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