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Conferencia pronunciada durante el "Coloquio sobre Educación y educadores cristianos", organizado por el Centro de Investigación del Instituto Católico del Campus Ker Lann, en Rennes (Francia). El coloquio tenía como objetivo presentar las aportaciones de la fe a la educación, destacando algunas figuras de la historia de la Iglesia.
Resumen
El tema de esta presentación se encuentra determinado por el contexto del Coloquio. San Josemaría es considerado un contemplativo itinerante, el santo de la cotidianeidad, sin ulteriores especificaciones. Su mensaje hace referencia al valor cristiano de cualquier actividad humana honesta. De ahí que presentar sus enseñanzas sobre una actividad particular, como es la educación, requiera algunas aclaraciones.
La exposición se articula en tres partes. En la primera, trato de precisar en qué sentido puede hablarse de enseñanzas de San Josemaría sobre la educación. A continuación, presento una clave de lectura de esas enseñanzas: su consideración a la luz de la universalidad de la vocación cristiana, núcleo del mensaje transmitido por San Josemaría, y a cuya difusión dedicó íntegramente su vida. Por último, presto especial atención a cómo entendió la misión educativa de la Universidad, institución que amó apasionadamente.
I. San Josemaría, educador. Algunas premisas
Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975), Fundador del Opus Dei (1928)[1] ha sido, ante todo, un sacerdote santo[2] y un maestro singular de una espiritualidad cuyo núcleo es la «afirmación de la llamada universal a la santidad, del valor cristiano del trabajo y de las realidades terrenas»[3]. El carisma recibido por San Josemaría se encaminaba no solo a la predicación de un mensaje, sino también a la creación de una institución que lo perpetuase en el tiempo[4].
Cuando San Josemaría comenzó a predicar, la doctrina de la llamada universal a la santidad, que hoy es considerada «el elemento más característico del entero magisterio conciliar»[5], fue percibida como una gran novedad, que no encontraba en la Teología ni en el Derecho Canónico del momento los desarrollos y los cauces oportunos para su reconocimiento. Tuvo, por tanto, que elaborar toda una doctrina teológica, pastoral y jurídica[6]. Desde el 2 de octubre de 1928, hasta su fallecimiento el 26 de junio de 1975 se dedicó con todas sus energías a difundir la conciencia de la llamada a la santidad que Dios ha dirigido a todos los hombres. Ningún aspecto de la existencia de San Josemaría se desarrolló al margen de esta misión[7]. Surge, entonces, de modo natural la pregunta, ¿es posible hablar, y de qué modo, de algo que no coincida con esta realidad, con la que identificó su vida? ¿Tiene sentido buscar, en su vida y escritos, un pensamiento pedagógico particular, o un estilo educativo propio? ¿Ha sido San Josemaría un educador, un pedagogo? ¿Nos ha dejado un legado educativo?
Para responder a estas preguntas parece oportuno distinguir, en primer lugar, dos modos de referirnos a la educación: uno, amplio y general; otro, de carácter más restringido. Educar, en su sentido más amplio, y de acuerdo con la acepción greco-socrática, significa llevar al hombre a ser “sí mismo”, es decir, ayudarle a alcanzar su perfección en cuanto hombre[8]. Son bien conocidas las dificultades insuperables que encontró para su realización la visión griega del “sí mismo”[9]. Sólo en la Revelación hebraico-cristiana halló el hombre la respuesta cabal de su grandeza- fragilidad, logrando descifrar el enigma sobre sí mismo que no conseguía resolver, al percibirse como contradicción viviente.
El cristianismo colocó la perfección del hombre en el vivir en comunión con Dios[10] como hijos suyos en Cristo. Al mismo tiempo no se limitó a indicar el camino para conseguir esa felicidad suprema, sino que ofreció también los medios para lograrla. En efecto, la gracia al operar la regeneración de la naturaleza humana deteriorada por el pecado, rescata la libertad de la esclavitud en la que se encontraba, liberándola de la dificultad insuperable para elegir libremente la verdad sobre el bien afirmado con el juicio de la razón[11].
En base a esta visión del hombre, el cristianismo ha elaborado una doctrina de la educación que tiene como fin la perfección de la persona humana como tal en todas sus dimensiones, y que entiende la acción educativa como colaboración con la gracia y la libertad del individuo para reconstruir a la persona en su verdad. En la pedagogía cristiana, la acción educativa alcanza su sentido más acabado cuando se configura como ayuda para que cualquier hombre o mujer aprenda a vivir como hijo de Dios, imitando al hombre perfecto, que es Cristo[12], con las posibilidades y deficiencias de cada uno.
Bajo esta perspectiva, no cabe duda que San Josemaría ha sido un gran pedagogo, un pastor lleno de celo que ha guiado a miles de personas a vivir en plenitud esa llamada a la identificación con Cristo en la que consiste sustancialmente la vocación cristiana. Su obra de educador está, por tanto, en las decenas de miles de personas que en todo el mundo se dicen —y son— sus hijos, en los miles de profesionales que ha llevado al sacerdocio, en los millones de personas de las más diversas situaciones que han recibido —y siguen recibiendo— estímulo de sus palabras y de sus escritos, en quienes, movidos y atraídos por su ideal de servicio, han orientado su vida profesional dentro del ámbito de la educación[13]. El alcance de su influjo educativo está presente también en tantos colegios, universidades, centros de formación profesional, actividades y programas de orientación familiar, resultado del tesón de padres y madres de familia, fieles de la Prelatura o sin vinculación alguna con ella que, inspirados en el ideal cristiano de formación predicado por San Josemaría, promovieron —y siguen promoviendo— por el mundo entero actividades educativas con perfiles variadísimos[14].
Si, en cambio, consideramos la educación de un modo más restringido, es decir, en sus aspectos metodológicos o de técnica educativa, San Josemaría no dio indicaciones particulares, pues los dejó a la decisión libre y responsable de los profesionales que tenían encomendadas estas tareas. A diferencia de otros insignes educadores cristianos de los últimos cuatro siglos, como San José de Calasanz (pionero de la escuela no estamental), San Juan Bautista de La Salle (precursor de las actuales escuelas profesionales), San Juan Bosco (formador de los jóvenes), Eugène Dévaud (conocido por su esfuerzo por integrar algunos aspectos del movimiento de la Escuela Nueva con los principios cristianos), o Maria Montessori (promotora de un método dirigido especialmente a los niños en la etapa pre-escolar), no puede atribuirse a San Josemaría en este ámbito alguna especialización. Tampoco cabe decir que haya dado origen a una escuela pedagógica o a una metodología didáctica propias del Opus Dei. Naturalmente, San Josemaría reflexionaba sobre la actividad de formación humana y cristiana, y tenía formada una opinión sobre éstas y otras cuestiones, pero se trataba de su opinión personal[15]. Su aportación se ha realizado no tanto desde un trabajo académico como desde el marco de una sabiduría cristiana.
Todo esto no significa, por otra parte, que en San Josemaría no exista un cuerpo de enseñanzas sobre la educación, ni que las labores educativas promovidas con el impulso de su espíritu carezcan de características comunes. Quienes le han conocido, o quienes se acercan a algunas de las numerosas iniciativas de formación animadas por su espíritu, advierten —dentro de una grandísima variedad— una fisonomía peculiar. Entre otros aspectos, ese perfil educativo se manifiesta en el empeño que ponen quienes ahí trabajan en el cultivo de las virtudes humanas y en ofrecer una enseñanza o formación de calidad. Se distinguen también por el modo como se procura fomentar el amor al trabajo bien hecho y el cuidado de los detalles materiales. En esos centros, la educación de la libertad y, consiguientemente de la responsabilidad personales, asume un lugar central. Y, en todos ellos, se refleja el esfuerzo para que en todas las relaciones domine un tono optimista y se cree un ambiente de confianza, convivencia y amistad. Se intenta también que la identidad cristiana y el afán de servicio señalen todas las actividades que allí se realizan. Finalmente, la consideración teórica y operativa de los padres como primeros y principales educadores de los hijos[16], es otra característica claramente presente en todas estas iniciativas.
Indudablemente, San Josemaría fue un educador. Su vida y sus enseñanzas transmiten un estilo educativo, que «es fiel reflejo del espíritu del Opus Dei por él encarnado. Y es lógico que en las actividades educativas animadas por ese mismo espíritu, pueda apreciarse, como consecuencia, un sello característico»[17]. Se trata, sin embargo, de una pedagogía que no nace de principios de escuela, ni del estudio de algunos autores en particular, sino que está profundamente inspirada en el Evangelio, cuya antigüedad-novedad supo mostrar con gran atractivo[18].
Considero oportuno completar estas premisas con alguna indicación sobre los lugares donde encontrar el pensamiento de San Josemaría sobre la educación.
En primer lugar hay que mencionar que, entre sus escritos, no se encuentran manuales ni tratados sobre la educación. En su vastísima enseñanza y actividad, no comparece una teorización más o menos sistemática sobre el tema. Su aportación en este campo —al igual que en otros— brota naturalmente de su actividad sacerdotal[19]. De ahí que sus escritos estén siempre en estrecha conexión con su experiencia espiritual, con su acción apostólica y con la tarea de gobierno de la institución que fundó[20]. Son, por tanto, homilías, pláticas, sermones, meditaciones, retiros espirituales, anotaciones para el gobierno, documentos dirigidos a mejorar la vida espiritual de sus hijos, entrevistas concedidas a algunos corresponsales de la prensa, discursos con ocasión de actos académicos o de reconocimientos honoríficos, etc. Escribe «en servicio de lo que constituyó el substrato y la meta de toda su vida: su condición sacerdotal y el cumplimiento de la misión recibida el 2 de octubre de 1928 (…). Sus escritos surgen, por eso, no solo en conexión con el desarrollo de su vida y su misión, sino en estricta relación con lo que esa vida y esa misión iban reclamando»[21].
A los modos usuales de la predicación, en el caso del Fundador del Opus Dei se une otro, que en su actividad sacerdotal y espiritual tuvo gran importancia: las reuniones de carácter familiar y amigable (“tertulias”), a veces multitudinarias en las que salían a relucir temas muy diversos[22]. Están muy presentes también en su acción educativa los medios más variados de comunicación oral personal: la conversación con el consejo animante, la advertencia, la indicación precisa o la corrección; la charla de dirección espiritual, etc.[23].
Además, quienes han tenido la dicha de conocerle, lo que suelen recordar con mayor fuerza, «no es tanto lo que ha podido decir sobre esos temas, sino el ejemplo de su propia vida personal, convertida por entero en una grandiosa, multiforme y constante actividad educadora; lo que aparece quizá con más relieve es el hecho de que ha sido un educador excepcional, que ha consumido toda su vida en una tarea apasionada de dar sin cesar doctrina con su ejemplo y con su palabra»[24].
La vida y la actividad de San Josemaría desbordan con mucho lo contenido en sus escritos. En consecuencia, para conocer las enseñanzas de San Josemaría sobre la educación, hay que dirigirse no solo a sus escritos sino también a su vida y a la huella que ha dejado en la Iglesia y en la sociedad, sobre todo en las personas que han asimilado —y siguen asimilando— vitalmente su espíritu.
Asentadas estas premisas, paso a exponer algunas enseñanzas de San Josemaría sobre la educación. Divido el trabajo en dos partes. En la primera, presento una clave de lectura de esas enseñanzas: su consideración a la luz de la universalidad de la vocación cristiana, núcleo del mensaje transmitido por San Josemaría y, por tanto, del espíritu que vertebra la institución que él fundó, realidades con las que identificó plenamente su vida. Indicaré también algunos rasgos de ese espíritu que contienen mayores resonancias de carácter pedagógico. En la segunda parte, por tratarse de un Coloquio universitario, dedicaré especial atención a cómo entendió San Josemaría la misión educativa de la Universidad, institución que amó apasionadamente[25].
II. Vocación universal a la santidad y tarea educativa
Todos los santos han recibido carismas particulares para ayudarnos a penetrar en la riqueza de la persona y de las enseñanzas de Cristo. Por eso, su vida —evangelio vivo y —eventualmente— sus escritos transmiten luces nuevas que merece la pena considerar[26].
¿Dónde han puesto el acento la vida y los escritos de San Josemaría dentro de ese caudal de conocimiento y amor, dado en plenitud y para siempre, que es la Revelación cristiana? He mencionado ya que el núcleo del mensaje del Opus Dei es la afirmación de la llamada universal a la santidad, verdad evangélica que San Josemaría percibió con particular profundidad[27]. Hace referencia al sentido vocacional cristiano de la existencia, es decir, a la llamada divina dirigida a todos los hombres a ser y a vivir como hijos adoptivos de Dios en Cristo[28] y, más precisamente, al designio de Dios sobre el modo singular —propio de cada uno— de recorrer el camino común de la santidad[29]. Ese desvelarse del querer eterno de Dios sobre el sentido total y concreto de la propia existencia, que ha de realizarse con la colaboración de nuestra libertad, es lo que llamamos vocación personal. «Dios —insistía San Josemaría— no deja a ningún alma abandonada a un destino ciego: para todas tienen un designio, a todas las llama con una vocación personalísima, intransferible»[30].
Aunque desde el punto de vista humano, existir —nacer— es cronológicamente anterior, la vocación personal tiene prioridad absoluta, ya que es determinante del mismo existir: Dios llama «a la existencia y a la santidad, precisamente porque la santidad constituye la finalidad de la existencia»[31]. «Hemos sido establecidos en la Tierra —dice San Josemaría— para entrar en comunión con Dios mismo»[32]. Porque cada hombre es aquello para lo que Dios le ha creado, la vida humana no tiene otro sentido que el ir conocimiento y realizando libremente esa voluntad divina.
Siendo la realidad determinante, todo en la vida de cada uno recibirá su más pleno sentido desde la vocación personal, luz que integra todas las facetas de la existencia y que permite valorar y dirigir las diversas situaciones en orden a la plenitud de la vida cristiana, que es la caridad[33]. San Josemaría lo expresaba así:
«La vocación enciende una luz que nos hace reconocer el sentido de nuestra existencia. Es convencerse, con el resplandor de la fe, del porqué de nuestra realidad terrena. Nuestra vida, la presente, la pasada y la que vendrá, cobra un relieve nuevo, una profundidad que antes no sospechábamos. Todos los sucesos y acontecimientos ocupan ahora su verdadero sitio: entendemos adónde quiere conducirnos el Señor, y nos sentimos como arrollados por ese encargo que se nos confía»[34].
No hay, por tanto, perspectiva más radical y unificante que la de ver la vida y todas las cosas desde el prisma de la vocación, centrando así la propia existencia en Dios, haciendo del cumplimiento de la voluntad divina la norma de todo actuar[35]. Pues bien, San Josemaría concibió el ser cristiano en clave de llamada y respuesta a identificarse con Cristo en la vida cotidiana, en clave de vocación[36]. Y esta perspectiva, al no dejar nada fuera de ella, le permitió abrazar la educación desde su raíz y en todos sus aspectos, sin simplificaciones ni reduccionismos, sin atomizarla en objetivos inconexos[37].
Además, siendo la educación ayuda a la realización del sentido pleno de la existencia de aquél a quien se quiere educar, su consideración a la luz de la vocación personal, facilita también que el educador se sitúe dinámicamente de manera más precisa y eficaz, en un segundo plano, que es el que le corresponde, facilitando la recepción de la llamada y la respuesta, pues es siempre el educando quien libremente ha de responder. La ayuda educativa queda cualificada así en su más alto grado, como contribución al descubrimiento del plan de Dios para el educando y a su progresiva consecución. Con esto se aleja el peligro —siempre cercano al educador— de pretender realizar sus propios proyectos en la vida de quienes deben contribuir a formar (hijos, alumnos)[38]. Sobre estos puntos, la actitud personal de San Josemaría y, por tanto, su enseñanza son paradigmáticas: de algún modo veía a las personas siempre en perspectiva educativa, con respeto y cariño, intentando emplazarlas ante su libertad personal.
«Si interesa mi testimonio personal, puedo decir que he concebido siempre mi labor de pastor de almas, como una tarea encaminada a situar a cada uno frente a las exigencias completas de su vida, ayudándole a descubrir lo que Dios, en concreto, le pide sin poner limitación alguna a esa independencia santa y a esa bendita responsabilidad individual, que son características de una conciencia cristiana»[39].
El objetivo al que tiende la educación, visto desde la perspectiva de la vocación cristiana, puede asimilarse a la unidad de vida que San Josemaría vivió y enseñó con extraordinaria originalidad[40]. La unidad de vida consiste, en último término, en procurar que todas las acciones, aunque se desarrollen en diferentes planos, no constituyan “mundos” separados, porque en todas ellas se busca, de un modo u otro, la perfección definitiva, la identificación con Cristo[41]. En una homilía pronunciada en el Campus de la Universidad de Navarra en 1967, San Josemaría lo expresaba con gran fuerza y claridad:
«Yo solía decir a aquellos universitarios y a aquellos obreros que venían junto a mí por los años treinta, que tenían que saber materializar la vida espiritual. Quería apartarlos así de la tentación, tan frecuente entonces y ahora, de llevar como una doble vida: la vida interior, la vida de relación con Dios, de una parte; y de otra, distinta y separada, la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenas.
¡Que no, hijos míos! Que no puede haber una doble vida, que no podemos ser como esquizofrénicos, si queremos ser cristianos: que hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser –en el alma y en el cuerpo– santa y llena de Dios: a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales»[42].
En un planteamiento así, puede decirse con verdad que al hombre que vive la unidad de vida nada de lo humano le es extraño y todo lo de Dios le es propio[43]. Estamos, por tanto, ante la lógica más unificante del proceso educativo, que trata de llevar todo hacia la perfección definitiva, que es la santidad.
San Josemaría expresó en repetidas ocasiones que la fuente y el fundamento de esa unidad de vida es el sentido de la filiación divina, la conciencia de ser hijo de Dios en Cristo. Solía describirla como «una actitud del alma que acaba por informar la existencia entera: está presente en todos los pensamientos, en todos los deseos, en todos los afectos»[44]. Es, por tanto, una forma peculiar de mirar todos los acontecimientos y todas las personas:
«Precisamente porque somos hijos de Dios, esa realidad nos lleva también a contemplar con amor y con admiración todas las cosas que han salido de las manos de Dios Padre Creador. Y de este modo somos contemplativos en medio del mundo, amando al mundo»[45].
La filiación divina constituye el nervio central de su espíritu y, por tanto, de su enseñanza[46]. San Josemaría recibió personalmente gracias extraordinarias para saberse hijo de Dios en Cristo, y toda su doctrina está atravesada por esta impronta filial[47]: vivió y enseñó a comportarse siempre sabiéndose en la presencia de un Dios que es Padre y quiere a los hombres con locura[48].
Por constituir la filiación divina la más íntima dimensión del ser cristiano[49], la conciencia de esta realidad es también lo que más fuertemente puede conducir a la unidad de vida. De esta doctrina antropológica derivan numerosas implicaciones para la tarea educativa. Me limito a indicar algunas. La conciencia clara de la altísima dignidad de cada hombre —todos son o pueden llegar a ser hijos de Dios— promueve una actitud de profundo respeto y un trato delicado hacia todas las personas, y en todas las relaciones humanas, por tanto, también en la relación educativa padres – hijos y profesores – alumnos[50]. Tiene también como consecuencia el interés y el esfuerzo por formar y tratar a las personas una a una, como joyas preciosas.
«¡No pueden tratarse las almas en masa! No es lícito ofender la dignidad humana y la dignidad de hijo de Dios, no acudiendo personalmente a cada uno (…) porque cada alma es un tesoro maravilloso: cada hombre es único, insustituible. Cada uno vale toda la sangre de Cristo»[51].
Es ésta la raíz más profunda del trato personalizado que se recibe en las labores educativas nacidas con el impulso del espíritu transmitido por San Josemaría[52]. El sentido de la filiación divina que supo inculcar en sus hijos es también la fuente permanente del talante de alegría y optimismo que se advierte en ellas[53].
En esta exposición, casi esquemática, en la que he tratado de indicar algunas de las consecuencias que se siguen de contemplar la educación desde la perspectiva de la vocación cristiana, falta todavía un aspecto central: el de la respuesta en libertad a esa llamada. Dios no impone al hombre su querer, le invita a la amistad con Él esperando que libremente acoja su iniciativa[54].
La libertad a la que se refiere el Fundador del Opus Dei es, ante todo la libertad cristiana, la libertad que Cristo nos ganó en la Cruz: el gran don de ser hijos del Padre y de poder amar a Dios y, por Él, a las demás personas creadas[55].
«Saber que hemos salido de las manos de Dios, que somos objeto de la predilección de la Trinidad Beatísima, que somos hijos de tan gran Padre. Yo pido a mi Señor que nos decidamos a darnos cuenta de eso, a saborearlo día a día: así obraremos como personas libres»[56].
San Josemaría percibió con gran lucidez el núcleo de la libertad, que no es indiferencia ante el bien o el mal, ni mera posibilidad de elegir, sino capacidad de querer el Bien Absoluto o infinito, capacidad de abrirse a Dios, de amar[57].
«La libertad adquiere su auténtico sentido cuando se ejercita en servicio de la verdad que rescata, cuando se gasta en buscar el Amor infinito de Dios, que nos desata de todas las servidumbres»[58].
Desde la perspectiva vocacional con la que estamos contemplando la educación, podemos decir que siendo la respuesta del hombre a su personal vocación una respuesta libre[59], la formación de la libertad y en libertad será uno de los pilares de la actuación educativa. Y, como la libertad crece mediante la adquisición de virtudes, la educación consistirá muy principalmente en la formación de virtudes, energía del espíritu que hace al hombre capaz de realizar el bien, sin suprimir la elección[60]. San Josemaría consideró el sentido de la filiación divina, inseparablemente unido a la conciencia de la libertad, la base del crecimiento en las virtudes que configuran al cristiano con Cristo[61]. Y se refirió siempre a una libertad que presenta como anverso de la moneda la responsabilidad[62]: «No hay verdadera educación sin responsabilidad personal, ni responsabilidad sin libertad»[63]. El Fundador del Opus Dei se empeñó siempre por una educación radicada en la actividad libre y responsable del educando, con el fin de preparar hombres y mujeres amantes de la libertad y de la responsabilidad personales, cristianos capaces de empeñarse como buenos ciudadanos en la solución de los grandes problemas de la humanidad, dando testimonio de Cristo[64].
Se entiende así que el conocido pedagogo español, García Hoz, siguiendo las enseñanzas de San Josemaría, afirmase que «la educación (…) es el proceso de ayuda a un sujeto para que llegue a ser verdaderamente libre»[65]. Ciertamente la libertad es un don de Dios y tiene una dimensión innata, pero posee también un aspecto moral, en el sentido de que puede crecer, expandirse con su propio ejercicio a través de las virtudes[66]. Y, por tanto, «la finalidad más clara de la educación es la de estimular y orientar la capacidad de hacer uso responsable de la libertad, a través de la cual el hombre gobierna su vida de acuerdo con las exigencias de la dignidad de la persona humana»[67].
De su percepción de la libertad deriva, entre otras consecuencias, el entender la relación educativa o formativa en términos de confianza, de amistad, no de imposición autoritaria. Dirigiéndose a los padres, aunque el consejo puede extenderse a otros contextos educativos, decía:
«Aconsejo siempre a los padres que procuren hacerse amigos de sus hijos. Se puede armonizar perfectamente la autoridad paterna, que la misma educación requiere, con un sentimiento de amistad, que exige ponerse de alguna manera al mismo nivel de los hijos (…). La clave suele estar en la confianza: que los padres sepan educar en un clima de familiaridad, que no den jamás la impresión de que desconfían, que den libertad y que enseñen a administrarla con responsabilidad personal»[68].
La confianza es, en efecto, una exigencia natural del ejercicio de la libertad personal en el trato humano, una consecuencia de la capacidad de dar y de darse[69]. Es por esto, la disposición social básica que debe conformar las relaciones humanas, la condición de eficacia de la relación formativa. San Josemaría se esmeró en el tener y dar confianza en su trato con todos. Así lo señala Mons. Javier Echevarría: «Su conducta se inspiraba en este principio: prefiero que me engañe uno, a dejar heridos a quienes vengan a mí. Y lo fundamentaba así: si el Señor, a pesar de mi miseria personal ¡que es tanta!, me trata con confianza, así debo yo proceder con todas las almas y más aún –si cabe– con mis hijos»[70].
Este espíritu de libertad enseñado por San Josemaría se proyecta en diferentes contextos educativos (académico, social, familiar, empresarial) y se refiere también a múltiples aspectos: libertad de enseñanza en todos los niveles y para todas las personas, libertad de las familias para elegir el centro en el que quieren educar a sus hijos, libertad de los centros educativos para seleccionar personal y profesorado, para elegir los programas de enseñanza que juzguen convenientes, libertad para que alumnos y profesores promuevan asociaciones en las que pueda madurar la formación humana, cultural, espiritual[71]. En sus enseñanzas sobre la libertad ocupa un papel fundamental la afirmación del legítimo pluralismo en las cuestiones temporales, en el ámbito de lo opinable, que debe ejercitarse con la consiguiente responsabilidad, con plena coherencia con la fe cristiana y con leal fidelidad al Magisterio de la Iglesia[72].
El concepto de libertad y la formación en libertad es posiblemente el aspecto de sus enseñanzas acerca de la educación sobre el que se ha escrito más abundantemente, tanto desde un punto de vista estrictamente pedagógico, como filosófico y teológico[73]. Su doctrina sobre este punto tiene una amplitud y profundidad sobre la que queda mucho que meditar y estudiar.
III. Algunos aspectos de las enseñanzas de San Josemaría sobre la formación universitaria
Paso ahora a comentar algunas de las enseñanzas de San Josemaría sobre la formación universitaria[74]. Naturalmente tienen validez aquí los aspectos de su vida y mensaje a los que me he referido anteriormente.
Si puede decirse que San Josemaría miraba todo en clave educadora, esto se aplica a fortiori a la Universidad. Mons. Álvaro del Portillo, su sucesor, testimoniaba: «Fue consciente, desde que comenzó a frecuentar los ambientes universitarios, de la extraordinaria importancia de esta institución en la cristianización de la cultura y de la sociedad, de su influencia decisiva en la transmisión de las ideas, en la formación de las mentalidades de los pueblos. Consecuencia lógica de su concepto de apostolado de la inteligencia era, pues, un interés muy particular por la universidad»[75]. Ese aprecio tuvo, entre otras manifestaciones, el empeño por dar vida a instituciones de enseñanza superior, animadas por la conciencia del nexo profundo que existe entre vocación cristiana y vocación humana. La primera de estas Universidades fue la de Navarra, cuya puesta en marcha y desarrollo siguió con particular atención.
¿Cómo ve San Josemaría el Alma Mater Studiorum?[76]. En síntesis, podemos decir que, en sus escritos y discursos, la Universidad se nos presenta especificada por el amor a la verdad, y caracterizada fuertemente también por un espíritu de convivencia, de solidariedad y de servicio. Y todo esto, orientado y vivificado, por el sentido divino de la vida humana[77]. Se trata, en definitiva, de las aspiraciones que estuvieron en los orígenes de esta institución académica. Es sabido que la Universidad nació como Universitas Scientiarum, es decir, como comunidad de saberes y, por tanto, como lugar de búsqueda y transmisión de la verdad. Nació también como Universitas magistrorum et alumnorum, poniendo así el acento en la comunidad de personas comprometidas en esa búsqueda. San Josemaría acoge la Universidad con sus características tradicionales y la contempla con la mirada profunda de la fe, que potencia y desarrolla la dinámica de amor y de servicio que la constituye[78]. Me detengo en algunas de sus enseñanzas que considero particularmente significativas en el actual contexto universitario.
San Josemaría contribuyó a mantener despierta la sensibilidad hacia esa característica definitoria de la Universidad como Universitas Studiorum: la búsqueda y la transmisión de la verdad. Si todos los hombres, por ser inteligentes, desean naturalmente conocer la verdad y, una vez encontrada, adherirse a ella y comunicarla, todo esto ha de resultar mucho más vital en quienes se dedican al quehacer universitario. El estudio y en la investigación apasionada de la verdad, con autoexigencia y profundo sentido de la responsabilidad, debe ser en esta institución académica un compromiso común y permanente de profesores y alumnos.
«La universidad —explicaba en una ocasión— sabe que la necesaria objetividad científica rechaza justamente toda neutralidad ideológica, toda ambigüedad, todo conformismo, toda cobardía: el amor a la verdad compromete la vida y el trabajo entero del científico, y sostiene su temple de honradez ante posibles situaciones incómodas, porque a esa rectitud comprometida no corresponde siempre una imagen favorable en la opinión pública»[79].
Ser Universitas Studiorum pide de suyo que en ella se cultive la universalidad de los saberes o, al menos, que estén suficientemente representados todos.
«La Universidad (…) —dice San Josemaría— debe investigar la verdad en todos los campos, desde la Teología, ciencia de la fe, llamada a considerar verdades siempre actuales, hasta las demás ciencias del espíritu y de la naturaleza»[80].
Filosofía y Teología —los saberes más tradicionalmente sapienciales— que iluminan y dan sentido a la vida entera, no deben faltar en una Universidad que aspire a ofrecer una formación completa. San Josemaría —en línea con otros autores— insistió en la presencia de la Teología en la Universidad, entendiendo que su estudio es algo central en la vida humana.
«La religión —comentó en una entrevista realizada en el año 1967— es la mayor rebelión del hombre que no quiere vivir como una bestia, que no se conforma -que no se aquieta- si no trata y conoce al Creador: el estudio de la religión es una necesidad fundamental. Un hombre que carezca de formación religiosa no está completamente formado»[81].
«Queremos —dijo en un discurso pronunciado con ocasión de un acto académico en la universidad de Navarra— que aquí se formen hombres doctos, con sentido cristiano de la vida»[82].
La centralidad de la religión en la vida humana pide la presencia de la Teología en la Universidad como asignatura.
«La religión debe estar presente en la Universidad; y ha de enseñarse a un nivel superior, científico, de buena teología. Una Universidad de la que la religión está ausente, es una Universidad incompleta: porque ignora una dimensión fundamental de la persona humana, que no excluye –sino que exige– las demás dimensiones»[83].
Pero San Josemaría no consideraba la Teología simplemente como disciplina académica. Es algo muy característico suyo el entenderla como una dimensión de la vida cristiana, que da luz y sentido a todo[84]. Por eso, como promotor de centros de investigación y de enseñanza superior, alentó el trabajo interdisciplinar animado de un profundo sentido cristiano, y estimuló el intercambio académico entre los profesores de distintas áreas, incluida la Teología[85].
«Por medio de la Sagrada teología, cumbre y corona de la verdad científica podemos llegar a la síntesis ordenada de todas las ciencias humanas. Orden y síntesis que corresponde a la unión que existe de hecho entre la naturaleza la gracia»[86].
El intercambio interdisciplinar al que se refiere San Josemaría busca esa síntesis y unidad, pero sin confusión, dentro del más exquisito respeto de las fronteras epistemológicas de cada saber. «El cristiano —dice en una de sus homilías—, cuando trabaja, como es su obligación, no debe soslayar ni burlar las exigencias propias de lo natural»[87].
La significatividad de estas enseñanzas en el contexto universitario actual, queda patente ante la tendencia de cultivar las ciencias independientemente unas de otras, sin diálogo entre ellas. El resultado es la fragmentación que transforma la Universidad —como dice gráficamente MacIntyre— en una Multiversidad[88]. Es decir, en la negación misma de lo que aspiró a ser, desde sus inicios, esta institución académica.
San Josemaría veía en sinergia el estudio de las ciencias humanas y el de la Teología. Él amaba el mundo apasionadamente por ser hechura del Creador, efecto de la Palabra divina. Admiraba la ciencia que entendía como un intento de deletrear el pensamiento divino en el orden natural. En un discurso pronunciado durante un Acto académico, decía:
«Soy sacerdote de Jesucristo y contemplo con alegría los avances grandiosos de la sabiduría humana. El Señor otorgó al hombre, como prueba de su amor de predilección, el privilegio de ese chispazo de la inteligencia divina que es el entendimiento. Y es una maravilla comprobar cómo Dios ayuda a la inteligencia humana en esas investigaciones que necesariamente tienen que llevar a Dios, porque contribuyen –si son verdaderamente científicas– a acercarnos al Creador»[89].
Por su parte, el interés por el estudio de la Teología tiene también su fuente subjetiva en la pasión por conocer la verdad, la que se refiere a Dios y la que nos habla del mundo, la que pertenece al orden natural y la que se nos ha ofrecido de modo doblemente gratuito en la Revelación histórica.
«El afán por adquirir esta ciencia teológica –la buena y firme ‘doctrina cristiana’– está movido, en primer término, por el deseo de conocer y amar a Dios. A la vez, es también consecuencia de la preocupación general del alma fiel por alcanzar la más profunda significación de este mundo, que es hechura del Creador»[90].
Nada más lejos de su pensamiento el temor de que pudiese darse contraste u oposición real entre razón y fe, entre ciencia y Teología.
«Con periódica monotonía, algunos tratan de resucitar una supuesta incompatibilidad entre la fe y la ciencia, entre la inteligencia humana y la Revelación divina. Esa incompatibilidad sólo puede aparecer, y aparentemente, cuando no se entienden los términos reales del problema.
Si el mundo ha salido de las manos de Dios, si Él ha creado al hombre a su imagen y semejanza (Gen I, 26) y le ha dado una chispa de su luz, el trabajo de la inteligencia debe –aunque sea con un duro trabajo– desentrañar el sentido divino que ya naturalmente tienen todas las cosas; y con la luz de la fe, percibimos también su sentido sobrenatural, el que resulta de nuestra elevación al orden de la gracia. No podemos admitir el miedo a la ciencia, porque cualquier labor, si es verdaderamente científica, tiende a la verdad. Y Cristo dijo: ‘Ego sum veritas’ (Ioh XIV, 6). Yo soy la verdad»[91].
Hasta aquí me he referido a la Universidad prevalentemente en su acepción de Universitas Studiorum. Pero para San Josemaría la misión de la Universidad no termina con la dispensación de saberes, ni siquiera con la dispensación de la universalidad de los saberes, incluyendo la Teología. El ideal universitario no consiste simplemente en ofrecer una preparación técnico-profesional. En línea con el espíritu que estuvo en el origen del Alma Mater Studiorum, concibió la Universidad como una institución formadora en el sentido cabal de la palabra[92]. Este aspecto de las enseñanzas de San Josemaría resulta particularmente relevante hoy, cuando se advierte la tendencia a transformar la Universidad en escuelas profesionales, descuidando la formación humana, cultural y espiritual de los estudiantes[93].
«No hay Universidad propiamente dicha —proclamaba en un discurso pronunciado en noviembre de 1964— en las Escuelas donde, a la transmisión de los saberes, no se una la formación enteriza de las personalidades jóvenes. Ya el humanismo helénico fue consciente de esta riqueza de matices. Pero cuando –llegada la plenitud de los tiempos, Cristo iluminó para siempre las arcanas lejanías de nuestro destino eterno, quedó establecido un orden humano y divino a la vez, en cuyo servicio tiene la Universidad su máxima grandeza»[94].
La Universidad, por tanto, debe forjar profesionales con virtudes, capaces de responder a las exigencias de la vida y de servir a todos. En ella, el progreso y la comunicación del saber, deben ofrecerse junto con la transmisión de hábitos científicos, sapienciales y morales a los alumnos.
«La Universidad (…) —decía San Josemaría en una entrevista concedida en 1967— debe contribuir desde una posición de primera importancia, al progreso humano. Como los problemas planteados en la vida de los pueblos son múltiples y complejos – espirituales, culturales, sociales, económicos, etc.–, la formación que debe impartir la Universidad ha de abarcar todos estos aspectos.
No basta el deseo de querer trabajar por el bien común; el camino, para que este deseo sea eficaz, es formar hombres y mujeres capaces de conseguir una buena preparación, y capaces de dar a los demás el fruto de esa plenitud que han alcanzado»[95].
¿Cómo logra la Universidad este ideal formativo? Ni los aspectos de organización, ni el entorno arquitectónico, ni el reglamento —aun siendo importantes— bastan de suyo para garantizar este resultado. La formación cabal es fruto principalmente del espíritu y del empeño que anima a quienes trabajan en la institución universitaria. Ciertamente los profesores son pieza clave para la realización de esta tarea educativa. Sin embargo, en sus escritos y discursos, así como en su vida, se advierte que San Josemaría considera protagonistas de la dimensión educativo-formadora de la Universidad, no solo a los profesores sino a todos los que, de un modo u otro, colaboran en ella[96].
«La vida de este centro universitario —se refería a la Universidad de Navarra— se debe principalmente a la dedicación, a la ilusión y al trabajo que profesores, alumnos, empleados, bedeles, estas benditas y queridísimas mujeres navarras que hacen la limpieza, todos, han puesto en la Universidad. Si no fuese por esto, la Universidad no hubiera podido sostenerse»[97].
Según la mente de San Josemaría, el profesor contribuye a la formación de sus alumnos ciertamente con las clases teóricas y prácticas, con los trabajos de seminario, etc. Pero su tarea, aunque nazca de la preocupación académica, se extiende más allá de la dispensación del saber mismo. La incidencia educativa de su trabajo depende, en principio, de su saber, del prestigio profesional adquirido, pero también de su categoría humana y de la coherencia entre sus ideas y su conducta. Con el sentido de justicia al calificar las pruebas, en el modo de tratar a los alumnos, y de aconsejarles en la labor de asesoramiento a través de una conversación cordial y amable, el profesor puede hacer pensar, descubrir horizontes insospechados, enseñar a contrastar puntos de vista, señalar incoherencias. La vida universitaria ofrece numerosas oportunidades para un diálogo sobre temas humanísticos, éticos y personales, a través del cual el profesor puede contribuir al desarrollo de las diferentes virtudes humanas en los alumnos y a la formación de un criterio recto en las cuestiones fundamentales[98].
Pero, como acabo de mencionar, en el pensamiento de San Josemaría la Universitas Magistrorum et Alumnorum se alarga constituyendo una comunidad más vasta: todos los que forman parte de la Universidad —no solo los profesores y los alumnos— pueden colaborar con los fines e ideales educativos de la institución universitaria. El modo de hacerlo un bedel, un administrativo, o quien se ocupa de la limpieza, será diferente del modo de realizarlo el profesor. Pero todos, con el trato, con la actitud, con la conducta y también con el cuidado de los aspectos materiales —campo espléndido para el ejercicio de las virtudes humanas y sobrenaturales— influyen en la educación: contribuyen a favorecerla o a deteriorarla. Se educa con el cuidado del jardín y de las plantas, con el detalle en la realización de la limpieza, con el buen gusto en la decoración, con la reparación pronta de un desperfecto, con el esmero en el buen estado de las instalaciones, con el modo como un bedel o un administrativo atienden a una pregunta, con la catalogación correcta de un libro, realizando gestiones para la búsqueda de fondos que permitan mejorar los instrumentos de trabajo, despachando con solicitud los asuntos, tirando los papeles en la papelera y con otras muchas acciones que no suelen recibir la consideración de actividades docentes, pero que poseen valor claro para la educación[99].
La eficacia y la intensidad de toda esta acción educativa en sentido amplio, se ve potenciada por el ambiente sereno y alegre de libertad y de responsabilidad, que San Josemaría deseó también para la formación universitaria. La Universidad —insistía— debe impartir una «educación en la libertad personal y en la responsabilidad también personal. Con libertad y responsabilidad se trabaja a gusto, se rinde (…), porque todos se sienten ‘en su casa’»[100]. En otra ocasión se refirió también a este ambiente de libertad propio de todas las labores educativas promovidas con el impulso de ese espíritu:
«Amamos y respetamos la libertad, y creemos en su valor educativo y pedagógico. Estamos convencidos de que en un clima así se forman almas con libertad interior, y se forjan hombres capaces de vivir responsablemente la doctrina de Cristo, de poner en práctica virilmente la fe (…) capaces de amar con todo su corazón y con todas sus fuerzas a la Iglesia de Dios y al Romano Pontífice»[101].
Toda esta labor conjunta de formación realizada en espíritu de amistad y de colaboración, confluye en la preparación de personas capaces de prestar un servicio más eficaz. «La Universidad tiene como su más alta misión —afirmaba San Josemaría— el servicio a los hombres, el ser fermento en la sociedad en que vive»[102].
«Es necesario que la Universidad forme a los estudiantes en una mentalidad de servicio: servicio a la sociedad, promoviendo el bien común con su trabajo profesional y con su actuación cívica. Los universitarios necesitan ser responsables, tener una sana inquietud por los problemas de los demás y un espíritu generoso que les lleve a enfrentarse con estos problemas, y a procurar encontrar la mejor solución. Dar al estudiante todo esto es tarea de la Universidad (…). En una palabra, la Universidad debe formar a sus estudiantes para que su futuro trabajo profesional esté al servicio de todos»[103].
San Josemaría, que se refirió en muchas ocasiones a esta misión de servicio de la Universidad, precisó en una de ellas el modo de llevarlo a cabo en la institución universitaria.
«La Universidad no vive de espaldas a ninguna incertidumbre, a ninguna inquietud, a ninguna necesidad de los hombres. No es misión suya ofrecer soluciones inmediatas. Pero al estudiar con profundidad científica los problemas, remueve también los corazones, espolea la pasividad, despierta fuerzas que dormitan y forma ciudadanos dispuestos a construir una sociedad más justa»[104].
El servicio es, efectivamente, el concepto que en cierto sentido resume cuál es el modo adecuado de situarse ante el hombre. Quien aprecia al hombre en su dignidad, le sirve[105].
Considero que estas enseñanzas que San Josemaría ha sabido transmitir con vigor, y que tienen su último fundamento en aspectos nucleares de su espíritu, como son el sentido de la filiación divina, el amor a la libertad, la importancia que se concede al trabajo bien hecho y al cuidado de las cosas pequeñas, han logrado hacer de la Universidad casa, y de su actividad educadora una prolongación del hogar familiar. Quienes han asistido a actos académicos solemnes en la Universidad de Navarra, como son la apertura de curso o el acto de investidura de Doctores Honoris causa, han percibido inmediatamente el conjugarse armonioso del tono amable y familiar con el más exquisito protocolo académico[106].
Concluyo con unas palabras de San Josemaría pronunciadas precisamente durante un acto académico.
«Salvarán este mundo nuestro –permitid que lo recuerde–, no los que pretenden narcotizar la vida del espíritu, reduciendo todo a cuestiones económicas o de bienestar material, sino los que tienen fe en Dios y en el destino eterno del hombre, y saben recibir la verdad de Cristo como luz orientadora para la acción y la conducta. Porque el Dios de nuestra fe no es un ser lejano, que contempla indiferente la suerte de los hombres. Es un Padre que ama ardientemente a sus hijos, Un Dios Creador que se desborda en cariño por sus criaturas. Y concede al hombre el gran privilegio de poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio»[107].
María Ángeles Vitoria
Facultad de Filosofía
Pontificia Universidad de la Santa Cruz, Roma
[1] Entre las numerosas biografías que el lector puede consultar, se encuentra la de VÁZQUEZ DE PRADA, A., El fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid (3 vol: 1997, 2002, 2003, respectivamente). Son también particularmente recomendables los libros de recuerdos del Siervo de Dios Mons. ÁLVARO DEL PORTILLO, que fue su primer sucesor: Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei (realizada por Cesare Cavalleri), Rialp, Madrid 1993; y de Mons. JAVIER ECHEVARRIA, actual Prelado del Opus Dei: Memoria del beato Josemaría Escrivá (entrevista con Salvador Bernal), Rialp, Madrid 2000. La primera biografía escrita por un autor francés es la de GONDRAND, F., Au pas de Dieu. Josemaría Escrivá de Balaguer fondateur de l’Opus Dei, France-Empire, Paris 1992. La página web oficial sobre San Josemaría es: www.josemariaescriva.info
El Opus Dei fue erigido por Juan Pablo II como Prelatura personal de ámbito universal con la Const. Apost. Ut sit, 28-XI-1982 (AAS 75 (1983) 423-425). La página web oficial del Opus Dei es: www.opusdei.org. El boletín de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei es «Romana» (periodicidad semestral): www.romana.org (versión en francés: www.romana.fr). La revista del Instituto Histórico San Josemaría Escrivá, «Studia et Documenta» (periodicidad anual), que publica artículos de carácter científico sobre la figura y la doctrina de San Josemaría y sobre la historia del Opus Dei, se encuentra en www.isje.org.
[2] Mons. José María Lahiguera, cuya causa de beatificación ha sido incoada, decía de San Josemaría: «Fue sacerdote semper et ubique, sólo sacerdote, en todo sacerdote, siempre sacerdote» (citado en Mons. JESÚS GARCÍA BURILLO, El sacerdote como formador de cristianos, en “Diálogos de Teología IV. Sacerdotes para el tercer milenio. A la luz de la vida y los escritos de San Josemaría”, Edicep, Valencia 2002, p. 83).
[3] ILLANES, J.L., Datos para la comprensión histórico-espiritual de una fecha, en: «Cuadernos del Centro de Documentación y Estudios Josemaría Escrivá de Balaguer» VI (2002) 105. Cfr. ILLANES, J.L., Dos de octubre de 1928: alcance y significado de una fecha, en: Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, Eunsa, Pamplona 19852, pp. 65-108. Con palabras de San Josemaría: «Desde 1928 —decía el santo en 1966— mi predicación ha sido que la santidad no es cosa para privilegiados, que pueden ser divinos todos los caminos de la tierra»; «la finalidad a la que el Opus Dei aspira, es favorecer la búsqueda de la santidad y el ejercicio del apostolado por parte de los cristianos que viven en medio del mundo, cualquiera que sea su estado o condición» (ESCRIVÁ DE BALAGUER, J., Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, Rialp, Madrid 1969, nn. 34 y 60 (en adelante, Conversaciones).
[4] «No podemos olvidar que la importancia de la figura del beato Josemaría Escrivá deriva no solo de su mensaje, sino también de la realidad apostólica a la que ha dado vida. En los 65 años transcurridos desde su fundación, la Prelatura del Opus Dei, indisoluble unidad de sacerdotes y laicos, ha contribuido a hacer resonar en muchos ambientes el anuncio salvador de Cristo» (JUAN PABLO II, Discurso a los participantes al Congreso teológico sobre las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá, 14-X-1993, n. 4).
[5] PABLO VI, Motu proprio Sanctitas clarior, 19-III-1969. Cfr. CONCILIO VATICANO II, Const. Dog. Lumen gentium, nn. 11, 39-41.
[6] No corresponde desarrollar aquí estos puntos. Remito a algunos estudios particularmente interesantes: FUENMAYOR A., GÓMEZ IGLESIAS, V., ILLANES, J.L., El itinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma, Eunsa, Pamplona 19904; RODRÍGUEZ, P., OCÁRIZ, F., ILLANES, J.L., El Opus Dei en la Iglesia, Rialp, Madrid 1993; BAURA, E. (a cura di), Studi sulla Prelatura dell’Opus Dei. A venticinque anni della Costituzione Apostolica “Ut sit”, Edusc, Roma 2008 (trad. francesa: Études sur la Prelature de l’Opus Dei, Wilson & Lafleur, Montreal 2009).
[7] «Desde luego, ejercitó su carisma de fundador desde ese 2 de octubre de 1928, y luego su tarea de Presidente General, con la responsabilidad de quien cumple una misión confiada por el Señor. La única razón de su existencia fue servir a la Iglesia haciendo el Opus Dei. Nos aseguraba que debía gastar su vida para cumplir esta misión concreta» (ECHEVARRIA, J., Memoria del beato Josemaría Escrivá, cit., p. 61).
[8] Las obras contemporáneas de Filosofía de la educación y de Pedagogía general, suelen expresar en términos semejantes la esencia de la acción educativa. Cfr. GARCÍA HOZ, V., Principios de Pedagogía sistemática, Rialp, Madrid 1960, p. 25; MILLÁN PUELLES, A., La formación de la personalidad humana, Rialp, Madrid 19814, p. 27; GARCÍA AMILBURU, M., Aprendiendo a ser humanos. Una antropología de la educación, Eunsa, Pamplona 1996, p. 18; ALTAREJOS, F., NAVAL, C., Filosofía de la educación, Eunsa, Pamplona 20113, p. 26.
[9] Cfr. MOELLER, CH., Sagesse grecque et paradoxe chrétien, Casterman –Tournai, Paris 1948.
[10] «Dios invisible, por la abundancia de su caridad, habla a los hombres como amigos y habita en ellos, para invitarlos y recibirlos en comunión con Él» (CONCILIO VATICANO II, Const. Dog. Dei Verbum, n. 2). Cfr. CONCILIO VATICANO II, Const. Gaudium et spes, n. 19.
[11] Esta esclavitud de la libertad, introducida por el pecado, explica el límite de todo intelectualismo pedagógico, de toda reducción de la educación a instrucción.
[12] «El que sigue a Cristo, hombre perfecto, se perfecciona cada vez más en su propia dignidad de hombre» (CONCILIO VATICANO II, Const. Gaudium et spes, n. 41). Cfr. GARCÍA HOZ, V., Tras las huellas del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Ideas para la educación, Rialp, Madrid 1997, p. 179; MONS CAFFARRA, C., L’apporto cristiano all’educazione. Conferencia pronunciada el 3-IX-2001: www.caffarra.it/educ0901.php (consultado el 16-VI-2011).
[13] Cfr. PONZ PIEDRAFITA, F., La educación y el quehacer educativo en las enseñanzas de Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, en: A DEL PORTILLO, F. PONZ PIEDRAFITA Y G. HERRANZ, En memoria de Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, Eunsa, Pamplona 1976, pp. 64-65 y 103-104. Cfr. GARCÍA HOZ, V., La educación en Mons. Escrivá de Balaguer, en: AA.VV., La personalidad del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, Eunsa, Pamplona 1994, p. 97 (publicada en «Nuestro Tiempo» 264 (1976) 683-700).
[14] El libro de L.I. SECO, La herencia de Mons. Escrivá de Balaguer, Palabra, Madrid 1986, dedica un capítulo a algunas iniciativas apostólicas promovidas por los miembros del Opus Dei, en las que puede apreciarse tanto su variedad como el impacto social y educativo que han tenido en los respectivos países.
En este contexto, David Mejía, profesor universitario ya fallecido, que vivió entre los años 1958 y 1960 en Roma junto a San Josemaría, lo calificó no solo como educador, sino como uno de los educadores más fecundos y luminosos del siglo XX (cfr. MEJÍA, D., El pensamiento educativo de San Josemaría Escrivá de Balaguer, en: San Josemaría y la Universidad, Universidad de La Sabana, Bogotá 2009, p. 221).
[15] «Como consecuencia del fin exclusivamente divino de la Obra, su espíritu es un espíritu de libertad, de amor a la libertad personal de todos los hombres. Y como ese amor a la libertad es sincero y no un mero enunciado teórico, nosotros amamos la necesaria consecuencia de la libertad: es decir, el pluralismo. En el Opus Dei ‘el pluralismo es querido y amado’, no sencillamente tolerado y en modo alguno dificultado. Cuando observo entre los socios (miembros) de la Obra tantas ideas diversas, tantas actitudes distintas –con respecto a las cuestiones políticas, económicas, sociales o artísticas, etc.–, ese espectáculo me da alegría, porque es señal de que todo funciona cara a Dios como es debido» (Conversaciones, n. 67). Cfr. Ibidem, n. 76.
[16] San Josemaría tuvo una honda percepción del alcance de la primacía de los padres en la educación. Con una mirada de largo alcance, enseñó esta verdad con particular insistencia a partir de los años 50, impulsando a algunos padres de familia y profesionales de la educación a poner en marcha algunos colegios. En un centro educativo –decía con frecuencia–, «lo primero son los padres, después los profesores y luego los alumnos». Puede afirmarse que se trató de una intuición casi profética, considerando que en los años 50 dominaba la convicción de que los problemas de la humanidad podrían resolverse con la educación escolar, sin intervención de la familia; y la década siguiente, sobre todo a partir del 68, pasó a la historia por la movida anarquista del rechazo de toda autoridad tradicional. El “prohibido prohibir” del mayo francés recorrió el mundo y llevó a tantos a confundir la libertad con el libertinaje (cfr. GARCÍA HOZ, V., Tras las huellas del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Ideas para la educación, Rialp, Madrid 1997, pp. 140-154; TAMÉS, M.A., Aproximación al pensamiento pedagógico del beato Josemaría Escrivá de Balaguer, en: Memoria del Congreso Hispanoamericano “Hacia una nueva educación más humana: en torno al pensamiento de Josemaría Escrivá”, Promesa, San José de Costa Rica, 2002, pp. 35-47).
[17] PONZ PIEDRAFITA, F., La educación y el quehacer educativo en las enseñanzas de Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, cit., pp. 103-104.
[18] Cfr. PELÁEZ, M., San Josemaría & la sfida educativa, «Studi Cattolici» 600 (2011) 90.
[19] Cfr. GARCÍA HOZ, V., Tras las huellas del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Ideas para la educación, cit., p. 11; GARCÍA HOZ, V., La educación en Mons. Escrivá de Balaguer, en: AA.VV., La personalidad del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, cit., p. 90.
[20] Para la presentación de la obra escrita de San Josemaría puede consultarse el estudio de ILLANES, J.L., Obra escrita y predicación de san Josemaría Escrivá de Balaguer, «Studia et Documenta» 3 (2009) 203-276. Es también de interés el estudio de LOARTE, J.A., La predicación de San Josemaría. Descripción de una fuente documental, «Studia et Documenta» 1 (2007) 221-231. La publicación de la edición crítica de sus obras está en curso. Hasta la fecha han aparecido: Camino, edición crítico-histórica preparada por PEDRO RODRÍGUEZ, Rialp, Madrid 20043; Santo Rosario, edición crítico-histórica preparada por RODRÍGUEZ, P., ANCHEL, C. y SESÉ, J., Rialp, Madrid 2010.
[21] ILLANES, J.L., Obra escrita y predicación de san Josemaría Escrivá de Balaguer, cit., p. 205.
[22] Cfr. LOARTE, J.A., La predicación de San Josemaría. Descripción de una fuente documental, cit., p. 222.
[23] Cfr. PONZ PIEDRAFITA, F., La educación y el quehacer educativo en las enseñanzas de Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, cit., p. 77.
[24] Ibidem, pp. 74-75. «No ha enseñado nunca algo que no hubiese experimentado primero en la propia vida» (DEL PORTILLO, A., L’eredità di un fondatore, en L’Osservatore Romano, 26-VI-1976). «El Fundador del Opus Dei vivía lo que decía y hablaba de lo que vivía» (BERNAL, S., Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer. Apuntes sobre la vida del Fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid 1976, p. 87).
[25] «Todo lo que se refiere a la Universidad me apasiona» (Conversaciones, n. 77).
[26] Cfr. RATZINGER, J., Mensaje inaugural del Simposio teológico sobre las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer (Roam, 12-X-1993), en: BELDA, M., ESCUDERO, J., ILLANES, J.L. Y O’CALLAGHAN, P., Santidad y Mundo. Estudios en torno a las enseñanzas del beato Josemaría Escrivá, Eunsa, Pamplona 1996, pp. 27-32.
Mons. Álvaro del Portillo, refiere que durante la audiencia concedida por Pablo VI, el 5 de marzo de 1976, el Santo Padre «afirmó que consideraba al Fundador del Opus Dei como uno de los hombres que han recibido más carismas en la historia de la Iglesia, y que han correspondido con mayor generosidad a los dones de Dios». Testimonia también que repitió estas ideas en la audiencia del 19 de junio de 1978 (DEL PORTILLO, A., Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei, cit., pp. 214-215).
[27] Se han publicado recientemente los dos primeros volúmenes de un estudio teológico en el que se expone sistemáticamente la enseñanza de San Josemaría: BURKHART, E., LÓPEZ, J., Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría. Estudio de Teología espiritual, Rialp, Madrid (vol I: 2010; vol II: 2011).
[28] «Esa es la gran osadía de la fe cristiana: proclamar el valor y la dignidad de la humana naturaleza, y afirmar que, mediante la gracia que nos eleva al orden sobrenatural, hemos sido creados para alcanzar la dignidad de hijos de Dios. Osadía ciertamente increíble, si no estuviera basada en el decreto salvador de Dios Padre, y no hubiera sido confirmada por la sangre de Cristo y reafirmada y hecha posible por la acción constante del Espíritu Santo» (SAN JOSEMARÍA, Es Cristo que pasa, Rialp, Madrid 19736, n. 133; en adelante, Es Cristo que pasa).
[29] «Con la vocación personal Dios llama a cada hombre y a cada mujer a vivir el cristianismo de un determinado modo» (OCÁRIZ, F., La vocación al Opus Dei como vocación en la Iglesia, en: RODRÍGUEZ, P., OCÁRIZ, F., ILLANES, J.L., El Opus Dei en la Iglesia, cit., p. 144; cfr. Ibidem, p. 137).
[30] Conversaciones, n. 106.
[31] OCÁRIZ, F., Naturaleza, gracia y gloria, Eunsa, Pamplona 2000, p. 231.
[32] Es Cristo que pasa, n. 64.
[33] Sobre la vocación cristiana y su carácter omnicomprensivo remito, además de las obras citadas de F. OCÁRIZ, a las siguientes: ILLANES, J.L., Mundo y santidad, Rialp, Madrid 1984; RODRÍGUEZ, P., Vocación, trabajo, contemplación, Eunsa, Pamplona 19872, especialmente pp. 16-32.
[34] Es Cristo que pasa, n. 45.
[35] Cfr. ILLANES, J.L., Mundo y santidad, cit., p. 33.
[36] «La fe nos enseña —dice San Josemaría— que todo tiene un sentido divino, porque es propio de la entraña misma de la llamada que nos lleva a la casa del Padre. No simplifica, este entendimiento sobrenatural de la existencia terrena del cristiano, la complejidad humana; pero asegura al hombre que esa complejidad puede estar atravesada por el nervio del amor de Dios, por el cable, fuerte e indestructible que enlaza la vida en la tierra con la vida definitiva en la Patria» (Es Cristo que pasa, n. 177).
[37] Cfr. RODRÍGUEZ, P., Vocación, trabajo, contemplación, cit. pp. 15-35. En la consideración sobre la tarea educativa desde la perspectiva de la vocación soy deudora de esta obra de Pedro Rodríguez que, como el autor escribe en el prólogo, está inspirada en la teología y en la espiritualidad del Fundador del Opus Dei. Debo mucho también a las enseñanzas orales de la profesora de Filosofía y Pedagogía Francisca Rodríguez Quiroga, autora de ensayos y artículos de antropología filosófica y de filosofía de la educación (Un proggetto educativo imperniato sulle virtù; Educar para la familia; La madurez afectiva; Trabajo y afectividad en las enseñanzas de San Josemaría Escrivá de Balaguer).
[38] Refiriéndose a los padres, decía: «Los padres han de guardarse de la tentación de querer proyectarse indebidamente en sus hijos –de construirlos según sus propias preferencias–, han de respetar las inclinaciones y las aptitudes que Dios da a cada uno» (Conversaciones, 104).
[39] Es Cristo que pasa, n. 99.
[40] Sobre la unidad de vida en San Josemaría remito a: DE CELAYA, I., Vocación cristiana y unidad de vida, en: AA.VV., La misión del laico en la Iglesia y en el mundo, Eunsa, Pamplona 1987, pp. 951-965; LANZETTI, R., L’unità di vita e la missione dei fedeli laici nell’Esortazione Apostolica ‘Christifideles laici’, «Romana» IX (1989) 300-312; POLO, L., El concepto de vida en Mons. Escrivá de Balaguer, «Anuario Filosófico» XIII (1985) 9-32; LE TOURNEAU, D., Las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer sobre la unidad de vida, «Scripta Theologica» 31 (1999) 633-676.
[41] Cfr. Es Cristo que pasa, n. 58; SAN JOSEMARÍA, Amigos de Dios, Rialp, Madrid 200127, n. 110 (en adelante, Amigos de Dios).
[42] Conversaciones, n. 114.
[43] Cfr. RODRÍGUEZ, P., Vocación, trabajo, contemplación, cit., p. 121.
[44] Amigos de Dios, n. 146.
[45] Es Cristo que pasa, n. 65.
[46] «La filiación divina es el fundamento del espíritu del Opus Dei» (Es Cristo que pasa, n. 64). Entre los numerosos escritos sobre este tema en las enseñanzas de San Josemaría: OCÁRIZ, F., La filiación divina, realidad central en la vida y en la enseñanza de Mons. Escrivá de Balaguer, en: AA.VV., Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei en el 50 aniversario de su fundación, Eunsa, Pamplona 19852; OCÁRIZ, F., DE CELAYA, I., Vivir como hijos de Dios. Estudios sobre el Beato Josemaría Escrivá, Eunsa, Pamplona 20005; Burggraf, J., El sentido de la filiación divina, en: BELDA, M., ESCUDERO, J., ILLANES, J.L. Y O’CALLAGHAN, P., Santidad y Mundo. Estudios en torno a las enseñanzas del beato Josemaría Escrivá, cit., pp. 109-12; BERMÚDEZ, C.: Hijos de Dios Uno y Trino por la gracia. La filiación divina, fundamento y raíz de una espiritualidad, «Annales Theologici» 7 (1993) 347-368; Hijos de Dios Padre en la vida cotidiana. El sentido de la filiación divina en las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, «Pensamiento y Cultura», número especial, 2002, pp. 155-167; BURKHART, E., LÓPEZ, J., Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría. Estudio de Teología espiritual, vol II, cit., pp. 19-159.
[47] Cfr. ARANDA, A., ‘El bullir de la sangre de Cristo’. Estudio sobre el cristocentrismo del Beato Josemaría Escrivá, Rialp, Madrid 2000, pp. 27-30. Juan Pablo II, en la homilía en la misa de beatificación de Josemaría Escrivá de Balaguer, 17-V-1992 afirmó que «La vida espiritual y apostólica del nuevo beato estuvo fundamentada en saberse, por la fe, hijo de Dios en Cristo».
[48] Cfr. SAN JOSEMARÍA, Camino, Rialp, Madrid 196523, n. 267 y passim.
[49] «No lo olvidéis: el que no se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima» (Amigos de Dios, n. 26).
[50] Cfr. GARCÍA HOZ, V., Tras las huellas del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Ideas para la educación, cit., p. 60.
[51] Es Cristo que pasa, 80.
[52] «La primacía que en la organización de nuestras labores concedemos a la persona, a la acción del Espíritu Santo en las almas, al respeto de la dignidad y de la libertad que provienen de la filiación divina del cristiano» (Conversaciones, n. 22).
[53] Cfr. Amigos de Dios, n. 116.
[54] «Nadie puede elegir por nosotros: ‘he aquí el grado supremo de dignidad en los hombres: que por sí mismos, y no por otros, se dirijan hacia el bien’ (S. Tomás de Aquino, Super Epistolas S. Pauli lectura. Ad Romanos, cap. II, lect. III, 217, ed. Marietti, Torino 1953)» (Amigos de Dios, n. 27). Un texto en que que se encuentran las ideas centrales de San Josemaría sobre la libertad es la homilía pronunciada el 10 de abril de 1956, recogida en Amigos de Dios, nn. 23-38. Cfr. BURKHART, E., LÓPEZ, J., Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría. Estudio de Teología espiritual, vol II, cit., pp. 161-283.
[55] Cfr. Amigos de Dios, n. 35.
[56] Amigos de Dios, n. 26.
[57] Cornelio Fabro, uno de los grandes filósofos del siglo XX, que dedicó muchos escritos al tema de la libertad, destacó la profundidad y originalidad con la que San Josemaría comprendió la libertad en el plano natural y más aún en el orden de la gracia. Cfr. FABRO, C., El temple de un Padre de la Iglesia, Rialp, Madrid 2002, pp. 188 y 191.
[58] Amigos de Dios, n. 27. «Sólo cuando se ama se llega a la libertad más plena: la de no querer abandonar nunca, por toda la eternidad, el objeto de nuestros amores» (Amigos de Dios, n. 38).
[59] «Nuestra Santa Madre la Iglesia se ha pronunciado siempre por la libertad, y ha rechazado todos los fatalismos, antiguos y menos antiguos. Ha señalado que cada alma es dueña de su destino, para el bien o para el mal» (Amigos de Dios, n. 33).
[60] Cfr. RODRÍGUEZ LUÑO, A., La scelta etica. Il rapporto fra libertà e virtù, Ares, Milano 1988, p. 156.
[61] Cfr. BURKHART, E., LÓPEZ, J., Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría. Estudio de Teología espiritual, vol II, cit., pp. 14.
[62] «Algunos de los que me escucháis me conocéis desde muchos años atrás. Podéis atestiguar que llevo toda mi vida predicando la libertad personal, con personal responsabilidad» (Es Cristo que pasa, n. 184). Cfr. CLAVELL, LL., Personas libres, en: MALO PÉ, A. (ed), La dignità della persona umana, Edusc, Roma, 2003, p. 107.
[63] Es Cristo que pasa, n. 27.
[64] Cfr. GARCÍA HOZ, V., Tras las huellas del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Ideas para la educación, cit., p. 74. La actividad educativa tiene por fin hacer que el hombre acondicione su libertad de una manera recta y permanente (cfr. MILLÁN PUELLES, A., La formación de la personalidad humana, cit., p. 60).
[65] GARCÍA HOZ, V., Tras las huellas del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Ideas para la educación, cit., p. 79.
[66] Cfr. MILLÁN PUELLES, A., Amor a la libertad, en: AA.VV., Homenaje a Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, Eunsa, Pamplona, 1986, p. 33.
[67] GARCÍA HOZ, V., Tras las huellas del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Ideas para la educación, cit., p. 78.
[68] Conversaciones, n. 100; cfr. Es Cristo que pasa, nn. 27 y 29.
[69] Cfr. NAVAL, C., La confianza: exigencia de la libertad personal, en: MALO PÉ, A. (ed), La dignità della persona umana, Edusc, Roma 2003, p. 230.
[70] ECHEVARRÍA, J., Memoria del Beato Josemaría Escrivá, cit., p. 150.
[71] Cfr. Conversaciones, n. 79; Cfr. PONZ PIEDRAFITA, F., La educación y el quehacer educativo en las enseñanzas de Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, cit., pp. 107-108.
[72] Cfr. Conversaciones, n. 67.
[73] Algunos de estos trabajos, además de los ya citados de Fabro y Clavell, son: CARDONA, C., Ética del quehacer educativo, Rialp, Madrid 1990; SANGUINETI, J.J., La libertad en el centro del mensaje del Beato Josemaría Escrivá, en: MALO PÉ, A. (ed), La dignità della persona umana, cit., pp. 81-99; NAVAL, C., La confianza: exigencia de la libertad personal, en: MALO PÉ, A. (ed), La dignità della persona umana, cit., pp. 229-242; OLIVIER, P., La filiation divine: vocation et libertè, en: MALO PÉ, A. (ed), La dignità della persona umana, cit., pp. 43-58; BARRIO MAESTRE, J.M., Educar en libertad. Una pedagogía de la confianza, en RODRÍGUEZ QUIROGA, F. (ed), Trabajo y educación, Edusc, Roma, 2003, pp. 89-100; GONZÁLEZ SIMANCAS, J.L., Educación: libertad y compromiso a la luz del espíritu de San Josemaría Escrivá, Promesa, Costa Rica, 2004; LLANO, A., La libertad radical, en: Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, Eunsa, Pamplona 1993, pp. 259-276; ECHEVERRÍA, C., Libertad y estructura de las virtudes en el Beato Josemaría, en: Memoria del Congreso Hispanoamericano “Hacia una educación más humana: En torno al pensamiento de Josemaría Escrivá”, Promesa, Costa Rica 2002, pp. 55-65; CAPOZZI, G., Educazione alla responsabilità in S. Josemaría Escrivá, Pensa Multimedia, Lecce 2007 (esta obra es el primer estudio orgánico en italiano sobre las tesis educativas implícitas en la vida y en el pensamiento de San Josemaría).
[74] Limitándonos a los escritos publicados, el pensamiento de San Josemaría sobre la Universidad se encuentra principalmente en la entrevista realizada por Andrés Garrigo, publicada en la Gaceta Universitaria (Madrid) el 5-X-1967 (Conversaciones, nn. 73-86) y en los discursos pronunciados con ocasión de diversos actos académicos: Trascendencia social de la educación (Zaragoza, 21-X-1960); La Universidad al servicio del mundo (Pamplona, 25-X-1960); La Universidad, foco cultural de primer orden (Pamplona, 25-X-1960); Formación enteriza de las personalidades jóvenes (Pamplona, 28-XI-1964); Valor educativo y pedagógico de la libertad (Roma, 21-XI-1965); Servidores nobilísimos de la Ciencia (Pamplona, 7-X-1967); La Universidad ante cualquier necesidad de los hombres (Pamplona 7-X-1972); El compromiso de la verdad (Pamplona, 9-V-1974). A estas contribuciones habría que añadir la homilía pronunciada en el Campus universitario de la Universidad de Navarra el 8-X-1967, Amar al mundo apasionadamente (Conversaciones, nn. 113-123). Todos estos escritos están recogidos en la primera parte del libro Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, Eunsa, Pamplona 1993.
[75] DEL PORTILLO, A., Prólogo al libro Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, cit. p. 19. Cfr. PONZ PIEDRAFITA, F., La educación y el quehacer educativo en las enseñanzas de Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, cit., p. 120.
[76] Entre los estudios sobre sus enseñanzas acerca de la Universidad merecen destacarse los siguientes: Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, cit.; San Josemaría y la Universidad, Universidad de la Sabana, Bogotá 2009; ILLANES, J.L., La Universidad en la vida y en la enseñanza de Mons. Escrivá de Balaguer, en: AA.VV., La personalidad del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, cit., pp. 101-132.; LLANO, A., Discursos en la Universidad (1991-1996), Eunsa, Pamplona 2001. Sigue siendo una obra de referencia para el tema la de PONZ PIEDRAFITA, F., La educación y el quehacer educativo en las enseñanzas de Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, cit.
El libro de DÍAZ, O. y REQUENA, F. (eds), Josemaría Escrivá de Balaguer y los inicios de la Universidad de Navarra (1952-1960), Eunsa, Pamplona 2002, aunque se refiere a la Universidad de Navarra, contiene muchos aspectos del pensamiento de San Josemaría acerca de la institución universitaria.
Los escritos de Ponz Piedrafita, de los años en los desempeñó el cargo de Rector de la Universidad de Navarra (1966–1979) constituyen también un documento sobre el espíritu universitario según San Josemaría: PONZ PIEDRAFITA, F., Reflexiones sobre el quehacer universitario. Discursos y otras intervenciones como Rector de la Universidad de Navarra (1966-1979), Eunsa, Pamplona 1988.
[77] Cfr. ILLANES, J.L., La Universidad en la vida y en la enseñanza de Mons. Escrivá de Balaguer, cit., p. 112. Otro modo de expresarlo es el de Alejandro Llano: «Según el Beato Josemaría, las tres metas institucionales de la universidad son: la elaboración de una síntesis del saber, la formación armónica de los estudiantes y el servicio a la sociedad» (LLANO, A., Università e unità di vita secondo il Beato Josemaría Escrivá, «Romana» 30 (2002) 112-124).
[78] Cfr. DEL PORTILLO, A., Prólogo al libro Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, cit. pp. 19-20.
[79] SAN JOSEMARÍA, El compromiso de la verdad. Discurso pronunciado durante un Acto Académico con ocasión de la investidura de Doctores Honoris Causa, Pamplona 9-V-1974, en: Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, cit. pp. 106-107.
[80] SAN JOSEMARÍA, Servidores nobilísimos de la ciencia. Discurso pronunciado durante un Acto Académico con ocasión de la investidura de Doctores Honoris Causa, Pamplona 7-X-1967, en: Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, cit. p. 90.
[81] Conversaciones, n. 73. Un comentario a este número de Conversaciones puede verse en: ILLANES, J.L., Teología y Ciencia en una visión cristiana de la Universidad, «Scripta Theologica» 14 (1982) 873-888.
[82] SAN JOSEMARÍA, La Universidad, foco cultural de primer orden, Discurso pronunciado durante un Acto Académico con ocasión de la investidura de Doctores Honoris Causa, Pamplona 25-X-1960, en: Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, cit. p. 70.
[83] Conversaciones, n. 73.
[84] Cfr. OCÁRIZ, F., San Josemaría y la Teología, «Scripta Theologica» 26 (1994) 977-991.
[85] PONZ PIEDRAFITA, F., Principios fundacionales de la Universidad de Navarra, en: DÍAZ, O. y REQUENA, F. (eds), Josemaría Escrivá de Balaguer y los inicios de la Universidad de Navarra (1952-1960), cit., pp. 78-79. En el Decreto de creación de un Centro de Ciencias Eclesiásticas, 23-IV-1967 (Archivo de la Universidad de Navarra) el Fundador señalaba entre sus misiones: «favorecer el trabajo conjunto de investigación con profesores de Facultades, Escuelas e Institutos de estudios civiles, en cuestiones de interés común a las ciencias sagradas y profanas, para contribuir a una síntesis de la cultura que armonice la dispersión especializada del saber con la unidad de la verdad humana, iluminada y vivificada por la Fe católica». Cita tomada de PONZ PIEDRAFITA, F., Principios fundacionales de la Universidad de Navarra, en: DÍAZ, O. y REQUENA, F. (eds), Josemaría Escrivá de Balaguer y los inicios de la Universidad de Navarra (1952-1960), cit., p. 85.
[86] Citado en PONZ PIEDRAFITA, F., La educación y el quehacer educativo en las enseñanzas de Mons. Escrivá de Balaguer, en: En Memoria de Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, cit., p.127.
[87] Es Cristo que pasa, n. 184.
[88] Cfr. MACINTYRE, A., God, Philosophy, Universities: A Selective History of the Catholic Philosophical Tradition, Lanham, Md.: Rowman & Littlefield 2009.
[89] SAN JOSEMARÍA, La Universidad ante cualquier necesidad de los hombres. Discurso pronunciado durante un Acto Académico con ocasión de la investidura de Doctores Honoris Causa, Pamplona 7-X-1972, en: Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, cit. p. 98.
[90] Es Cristo que pasa, n. 10.
[91] Es Cristo que pasa, n. 10. Sobre la relación fe-razón en San Josemaría, remito al estudio de BLANCO, A., Alcuni contributi del Beato Josemaría alla comprensione dei rapporti tra fede e ragione, en O’CALLAGHAN, P. (ed), Figli di Dio nella Chiesa, Edizioni Pontificia Università della Santa Croce, Roma 2004, pp. 255-269.
[92] García Hoz, refiriéndose a los aspectos de una educación completa, afirma: «No se puede hablar de educación en sentido propio, de educación real y auténtica, a menos que ésta cumpla la condición de perfeccionar todas las manifestaciones de la naturaleza humana, hacer a un hombre capaz de responder a todas las exigencias de su vida y desarrollar la persona del sujeto con todas sus posibilidades y limitaciones, dando unidad a su vida» (GARCÍA HOZ, V., Tras las huellas del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Ideas para la educación, cit., p. 78).
[93] Cfr. CLAVELL, LL., Razón y fe en la universidad: ¿oposición o colaboración?, CEU ediciones, Madrid 2010.
[94] SAN JOSEMARÍA, Formación enteriza de las personalidades jóvenes. Discurso pronunciado durante una Acto Académico con ocasión de la investidura de Doctores “Honoris Causa”, Pamplona 28-XI-1964, en: Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, cit. p. 77.
[95] Conversaciones, n. 73.
[96] PONZ PIEDRAFITA, F., La educación y el quehacer educativo en las enseñanzas de Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, cit., p. 107. El Ideario de la Universidad de Navarra lo recoge así: «Las actividades académicas se configuran como un quehacer conjunto de profesores, personal no docente y estudiantes, que exige: a los profesores y al personal no docente, dedicación y competencia profesional; a los alumnos, empeño en el estudio y en el aprovechamiento de los medios didácticos; y a todos, sentido de corresponsabilidad en el bien común universitario» (Ideario de la Universidad de Navarra, 1982, n. 7: Archivo de la Universidad de Navarra. Citado en DÍAZ, O. y REQUENA, F. (eds) Josemaría Escrivá de Balaguer y los inicios de la Universidad de Navarra, cit., p. 60).
[97] Conversaciones, n. 83.
[98] Cfr. PONZ PIEDRAFITA, F., Reflexiones sobre el quehacer universitario. Discursos y otras intervenciones como Rector de la Universidad de Navarra (1966-1979), cit., pp. 210-211; LÓPEZ MORATALLA, N., El compromiso de la verdad, el bien y la unidad del saber, en: F. RODRÍGUEZ QUIROGA (ed), Trabajo y educación, Edusc, Roma 2003, p. 137.
[99] Cfr. PONZ PIEDRAFITA, F., Reflexiones sobre el quehacer universitario. Discursos y otras intervenciones como Rector de la Universidad de Navarra (1966-1979), cit., pp. 134-135 y 162-163.
[100] Conversaciones, n. 84.
[101] SAN JOSEMARÍA, Valor educativo y pedagógico de la libertad. Palabras pronunciadas en la inauguración oficial del Centro Elis, Roma 21-XI-1965, en: Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, cit. pp. 83-84. Con ocasión de esta ceremonia, en la que estuvo presente el Romano Pontífice Pablo VI, el Santo Padre bendijo la imagen de Santa María Madre del Amor Hermoso, situada en la Ermita del campus de Pamplona de la Universidad de Navarra.
[102] SAN JOSEMARÍA, Servidores nobilísimos de la ciencia, Discurso pronunciado durante un Acto Académico con ocasión de la investidura de Doctores Honoris causa, Pamplona 7-X-1967: en Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, cit., p. 90.
[103] Conversaciones, n. 74. «La Universidad no debe formar hombres que luego consuman egoístamente los beneficios alcanzados con sus estudios, debe prepararles para una tarea de generosa ayuda al prójimo, de fraternidad cristiana» (Conversaciones, n. 75). Cfr. Es Cristo que pasa, n. 67.
[104] SAN JOSEMARÍA, La Universidad ante cualquier necesidad de los hombres, Discurso pronunciado durante un Acto Académico con ocasión de la investidura de Doctores Honoris causa, Pamplona 7-X-1972, en: Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, cit. p. 98.
[105] Cfr. HERVADA, J., El hombre y su dignidad en Mons. Escrivá de Balaguer, en: La personalidad del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, cit., p. 147.
[106] Cfr. PONZ PIEDRAFITA, F., Principios fundacionales de la Universidad de Navarra, en: DÍAZ, O. y REQUENA, F. (eds) Josemaría Escrivá de Balaguer y los inicios de la Universidad de Navarra, cit., p. 106; Del Portillo, A., Monseñor Escrivá de Balaguer, instrumento de Dios, en: DEL PORTILLO, A., PIEDRAFITA, F., Y HERRANZ, G., En memoria de Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, cit., p. 56.
[107] SAN JOSEMARÍA, El compromiso de la verdad. Discurso pronunciado durante el Acto Académico con ocasión de la investidura de Doctores Honoris causa, Pamplona 9-V-1974, en: Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, cit. p. 108.
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